Racionalidad Práctica, Moral y Ética: Una Exploración Filosófica

1. La Racionalidad Práctica

Cuando hacemos un uso teórico de la razón, tratamos de saber cómo son las cosas y aspiramos a alcanzar la verdad. En cambio, en su vertiente práctica, la razón nos ayuda a saber qué hacer y cómo hacerlo.

La razón práctica está vinculada a la acción, del mismo modo que la razón teórica lo está al conocimiento. Las acciones humanas son el producto de una elección y es nuestra razón la que nos ayuda a elegir una opción u otra.

La racionalidad práctica se basa pues en el modo en que usamos la razón para guiar nuestra conducta, tanto en lo que se refiere a la producción de objetos como a nuestra relación con los demás.

1.1 Ámbitos de la Racionalidad Práctica

Existen dos grandes ámbitos de la racionalidad práctica:

  • Praxis: es el ámbito de la racionalidad práctica que orienta nuestra conducta. La moral y la política son el resultado del uso de este ámbito.

  • Poiesis: es el ámbito de la racionalidad práctica que orienta nuestra acción productiva, como los distintos saberes técnicos y la producción artística.

Los saberes prácticos son los únicos realmente imprescindibles para nuestra vida; no es posible llevar una vida verdaderamente humana sin distinguir lo bueno de lo malo en relación con nuestras acciones. Esto no supone negar la importancia de poseer por ejemplo conocimientos en matemáticas, física o saber conducir y reparar un coche, pero es posible vivir sin ellos.

2. La Moral y la Ética

Nuestras acciones pueden ser consideradas buenas o malas. De ello se ocupan precisamente la moral y la ética, pero desde perspectivas diferentes. Son términos que a menudo se confunden, pero tienen diferente significado.

La moral es un rasgo constitutivo de nuestra naturaleza, y nuestra libertad hace posible la elección entre distintas opciones y al mismo tiempo nos obliga a decidir. Así pues, podemos definir la moral como el conjunto de costumbres y normas que regulan las acciones, tanto individuales como colectivas, y que permiten clasificarlas como correctas o incorrectas, es decir, como morales o inmorales. No se puede ser humano y carecer de moral, pues nuestras acciones son clasificadas siempre como correctas o incorrectas. La moralidad puede entenderse como un modo de vida.

En cambio, la ética es una investigación racional sobre la moral, es el estudio de la moral. Podemos definir la ética como la reflexión filosófica sobre la moral, que trata de aclarar en qué consiste, cuáles son sus fundamentos y cómo se aplica en distintos casos, tanto en el ámbito privado como del público. No estamos obligados a ocuparnos de la ética, pero sí de la moral.

3. Desarrollo de la Conciencia Moral

La conciencia moral construye un factor fundamental de la moralidad humana. Sin embargo, no nacemos con ella, sino que debemos desarrollarla. Esta adquisición se produce a través de un proceso largo y complejo en el que se interiorizan y asumen determinados valores, normas, principios e ideales que nos permiten juzgar nuestra conducta y la de los demás.

Los psicólogos Jean Piaget y Lawrence Kohlberg han estudiado con especial interés el proceso de maduración de la conciencia moral. Kohlberg divide este proceso en tres grandes etapas distribuidas a su vez en dos estadios sucesivos, que no deben confundirse con los periodos de crecimiento del ser humano, ya que algunos individuos no llegan a alcanzar una plena madurez moral en toda su vida.

3.1 Etapas del Desarrollo Moral Según Kohlberg

3.1.1 Nivel Preconvencional

  • Obediencia a la autoridad: Las normas proceden de alguien con autoridad y se respetan por miedo al castigo.

  • Individualismo egocéntrico: Se asumen como propias normas que favorecen los intereses personales y los de los demás, si generan intercambio.

3.1.2 Nivel Convencional

  • “Buen chico”, “Buena chica”: Se actúa en función de lo que se cree que los demás esperan de uno. El deseo de agradar reemplaza al castigo como fuerza normal.

