Falacias comunes en el razonamiento
La generalización apresurada
Una de las falacias más comunes es la generalización apresurada, que consiste en pasar de una proposición particular como «Algunos madrileños son x» a una proposición universal como «Todos los madrileños son x». Este paso podría ser correcto únicamente si se comprobaran todos los casos posibles, pero, como esto es imposible la mayor parte de las veces, la conclusión suele ser falaz.
Argumento de la pendiente resbaladiza
Se trata de argumentos basados en el llamado «efecto dominó». Hay contextos en los que puede ser razonable la utilización de una estrategia argumentativa como esta, puesto que muchas veces los sucesos se encadenan unos con otros y, antes de tomar una decisión, es preciso valorar las consecuencias que se seguirán de ella. Pero otras veces se utilizan estos argumentos de un modo tramposo, afirmando la existencia de una conexión entre A1 y An sin aportar pruebas, o siendo estas de muy poco valor. Quien presente un argumento de este tipo tiene la obligación de probar que existe el nexo causal pretendido, porque de lo contrario incurre en una falacia por pretender cerrar el diálogo antes de tiempo.
El afán de conocer el universo
Universo, mundo, cosmos
Al hablar de universo, comúnmente nos referimos al conjunto de la realidad material, como si se tratara de un objeto único: el mundo. Sin embargo, el término mundo es ambiguo y podría significar tanto el medio humano como el universo próximo. En el primer caso, se trataría del medio natural estructurado, organizado y dotado de sentido y utilidad por y para el ser humano. En el segundo, de esa parte del universo que nos parece más cercana, asequible y familiar: nuestro Sistema Solar o nuestra galaxia. Por otra parte, de forma más específica, universo podría entenderse como cosmos o, lo que es igual, la totalidad de astros organizada y regida por regularidades expresables en leyes. Se entiende por «astro» cada uno de los elementos o cuerpos de esa totalidad, sea cual sea su naturaleza, composición, forma o movimiento.
Astronomía y cosmología
Según esto, con el nombre de astronomía nos estaríamos refiriendo a la ciencia que estudia los astros o cuerpos celestes, con el fin de conocer sus movimientos, cambios, distancias, tamaños, composición, origen, etc. Esta ciencia ha ido evolucionando e incorporando técnicas de observación y análisis que le han permitido realizar un asombroso avance hasta estos momentos.
Modernamente la astronomía ha sido dividida en tres ramas principales:
- La astrometría, que se dedica al estudio de las posiciones, de los movimientos y de la distribución de los astros.
- La astrofísica, que estudia el estado físico y químico de los astros.
- La astronomía espacial, que se dedica al desarrollo de ingenios espaciales para analizar directamente la materia de que están compuestos los astros.
Por su parte, la consideración de la cosmología como ciencia es relativamente reciente. Estudia el origen y evolución del universo basándose en las observaciones y teorías de la física, la astronomía y las matemáticas. Su finalidad principal es construir modelos del universo que sean coherentes y compatibles con las aportaciones de la ciencia experimental de la naturaleza. Entre sus temas de interés se encuentran la extensión del universo en el espacio y su duración en el tiempo, su origen, su desarrollo y su futuro. Sin embargo, estas cuestiones son sin duda temas tradicionales de la filosofía, que han estado presentes desde los primeros pensadores.
La mecánica cuántica
En la física clásica se parte de una materia compuesta por partículas dotadas de cualidades mecánicas (masa, tamaño, movimiento), que se mueven en el vacío según las leyes de la mecánica y de la gravitación. En 1911 Ernest Rutherford, partiendo de los recientes descubrimientos de la radiactividad, presentó el átomo formado por tres elementos más pequeños: el protón, el neutrón y el electrón. Posteriormente se descubrió que estos elementos están a su vez formados por partículas más pequeñas aún, a las que se llamó «quarks» y «gluones». Hoy se conocen más de doscientas partículas elementales. La materia se muestra dinámica y compleja, con unas leyes por determinar.
La teoría cuántica, iniciada por Max Planck (1858-1947), trató de dar explicación de la naturaleza y las leyes de este mundo subatómico. En primer lugar, estos elementos se muestran bajo un aspecto dual: en unas situaciones aparecen como partículas y en otras como ondas. En segundo lugar, se comportan de un modo imposible de prever y determinar. Es imposible conocer a la vez y exactamente la posición y la velocidad de un electrón. Nunca se puede predecir un suceso atómico con certeza; sólo se puede decir que es probable que ocurra (principio de incertidumbre de Werner Heisenberg). A este nivel, el determinismo de la física clásica deja de tener sentido. Ya no será posible, como pretendía Laplace, suponer que una inteligencia que pudiera conocer la posición y la velocidad de cada una de las partículas del universo en un momento dado, podría calcular ambas cosas para cualquier tiempo.
La teoría cuántica también puso en tela de juicio que las radiaciones se transmitieran en ondas continuas. Planck habló de «paquetes de energía» y Einstein los llamó «cuantos». Un cuanto de energía es una cantidad muy pequeña (6,6 x 10-34 Julios) que constituye un límite por debajo del cual no se puede pasar. De este modo, cualquier forma de radiación electromagnética puede aparecer no sólo como ondas, sino bajo la forma de cuantos, o de «fotones», si se trata de la luz.
