II.1. La Duda y la Certeza
Para fundar la filosofía, hay que basarse en evidencias absolutas, en ideas claras y distintas que conllevan certeza. La evidencia se da solo en el interior del sujeto, en la intuición, en un acto puramente racional por el que la mente ve de modo inmediato una idea. La razón nos permite conocer la verdad, pero puede ser desviada por los prejuicios, las pasiones, etc. Solo se debe aceptar como verdadero aquello que aparece con absoluta evidencia en la conciencia. Las ideas evidentes han de ser claras y distintas. Una idea es clara cuando es captada con nitidez; una idea es distinta cuando es captada diferenciándola de las demás ideas. Solo podemos admitir como ciertas aquellas creencias que han sido revisadas por nuestra razón. La verdad no depende de algo exterior al sujeto que piensa. No consiste en la correspondencia del pensamiento con la realidad, sino que es una propiedad de las ideas: la verdad depende del sujeto que conoce.
Descartes elige el camino de la duda: dudar de todo para ver si queda algo que resista toda duda, encontrar algo que resulte indudable y cierto. Características de la duda:
- Es metódica: es un proceso metodológico para encontrar la verdad indudable. No es una duda escéptica, sino que pretende alcanzar una verdad de la que no se pueda dudar. La duda escéptica es un hábito del pensamiento cuyo objetivo es dudar de la existencia de la verdad absoluta. Descartes no participa de esta duda.
- Es un instrumento para alcanzar la verdad: no es dudar por dudar, sino para asegurarnos más en la certeza.
- Es universal: se extiende a la totalidad del conocimiento recibido.
- Es teorética: no se extiende al terreno del comportamiento ético, sino solamente al plano de la teoría.
Descartes propone repensar la filosofía desde sus fundamentos. La duda metódica abarca los siguientes niveles:
- Duda de los sentidos: si los sentidos nos han engañado algunas veces, podemos suponer que nos engañan siempre. Consideraremos falsos todos los datos que procedan de los sentidos. Debemos dudar de que las cosas sean como las percibimos; debemos dudar de las ideas empíricas.
- Duda del mundo exterior: porque no es posible distinguir el sueño de la vigilia. Hay sueños que sentimos como reales y solo descubrimos que no lo son al despertar. Podemos pensar que estamos dormidos y que las percepciones son representaciones del sueño. Hemos de dudar del mundo que nos rodea, el mundo material, incluido nuestro propio cuerpo.
- Duda de la razón: a veces nos equivocamos en razonamientos muy sencillos, tomándolos como verdaderos. Podemos suponer la existencia de un genio maligno, un ser astuto y engañador que haga que yo me engañe incluso en razonamientos sencillos en los que uso la intuición. La hipótesis del genio maligno no es sino una metáfora para expresar la duda sobre la propia razón.
Descartes pretende llegar a una verdad que pueda ser creída por sí misma, independientemente de toda tradición y autoridad, y una verdad de la que se deduzcan las demás verdades.
II.2. Alma y Cuerpo (Res Cogitans – Res Extensa)
Para Descartes hay tres sustancias: Yo, Dios y los cuerpos. Tomando literalmente la definición de sustancia —aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir—, solo Dios sería sustancia. También considera sustancias a los cuerpos materiales y al yo, dado que no se necesitan para existir, aunque ambos necesiten de Dios. La metafísica dualista de Descartes constituyó que el ser humano está compuesto exclusivamente por dos sustancias, entre las que no existe nada en común: la res cogitans (el yo o mente, es el pensamiento) y la res extensa (el cuerpo material, es la extensión espacial).
Se llega a la res cogitans a partir de la duda metódica: por mucho que se dude de todo, es imposible no reconocerse como pensamiento dubitativo. Esta sustancia no tiene dimensión material y solo está presente en los seres humanos, en los que constituye su yo, es decir, su mente o alma. La res extensa es material y su atributo fundamental es la extensión; ocupa un lugar en el espacio y por eso sabemos que existe. El conocimiento que se puede obtener de la res extensa ha de estar en relación con la extensión espacial; de las cosas materiales solo podemos conocer con certeza aquello que puede formularse matemáticamente.
