Platón, como Sócrates, continúa dentro de la línea humanista y se centra en el objetivo de alcanzar una sociedad justa elevando el nivel moral de los ciudadanos y de la sociedad, frente al deterioro existente.
Así, pretende la reforma de la Ciudad-Estado caracterizado por el predominio del interés de un grupo sobre el de la Polis, además de la ignorancia de los políticos, fruto de la influencia sofista.
El nuevo Estado debía estar gobernado por sabios (filósofos) y, debía fundamentarse en unos principios o verdades que estuvieran por encima de todo cambio o interés partidista. Es claro, que esos principios tenían que constituir una realidad básica con que poder comparar el Estado y con el que poder juzgar todas las acciones y, por consiguiente, ser universales, inmutables y permanentes, es decir, algo metafísico.
De esta manera, toda reforma política tenía que ir acompañada de la reforma de las ideas sobre la naturaleza de lo “real”. Es decir, si pretendía algún cambio, lo político y lo metafísico debían marchar al unísono. La realidad metafísica sería el fundamento de su ética y su política.
Estos planteamientos platónicos nos recuerdan a filósofos anteriores como Heráclito, Parménides, Pitágoras y Sócrates fundamentalmente.
El dualismo ontológico: Mundo de las Ideas/Mundo sensible
En la controversia acerca de si el mundo estaba en constante cambio (Heráclito) o esto era una mera apariencia y el verdadero ser es inmutable y eterno (Parménides), Platón supone un punto intermedio pues conjuga ambas posturas. De su primer maestro Crátilo (un heracliteano) había aprendido que la realidad está en constante cambio. Sin embargo, su posterior maestro Sócrates le inculcó la necesidad de buscar una definición estable, una esencia inmutable, que evitase el caos y la subjetividad de las distintas opiniones.
El mundo sensible, el que puede captarse mediante los sentidos (o por medio de la vista, de ahí que lo denomine a veces mundo visible) es el mundo del cambio. Los ríos fluyen, el paisaje cambia, crecemos, envejecemos, etc. Sin embargo, en él estamos como en una caverna en la que sólo vemos sombras y no tenemos más que opiniones. Platón no le otorga a este mundo el carácter de mera ilusión (como sí hacia Parménides), pero considera que es un mundo de apariencias. Por contraposición hay un mundo inteligible (que no es ni está en un lugar físico, pues es inmaterial) en el que estarían las Ideas, las Formas o Arquetipos que sirven de modelo para las cosas del mundo sensible
El Término “Idea” es consagrado por Platón en el sentido de algo relacionado con “eidos” (término más común, que significa forma, especie, lo que se ve) pero diferenciándose de éste en algo fundamental: la “Idea” no pertenece al mundo sensible, sólo se ve por la razón, se intuye mentalmente. Es decir, “Idea” es lo que se ve con la inteligencia porque no es de este mundo sensible.
Para Platón hay dos mundos, dos clases de existencia, dos cosmos. Estos dos mundos están separados: en uno está el ser, en el otro la apariencia del ser. Uno es la verdad que se revela a una mente limpia, el otro es la apariencia que depende del primero pues sirve para reflejarlo y recordarlo, como la copia al original. El mundo de las “Ideas” (cosmos noetós) es el mundo inteligible, de él se tiene visión intelectual (nóesis).
La teoría de las “Ideas” consiste en la afirmación de la existencia de realidades eternas, absolutas, inmutables… independientemente de los sujetos y del mundo físico. Hay que subrayar que las Ideas no están en la mente de los individuos. Uno puede tener un concepto de Belleza o de Bien, y estos conceptos están en su mente. Las Ideas sin embargo, a diferencia de los conceptos, –que necesitan de alguien que los posea-, subsisten al margen de que haya individuos o no. Estaban ahí antes y estarán después de que haya seres humanos, ya que son eternas y, por tanto, no están sujetas al cambio, ni a la generación, ni a la corrupción.
Por tanto, las “Ideas” no son construcciones mentales sino realidades que existen por ellas mismas. Las únicas realidades en sentido pleno, ya que las cosas del mundo físico son una copia, una sombra.
