La Duda Metódica y el Fundamento del Conocimiento en Descartes
Con Descartes se inicia la filosofía moderna. Padre de esta, intentó dar base firme al conocimiento. Empezamos, pues, a hablar del origen de su filosofía. El Renacimiento, la época en la que se encuentra Descartes, será una época de crisis, de cambio de mentalidad sobre la vida y el hombre. Entre las características más importantes de este periodo destacan la aparición de una nueva ciencia que inaugura un nuevo paradigma y la ruina definitiva de la filosofía escolástica, sometida a una crítica demoledora, frente a la cual aparecen diversas filosofías inspiradas en los griegos.
El autor vivía en una época de confusión, donde destacaba el antropocentrismo humanista y la revolución científica. El hombre será centro del universo, dueño de sí mismo y completamente libre. Se abrirá así camino a la autonomía de la razón. Se luchará por una nueva concepción de ciencia mecanicista y cuantitativa, terminando con el concepto aristotélico del mundo y del universo. Todo esto creará un determinado modo de interpretación de la razón y de cómo hacer uso de ella.
Se creará a partir de aquí el proyecto cartesiano con el fin de elaborar una filosofía capaz de fundamentar la nueva ciencia y la nueva imagen del hombre racional y libre desde un mismo presupuesto: la razón. Esta imitará el modelo matemático partiendo de una deducción y la intuición mediante el método que le sea propio, aunque se dará un replanteamiento del método destruyendo el silogismo que, según Descartes, solo sirve para saber lo que ya se conocía. Sentará, pues, las bases para la construcción de una nueva filosofía desmintiendo a los falsos conocimientos, de cuyos procesos serán fundamentales la duda y sus pasos y el cogito.
Los pasos de la duda serán los siguientes:
- El primero, mediante los sentidos, aunque pueden ser engañados, ya que podemos confundirlos con la realidad, en especial con los sueños, y por ello comenzará considerando falsos todos los datos suministrados por ellos.
- El segundo paso será la existencia del mundo externo, e incluso de nuestro propio cuerpo, puesto que al dudar de los sentidos se nos permite dudar de que los objetos percibidos sean tal y como los percibimos, pero no de su existencia misma. Será la dificultad de distinguir con total evidencia la vigilia del sueño, nos permite dudar de la existencia de las cosas, de la existencia de un mundo exterior a mi pensamiento, y esto nos hace considerar provisionalmente falsa dicha existencia, y por ello el propio cuerpo, al ser distinto del pensamiento, se encuentra sujeto a este paso de la duda.
- En el tercer paso, Descartes duda del funcionamiento correcto de la razón, para lo que utiliza el argumento de los falsos razonamientos que los hombres cometen. Este paso de la duda en el Discurso del método aparece en segundo lugar, pero en Meditaciones metafísicas es el último paso de la duda y plantea una hipótesis: el genio maligno.
Antes de llegar al cogito, la parte de la duda cartesiana desmonta todo saber anterior. Se duda para fundamentar y llegar a una verdad indomable. Llegada a este extremo, la duda, Descartes alcanzará la última verdad,”el cogito” (pienso, luego existo), una verdad indubitable confirmada por la duda misma, puesto que para pensar y dudar tenemos necesariamente que ser. Será esta verdad el punto de partida de toda la filosofía cartesiana, de donde Descartes obtendrá dos conclusiones:
- Una es la que el yo pensante es, algo que piensa, cuya actividad la constituyen los pensamientos y puede dudar incluso de ellas (sustancia pensante), puesto que es una sustancia totalmente independiente de la materia y del propio cuerpo.
- Y la segunda será el criterio de certeza, de donde concluirá que todas las cosas que percibimos distintamente serán verdaderas (como el cogito).
Una vez sentada esta verdad, empieza la parte constructiva de la filosofía cartesiana, sin las reglas tercera y cuarta del método. Se pretende ahora construir el edificio de la ciencia y cabe destacar que aún sigue vigente ese genio maligno empeñado en equivocarnos. Así, se intentará mostrar su imposibilidad, y la única manera de ello es analizando las ideas, cuyo objetivo será alcanzar una idea tal que, aun siendo idea, implique necesariamente la existencia de una realidad exterior al yo.
