El Método Cartesiano: La Búsqueda de la Verdad en la Filosofía

El Método Cartesiano: La Búsqueda de la Verdad en la Filosofía

El objetivo fundamental de Descartes es el logro de la verdad filosófica mediante el uso de la razón. Pero no se trata de descubrir una multiplicidad de verdades aisladas, sino de desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas en el que no se dé por supuesto nada que no sea evidente por sí mismo. Su ideal de filosofía es el de un sistema orgánicamente conectado de verdades científicamente establecidas, verdades fundamentales evidentes por sí mismas que den lugar a otras verdades igualmente evidentes.

El modelo de lo que ha de ser el saber filosófico le fue sugerido a Descartes por la ciencia matemática, más concretamente, por un libro que ya entonces contaba casi con dos mil años: los Elementos, de Euclides. Allí aprecia Descartes cómo a partir de unas pocas proposiciones (definiciones, axiomas o postulados) se deducen, sin lugar al error, otras muchas proposiciones (teoremas). Pero, ¿por qué las matemáticas no fallan?, ¿por qué pueden adoptar esa maravillosa forma de exposición?, ¿por qué en matemáticas no hay lugar a la duda? Ya hemos visto una respuesta a esas preguntas: es la de Platón, para quien las matemáticas tratan de objetos inteligibles, eternos, perfectos, inmutables…Descartes ofrece otra respuesta distinta: las matemáticas no fallan porque los matemáticos disponen de un método que garantiza unos resultados seguros. Sin embargo, otras ciencias nos ofrecen un espectáculo descorazonador, opiniones diversas, contrarias las más de las veces; supuestas verdades que, con el tiempo, se demuestran falsas; conjeturas fundadas más en el dogma que en la razón…¿Será posible encontrar un método, único, que garantice en el conjunto del saber la misma seguridad que ya goza el saber matemático? Descartes piensa que sí. Además piensa que si descubrimos ese método podemos aplicarlo, no a ciencias particulares, como la teología, la cosmología, la física o la medicina…sino al conjunto del saber humano, que es único, porque única es la razón. Descubrir y exponer ese método único es el proyecto racionalista, el proyecto de Descartes.

El Método

Método es una palabra griega que significa “camino”, es el camino seguro para llegar a un destino que previamente nos proponemos, y el destino que se propone la filosofía es el descubrimiento de la verdad. Pero no conviene que el camino sea tortuoso, que el método sea complicado. Por eso Descartes afirma que:

Reglas del Método

La primera regla es la de evidencia: Los conocimientos evidentes son, por tanto, aquellos que se nos presentan clara y distintamente. El acto por el cual la mente nos da tales conocimientos es la intuición: “por intuición entiendo no el testimonio de los sentidos, ni el juicio mendaz de una imaginación que una falsamente, sino un concepto de la mente pura y atenta….o sea un concepto no dudoso de la mente pura…” Es un acto inmediato que se fundamenta y justifica a sí mismo; es como una visión intelectual tan clara (es la idea que se manifiesta sin oscuridad, sin dificultad a la inteligencia que la intuye) y distinta (está separada de cualquier otra idea, no contiene en sí otras, es simple, elemental) que no nos ofrece duda.

La segunda regla es la del análisis: Los problemas han de ser perfectamente determinados y reducidos a sus elementos más simples; consiste en reducir las ideas compuestas en ideas simples que sí pueden ser intuidas.

La tercera regla es la de la síntesis: Consiste en deducir, es decir, en recomponer, construir lo compuesto a partir de lo simple.

La cuarta, y última, regla es la de la revisión: Se trata de revisar todo el proceso para no omitir nada: la enumeración revisa el análisis y la revisión la síntesis. En resumen, el método de la Filosofía consiste en dudar de todo cuanto sea posible dudar, analizar hasta donde lo permitan las circunstancias, sintetizar lo más que se pueda y revisar todo el proceso para estar seguros de no habernos equivocado.