Las “Ideas” son la esencia existente de las cosas del mundo sensible o físico. Son el principio que presta unidad, inteligibilidad, orden… en el mundo físico. Son el modelo al cual las cosas que vemos se ajustan imperfectamente.
El “demiurgo” (figura que simboliza al artesano, al hacedor) actuando sobre la materia, fijándose en el modelo, fue realizando cada una de las cosas que componen el mundo sensible. Cada cosa en el mundo sensible tiene su “Idea” en el mundo inteligible.
La relación entre las cosas y las “ideas” es una relación de participación, del mismo modo que la sombra participa de la figura que lo proyecta. Las cosas participan de las esencias ideales pero no son más que sombras, copias imperfectas.
Así Platón, al igual que Parménides, duplica el mundo: por un lado, el mundo inteligible y real de las “Ideas”, por el otro, el mundo sensible de las cosas particulares.
Las “Ideas” se pueden considerar desde varios puntos de vista: metafísico, teleológico y gnoseológico:
·Metafísicamente–las “Ideas” son el Ser. Tienen como característica la de ser inengendradas, no tener principio ni fin. Están en otra realidad.
·Teleológicamente–Las “Ideas” son el fin, la finalidad del mundo, de las cosas y del hombre. Todas las cosas buscan las “Ideas”, intentan llegar a las “Ideas”. Esta tendencia a la imitación de las “Ideas”, esta aspiración es lo que Platón llama “Eros”, el amor que mueve el mundo.
·Gnoseológicamente–las “Ideas” son las que sirven para comprender y entender el mundo sensible. Actuarían como las esencias universales que Sócrates buscaba y que servían para aclarar las cosas en una discusión, en un diálogo. Para Platón hay verdades absolutas, que se pueden definir y sólo así podremos conocer el mundo. Conociendo las “Ideas” comprendemos claramente el mundo sensible. Platón piensa que sólo así es posible la ciencia, es decir, la búsqueda de un saber seguro, firme y estable, además de universal, sobre las cosas. Y ese conocimiento, así establecido, es cierto, comunicable y acumulable.
Según Platón, no todas las “Ideas” tienen el mismo valor. Hay “Ideas” inferiores que dependen de otras superiores, las cuales le sirven de soporte y fundamento; y estas superiores, a su vez, dependen de otras más elevadas hasta llegar a la “Idea de las Ideas” de la que dependen todas las demás y que es “la Idea de Bien”.
Las “Ideas” constituyen un sistema jerárquicamente organizado: el rango inferior lo ocupan las “Ideas” pertenecientes a las esencias del mundo sensible; en un puesto intermedio se sitúan las “Ideas” de los objetos matemáticos y, por encima de todas éstas están las supremas realidades, las “Ideas” con mayúscula que son tres: Justicia, Belleza y Bien. Como vemos, vuelve el interés moral que había sido fundamental en el pensamiento de Sócrates y recogido por Platón.
Para los griegos lo ético y lo estético coinciden, por lo que el Bien es también la suprema belleza y la suprema justicia.
Para Platón lo importante es realizar la “Idea del Bien”. En ella es en donde se sostienen todas las demás y a donde todas tienden. El Bien es la expresión del orden y del sentido. Para cualquier otro ser se necesita un fundamento, pero el Bien es un ser en sí mismo. “Todo lo que es bueno, justo y bello, lo es por la Idea del Bien”. Es la más alta manifestación de la realidad puesto que es causa y fin último de ella. Todo tiende al Bien y esta “Idea” lo preside todo.
Con ello se crea un sistema teleológico en la concepción del mundo y la realidad.
Del mismo modo, en el mundo sensible, aquella cosa suprema que deberá más que ninguna coincidir lo más posible con la “Idea de Bien”, es el Estado.
El dualismo antropológico. La Teoría del Alma
El ser humano (anthropos) también está formado por una parte sensible, que nace y muere, sujeta a corrupción y cambio (el cuerpo) y otra parte, inteligible, inmaterial y por ello inmortal y eterna, que subsiste y persiste tras la muerte del cuerpo (el alma). De hecho, el alma es el principio vital del ser humano, esto es, lo que le da vida, su esencia, su auténtico ser. El cuerpo, una vez que es abandonado por el alma, es un mero cadáver.
