Razón y Fe en Santo Tomás de Aquino: Explorando la Teología Tomista

LA TEOLOGÍA RACIONAL

Razón y fe en Santo Tomás

Durante la Edad Media, la razón se subordinaba a la fe, lo que significaba que la filosofía estaba al servicio de la teología. La filosofía utilizaba herramientas como la lógica y la dialéctica para apoyar las verdades de la fe, sin tener un ámbito autónomo para buscar verdades independientes de la revelación. Sin embargo, el redescubrimiento de las obras de Aristóteles cambió esto al presentar un proyecto de investigación autónomo de la naturaleza, lo que obligó a los filósofos medievales a replantear las relaciones entre razón y fe con mayor cuidado, ya que algunas tesis de la filosofía aristotélica parecían ser incompatibles con la revelación. 

El filósofo islámico Averroes propuso un replanteamiento importante de las relaciones entre razón y fe. Según él, la filosofía y la fe no están necesariamente en contradicción, sino que simplemente se expresan con lenguajes distintos. Averroes sugiere que si hay una aparente contradicción entre ambas, deberíamos guiarnos por la opinión del filósofo y corregir la interpretación de la revelación para que esté en consonancia con los argumentos racionales. Los seguidores cristianos de Averroes, conocidos como averroístas latinos, interpretan de manera aventurada su pensamiento, argumentando que la filosofía, a través de la razón, nos lleva a un tipo de verdades, mientras que la fe nos lleva a verdades de otro tipo. Según esta interpretación, ambas verdades, las de fe y las de razón, pueden ser igualmente verdaderas aunque entren en contradicción entre sí. A esta doctrina se le conoce como teoría de la doble verdad.

Santo Tomás de Aquino observa que la fe y la razón son distintas, tanto en sus contenidos como en sus métodos. La razón se dirige a las verdades naturales, mientras que la fe tiene por objeto los dogmas o artículos de fe. Además, la razón se nutre de los datos que el entendimiento abstrae del mundo, mientras que la fe acude a la manifestación directa de la Verdad en la Revelación. A pesar de estas diferencias, Santo Tomás sostiene firmemente que la fe y la razón no se contradicen. Según él, siendo Dios el autor de todo, es también el autor tanto de los contenidos de la fe como de los contenidos de la razón, así como de la fe y la razón mismas. Por lo tanto, cuando encontramos una contradicción entre lo que nos dicen la fe y la razón,



esta contradicción debe ser necesariamente aparente, ya sea debido a un error en nuestro uso de la razón o a un error en nuestra interpretación de la revelación.

A pesar de las diferencias entre razón y fe, existe un ámbito en el que ambas coinciden: los preámbulos de la fe. Estas son verdades accesibles tanto por la revelación como por la razón. Tres ejemplos relevantes de preámbulos de la fe son la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y el carácter prescriptivo de los contenidos de la ley moral natural. Estas verdades no solo tienen valor teórico, sino también práctico, ya que conocerlas ayuda sustancialmente a lograr la salvación. Sin embargo, llegar a estas verdades mediante la razón es una tarea compleja y laboriosa que no está al alcance de todas las personas.

Santo Tomás establece una distinción entre dos disciplinas dentro de la teología: la teología sobrenatural, que se basa en la revelación contenida en las Escrituras y busca interpretarlas para comprender su sentido, tarea que corresponde a la Iglesia y no a cada creyente individualmente; y la teología natural, enfocada en la demostración racional de los preámbulos de la fe.

La existencia de Dios como preámbulo de la fe

Santo Tomás, en su obra Summa Theologiae, aborda la existencia de Dios en la segunda cuestión a través de tres preguntas sucesivas. Primero, plantea si la existencia de Dios es evidente por sí misma, concluyendo que lo es en sí misma pero no para nosotros, ya que el conocimiento de la esencia de Dios excede nuestras capacidades finitas. Esta postura lo enfrenta directamente con San Anselmo de Canterbury y su argumento ontológico a favor de la existencia de Dios, el cual se volvió célebre.

El argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury parte de la premisa de que Dios es algo mayor que lo cual nada puede ser pensado. A través de una serie de razonamientos, concluye que si podemos concebir a Dios en nuestro entendimiento, es posible que exista en la realidad, y por lo tanto, Dios existe necesariamente. Sin embargo, Santo Tomás de Aquino no acepta este argumento debido a que considera que sus premisas no son evidentes para todos, y por lo tanto, su conclusión tampoco puede serlo. Además, cuestiona si la existencia en la realidad está incluida en el concepto de “algo mayor que lo cual nada puede ser pensado”, y asumir esto implicaría pedir el principio contra aquellos que niegan la existencia de Dios.


