Contexto filosófico: la crisis de la razón ilustrada y el ascenso de los totalitarismos en el siglo XX
Crisis de la razón ilustrada (véase “Vitalismo de Nietzsche”)
La crisis de la modernidad, según Arendt, habría llegado con el ciclo de grandes guerras europeas de 1914 a 1945. Las formas culturales aparecidas en el siglo XVII, se han agotado y perdido su razón de ser: la nación-estado y su estilo de hacer política (razón de estado); la visión del mundo burgués, cifrada en una filosofía de la historia que hace del progreso su ideal supremo y su motor, y lo humano como “valor” alternativo a lo divino trascendente, anclado en una concepción optimista de la naturaleza humana; finalmente, hasta la ciencia misma y su concepto de verdad. Todo ello es lo que conlleva para Arendt el surgimiento de los sistemas totalitarios. También se dan otros «elementos» que cristalizan en el totalitarismo, como la explosión demográfica, la expansión y superfluidad económicas, el desarraigo social y el deterioro de la vida política.
El origen de los totalitarismos: el mal absoluto
En Los orígenes del totalitarismo, la obra cumbre en la que comienza a abordar el tema del mal, y concretamente en el apartado de la “Dominación total”, Arendt describe este “mal absoluto” como un mal desconocido hasta el momento, que no se ajusta a las perversiones de los sentimientos humanos, y trata de destruir la idea de humanidad. Según el análisis de Arendt, este mal absoluto o radical se caracteriza por tres rasgos fundamentales:
- “Incomprensible” porque no puede ser explicado a la luz de las motivaciones malvadas clásicas como el egoísmo, el poder, la cobardía, el interés propio, etc.
- “Incastigable” porque las prohibiciones morales tradicionales no son adecuadas para condenarlos y van más allá de lo previsto y legislado por cualquier categoría jurídica.
- “Imperdonable” porque trasciende la esfera de los asuntos humanos y porque, ningún ser humano es capaz de perdonar aquello que no puede castigar.
La condición humana: labor, trabajo y acción
Hannah Arendt critica a Marx el que confundiera labor, trabajo y acción, y también la incapacidad de considerar al ser humano individual, sino siempre en colectivo. La dialéctica es un legado de Hegel compartido por Arendt y Marx, pero de formulaciones apartadas. Marx la cree como la inversión del trinomio hombre, capital, trabajo, sin hacer la distinción de Arendt, entre el ser humano que trabaja, el que labora y el que actúa en vista de su emancipación. Labor, trabajo y acción son tres papeles desempeñados por el ser humano en el transcurrir de la historia. Arendt cree que el Homo Faber es la persona humana que ejerce la labor en vista a su supervivencia; el Homo Laborans es el trabajador que transforma la naturaleza; y, el ser humano dotado de acción es quien sale en búsqueda de la emancipación, a través de la acción y la reflexión política.
Ámbitos de la Vita activa: privado, público y social
Dentro de la teoría de Hannah Arendt, existen tres condiciones fundamentales de la vida humana: la vida, la mundanidad y la pluralidad. Cada una de estas condiciones se corresponde con una actividad: producir, trabajar y actuar.
- Producir es la actividad que se corresponde con los procesos biológicos del cuerpo humano. Estas necesidades son vitales para la supervivencia y no podemos prescindir de ellas, por lo que no queda lugar para la libertad.
- La segunda actividad de la vita activa es el trabajo. Es la actividad que produce obras y resultados. Se refiere a actividades como la fabricación de instrumentos u objetos de uso, además de las obras de arte. Con esta actividad se intenta controlar la naturaleza. Mediante el trabajo se construye el mundo independiente de objetos a partir de la naturaleza. Esta actividad crea un mundo artificial, como por ejemplo el hogar. Se diferencia de la producción porque los objetos que se consiguen son duraderos, el resultado del trabajo es algo productivo y hecho para ser usado, no para ser consumido.
- Con la realización de la última actividad, la acción, los individuos se construyen en lo que son, así se diferencian de los otros. Esta actividad permite la aparición de la pluralidad que hace que percibamos las diferencias con los otros. Así aparece la identidad, a partir de la diferencia entre el actuante y el otro. Solo mediante la acción nacen los individuos y, mediante ésta, lo privado se hace público ya que se comparte con otros. Al actuar y al hablar las personas muestran quién son.
Eichmann en Jerusalén: la banalidad del mal
En el juicio contra Adolf Eichmann, Arendt esperaba contemplar a un ser monstruoso, sádico y cruel. Sin embargo, se encontró con alguien absolutamente normal. En ese momento, Arendt se dio cuenta que se hallaba frente a un nuevo tipo de criminal, que nunca obró movido por motivaciones malignas. Era simplemente un individuo que se había vuelto incapaz de distinguir el bien del mal; para él, el “bien” era cumplir su cometido de la manera más eficaz que pudiera. La voz de su conciencia había sido sustituida por la voz del Führer.
Dos características:
- En primer lugar, tanto la banalidad del mal como el mal radical se alejan de la noción que el mal es la expresión de malas voluntades o motivos malvados.
- En segundo lugar, la ausencia de razones subjetivas para la ejecución de actos terribles puede compatibilizarse con una participación masiva y organizada en el mal e incluso puede resultar útil para llevarlo a cabo con eficacia.