Las Almas son el principio de la vida, el auténtico ser del hombre, su esencia y, como tal, pertenece al mundo inteligible de las Ideas.
Cada hombre posee tres clases o partes del alma (esto no está claro en Platón, si son tres almas distintas o un alma con tres partes): el alma concupiscible, la irascible y la racional.
·El alma concupiscible, el alma sensual, es la más inferior de todas, y es la que guía el movimiento del hombre hacia la satisfacción de sus necesidades y apetitos más básicos, más naturales y fisiológicos. Superior a ella es el alma irascible.
·El alma irascible, la que le da al hombre fortaleza, ánimo y valor. Sería la voluntad, la fuerza necesaria para conseguir lo que el hombre se propone.
·El alma racional, superior a las otras, es el alma que se guía por la razón, y es la que debe conducir la vida del hombre, ya que para eso está hecha.
Entre estas tres almas o partes realizan todas las funciones que le son propias: desear, sentir y pensar. Afrontar tal diversidad de funciones es posible, precisamente, por la fragmentación del alma o almas. La parte racional es la que ofrece la posibilidad de inmortalidad, es la que no muere; las otras pueden desaparecer.
Platón, también, plantea el tema de la localización de las almas y la inmortalidad desde un punto de vista pitagórico.
Por un lado, las almas tienen una localización en el hombre. La parte racional se localiza en la cabeza, lo que deja ver la influencia de los conocimientos médicos existentes entre los pitagóricos (habían descubierto el valor fundamental del cerebro para la vida humana, en contra de lo aceptado comúnmente de que fuera el corazón o el hígado). La parte volitiva se localiza en el tórax, y la concupiscible en el vientre. Cada una de estas partes tiene una virtud que le es propia, algo que deben realizar y, que si no lo hacen, no cumplen su función. El alma racional tiene la prudencia o inteligencia práctica. El alma irascible tiene la fortaleza, el ánimo fuerte frente a la adversidad, el impulso necesario para que se realicen los actos. Por último, el alma sensual tiene la templanza como virtud, el no hacer nada con exceso, no sobrepasarse en nada. El alma concupiscente ha de poseer la moderación de los apetitos.
“La justicia existirá cuando cada parte del alma se rija por su virtud”.
La jerarquía de las almas de los hombres depende de que hayan contemplado mejor o peor las “Ideas”. Las que las han visto peor se encarnarán en el tirano, que es el más injusto y execrable modo de vida de los seres de este mundo, y las que las han visto mejor, las que estuvieron más cerca de las “Ideas”, se encarnan en los filósofos. Es la vieja teoría socrática de que el mal es la ignorancia del bien, su desconocimiento. Porque la actividad de las Almas en el mundo inteligible era la contemplación de las “Ideas”, ellas son los auténticos espectadores del mundo inteligible, pero al unirse al cuerpo, el alma olvida lo que sabía.
Platón hace un juego de palabras: cuerpo/tumba. El cuerpo sería la tumba del alma, ya que el cuerpo supone un lastre para aquella. El alma había preexistido, es decir, había existido con anterioridad al cuerpo en el mundo de las Ideas, pero cayó en el mundo sensible y quedó atrapada en un cuerpo, al que da vida (recuérdese que el cuerpo sin alma es un cadáver, un mero despojó). Al unirse al cuerpo, el alma olvida lo que sabía. Por su naturaleza, pretende alejarse del mundo sensible de las apariencias y elevarse de nuevo al mundo inteligible al que pertenece, pero el cuerpo le ata al mundo terrenal, de las pasiones y del cambio. El sabio es aquel que se libera de tales ataduras y se eleva hasta las Ideas, alejándose del mundo cambiante de la mera opinión.