Analizando así las ideas, encuentra Descartes que todas parecen proceder del mismo lugar, del mismo modo y que son todas iguales. Ahora bien, en cuanto a su origen sí existe diferencia, pues existen las innatas, nacidas de uno mismo, las adventicias y las ficticias, inventadas por uno mismo. Tendremos que considerar su diferencia en cuanto a su realidad objetiva para saber si todas provienen de uno mismo. Sobre esto dirá Descartes que tendrán más realidad objetiva las que representan sustancias materiales: es decir, participan de más grado de perfección. Llegará a la conclusión de que la idea de Dios, ese ser perfecto y eterno, tendrá la máxima realidad objetiva, puesto que es el origen de todo lo creado, y además hará esto mediante dos demostraciones basadas en la finitud de este ser y en el argumento ontológico. Hasta ahora, el criterio de certeza y todos los contenidos del yo pensante estaban bajo sospecha. Gracias a la idea innata y de máxima realidad podemos garantizar que la razón humana funciona correctamente y nos engaña cuando cree que ha alcanzado alguna verdad, y así Descartes justifica el criterio de certeza y de duda: que todo lo que se percibe tan clara y distintamente ha de ser verdad. Así pues, la idea de Dios permitirá reconstruir el sistema de su filosofía y rechazar la duda sobre la razón y el criterio de certeza. Respecto a la pregunta de por qué nos equivocamos, explica Descartes que Dios nos crea dándonos un entendimiento limitado, dándonos la posibilidad de no errar. Garantiza, pues, las verdades matemáticas y el uso de la razón.
La Existencia de Dios y la Refutación del Genio Maligno
Por medio de la duda pretendíamos encontrar una verdad indubitable que fuera el fundamento último del saber. La primera consecuencia que hemos obtenido del cogito es lo que yo soy, una cosa que piensa, que tiene ideas, también el criterio de certeza, la evidencia, como característica de esta primera verdad indubitable. Pero no estamos libres de sospechas. Pero si pretendemos ahora es reconstruir el edificio de la ciencia, restaurando la dicha confianza en dicho criterio. Si lo que nos permitía dudar de él era la hipótesis de que tal vez existiera un genio maligno empeñado en equivocarme siempre que cree haber alcanzado la verdad, el camino más adecuado será el de mostrar la imposibilidad de semejante engañador. El objetivo es buscar una idea tal que implique necesariamente la existencia de una realidad exterior al yo capaz de justificar el criterio de certeza: la idea de Dios. Se trata de demostrar la existencia real de Dios.
Analizando las ideas, encuentra Descartes que estas, en cuanto son ciertos modos de pensar, sean todos iguales. En cuanto al lo que parece ser su origen, sí hay diferencia: unas me parecen nacidas conmigo (innatas) y otras extrañas (adventicias) y otras hechas o inventadas por mí mismo (facticias). Se hace preciso profundizar en nuestro análisis y considera su diferencia en cuanto a su realidad objetiva: las que representan sustancias, son sin duda algo más y contienen más realidad objetiva, es decir, participan por representación, de más grado de ser o perfección que las que solo me representan accidentes. Descartes sigue la teoría de la causalidad de Aristóteles, la cual la causa es siempre mayor y anterior al efecto. Aportará dos pruebas para demostrar su existencia:
- A partir de la consideración de la propia finitud, aplicando el principio de causalidad a su idea de Dios, establece esta demostración. Todas las ideas que hay en mí las he podido causar yo, pues ninguna encierra perfección que yo, formal o no, posea, excepto la idea de Dios. Es necesario, como que Dios no existe, pues si bien hay en mí la idea de sustancia, siendo yo una, no podría haber en mí la idea de una sustancia infinita, siendo yo un ser finito, de no haber sido puesto en mí por una sustancia que sea verdaderamente infinita. Dios existe, puesto que existió y puesto que la idea de un ser sumamente perfecto, esto es, de Dios, está en mí, la existencia de Dios queda demostrada.
- En la quinta meditación y en la cuarta parte del Discurso del método aporta nuestro autor otra prueba. Se trata del conocido argumento ontológico reducido al absurdo: parte de la idea que todo hombre tiene de Dios, que nace de la atenta consideración de la idea de Dios. Esta variación aparece en Descartes de tal modo: si pienso la idea del triángulo, pueden o no existir los triángulos fuera de mi mente, incluso puedo pensarlos o no pensarlos, pero si existen o los pienso habrán de tener tres ángulos que sumen dos rectos, no puedo pensarlo de otro modo, lo percibo así muy clara y distintamente. A cualquier idea de una cosa, obtenida del ejercicio de mi pensamiento, todo cuanto reconozca pertenecerle clara y distintamente, le pertenece necesariamente. Si esto es así de simple consideración de la idea de Dios, idea del ser que reúne en sí infinitamente todas las perfecciones, se sigue necesariamente su existencia real, ya que esta en una perfección. Sin embargo, se objeta Descartes: si la existencia de Dios es algo tan claro y evidente, ¿por qué estamos tan acostumbrados a distinguir en todas las cosas entre su esencia y su existencia que no caemos en la cuenta que tal distinción real es imposible en Dios, ya que si lo pienso con atención es imposible separar de la esencia de Dios su existencia?
