John Stuart Mill: Críticas al Utilitarismo y Reformas a la Economía Política Clásica

Críticas al Utilitarismo

El utilitarismo, como corriente filosófica, ha sido objeto de diversas críticas. A continuación, se presentan algunas de las más relevantes:

a) La Utilidad como Criterio Moral

Al vincular lo bueno y lo moral con lo útil, el utilitarismo impide calificar como buenos o morales los actos en sí mismos inútiles. Por ejemplo, aquel que combate la tiranía para ganar la libertad y sucumbe antes de alcanzarla. Surge la pregunta: ¿Qué es mejor al decidir una acción? ¿El acto que reporta más felicidad para menos gente (por ejemplo, una política maximizadora de beneficios empresariales), o aquel que conlleva menos felicidad, pero para más gente (por ejemplo, una política de redistribución de la renta)? En una sociedad dividida en clases, la aplicación de la norma utilitarista desmiente su pretendida universalidad: unos priorizan su “interés” en el placer de comer y otros en poder aplacar el hambre.

b) El Hedonismo Psicológico

El hedonismo psicológico presupone que todos deseamos el placer como fin y, por ser lo deseado, se identifica con el bien. Si se admite que solo el placer es intrínsecamente bueno, ningún acto que implique un sacrificio puede serlo. De hecho, consideramos buenas muchas acciones desligadas del placer, y estas son las que consideramos mejores desde un punto de vista moral.

c) Cantidad vs. Calidad del Placer

El utilitarismo sostiene que la bondad de un acto es proporcional al placer que contiene. John Stuart Mill afirmará que lo bueno no depende de la “cantidad” de placer, sino de su “calidad”, determinada por la clase de norma elegida para llegar a las mejores consecuencias. El problema reside en saber qué placer merece ser promovido y cuál no: ¿por qué apoyar menos, por ejemplo, lo bueno religioso que lo bueno artístico, o viceversa?

La Nueva Economía Política de John Stuart Mill

La economía política clásica constituye el núcleo de la herencia intelectual que recibió el joven J.S. Mill. Él la completó con estudios sobre las alternativas socialistas, el pensamiento romántico y el método científico de Comte, lo que lo condujo a revisar y reformar algunos principios del radicalismo.

En A System of Logic (1843), Mill afirma que la economía política es una ciencia autónoma (no siéndolo la ciencia política). La economía política clásica es una ciencia abstracta e hipotética, construida sobre el análisis de una única causa explicativa de los fenómenos sociales: el deseo de riqueza, que actúa según la ley psicológica de que se prefiere la ganancia mayor a la menor. El método es deductivo a priori. Posteriormente, en los Principles of Political Economy, Mill apunta la necesidad de ampliar el marco de análisis de la economía política.

Las modificaciones que efectúa sobre algunos principios básicos de la economía clásica son:

  1. Distinción entre Leyes de Producción y Distribución

    La distribución de la riqueza depende de las leyes y costumbres de la sociedad. Las reglas que la determinan son el resultado de las opiniones y sentimientos de la parte gobernante, variando según países y épocas (Principios). La economía política estudiará cómo estas instituciones y costumbres afectan la distribución de la riqueza, pues una vez decididas, la incidencia sobre la distribución no es arbitraria, sino un objeto de investigación científica (Principios).

  2. Revisión del Principio de Laissez-faire

    Mill aboga por el laissez-faire (dejar hacer) y considera que toda desviación de este principio, a menos que se precise por algún gran bien, es un mal seguro. Esto se debe a que “los asuntos de la vida se ejecutan mejor cuando se deja en completa libertad para hacerlos a su manera a los que tienen interés más inmediato en ello, sin el control de ninguna ordenanza legal ni la injerencia de ningún funcionario público” (Principios). Un pueblo que espera que se lo den todo hecho es, para Mill, un pueblo a medio desarrollar. La democracia implica realizarla en todas las instituciones y niveles, no solo en el gobierno central. Esta idea de autodeterminación del individuo en un marco donde el Estado del bienestar transfiere al mercado el papel predominante es interesante.

    Para intervenir, se requiere de algún gran bien, como la educación. Mill insta a los poderes públicos a establecer escuelas y colegios, aunque sin obligar ni sobornar a nadie para que asista. Otras intervenciones estatales se relacionan con las leyes de propiedad y contratos, administración de justicia, policía, impuestos e intervenciones facultativas, algunas legítimas y otras erróneas por su autoritarismo. Las intervenciones deseables corresponden a circunstancias de falta de información entre individuos, protección de niños y jóvenes, regulación de condiciones laborales, política en colonias y casos sin iniciativa privada para cubrir una necesidad social. Mill anticipa lo que luego se denominará “fallos del mercado” y la necesidad de intervención estatal.

  3. Socialismo y Cooperación

    Mill se consideraba socialista porque creía que el problema social futuro sería cómo unir la mayor libertad de acción con la propiedad común de las materias primas y una igual participación en los beneficios del trabajo conjunto (Autobiografía). Muestra interés por las organizaciones obreras, oponiéndose a la legislación antisindical, aunque ve el sindicalismo como un medio de educación de la élite trabajadora mediante el desarrollo de la dignidad personal y la simpatía entre trabajadores. Defiende las cooperativas obreras por su capacidad de estimular el esfuerzo de sus socios y cualidades como la previsión y la colaboración voluntaria.

    La idea de cooperación desempeña en el pensamiento de Mill un papel similar a la simpatía de Hume o la benevolencia de Bentham: un resorte moral para evitar las consecuencias socialmente perniciosas de la persecución individual del propio interés a corto plazo.

La sociedad ideal futura es, para Mill, una sociedad de individuos autodesarrollados que cultivan las facultades espirituales más altas, para lo cual se necesitan medios redistributivos e incentivos educativos y morales. La “revolución moral” de Mill se limita a corregir los desmanes del propio sistema, no a su desmantelamiento, que será el objetivo de Karl Marx. Mill ensalza el papel innovador del empresario capitalista y espera que en el futuro “inteligencias más elevadas consigan educar a los demás para mejores cosas”. La metáfora del capitalista como capitán de la nave (empresa) que navega entre tempestades (crisis económicas) será retomada por apóstoles del mercado e incluso por Nietzsche. El sistema capitalista ha creado un abismo entre las leyes políticas y el ámbito “privado” de las empresas, donde las leyes de familia se imponen a las leyes políticas en beneficio exclusivo del empresario.