Dado que el filósofo es aquel que se esfuerza por superar las apariencias y separarse de lo material, de lo sensible, y así ascender a través del escarpado camino del conocimiento hasta el mundo inteligible de las Ideas, tiene su alma acostumbrada a permanecer pura y separada del mundo sensible al que está encadenado el cuerpo. Si la muerte supone la separación y liberación del alma del cuerpo, el buen filósofo ha estado preparándose para esto toda la vida: “La filosofía como preparación para la muerte”.
Sobre la inmortalidad del alma, Platón recoge de las tradiciones órficas y pitagóricas la idea de que el alma es inmortal y de que hay una transmigración de las almas de unos cuerpos a otros tras la muerte de éstos (metempsicosis). De las cuatro pruebas que enuncia Platón en el Fedón por boca de Sócrates para demostrar la inmortalidad del alma, dos son las que quedan reflejadas en el extracto de texto propuesto para selectividad:
La prueba por la reminiscencia: Todos vemos cosas bellas, unas más que otras, y en mayor y menor medida o grado. Del mismo modo vemos acciones justas o cosas buenas en distinto grado. Sin embargo, el hecho de captar dos acciones como buenas, y una como mejor que otra, depende de que previamente tengamos una idea absoluta de la Bondad con la que compararlas. Pero entonces esta idea ha de ser previa, ya que no puede provenir de nuestra percepción del mundo sensible. En el mundo sensible no existen tales ideas absolutas, por lo que las conocemos desde antes de nuestro nacimiento. Por esto, sólo el alma puede conocerlas, pues nuestro cuerpo no existía antes de nuestro nacimiento. Por tanto, el alma preexistió y contempló estas Ideas en el mundo inteligible.
La prueba por la simplicidad: Lo que tiene partes, está sujeto a nacimiento, cambio y muerte, en función de la congregación y disgregación de tales partes. Los elementos que forman algo no desaparecen, pero pueden disgregarse, y la disgregación de las partes de algo supone su destrucción o muerte. Así sucede con el cuerpo, que es compuesto, pero no con el alma, pues ésta es simple. Al no tener partes, no puede disgregarse, y por tanto no puede desaparecer. Es inmortal.
Por último, el alma transmigra según haya sido la conducta moral del hombre en su existencia anterior. El alma es responsable de la elección (aquí se nota la influencia socrática de la autonomía de la ética). Sólo el hombre es responsable de su vida, y por eso debe ser juzgado por lo que ha elegido. De ahí la importancia de los actos del hombre, que van a ser el contenido del juicio al final del ciclo del alma: según haya actuado, así podrá elegir su propia reencarnación; según lo que haya hecho el hombre, así será su próxima vida.
Teoría del Conocimiento
Platón, al igual que se maestro Sócrates, defendía la posibilidad de alcanzar el.conocimiento de verdades absolutas, eternas e inmutables. Se oponía a los Sofistas pues creen que no hay una verdad, sino sólo diversas opiniones, y se valían de la oratoria y la retórica para tratar de imponer las suyas propias
Platón cree que es precisamente esta falta de criterios objetivos, eternos e inmutables la causa de los conflictos, la corrupción y el declive de Atenas El camino del conocimiento será la búsqueda de estas Ideas inmutables.
Platón hace uso de dos mitos para explicar el origen y modo de conocer:
•el mito del carro alado
•el mito de la caverna
El mito del “Carro alado” del diálogo del Fedro ejemplifica la teoría platónica del conocimiento. Según este mito, el alma antes de encarnarse ha contemplado el mundo de las “Ideas” pero debe descender al mundo material de los cuerpos. Ese descenso lo realiza en un carro alado tirado por un caballo blanco y otro negro, y guiado por un auriga (el auriga se correspondería con la parte racional del alma, el caballo blanco con el alma irascible y el negro con la concupiscible). Los tres elementos son imprescindibles para llegar a la meta.
El alma al quedar encerrada en un cuerpo, olvida todo lo referente a esa primera y decisiva experiencia. Sin embargo, las diferentes sensaciones le recuerdan, pero de modo confuso, aspectos de lo que contempló antes de la reencarnación, y esto despierta al alma, la incita a recordar.