Esta idea es la que permite sacar al Dios del solipsismo y reconstruirá su filosofía. Al no poder concebir a Dios como no existiendo, nos pone de manifiesto la consecución de encontrar una idea tal que, aun siendo idea, implique la existencia de una realidad exterior al yo: Dios.
Noción 1: La Duda Metódica y sus Niveles
Descartes intenta crear una filosofía capaz de conocer al mundo con la ciencia y capaz de crear una nueva imagen del hombre, capaz de gobernar así mismo. Nos explica que la duda a la que se refiere no es una duda real, de la vida o de las costumbres, sino la que se busca la verdad. La duda metódica viene exigida por la aplicación del método, se duda de todo porque se quiere dudar. Esta puesta a prueba del método tiene una doble finalidad: la primera se trata de aplicar el método para intentar resolver el problema, esto es, la fundamentación metafísica de la ciencia. Esto será posible si encontramos esa verdad a partir de la cual podamos deducir el conjunto. La segunda también se duda del mismo criterio de certeza que permite al mismo tiempo la fundamentación metafísica del método. La doble finalidad en realidad es la misma, ya que la fundamentación metafísica del método no es otra cosa que la fundamentación metafísica de toda la ciencia. Como origen, el método expresa la estructura de la razón, cuyo fruto es la ciencia, y la fundamentación metafísica del método es proceder de la razón y de los frutos de este proceder.
La duda metódica se establece en tres niveles de distinta profundidad, hasta su máxima radicalidad. No se rechazará una a otras todas las ideas, sino que se debe ir al origen de donde provienen. El primer nivel consistirá en admitir que cabe la posibilidad de que los sentidos nos engañan, ya que no tenemos la certeza de que sea lo contrario, por lo que se consideran falsos todos los datos que vengan por los sentidos. Esto aparece como la primera duda en ambos libros. Aunque se duda de los sentidos, no podemos dudar de las verdades matemáticas, pues siempre dos y tres sumarán cinco, y una verdad tan clara no parece que pueda ser falsa. Sin embargo, se puede suponer la existencia de un genio maligno, el cual te engaña. El término del espíritu maligno se refiere a la duda de la razón misma. En este punto, se plantea una pregunta, es decir, ¿quién nos asegura que cuando se hacen operaciones, cuya conclusión es evidente, es verdadera?, ¿no será la razón la que se equivoca cada vez que se cree captar la verdad?, entonces debemos considerar provisionalmente falsas las matemáticas. Al dudar en el primer nivel de los datos suministrados por los sentidos, dudamos de si lo que percibimos es así en realidad, pero no de su existencia. La dificultad está en distinguir si estamos en un sueño o en el mundo real, lo que nos permite dudar sobre la existencia de las cosas, la existencia de un mundo exterior a nuestro pensamiento, y así considerar provisionalmente falsa la existencia. Llegados a este punto de la duda, llegamos a una realidad indudable, ya que si se duda es necesario existir. Esta primera verdad es el principio de la filosofía cartesiana. Se obtiene dos conclusiones procedentes de esta verdad:
- En primer caso, lo que soy. Descartes observa que es una cosa pensante, es decir, que duda, imagina y siente. La cosa que piensa y que duda de la existencia de las piezas que sus pensamientos le representan, pero no de ellos. Sin embargo, se plantea de dónde procede dicha cosa que piensa, concluyendo en que provendrá de una sustancia.
- En el segundo caso, el criterio de certeza. Todas las cosas que concebimos muy claras y distintivamente son verdaderas, tal idea dice Descartes es evidente, y que la evidencia es la consecuencia o el fruto de la intuición. Este criterio ha quedado entre dicho bajo la hipótesis del genio maligno.