Lo que percibimos realmente no son las sustancias como tales, sino sus atributos principales. La relación entre la res cogitans y la res extensa le llevó a proponer la teoría de la glándula pineal: el pensamiento, a pesar de no poseer ninguna dimensión espacial y no estar en ninguna parte del cuerpo, es capaz de interferir continuamente en este. El hombre no solo piensa, sino que es capaz de modificar el estado del cuerpo. Esto llevó a Descartes a decir que existe un lugar en el cuerpo humano en el que se produce la intersección del cuerpo y el alma, situada en el centro del cerebro. Descartes proponía un modelo teórico lo más adecuado posible a la realidad, que permitiese demostrar cómo podría configurarse la relación entre la mente y el cuerpo.
La relación de nuestra alma con nuestro cuerpo es una relación peculiar. Descartes habla de dos tipos de sensaciones: las externas y las internas. Mediante las primeras captamos los otros cuerpos; mediante las internas lo captamos desde dentro. Por eso nos dice que el alma se extiende a lo largo de todo el cuerpo, aunque exista un lugar en donde parece concentrarse y donde conecta el alma y el cuerpo: el cerebro y, particularmente, la glándula pineal. Descartes admite que el alma y el cuerpo se relacionan casualmente. Las relaciones entre la res cogitans y la res extensa llevaron a Descartes a escribir el ensayo Las pasiones del alma, que trata cómo los sentimientos son una prueba indudable de la relación íntima entre la dimensión espiritual y la física. Descartes establece una separación tajante entre la res cogitans y la res extensa; distingue la cosa extensa (material) y la cosa pensante (espiritual), el yo o razón.
II.3. Pensamiento e Ideas
En Descartes, pensamiento es sinónimo de contenido consciente. Por pensar se entiende todo lo que se produce en nosotros. Descartes responde a la pregunta “¿Qué soy?”: soy una cosa que piensa. Soy una cosa que piensa, cuya actividad la constituyen mis pensamientos. Si pienso en alguna cosa, es posible que esa cosa exista o no exista fuera de mí, pero de lo que no puedo dudar es de que pienso en ella, y si pienso en ella, ella existe al menos como idea. La idea expresa el carácter fundamental del pensamiento y por ella el pensamiento tiene conciencia de sí mismo.
Descartes se propone analizar las ideas del yo. De entre las cosas en las que piensa el yo, ¿habrá alguna que refiera a algo fuera del yo pensante? ¿Existe la realidad externa (al yo)? De lo único de lo que estoy seguro es de que si pienso en algo, eso existe en cuanto que es pensado, pero ignoro si existe algo más aparte de mi yo pensante. Descartes afirma que respecto a las ideas podemos distinguir dos aspectos:
- Ideas como formas que determinan mi pensamiento.
- Ideas como representación de algo.
El cogito me garantiza que las ideas existen en mi pensamiento, pero aún no puedo afirmar con total seguridad que dichas ideas tengan un contenido objetivo. Es decir, ¿existirán las cosas a las que parecen hacer referencia ciertas ideas?
- Que si consideramos las ideas como formas que determinan mi pensamiento, entonces todas son iguales, pues todas proceden de mi yo pensante.
- Pero si considero ciertas ideas como representación de algo, entonces unas serán distintas de otras, pues unas tendrán mayor realidad objetiva que otras. Así podemos distinguir entre:
- Ideas ficticias: son construidas por mi yo pensante a partir de otras ideas.
- Ideas adventicias: parecen referir a algo fuera del yo pensante.
- Ideas innatas: son ideas que el pensamiento posee por sí mismo; deben pertenecerme por el hecho de ser un yo pensante.