La proposición “Dios existe” es considerada evidente, dado que Dios es su propio ser. Sin embargo, para nosotros, que no sabemos en qué consiste Dios, esta proposición no es evidente, y por lo tanto necesitamos demostrarla a través de aquello que es más evidente para nosotros, es decir, a través de los efectos de Dios. La demostración de la existencia de Dios no puede ser a priori, es decir, partir de las causas como premisas para concluir la existencia de los efectos. Debe ser necesariamente una demostración a posteriori, es decir, a partir de los efectos, concluir la necesaria existencia de su causa. Para demostrar la existencia de Dios, que no es evidente para nosotros, debemos partir de aquellas cosas que son más conocidas para nosotros, aunque sean menos cognoscibles por naturaleza: los efectos de Dios, que son las criaturas. Por lo tanto, para demostrar la existencia de Dios, es necesario partir del conocimiento del mundo sensible.

La respuesta a la pregunta sobre la existencia de Dios es afirmativa, y su existencia es demostrable por cinco vías. Estas vías son demostraciones a posteriori que comparten una estructura común:

  1. Se parte de un hecho empírico de nuestra experiencia cotidiana del mundo sensible.
  2. Se muestra que estos hechos empíricos dependen ontológicamente de alguna realidad previa que los explica.
  3. Se argumenta que un regreso infinito en esta cadena de dependencia es imposible.
  4. De la imposibilidad anterior se concluye la necesidad de una primera realidad independiente, es decir, Dios.

Aunque estas vías nos permiten constatar la existencia de Dios, no nos permiten conocer plenamente su esencia divina. Sin embargo, nos permiten conocer aquellos atributos de Dios que están fundamentados en sus efectos. Por lo tanto, podemos demostrar la existencia de Dios a través de sus efectos, aunque no podamos conocer exactamente cómo es Él en sí mismo.

La primera vía: el movimiento

Tomando como dato la existencia del movimiento en el mundo, y sabiendo que todo lo que se mueve es movido por otra cosa, concluimos la existencia de un Primer Motor Inmóvil al que llamamos Dios. La premisa fundamental del argumento de Santo Tomás, se apoya en la idea de que nada potencial puede actualizarse a sí mismo, ya que solo lo que está en acto puede actualizar una potencia dada. Se distinguen dos tipos de series causales: las ordenadas


accidentalmente y las ordenadas esencialmente. En el caso de las series ordenadas esencialmente, se argumenta que es imposible regresar al infinito, lo que lleva a la conclusión de que cualquier serie causal per se necesariamente tiene que remontarse a un primer miembro. Esto conduce a la noción de un “Primer Motor” que sería acto puro, sin residuo de potencia, y cuya existencia misma no necesitaría ser actualizada por nada más. En resumen, el texto explora la idea de un ser que existiría sin ser traído a la existencia por ningún otro, siendo puro acto y pura existencia.

La segunda vía: las causas eficientes

Al constatar que nada de lo que existe en el mundo sensible es causa de sí mismo, y sabiendo que todo lo que existe, existe por alguna causa, concluimos que ha de haber una Primera causa eficiente incausada, a la que denominamos Dios. Mientras que la Primera Vía se centra en demostrar que ningún movimiento o cambio podría ocurrir aquí y ahora sin la operación de un primer motor inmóvil, la Segunda Vía busca mostrar que nada podría existir aquí y ahora a no ser que una primera causa incausada sostuviera aquí y ahora a las cosas en la existencia. La Segunda Vía para demostrar la existencia de Dios, según la filosofía tomista. Se menciona que esta vía revela a Dios como la Causa Primera que mantiene a las cosas en existencia de manera continua, conservándolas en todo momento. Se compara la creación del mundo por parte de Dios con el modo en que un juglar toca su música, como una actividad continua y no como un evento temporal singular. 

La tercera vía: la necesidad y la contingencia

Dado que todos los seres del mundo son contingentes y podrían no existir, es imposible que existan siempre. Si se supone un tiempo infinito, habría un momento en el que nada existiría, lo cual implicaría que todas las cosas contingentes surgieron de la nada, lo cual es absurdo. Por lo tanto, concluye que debe existir un ser necesario, un ser que no pueda no existir, y ese ser es Dios. Para Santo Tomás, la posibilidad de no existir en las cosas materiales no es una necesidad lógica o abstracta, sino una tendencia a corromperse inherente en ellas, debido a que la materia de la que están compuestas siempre es capaz de tomar diferentes formas. Esta inestabilidad metafísica intrínseca garantiza que en algún momento dejarán de existir.


