En La República, Platón trata de plasmar sus inquietudes políticas, vistos los desmanes que la democracia de su ciudad, Atenas, cometía contra aquellos ciudadanos virtuosos, cual fue el caso de Sócrates. Por ello, este diálogo lleva un segundo título: “Acerca de la Justicia”. Había que conseguir encontrar la perfección de la idea de ciudad, eterna y sin defectos. Solo a través del conocimiento de esta idea permanente, el ser humano o, mejor dicho, el buen gobernante (el más sabio), podría administrar justicia y la paz sería posible. Es decir, motivos de tipo político y ético llevan a Platón a proponer la necesidad de alcanzar verdades absolutas, eternas, aquellas que no dependan de pareceres arbitrarios, locales, “relativos”, sino que se presenten con necesidad y “objetividad”.
En esta empresa epistemológica, el recurso a los sentidos no podía ser de fiar, porque estos nos enseñan un mundo en continuo cambio y devenir, como nos enseñó el maestro Heráclito. Teníamos que recurrir a la otra facultad humana de conocimiento: el entendimiento. Con esta facultad, el ser humano puede conocer esencias (aspecto o lo común que ofrece una misma clase de entes), o al menos, se acercará a ese conocimiento. El problema que plantea la epistemología platónica es que necesita fundamentar las esencias como realidades. Esas esencias existen y por ello es posible el conocimiento objetivo, la verdad, con mayúsculas. Como vemos, para salvar el relativismo sofista y poder fundamentar la posibilidad del conocimiento de la verdad, Platón diseña una ontología que habla de dos reinos: el visible (no verdadero) y el inteligible (el verdadero). En ellos podemos encontrar mayor y menor realidad y, paralelamente, mayor y menor verdad. Las Ideas son lo máximamente real y, por lo tanto, son los objetos que fundamentan el conocimiento verdadero; las copias “no son” lo realmente real, pero se parecen a las Ideas, por lo que posibilitan un tipo especial de conocimiento que es la creencia.
Por último, tenemos los simulacros que no pueden ser tenidos en cuenta dentro de lo que se parece a lo real, son falsos y son fruto de la imaginación, pero que hemos de reconocer que nos arrastran de una forma tal, que vivimos esclavos de su presencia (somos como esos “prisioneros”). La ontología platónica, no siendo el objetivo de este diálogo, termina siendo la base desde la que poder emprender las reformas políticas de la primera utopía de la historia del pensamiento.
Contexto Histórico: 1.- Guerras Médicas (490-479) con el triunfo de Atenas; 2.- Período intermedio (479-431) imperialismo ateniense, época de esplendor, siglo de Pericles; 3.- Guerras de Peloponeso (431-404) derrota de Atenas y el triunfo de Esparta.
El Alma en Platón: En la Grecia de los poemas homéricos, el alma es concebida como el soplo que infunde vida en el cuerpo, pero no existe como realidad separada de él más que como una pálida imagen del cuerpo todo que mora en el Hades. En Platón se determina con claridad tal separación, estableciéndose un dualismo antropológico al hallar tal entidad, el alma, y describirla como una realidad distinta, y en gran medida, opuesta al cuerpo. El alma para él es el hombre dentro del hombre, nuestro ser auténtico y verdadero en nosotros, de ahí su desprecio del cuerpo: “el cuerpo es la prisión del alma” y de los sentidos. El hombre es propiamente su alma. En el Timeo, el alma es definida como una realidad intermedia entre las ideas y los objetos sensibles. Mientras el cuerpo necesita ser movido, en tanto materia, el alma es aquello capaz de moverse a sí mismo. Platón distingue en ella tres fuerzas o funciones: 1) La primera función o parte es la que entiende, denominada comúnmente parte racional o inteligible; 2) La segunda función o parte es la que quiere, lo que llamaríamos de un modo general voluntad, aquella función en la que anidan el ánimo, el impulso, la fortaleza y el esfuerzo. Esta es la parte irascible; 3) La tercera es la que se refiere a tendencias y deseos menos controlados que los anteriores, y la denominamos parte concupiscible. Así pues, Platón considera tres partes del alma: a) Intelectual – auriga – cabeza; b) Irascible – caballo blanco – pecho; c) Concupiscible – caballo negro – vientre; la parte racional ha de dirigir el alma porque es la que puede conocer lo conveniente y lo inconveniente en cada momento, porque solo ella es capaz de comprender.