  • Respeto al orden social establecido: La conducta se inspira en la lealtad a las instituciones sociales. Se asumen las normas porque se siente la necesidad de comprometerse con los intereses generales de la sociedad.

3.1.3 Nivel Posconvencional

  • Relativismo contractualista: Se reconoce la existencia de derechos humanos universales. Se descubre el carácter relativo de las normas, pero se aceptan las propias por estar basadas en el consenso.

  • Principios éticos universales y la autonomía moral: Se toma conciencia de la existencia de principios universales que están por encima de las normas legales. En este estadio, se alcanza la plena autonomía moral.

4. Relativismo y Universalismo Moral

4.1 El Relativismo Moral

El relativismo moral es una doctrina filosófica que afirma que los valores morales y los juicios sobre la moral varían de unas sociedades a otras. Nada es bueno o malo de manera absoluta. Así pues, no se pueden juzgar ni las acciones individuales o colectivas desde fuera de una determinada sociedad. Veamos tres doctrinas distintas dentro de la postura relativista.

4.1.1 Los Sofistas

En el siglo V a.C. defendieron que las normas morales son convencionales, fruto de acuerdos adoptados por los miembros de una sociedad. Para defender su postura usaron dos argumentos:

  • Si las normas morales valieran para todos los seres humanos, no habría disputas acerca de ellas. Y si las hubiese, se resolverían acudiendo a dichas normas compartidas. Sin embargo, las discusiones sobre la moral son habituales y no suele llegarse a acuerdos.

  • Si hubiera normas morales universales, estas deberían proceder de la naturaleza humana, que todos compartimos. Sin embargo, la conducta humana previa a la socialización no apunta a ello, pues buscamos nuestro propio placer y dominar por la fuerza. A esta situación es a la que intenta poner remedio las normas morales de la sociedad.

4.1.2 Baruch Spinoza

Este filósofo del siglo XVII pretendió elaborar una teoría científica sobre la moral que pudiera demostrar sus afirmaciones como se prueban las de las matemáticas.

Spinoza negaba la existencia del libre albedrío (nuestra libertad para decidir y actuar en consecuencia), y afirmaba la absoluta necesidad de todo cuanto ocurre. La única libertad que existe para el ser humano es liberarse de las pasiones pues estas turban nuestro espíritu. El conocimiento del orden del universo y de la necesidad inalterable con la que suceden los acontecimientos nos liberan de las pasiones y permiten que seamos felices. Los acontecimientos no son ni buenos ni malos, simplemente son. Llamamos bueno a aquello que nos conviene y malo a lo que nos perjudica; no deseamos las cosas que son buenas, sino las consideramos buenas porque las deseamos. Por ello podemos afirmar que además del relativismo, Spinoza defendió el subjetivismo: si los valores morales dependen de los deseos y estos son particulares, lo que es bueno para un individuo puede ser malo para otro. La moral es un asunto puramente subjetivo.

4.1.3 Friedrich Nietzsche

Este pensador del siglo XIX realizó una crítica a la moral en general. Tras emprender un análisis psicológico del origen de los valores morales, concluyó que toda moral ha sido siempre un mecanismo de dominio, un instrumento al servicio de un grupo dominante.

Según Nietzsche, históricamente han existido dos formas básicas de moral:

  • Moral de señores: su máxima expresión es la moral aristocrática-guerrera de la Grecia clásica. Se consideran los valores más importantes la fuerza física, el valor, la heroicidad, el honor, etc. Por oposición, malo es lo que representa el pueblo llano: la debilidad, la sencillez, la humildad, etc.

  • Moral de esclavos: es el resultado de oponerse a los valores de la moral de señores, y los valores morales se invierten. Del resentimiento a los poderosos surge esta reacción y lo que antes era bueno pasa a ser malvado. La moral de esclavos encuentra su fundamento último en el Dios cristiano.

