Se puede analizar desde dos perspectivas la teoría del conocimiento y la ética. En la teoría del conocimiento, Aristóteles defiende el empirismo argumentando que la mente humana es una pizarra en blanco que adquiere conocimiento a través de la experiencia, mientras que Kant añade que el conocimiento comienza en la experiencia pero se construye a partir de estructuras innatas a priori como el espacio y el tiempo, resultando en fenómenos que son accesibles para la mente humana, pero no el noúmeno. En la ética, Aristóteles propone una ética material centrada en el bien supremo, como la felicidad, con normas de conducta para alcanzarlos, mientras que Kant defiende una ética formal que se centra en la forma de actuar basada en imperativos categóricos universales, como “obra según una máxima que puedas querer que se convierta en ley universal”, donde el valor moral radica en actuar por deber y no por beneficio.
Kant busca superar las limitaciones del empirismo y el racionalismo mediante una síntesis. Critica la idea de que todo conocimiento proviene únicamente de la experiencia y también rechaza la noción de que la razón sola pueda generar conocimiento. Propone que razón y experiencia se complementan: el sujeto aporta formas a priori del conocimiento, como el espacio y el tiempo, que son necesarias para la experiencia pero que necesitan de esta para ser activada. Esta interacción da prioridad al sujeto en el proceso de conocimiento. En ética, mientras el empirismo basa las normas morales en las emociones, Kant la fundamenta en la razón, considerándolas universales.
El Giro Copernicano en el Conocimiento
Immanuel Kant introduce el concepto de “revolución o giro copernicano” para describir el cambio radical en su concepción del conocimiento. En su visión, el conocimiento es un proceso entre el sujeto y el mundo objetivo, donde el sujeto interpreta la realidad a través de sus sentidos y estructuras mentales, como el espacio, el tiempo y las categorías. Kant argumenta que conocer no implica captar el objeto tal cual es, ya que este “noúmeno” es inaccesible; en cambio, percibimos la realidad a través de nuestros filtros cognitivos. Este enfoque coloca al sujeto como el determinante del conocimiento, contrastando con la idea de una imagen objetiva de la realidad. Kant compara su perspectiva con el giro copernicano de Copérnico, quien cambió radicalmente la interpretación del movimiento astronómico, sugiriendo que su filosofía representa un cambio similar en la epistemología.
Fenómenos, Noúmenos e Ilusión Trascendental
Kant utiliza el término “ilusión trascendental” para referirse a la metafísica, que busca conocer noúmenos, objetos que están fuera de la experiencia sensible y son independientes del sujeto. En contraste, los fenómenos son objetos de conocimiento que están sujetos a las condiciones sensoriales y mentales del sujeto. Kant argumenta que solo podemos conocer fenómenos, ya que los noúmenos son incognoscibles y pretender conocerlos es una ilusión. Sin embargo, Kant sostiene que los noúmenos, como la libertad, el alma y Dios, son condiciones necesarias para la vida moral. Aunque no son accesibles al conocimiento, son fundamentales para la acción moral. Así, mientras que los objetos de la metafísica son inaccesibles al conocimiento, son esenciales para la vida moral y la acción.
La Ética Kantiana: El Imperativo Categórico
Los seres humanos actúan siguiendo principios morales, guiados por imperativos que pueden ser hipotéticos o categóricos. Los imperativos hipotéticos establecen acciones condicionadas por deseos o fines, mientras que los categóricos son universales y deben ser seguidos en cualquier situación. Según Kant, una voluntad buena se rige siempre por imperativos categóricos, actuando por el deber sin condiciones. La moralidad de una acción radica en su intención, no en su contenido específico. El imperativo categórico se formula como “obra según una máxima que puedas querer que se convierta en ley universal”. Otra formulación es “nunca trates a un ser humano como medio, sino siempre como un fin en sí mismo”. La ética de Kant es formal, preocupándose por la forma de la acción más que por su contenido, siendo a priori y no empírica, con imperativos categóricos en contraste con las éticas anteriores que eran materiales y tenían imperativos hipotéticos.
Libertad y Autonomía
En el ámbito ético, Kant entiende la libertad como la capacidad de los seres racionales para actuar según leyes dictadas por su propia razón, lo que equivale a la autonomía de la voluntad. Aunque la razón teórica no puede demostrar la existencia de la libertad, Kant defiende su postulado desde la razón práctica como condición necesaria para la moralidad, ya que sin libertad no habría responsabilidad moral ni posibilidad de conducta moral.
Libertad Natural y Libertad Jurídica
En el plano político, Kant distingue entre libertad natural y libertad jurídica. La libertad natural, propia del estado de naturaleza, se caracteriza por la ausencia de leyes y la competencia desenfrenada por satisfacer deseos individuales, lo que conduce a un estado de hostilidad. Para superar este estado, los individuos pactan o contratan para entrar en el estado civil, donde renuncian a su libertad natural en favor del orden y la seguridad establecidos por el Estado. En este contexto, la coacción del Estado es legítima moralmente porque surge del consentimiento racional de los individuos y tiene como fin la paz y la seguridad.