Evolución del Pensamiento Filosófico: De la Naturaleza al Hombre

Todas las cosas cambian: las personas, las ciudades, las formas de vivir y también las maneras de pensar. Las épocas antiguas no eran una excepción. En los inicios de la filosofía, los campos de interés fueron aquellos que trataban de descifrar el funcionamiento de la naturaleza (fisis), aunque siempre con ciertos conflictos, como el de Parménides y Heráclito.

Más adelante, surgieron los denominados sofistas, un grupo de filósofos que dejaron de lado la esencia de la filosofía, el afán de conocimiento, para dedicarse a los ámbitos que englobaba la política, como la oratoria. El primero que se opuso a esta nueva manera de estudiar al ser humano fue Sócrates, quien manifestó que debía existir una verdad objetiva de las cosas, aunque jamás llegó a escribir ningún libro sobre ello. Discípulo de Sócrates fue Platón, que también compartía su ideología y llegó a mostrarla mediante sus libros. Más adelante, fue Aristóteles el que criticó las incoherencias de la teoría de Platón, proponiendo una solución a los problemas que esta planteaba.

Los Sofistas: Relativismo y Convencionalismo

Tras muchos años debatiendo sobre si la teoría de Heráclito (todo cambia, nada permanece) era la verdadera o, por el contrario, lo era la de Parménides (no hay nada que pueda convertirse en algo que no es), un grupo de personas planteó que la problemática se encontraba en el ser humano. A esta conclusión se llegó a causa de las dudas que se generaban por el conflicto entre los filósofos presocráticos, que desvanecían las posibilidades de adquirir un verdadero conocimiento del mundo (escepticismo). Así pues, comenzó una época donde la filosofía planteaba que las cuestiones humanas no dependían de la naturaleza, sino de los acuerdos entre los hombres.

Estos filósofos determinaron que una verdad dependía del lugar en que se aplicara. Así, el concepto de justicia podía tener aplicaciones diferentes en diferentes ciudades (relativismo), de acuerdo con lo decidido por los hombres que habitaban en la misma según las necesidades o conveniencias (convencionalismo). Prueba de ello es la tesis sofística del relativismo, que nos dice que “no podemos establecer verdades absolutas sobre ética o política, no hay criterios para establecer qué es bueno y qué no, porque es relativo al lugar y a las personas que protagonizan la acción.”

Otro punto en que se diferencian los sofistas de los presocráticos es el objeto de estudio. Estos últimos aspiraban a una verdad objetiva sobre la naturaleza, mientras que los sofistas centraron sus intereses en los ámbitos sociales. Fueron profesores de política y oratoria, cobrando por sus enseñanzas, que tenían gran valor a la hora de convencer en el Ágora para tomar las decisiones. La filosofía centró sus esfuerzos en mejorar la vida del hombre, aunque no mediante el verdadero conocimiento, sino a través de las artes del discurso. El ser humano era objeto de cualquier estudio, así como de cualquier tipo de medida (recordemos que los sofistas pensaban que los hombres deciden todo lo que influye en ellos y, por ende, todo ha de ser medido en base al humano), y esto derivó en un completo giro hacia el antropocentrismo (el hombre como centro de la filosofía), lugar que antes ocupaba el afán del saber.

Sócrates: En Búsqueda de la Verdad Universal

Más adelante, apareció Sócrates, quien recibió clases de los sofistas. No compartía su filosofía; él buscaba enseñar y aprender la verdad de las cosas. Su método de enseñanza era la mayéutica, que consistía en plantear preguntas a su interlocutor, hasta que llegara a una conclusión lógica.

Este particular método de aprendizaje provenía de las ideas de Sócrates, cuya teoría se basaba en que había una clara separación entre el cuerpo (mortal y corruptible) y el alma (inmortal y permanente). Esta última ya habría visitado con anterioridad un mundo en que se encontraban los verdaderos conceptos de las cosas, las ideas de los mismos (teoría de la reminiscencia). Sócrates era partidario del universalismo, es decir, de la existencia de una verdad común para todos, independientemente del lugar, situación o época en que se encuentre.

El objetivo de su filosofía era encontrar las definiciones universales de las cosas. Así pues, se podía hablar de un tipo de justicia u otra, pero debía existir una definición común a ambas. Sócrates pretendía descubrir la verdad para vivir “como es debido”, dando lugar al intelectualismo moral, mediante el que se establecía que el conocimiento y la virtud están relacionados. Así, el que obra justamente es porque conoce la justicia y quien no lo hace es porque no la conoce.

Aunque Atenas se autodenominara como una ciudad demócrata, votada por los ciudadanos, Sócrates manifestaba que un gobierno no puede estar formado por políticos incultos votados por una población inculta. El gobernante debía ser alguien que conociera el concepto de justicia, del bien… un filósofo. Supuso un nuevo cambio en el rumbo de la filosofía, que hasta ahora se había mantenido en el ámbito político. Volvió, en parte, a la idea principal de los presocráticos, que era descubrir la verdad objetiva de las cosas. Aunque con muchas y buenas ideas, no se tardó en dictar sentencia de muerte para el filósofo, que murió en el año 399 a.C. acusado de pervertir a la juventud con sus ideales.