Para Nietzsche, es necesario superar la vieja moral e inventar valores nuevos más allá del bien y del mal. Esos valores deben cumplir un requisito fundamental: favorecer la vida.

4.2 El Universalismo Moral

Esta doctrina sostiene que existen valores morales absolutos que sirven de criterio último para juzgar cualquier acción, norma o código de conducta. Como representantes de esta posición filosófica a Sócrates y a su discípulo Platón.

4.2.1 Sócrates

Sócrates fue el primero en defender abiertamente la existencia de valores morales universales y absolutos. Propuso para ello lo que se conoce como intelectualismo moral, según la cual, para obrar bien es preciso primero conocer qué es el bien. Creía que todo vicio es el resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien actuarán de manera justa. No es posible conocer el bien y obrar mal. Los hombres que hacen el mal no lo hacen por pura maldad, sino por ignorancia (“educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres”).

4.2.2 Platón

Platón diferenció dos ámbitos de la realidad, el mundo sensible (al que accedemos por medio de los sentidos) y el mundo inteligible (al que accedemos mediante la razón). A este último pertenecen las entidades perfectas ordenadas de manera jerárquica (las ideas o formas), y en lo más alto de dicha jerarquía están los valores morales.

Para Platón, cada norma buena, cada decisión justa o cada acción generosa imita al bien en sí, a la justicia en sí o a la generosidad en sí, que son los modelos perfectos e inmutables que existen en el mundo sensible.

5. Éticas de la Felicidad y la Justicia

5.1 Éticas de la Felicidad

Muchas teorías éticas son teleológicas, pues consideran que el fin último de la conducta moral es la felicidad. Además, todas son éticas materiales, ya que nos indican cuál es el objetivo (la felicidad) y qué hay que hacer para conseguirlo.

5.1.1 El Eudemonismo

El defensor más importante de esta teoría fue Aristóteles. El estagirita sostuvo que todos los seres naturales tienden a la perfección de su esencia, es decir, de aquello que los hace ser lo que son. Los eudemonistas entienden que la felicidad consiste en la autorrealización personal, así que la felicidad consiste en la satisfacción de llegar a ser aquello que uno debe ser. Aristóteles, al considerar al ser humano esencialmente como animal racional, aspira a alcanzar la verdad y por tanto al conocimiento, y adquirir estos conocimientos es lo que nos produce felicidad.

Sin embargo, reconoció también nuestra animalidad, y en consecuencia nuestras necesidades materiales. En este sentido, considera que al satisfacer dichas necesidades son perjudiciales tanto el exceso como el defecto. Carecer de algo puede producir infelicidad, pero dedicarnos por completo a cubrir una determinada carencia puede provocar que descuidemos lo demás y provocar también insatisfacción. Para evitar esta insatisfacción, contamos con la virtud, que Aristóteles define como la capacidad de saber elegir siempre un término medio relativo a nosotros situado entre dos extremos igualmente viciosos. Por ejemplo, ante la valentía encontramos dos extremos, la cobardía y la temeridad (defecto y exceso), y hemos de ser capaces por medio de la virtud alcanzar este término medio.

5.1.2 El Estoicismo

Esta doctrina defiende que la felicidad se obtiene de modo autosuficiente, viviendo de conformidad con la naturaleza. Siguiendo el planteamiento aristotélico, el ser humano es racional pero también animal. Sólo lo racional es relativo a la moral; lo relativo al cuerpo (belleza-fealdad, salud-enfermedad, riqueza-pobreza…) es indiferente desde el punto de vista moral. Según los estoicos, la felicidad puede lograrse de forma independiente a los acontecimientos externos. La sabiduría moral consiste en cultivar la razón para descubrir el logos, la ley que gobierna tanto la naturaleza como al ser humano. Una vez conocida dicha ley, se comprende que sólo las acciones acordes con ella son moralmente perfectas y conducen a la felicidad.