La Raíz Ético-Política del Ser Humano: Con esta división del alma, Platón quiere poner de relieve dos aspectos fundamentales en el ser humano: a) La existencia de conflictos internos en el ser humano, es decir, la lucha interior entre la razón, las pasiones y los deseos.
Cada una de las partes del alma debe desarrollar una virtud.
Así, la virtud es la sabiduría o prudencia; de la parte irascible es la valentía, y la de la parte concupiscible, la templanza o la moderación. Pero el acuerdo entre estas partes del alma, su armonía, es la justicia. Así, el alma justa es aquella en la que cada parte cumple la función que le es propia, y por tanto, cumple a la perfección su función; b) La existencia de diferentes naturalezas o tipos de hombres. Aun cuando hallamos en el alma de todo hombre estas tres partes, en unos existe una tendencia natural a que domine la parte racional (la razón), los gobernantes; en otros, la parte irascible (la voluntad), los guardianes; y en otros, la concupiscible (apetitos y deseos), el pueblo: campesinos y artesanos. En el Estado Ideal, cada una de estas tres clases de hombre desempeñará una función propia y específica en el conjunto de la sociedad, a saber, aquella función que sea más conforme a la naturaleza de su alma. Platón va a poner el acento en la raíz ético-política del ser humano, directamente relacionada con el conocimiento, fruto de su aplicación del intelectualismo moral socrático: la virtud como conocimiento, como racionalidad.
Comparación de Filósofos: Los filósofos presocráticos eran físicos o cosmólogos, por tanto, se ocupaban de investigar los fenómenos naturales. El primer objeto de explicación de la filosofía griega será la naturaleza, la materia eterna que permanece en constante proceso de cambio y se manifiesta en todos los seres. Por su parte, Platón dedica uno solo de sus diálogos, de menor interés en el conjunto de su obra, a la explicación del mundo físico: se trata del diálogo de vejez Timeo, posiblemente influido por la atención que se prestaba a los temas físicos en la Academia. Excepto este diálogo, el resto de su obra está dedicada a temas específicamente humanos. Este interés casi exclusivo de Platón a los temas antropológicos es la continuación de la línea de investigación denominada “giro antropológico de la filosofía griega”, iniciada por los sofistas y Sócrates. La principal semejanza es que para Heráclito la explicación profunda que rige la unidad y armonía oculta del universo es la eterna lucha y el equilibrio dinámico o tensión permanente de los contrarios. La verdad para Heráclito consiste en la comprensión racional (logos) de la armonía de los términos contrarios. Sostiene que la contradicción es el principio que nos permite conocer la realidad. A Parménides, como a Platón, no le interesa el testimonio cambiante de los sentidos, ya que carecen de fundamento para alcanzar un conocimiento verdadero de la realidad. Lo que realmente existe es lo que permanece siempre idéntico a sí mismo y no está sujeto al cambio de devenir (no ser). A Parménides no le interesa el conocimiento aparente y cambiante de los sentidos, sino la realidad plena y verdadera del ser que solo puede captarse mediante la razón especulativa. Sócrates es el fundador de la teoría de los conceptos o ideas universales. El método dialéctico de Sócrates siempre comienza con la presentación de unos casos particulares que nos permiten, mediante la inducción o razonamiento inductivo, construir intelectualmente conceptos y definiciones, ya que la ciencia consiste precisamente en el conocimiento necesario de lo general. El concepto socrático es una generalización o abstracción mental que abarca y explica científicamente todos los casos particulares a los que se refiere.
Por su parte, Platón convierte los conceptos universales y necesarios de Sócrates en ideas subsistentes, en esencias separadas de las cosas singulares que representan y en entidades del pensamiento que lo construye. La teoría de las ideas platónica toma como punto de partida la teoría socrática de los conceptos universales, pero va más allá en sentido ontológico y concede realidad objetiva a las ideas.