El Intelectualismo Moral y su Paradoja
El intelectualismo moral lleva a la siguiente paradoja: Un buen arquitecto es aquel que sabe hacer edificios. Por tanto, aquel que sabiendo hacer bien un edificio lo hace mal intencionadamente es mejor arquitecto que el que lo hace mal porque no sabe hacerlo bien. ¿No hemos de concluir, por analogía, que el que obra injustamente sabiéndolo es más justo que el que lo hace por ignorancia? El sentido común y la sensibilidad moral se rebelan ante esta conclusión inevitable.
Sócrates propone esta paradoja en un diálogo de Platón, el Menón, con toda la crudeza, pero también con toda ironía. La conclusión alcanzada (si alguien cometiera injusticia sabiéndolo sería más justo que otro que lo cometiera sin saberlo) es correcta, pero plantea un caso teóricamente imposible: nadie obra mal a sabiendas de que obra mal, ya que el conocimiento (de la virtud) es condición no solo necesaria sino también suficiente para una conducta virtuosa. Por tanto, ante el caso hipotético de alguien que obrara mal intencionadamente, Sócrates respondería una y mil veces que tal sujeto no sabía realmente que obrara mal, por más que pensara que lo sabía: de haberlo sabido, no podría haber obrado mal en absoluto.
La Ausencia de Culpa en el Intelectualismo Moral
Nadie, pues, obra mal voluntariamente. El que obra mal lo hace sin querer. En el intelectualismo socrático no hay lugar para las ideas de pecado o culpa. El que obra mal no es, en realidad, culpable sino ignorante. Un intelectualismo moral llevado a sus últimas consecuencias traería consigo la exigencia de suprimir las cárceles: al ser ignorantes, los criminales habrían de ser enviados, no a la cárcel, sino a la escuela. En el complejo y siempre actual debate en torno a esta cuestión, un intelectualismo radical llevaría a tomar partido decididamente por esta última.