5.1.3 El Hedonismo y el Utilitarismo

El hedonismo y el utilitarismo identifican la felicidad con el placer. El hedonismo busca un placer individual, mientras que el utilitarismo persigue un placer o bienestar social.

La teoría hedonista más célebre fue la propuesta de Epicuro en el siglo III a. C., quien sostuvo que la felicidad consiste en la ausencia de dolor corporal o de perturbación en el alma. El camino para lograr la felicidad es el placer.

Epicuro reflexiona sobre los distintos tipos de placer, para posteriormente, elegir aquello que mejor podrían llevarnos a la felicidad. Así, según su origen, distinguió tres tipos:

  • Placeres naturales necesarios: están ligados a la conservación del individuo. Por ejemplo, el placer de comer, cuando se tiene hambre, o el placer de beber cuando se tiene sed.

  • Placeres naturales, no necesarios: Son variaciones superfluas de los primeros, por ejemplo degustar manjares o beber vinos muy finos.

  • Placeres no naturales ni necesarios: Sirven para alimentar la vanidad de los seres humanos. Por ejemplo, los placeres que proporcionan la riqueza, el poder y la fama.

Epicuro recomendó satisfacer sin límites los primeros, disfrutar con medida de los segundos y evitar los terceros.

El utilitarismo se desarrolló como corriente ética en el siglo XIX. Los ingleses Jeremy Bentham y John Stuart Mill fueron sus principales representantes.

Para decidir sobre la moralidad de las acciones, estos pusieron el criterio de utilidad.

De acuerdo con él, una acción es moralmente buena si proporciona la mayor cantidad de placer al mayor número posible de personas.

La principal diferencia entre la propuesta de Bentham y Stuart Mill es que cuando el primero aplica el criterio de utilidad, tiene en cuenta únicamente la cantidad de placer en juego, porque considera que todos los placeres son cualitativamente idénticos.

Stuart Mill, en cambio, considera que sí existen diferencias de cualidad entre ellos, que son fundamentales para la moral.

5.2 Éticas de la Justicia

Podemos juzgar moralmente una acción en función de las consecuencias que se derivan de ella o de unas convicciones, unos principios morales que hemos abrazado previamente. Las éticas de la felicidad, en la medida en que son teleológicas, se inclinan por juzgar las acciones por sus consecuencias. Las éticas de la justicia, en cambio, valoran las acciones desde la convicción de que las acciones humanas, ante todo, deben ser justas.

Parece claro que nuestra propia naturaleza nos impulsa a perseguir la felicidad. Sin embargo, cabe preguntarse qué nos anima a inspirarnos en la justicia como principio fundamental de nuestra conducta moral. La respuesta a esta pregunta es lo que podríamos llamar sentido del deber.

A veces, las cosas no son como deberían ser; digamos que hay una falta de sintonía entre el ser y el deber ser de las cosas. Cuando esto ocurre, nos parece injusto y sentimos el deber de restituir el orden haciendo que lo que deba ser, sea. Esta vinculación de las éticas de la justicia con la noción de deber ha hecho que también se las llame éticas deontológicas (la ontología se ocupa del ser y la deontología, del deber ser).

Las conclusiones a las que llegan y las propuestas que hacen las éticas de la felicidad y las de la justicia no tienen por qué coincidir. De hecho, es perfectamente posible que alguien sea feliz sin ser justo, del mismo modo que es posible que alguien justo no logre ser feliz.

5.2.1 La Ética de Kant

La reflexión sobre la moral de Kant parte de la exigencia de construir una ética que sea verdaderamente universal. A su juicio, esto solo se puede lograr si no se recurre a la experiencia y se formula una propuesta basada únicamente en la razón.

Todo lo que proviene de la experiencia es siempre particular y solo los principios que se obtienen con el uso exclusivo de la razón son auténticamente universales.