Ya hemos dicho que las matemáticas son el modelo de ciencia y que en ellas se establece, al principio, un conjunto reducido de proposiciones evidentes, a partir de las cuales se deducen todas las demás. Por lo tanto, en Filosofía hemos de hacernos con una o unas proposiciones evidentes y deducir de ella o ellas las demás: ese es el objetivo. Si tenemos el objetivo y tenemos el método, sólo queda ponerse manos a la obra.

La Duda Metódica

La primera regla obliga a dudar de todo cuanto sea posible, por eso no podemos admitir como principio de la Filosofía ninguna proposición que describa un testimonio que nos ofrezcan los sentidos (por ejemplo, no podemos admitir como principio la proposición “el cielo es azul”, porque esa proposición describe un testimonio de la vista, y la vista, como otros sentidos, alguna vez nos ha engañado, y no es prudente confiar en quien alguna vez nos ha engañado). Las falacias de los sentidos son pues el primer motivo de duda. Al dudar de todo lo que se conoce por los sentidos se queda Descartes. Tampoco podemos adoptar como principio de la Filosofía ninguna proposición que afirme la existencia de un objeto distinto a nosotros mismos (por ejemplo, no podemos adoptar como principio la proposición “este ordenador existe”, porque puedo estar soñando y el ordenador que creo tener ante mí no existir realmente). Habrá quien piense que puedo estar seguro de la existencia del ordenador porque estoy despierto, pero ¿existe verdaderamente un criterio claro para distinguir la vigilia del sueño? ¿Acaso, en muchos de mis sueños no he estado seguro de la existencia del objeto del sueño y después he descubierto que era sólo un objeto soñado? La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño es el segundo motivo de duda. Ni proposiciones que describan testimonios de los sentidos, ni proposiciones que afirmen existencia de objetos extramentales pueden ser principios de la Filosofía, pero ¿qué ocurre con las proposiciones matemáticas? ¿podrían ser ellas esos principios que buscamos? En efecto, nos engañen o no los sentidos, estemos o no soñando, proposiciones como “tres por dos son seis” parecen ser siempre verdaderas. Sin embargo, Descartes aduce un tercer motivo de duda, y lo hace de manera metafórica: podría existir, dice, un geniecillo maligno que haga que nos engañemos cada vez que afirmamos un enunciado matemático. Lo que es una manera de afirmar que la mente humana puede ser de tal naturaleza que se equivoque siempre que afirma enunciados matemáticos. ¿Nos encontramos en un callejón sin salida? ¿Estamos condenados al escepticismo, es decir, a pensar que no hay principio seguro del que partir? Aparentemente sí, pues cualquier proposición, o es un testimonio de los sentidos, o afirma existencia de algo extramental, o es un enunciado matemático. Y no olvidemos que la primera regla del método nos obliga a dudar de todo cuanto sea posible dudar, por más chocantes que sean los motivos que tengamos.

La Primera Certeza: El Cogito

Sin embargo, en este punto, nuestro autor tiene una intuición que le libra del escepticismo: puedo dudar de que el cielo sea azul, de que exista este ordenador, de que tres por dos sean seis…pero no puedo dudar de que existo mientras dudo. Puedo afirmar, con total seguridad, que “yo, que dudo, existo” y, como dudar es pensar, puedo afirmar que “yo, que pienso, existo”. (Cogito, ergo sum.). Esta proposición es invulnerable a todo motivo de duda: puede que mis sentidos me engañen, puede que esté en un permanente sueño, puede que un geniecillo me induzca siempre a error; pero, pase lo que pase, “yo, que pienso, existo”. El cogito es el principio de la Filosofía y de todo saber. Es la primera verdad que puedo afirmar sin miedo a equivocarme, es una proposición clara -no oscura- y distinta -no se confunde con ninguna otra-. Además, es el criterio de toda verdad, pues todo lo que yo pueda concebir con la misma claridad y distinción será verdadero.