La teoría de la relatividad
La teoría de la relatividad pretende explicar la estructura y las leyes del universo considerado a gran escala, en grandes distancias y grandes velocidades. Einstein publicó la teoría de la relatividad, aplicable a los sistemas inerciales, que son aquellos que se encuentran en reposo o están dotados de un movimiento rectilíneo uniforme, con una velocidad constante.
De sus postulados se desprende que la velocidad de la luz es teóricamente la máxima que puede ser alcanzada y, puesto que no es infinita, es imposible la simultaneidad entre acontecimientos observados por diferentes observadores. Con ello, el tiempo deja de ser algo absoluto y pasa a depender de cada observador.
La teoría de la relatividad ha demostrado también que no es posible hablar de espacio sin hablar de tiempo y viceversa. El tiempo pierde su carácter absoluto y se asocia a las coordenadas espaciales como si, algebraicamente, fuera similar a ellas. Esto hace que se pueda hablar de un continuo cuatridimensional denominado «espacio-tiempo».
Pero quizá la más conocida relación sea la establecida entre la energía, la masa y la velocidad. Einstein demuestra que la materia se puede transformar en energía. Ello implica modificar el famoso enunciado de que «la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma» por «la suma total de la masa y la energía del universo permanece constante», idea que puede considerarse como una de las bases de la física actual.
En 1915, Einstein propuso la teoría general de la relatividad, que se ocupa además de los sistemas no inerciales, aquellos en que actúa un movimiento acelerado y no hay velocidad constante, y de la ley de la gravedad. En ella estableció que el espacio físico no es recto y no está regido por la geometría euclidiana, sino curvo, según la geometría de Georg Riemann (1826-1866). La curvatura del espacio es producida por los campos gravitacionales de los cuerpos sólidos. Siempre que haya un cuerpo sólido, el espacio que lo rodee será curvo y el grado de curvatura dependerá de la masa del cuerpo. Del mismo modo, la luz ya no parece viajar en línea recta en el espacio, sino que será desviada por los campos gravitatorios.
El principio antrópico
El ser humano ha ido aprendiendo y aceptando que no ocupa un lugar privilegiado en el universo. La Tierra no es el centro del universo, pero tampoco lo es el Sol. Según el «principio cosmológico», se puede decir que el universo no tiene ningún centro y que tiene el mismo aspecto visto por cualquier observador desde cualquier punto. Sin embargo, es difícil para el ser humano vencer la tentación de dar una visión antropocéntrica a los hechos que tienen relación con él y, por supuesto, al universo.
Cabe, por tanto, hacerse la pregunta de por qué el universo es como es y ha evolucionado de tal modo que ha hecho posible la aparición del ser humano. ¿Tiene el universo una finalidad o ha resultado así por puro azar? ¿Ha evolucionado el universo del mismo modo en todas sus regiones? ¿Hay un único universo o varios universos? ¿Hay vida en otros mundos? ¿La Tierra constituye un caso especial? Son cuestiones que hoy no tienen una respuesta, pero admiten explicaciones muy diversas, algunas de las cuales escapan al dominio de la ciencia.
Lo que sí constituye un hecho incuestionable es que el universo en que existimos tiene unas características muy concretas que, si hubieran cambiado lo más mínimo, no habrían hecho posible la vida. A este hecho se le llama principio antrópico débil. A juicio de algunos científicos, son tan pocas las probabilidades que hay de que si sólo existe un universo, tenga estas características, que han llegado a defender la existencia de múltiples universos para que al menos alguno de ellos tenga estas condiciones. Sin embargo, esta hipótesis no puede considerarse científica al no ser verificable ni falsable por la observación.
De manera más radical, el principio antrópico fuerte defiende la existencia de una verdadera finalidad: el universo, desde el principio, estaba orientado para que en él pudiera aparecer la vida humana. Sin duda, este planteamiento escapa igualmente a la ciencia y queda dentro de la perspectiva filosófica o teológica. Desde la filosofía, dejando aparte las opciones que han buscado explicación para el orden del universo apelando a una razón o logos universal, se puede decir al menos que con la aparición del ser humano, el universo adquiere autoconciencia. Sin el ser humano, el universo no sería conocido, no estaría realmente realizado, le faltaría sentido. Una realidad no conocida es poco menos que inexistente. Desde la teología, se hace necesaria la intervención de un Dios para comprender el origen y el sentido del universo.
Así pues, la ciencia, a lo largo de su historia, ha conseguido explicar muchos de los fenómenos naturales que constituyen el entorno del ser humano y condicionan su vida. Sin embargo, también ha abierto nuevas dimensiones de la realidad que sugieren nuevas preguntas y le plantean nuevos retos. Se hace necesario un saber que no se reduzca a la explicación científica, causal y, a veces, incompleta y parcial por su estricta dependencia de los hechos observables.