Esto es cierto tanto para el uso teórico de la razón, que nos ayuda a conocer la realidad, como para su uso práctico, que sirve para guiar nuestra conducta.

Kant sostuvo que los autores que habían intentado formular una ética universal fracasaron porque proponían siempre un fin concreto a alcanzar y unas normas para lograrlo. Al hacer esto, se veían obligados a recurrir a la experiencia y perdían la pretendida universalidad. Solo recurriendo a la experiencia podemos saber que el placer conduce a la felicidad o que satisfacer nuestra sed produce placer. Entonces

¿cómo sería una ética que prescinda de la experiencia y se base solo en la razón?

Kant afirma que una ética de este tipo únicamente nos debe decir cómo debemos actuar, no qué objetivo debemos perseguir ni qué debemos hacer para conseguirlo. Es decir, debe ser una ética vacía de contenido, una ética puramente formal.

Pero ¿cómo debemos actuar según la ética formal? Kant responde que debemos actuar por deber. Según este filósofo, existen tres tipos de acción en relación con el deber:

  • Acción contraria al deber: Un comerciante actúa contra su deber si sabe cuál es el precio justo de lo que vende, pero decide a pesar de ello cobrar un precio abusivo.

  • Acción conforme con el deber: En este caso, el comerciante cobra el precio justo, pero solo porque quiere garantizarse una clientela, no por cumplir con lo que considera que es su deber.

  • Acción por deber: El comerciante cobra el precio justo porque considera, sin más, que eso es lo que debe hacer.

A juicio de Kant, para determinar el valor moral de una acción, no importa qué se haga, sino cómo se haga. Lo determinante, entonces, es la voluntad, que es la que nos mueve a actuar de un modo u otro. Así, la voluntad que nos anima a actuar por deber es la buena voluntad, que es la única que puede considerarse moralmente correcta sin ningún tipo de condicionantes.

¿Cómo descubre la voluntad cuál es su deber? Ahí es donde interviene la razón práctica, descubriendo el único mandato que tiene carácter universal y que Kant denomina imperativo categórico. Este dice así: «Obra de tal modo que quieras por tu voluntad que el principio de tu acción se convierta en ley universal».

La ética formal kantiana considera que lo único que puede ser considerado moralmente bueno sin restricciones es la buena voluntad.

Una voluntad de este tipo se caracteriza por actuar siempre por deber, es decir, por respeto a la ley moral universal que obliga a hacer aquello que querríamos que todos hicieran si estuvieran en nuestro lugar.

6. La Ética Dialógica

La ética dialógica o ética del discurso surge en la segunda mitad del siglo XX como una revisión de la propuesta kantiana. Sus principales defensores son Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel.

Estos autores sostienen que, para decidir sobre la moralidad de una acción y sobre la universalidad de los principios que la inspiran, no basta con tener en cuenta lo que un individuo aislado descubre empleando su razón práctica. Los seres humanos vivimos en sociedad: nuestras acciones y nuestras decisiones afectan a los demás.

Por tanto, se trata de convertir en diálogo lo que en Kant era un monólogo.

Para la ética dialógica, las decisiones morales deben adoptarse teniendo en cuenta a todos los afectados por ellas.

La importancia del diálogo en la moral llevó a Apel y Habermas a establecer unas condiciones ideales a las que debe tratar de aproximarse cualquier diálogo real en donde se debatan asuntos relacionados con la moral. Estas condiciones son dos:

  • Principio de universalización: Para que una norma sea válida, es necesario que todos los afectados por ella puedan aceptar las consecuencias y los efectos secundarios que, presumiblemente, se derivarían de su aplicación universal.

  • Principio de la ética del discurso: Para que una norma sea válida, es necesario que sea fruto de un diálogo en el que hayan podido participar todos los que de algún modo se puedan ver afectados por ella, y que, como consecuencia de ese diálogo, todos acepten cumplir esa norma.