Dios: Res Infinita

Que Yo existo como una cosa que piensa es el resultado de la aplicación de la primera regla del método. La segunda regla me obliga a analizar hasta donde me sea posible. Lo único de lo que dispongo es una proposición: “Yo, que pienso, existo”. Analicémosla: tenemos un Yo, que no es un cuerpo (lo que piensa no es el cuerpo, sino el alma), “una cosa que piensa”; y las ideas, ya que el pensamiento siempre piensa Ideas. Podemos distinguir tres clases de ideas:

  • adventicias -que tienen su origen en la experiencia de supuestas realidades distintas del Yo que las piensa; por ejemplo, la idea de ordenador-;
  • ficticias o facticias -que yo construyo a partir de ideas adventicias; por ejemplo, la idea de sirena, que yo construyo a partir de las ideas adventicias de pez y mujer-; e
  • innatas -que no son ni adventicias ni ficticias; por ejemplo, la idea de Infinito, que no es adventicia (pues no se puede tener la experiencia de una realidad infinita) ni ficticia (pues, por un motivo que veremos más adelante, yo, ser finito, no puedo construir la idea de Infinito).

Pruebas de la Existencia de Dios

Demuestra Descartes, con argumentos convincentes, que la idea de Dios (Infinito) no es adventicia, y no lo es ya que no poseemos experiencia directa de Dios; demuestra, con argumentos menos convincentes, que tampoco es facticia ya que, según él, la noción de finitud, de limitación, presupone la idea de Infinitud, y no al revés (tradicionalmente se ha entendido que la idea de infinitud proviene de la de finitud, de la negación de los límites), luego la idea de Dios ha de ser innata (ya que está en su mente y no viene de la experiencia ni la ha creado él).

En primer lugar, al identificar a Dios como lo Infinito, lo entiende como un ser que no tiene ninguna limitación, como un ser que comprende en sí toda la realidad. El hecho de faltarle la existencia sería una limitación, por consiguiente hay que afirmar que ese ser existe. Es una versión del Argumento ontológico de San Anselmo.

La segunda prueba parte de la finitud del yo. Al yo de Descartes se llega desde la duda, y es un sujeto contingente, finito y limitado, que no está seguro de seguir existiendo cuando deje de pensar. No ha podido, por eso, producirse a sí mismo. Además, si lo hubiese hecho, se hubiera dado perfecciones como las que encuentra en la idea de Dios, y que sin embargo él no posee. De todo ello hay que concluir, que el ser humano ha tenido que ser producido por un ser que tenga todas las perfecciones, a saber, Dios.

En la tercera prueba se pregunta Descartes por la causa de las ideas que posee el ser humano. Las ideas que representan cosas naturales no platean ningún problema, las ha podido producir él mismo, ya que aún duda de la existencia del mundo. No así con la idea de Dios. La idea de Dios es la idea de una sustancia infinita, eterna, todopoderosa. La causa de tal idea debe tener tanta perfección como la representada por la idea, ya que la idea como realidad objetiva requiere una causa real proporcionada; luego la idea de un ser infinito requiere una causa infinita; luego ha sido causada en mí por un ser infinito, luego Dios existe.

El Mundo: Sustancia Extensa

Dios, acabamos de verlo, es un ser infinito y perfecto, un ser que, por ello, no puede engañarme haciéndome creer que existe el mundo exterior a mi pensamiento. Por lo tanto, a las ideas de cosas materiales que cualquier sujeto cree recibir de fuera –ideas adventicias- tienen que corresponderles unas realidades corpóreas, externas a él. Existen, por tanto, sustancias corpóreas que tienen caracteres distintos de la sustancia pensanteY de la misma manera que hay que admitir que existen cuerpos materiales distintos de mí, hay que admitir la existencia de mi cuerpo. Un cuerpo con el que no sólo estoy estrechamente unido, sino que con él formo un todo.Descartes encontró la primera realidad en sí mismo como sustancia pensante. Concibe clara y distintamente que “no necesita de otra cosa para existir”, y establece, de este modo, su concepto de sustancia. Al lado de la sustancia pensante encuentra a Dios, sustancia infinita; a Él le corresponde propiamente la definición de sustancia, pues es Él el que existe de tal manera que no necesita a otro para existir, existe en sí y por sí. Toda otra sustancia existe en sí, pero no por sí, existirá de tal manera que no necesita para existir otra cosa salvo a Dios