Esta versión mítico-poética del conocimiento como reminiscencia aparece claramente expuesta en la última parte del libro VI del diálogo de La República donde expone el “mito de la caverna” y en él, la clasificación de los tipos de conocimiento. Relata Platón en su obra “La República”: “Imagínate, nos dice, unos hombres encadenados desde muy niños en una cueva, de tal modo que no pueden girar la cabeza y tienen que mirar necesariamente hacia el fondo de la sima. Imagínate que, frente a la entrada de la caverna, hay un gran fuego, y entre el fuego y la entrada, un camino frente a un muro. Por el camino transitan viajeros que llevan sobre los hombros sus mercancías, entre ellas “figurillas de hombres y otros animales”, que sobresalen por encima del muro. A veces se paran a charlar frente a la cueva, otras, pasan de largo. Pues bien, nos dice Platón que para los pobres encadenados la realidad son las sombras de los objetos que los viajeros transportan y que el fuego proyecta hacia el fondo de la caverna por encima del muro, sombras a las que los prisioneros atribuyen los ecos de las voces de los viajeros. La realidad, para los prisioneros, no es más que sombras y ecos. Pero imagínate, continua Platón, que uno de estos hombres encadenados es liberado y puede salir fuera de la caverna. Al principio no sería capaz de ver, acostumbrados como tenía los ojos a la oscuridad, pero poco a poco comenzaría a distinguir, primero las sombras y los reflejos de los objetos en el agua, después los objetos mismos, hasta alcanzar a distinguir lo más difícil de ver: el sol y su luz que todo lo ilumina. Se daría cuenta de que ha tomado por real lo que es solo su apariencia (su sombra), y de lo miserable que había transcurrido su vida hasta su liberación. Entonces recordando a sus compañeros, se decidiría a volver a la caverna para liberarlos, pero ellos… le rechazaron y le acusaron”.
Es importante subrayar que cuando el sabio se remonta hasta lo inteligible, no descubre las Ideas, sino que las reencuentra: su alma ya las conocía, y ahora las reconoce. Al caer al mundo sensible y quedar unida a un cuerpo, el alma había olvidado todo lo que conocía. Conocer es, por tanto, recordar, “reminiscencia” de la huella que las “Ideas” dejaron grabada en el Alma.
Hay 2 grandes tipos de conocimiento: la OPINIÓN (doxa) y la CIENCIA (episteme).
La opinión es el conocimiento vinculado al Mundo sensible, y como este mundo está en constante cambio, la propia opinión está sujeta a error y cambio constante.
La ciencia, sin embargo, versa sobre el mundo inteligible, eterno e inmutable.
No obstante, dado que el conocimiento no puede estar sujeto a cambio (como sí ocurre con la opinión, que puede cambiar), en sentido estricto, sólo la ciencia o episteme supone verdadero conocimiento, pues sólo de lo inmutable y eterno se puede tener verdadero conocimiento.
A su vez, ambos modos de conocimiento se dividen en dos:
La opinión se divide en conjeturas o imaginaciones (eikasía) y creencias (pistis).
La conjetura es el grado más bajo de conocimiento; un conocimiento a partir de imágenes y sombras del mundo sensible.
La creencia supone un grado más alto de conocimiento, al versar directamente de los objetos del mundo sensible. En todo caso, ambos son acerca de lo mutable y, por tanto, mera opinión.
La ciencia se divide en el pensamiento discursivo (dianoia) y la intuición o inteligencia (Nous). Ésta es conocimiento inmediato (“no mediado”, esto es, directo, sin termino Intermedio), es la ciencia estricta, a veces también denominada por Platón “filosofía”.
El pensamiento discursivo o dianoia es el conocimiento de los objetos matemáticos a partir de la observación del mundo sensible y apoyado en hipótesis. Los objetos matemáticos que capta no pertenecen al mundo sensible, sino al inteligible.
La inteligencia o nous (intuición), es el más alto grado de conocimiento y se llega a él por medio de la mera razón. Es el conocimiento de las Ideas o Formas y, finalmente el conocimiento de la Idea de BIEN.