Noción 2: La Sustancia Pensante y las Ideas
Descartes parte de la verdad indubitable ya encontrada, el cogito, el pienso luego existo; con este descubrimiento de la verdad primera se terminó la parte crítica de la filosofía cartesiana y comienza la parte constructiva (3ª y 4ª regla del método). De esa verdad primera se obtiene la primera consecuencia, que es que somos una cosa que piensa, que posee ideas y que tiene el criterio de certeza y la evidencia como la característica primera, pero a pesar de todo esto, es verdad, aún está sujeto a la duda de la razón, existe, de momento, solo como pensamiento. En el texto se menciona que existimos como una sustancia pensante y, que por la definición, la sustancia no necesita de otra cosa para existir, por lo que solo Dios sería una sustancia si se aplica estrictamente esta definición. Por tanto, finalmente se considera sustancia también al cuerpo y al pensamiento porque no necesitan uno del otro para existir, aunque necesitan a Dios. Así, Descartes afirma que somos una sustancia pensante que tiene ideas; en ese sentido, Descartes dice que las ideas, en cuanto a modos de pensar, son todas iguales, pero sí que existe diferencias en cuanto a su origen: unas parecen nacidas de ti (innatas), son las que se encuentran en nuestra mente antes de cualquier experiencia sensorial del mundo. La más importante es la idea de infinito o Dios; otras vienen de fuera (adventicias), se producen por la acción del mundo exterior sobre nuestros sentidos. Son las ideas que dan lugar al conocimiento sensible; y otras inventadas por ti mismo (facticias), con consecuencia del poder de nuestra imaginación. Las construye la mente a partir de otras ideas. Descartes considera su diferencia en cuanto a su contenido, a su realidad objetiva, por lo que mantenía que las ideas tienen diferentes grados de ser o perfección, así por ejemplo la idea de Dios tiene la máxima realidad objetiva. Así, tras la demostración de la existencia de Dios, se garantiza que la razón funciona bien con el origen de las cosas innatas, cuya realidad objetiva es mayor que la del yo. En conclusión, tras la demostración de la existencia de Dios como ser perfecto que garantiza el criterio de certeza, la existencia del mundo y, por último, las ideas de los sentidos tras las cualidades primarias y secundarias.
Noción 3: La Sustancia y el Dualismo Cartesiano
Descartes entiende por sustancias la misma definición que tenía Aristóteles y durante todo el mundo occidental: sustancia es lo que subsiste o no necesita de otra para existir (sub-stare). Pero, con esta definición, lo único posible sería Dios, ya que es el único que existe sin necesidad de nada. Sin embargo, Descartes afirma que sustancia también incluye al yo y los cuerpos, debido a que no necesitan la una de las otras para existir, solo necesitan de la existencia de Dios. Ahora bien, lo que percibimos con tales no son las sustancias, sino los atributos (son inconocibles), los cuales son distintos en el cuerpo y en el yo; la propiedad de cada sustancia en su naturaleza, esencia. Es por ello por lo que se le conoce a los cuerpos como sustancias extensas (res extensa) y al yo, sustancia pensante (res cogitans). Descartes lleva a cabo la separación entre estas dos sustancias para hacer compatible el mecanismo de la ciencia con la libertad. La res extensa será objeto de la ciencia mecanicista y la res cogitans del reino de la libertad. Frente a la tradición aristotélica, Descartes se opone a toda física cualitativa y elabora una física mecanicista. Las bases de esta física serán la extensión como esencia de estas. Entre los logros cartesianos en este campo cabe destacar el haber formulado por primera vez de modo explícito la ley de la inercia. Toda la res extensa será considerada como puros mecanismos. Pero la voluntad del hombre no se puede explicar por medios de relaciones causales. En el estudio del hombre, rompe la unidad de tradición aristotélica. El cuerpo es una máquina autosuficiente que no pertenece a la esencia del hombre. El problema para Descartes se plantea al explicar la relación entre el cuerpo y el alma en el hombre, ya que, por un lado, distingue cuerpo y alma y, por otro, la experiencia le muestra la profunda relación de uno y otro, por lo que deben constituir una unidad. En su intento por buscar una solución, pensó en una glándula situada en el cerebro, donde se comunican ambas partes. Pero esto no es lo que se busca, sino cómo se comunica, lo cual no está claro. Por ello, afirma que el ser, cuerpo y alma, son sustancias independientes, no necesitan la una de la otra para explicar sus procesos. Los del cuerpo se buscan en la máquina corporal y los del alma en el yo pensante. De este modo, se hace posible la libertad humana, desde la cual construir la propia vida y el orden social en el ejercicio autónomo de la razón.