El Concepto del Yo: Un Viaje Filosófico desde Descartes
Podríamos decir que la filosofía moderna apareció con una premisa inicial: definir el concepto de sujeto, el “yo”. René Descartes, considerado el padre del racionalismo, fue el primero en plantearse esta cuestión de manera seria y con el objetivo de conseguir dar una respuesta racional a la pregunta “¿Qué soy yo?”. En oposición a este filósofo apareció David Hume, cuyos pensamientos giraban alrededor del denominado empirismo, es decir, la prueba física de que algo existía. Este tipo de preguntas se consideraban modernas por el simple hecho de que se rebelaban contra lo que venía impuesto como costumbre y trataban de hallar la verdad sobre las cosas.
Definiendo a la Persona: Más Allá de la Biología
La pregunta principal que trataremos de responder, con la ayuda de los pensamientos de grandes filósofos, es “qué soy”. Aunque esto es algo demasiado complejo de hacer, al menos por ahora, por lo que la responderemos de manera gradual, de lo más básico a lo más complejo. En primer lugar, definiremos qué es ser una persona, ya que no siempre significa lo mismo. Según la RAE, una persona es un individuo de la especie humana, una explicación bastante general (y científica). Aunque los griegos no lo veían así, ya que para ellos esta palabra significaba la máscara que se ponían los actores en el teatro. Visto desde un punto de vista más filosófico, podríamos decir que una persona es aquel ser (humano) que ha alcanzado un estado de madurez psicológico suficiente en nuestra sociedad para ser considerado como integrante racional de esta. Pero, ¿qué se considera un nivel suficiente de madurez?
Las Dos Almas de Descartes: Naturaleza y Cultura
Bueno, Descartes diferenció en nosotros dos partes, algo parecido a dos almas. La primera, constituida por todo aquello natural (nuestra genética, por ejemplo) que no podíamos variar prácticamente nada a lo largo de nuestra vida; y la segunda, que englobaba a todas las cosas socioculturales, que moldeaban nuestra manera de pensar y de percibir las cosas a nuestro alrededor. Claro que no sólo adaptaban nuestra manera de ver las cosas, sino que también nos educaban en valores éticos y morales, que nos enseñaban qué estaba “bien” y qué estaba “mal”. Estamos hablando, pues, del concepto de conciencia.
Los Grados de Conciencia: De la Percepción a la Acción
Descartes no sólo llegó hasta ahí, sino que también dividió nuestra conciencia en varios grados, como si de los grados de conocimiento de Platón se tratase.
- Conciencia directa: El primero y más elemental, que suponía percibir una situación, aunque no implicaba el hecho de ser conscientes de los efectos que ésta tenía sobre nosotros.
- Conciencia refleja: Que, como su propio nombre indica, nos hacía reflexionar sobre la situación que recibíamos por nuestros sentidos.
- Conciencia moral: En último lugar se situaba la conciencia moral (amoldada a la sociedad en la que nos hayamos criado), y que era la que, en última instancia, decidía cómo deberíamos actuar ante la situación que se nos presentaba.
El Método de la Duda Hiperbólica: En Busca de la Verdad Indudable
Una vez están todas las explicaciones del concepto de persona hechas, nos adentraremos un poco más en el concepto del “YO”, con el que resolveremos, mediante el método de Descartes, la pregunta principal de nuestra disertación. ¿Qué soy? Nos preguntábamos al principio. Hasta ahora sabemos que somos una persona, formada por elementos que nos vienen dados desde que nacemos y otros que aprendemos a lo largo de nuestra vida y que condicionan nuestra manera de ser. Además, también sabemos que somos seres capaces de percibir una situación, entenderla y actuar en consecuencia. Hemos avanzado bastante, pero eso no es todo. La duda que nos surge ahora es: ¿cómo podemos saber qué somos, si partimos de que todo lo que sabemos puede ser falso y debemos identificar aquello que no lo es?
Los Tres Niveles de Duda Cartesiana
Descartes (una vez más) elaboró, para llevar a cabo este trabajo, el método de la duda hiperbólica, que consistía en imaginar situaciones (incluso improbables totalmente) para todo lo que sabíamos hasta el momento, con el fin de descartar aquello que no fuera capaz de “pasar la prueba”. Aunque claro, no todos podemos llegar hasta el mismo límite y lo mismo se aplicaba a los conocimientos del momento, y es por ello que el filósofo racionalista planteó tres tipos de duda para aquello que sabía:
- Los sentidos nos engañan: En un primer lugar, nos encontrábamos con un tipo de duda que ya conocemos, que es la de “los sentidos me engañan”. De esta manera podríamos deshacernos de aquellas cosas que, obviamente, eran falsas (como las ilusiones ópticas). Además, y para dar un poco más de peso a esta duda tan “simple”, tenemos al filósofo Montaigne, que argumentaba en una de sus obras que nuestra percepción sensible de la realidad podía variar, de una manera que jamás nos podríamos imaginar, con nuestro estado de salud; no percibíamos lo mismo estando sanos que enfermos, ni estando eufóricos que deprimidos.
- Duda de los razonamientos: Si afinamos un poco más el filtro, llegamos a algo que, aunque no es lo más frecuente, pasa y sí, estamos hablando de dudar de los razonamientos hechos por el propio hombre que, como todo, pueden ser equívocos y pueden llevar a una sociedad a vivir en la ignorancia por muchos siglos. Pero claro, como lo ha dicho X persona y es un reputado en su campo, pues es verdad y se convierte en costumbre… ¿No nos recuerda esto a aquellos mitos que se utilizaban en la más antigua de las antigüedades? Bueno, pues, como vemos, no todo desaparece con el tiempo y esto es un claro ejemplo.
- La hipótesis del sueño: En último lugar y llegando casi a la locura, tendríamos el tercer grado de duda, que el mero hecho de llegar allí ya podría haber sido un mérito para todas esas afirmaciones, aunque lamentablemente (o por fortuna) tan sólo una enunciación, que veremos más adelante, consiguió pasar esta “prueba final”. Estamos hablando de algo tan extremo como dudar de nuestros sueños, de no distinguir si estamos en uno o no, y en consecuencia no saber por qué valores regirnos.