Demostrar la existencia de un ser necesario es solo un componente de la estrategia argumentativa de la Tercera Vía. Se plantea que un ser puede


ser necesario pero aún así recibir su necesidad de otro ser. Se menciona que la materia primera, una vez creada, podría ser considerada necesaria, pero no puede recibir su necesidad de sí misma. También se discute que el universo exista necesariamente, pero se señala que esto es insatisfactorio debido a la distinción entre existencia y esencia en las cosas del universo material. Se concluye que un ser cuya necesidad esté inscrita en su esencia tiene que ser un ser simple, no compuesto, y ese ser es Dios.

La cuarta vía: los grados de perfección

Se parte del supuesto de que en el mundo hay cosas de diferentes grados de perfección. Se argumenta que si cada ser poseyera la perfección en grado completo, no habría una gradación de perfecciones. Por lo tanto, se concluye que todo ser recibe su perfección por participación de otro ser más perfecto que él. Dado que esta cadena no puede extenderse al infinito, se postula la existencia de un Ser absolutamente perfecto, cuya perfección pertenezca a su propia esencia, y ese ser es Dios.

El texto se apoya en la doctrina de los trascendentales y argumenta que, dado que los trascendentales presentan una gradación con respecto a su perfección, deben remitir a un máximo. Además, al ser los trascendentales convertibles con el ser, el hecho de que presenten un máximo de perfección evidenciaría la existencia de un ser máximamente perfecto.

Se plantea que las cosas que poseen una perfección de manera parcial o limitada no la tienen como parte de su esencia, ya que de ser así no habría razón para que no la poseyeran de manera ilimitada. Se argumenta que para que una cosa limitada posea una perfección, debe derivarla de algo fuera de ella, lo cual nos lleva a una causa primera que posee la perfección en grado sumo e ilimitado, evitando así un regreso infinito.

La quinta vía: la finalidad

Constatamos que todos los seres del mundo, incluso aquellos carentes de conocimiento, se orientan hacia algún fin. Algunos seres, por tanto, se orientan a un fin que no pueden conocer. Es necesario que ese fin se lo haya dado algún ser inteligente. Concluimos que ha de haber una Inteligencia ordenadora del universo; y esa es Dios.

La existencia de regularidades en la causación eficiente implica la existencia de una finalidad, ya que las cosas no producen siempre los mismos efectos de manera fortuita. Se argumenta que no podemos atribuir esa regularidad a la casualidad, ya que la misma idea de casualidad presupone la existencia de


regularidades. Se concluye que la existencia de causas finales explica estas regularidades. Además, se sostiene que las cosas sin inteligencia solo pueden actuar por un fin si son dirigidas por alguna inteligencia, lo cual se convierte en el foco del resto del argumento.

La esencia de Dios: los atributos divinos

Hablamos de las conclusiones derivadas de las cinco vías, que han arrojado varios atributos pertenecientes a la divinidad, todos referentes a Dios. Se mencionan atributos como Primer Motor Inmóvil, Acto Puro, Primera Causa Incausada, Ser Necesario, Ser Sumamente Perfecto e Inteligencia Suprema. Se sostiene que mediante un análisis puramente racional y sin recurrir a la revelación divina, se puede establecer la necesidad de que un ser que exhibe estas cualidades posea también otros atributos comúnmente adscritos a Dios.

Se presentan las tres vías de acceso al conocimiento de la esencia divina identificadas por Tomás, siguiendo al Pseudo-Dionisio:

  1. La vía causalitatis o camino de la causalidad, que parte del conocimiento del mundo para llegar al conocimiento de Dios como causa del mundo.
  2. La vía negativa, que consiste en negar de Dios cualquier característica incompatible con su condición de Acto Puro y Causa Primera.
  3. La vía eminentia o camino de la eminencia, que concluye, aplicando el principio de proporción en la causa, que Dios debe poseer en modo eminente, absoluto y perfecto los rasgos positivos atribuidos a las cosas del mundo.

Se hablan sobre varios atributos de Dios derivados de las vías de acceso al conocimiento de la esencia divina. Estos atributos incluyen la unidad, inmutabilidad, inmaterialidad e incorporeidad, eternidad, omnipotencia, omnisciencia, bondad, personalidad y simplicidad.

Se argumenta que Dios es un solo Ser, libre de imperfecciones y privaciones, inmutable, inmaterial e incorpóreo, existente fuera del tiempo y con poder infinito. Además, se afirma que Dios posee entendimiento y voluntad en grado sumo, siendo sumamente bueno. Aunque se habla de la voluntad de Dios de manera analógica, se considera que tiene un carácter personal. Finalmente, se destaca la simplicidad de Dios, afirmando que no tiene partes y que sus atributos son diferentes maneras de concebir una sola y misma cosa.

LA ANTROPOLOGÍA TOMISTA: CUERPO Y ALMA

El entendimiento y el conocimiento humano

Se trata de la postura de Santo Tomás respecto al conocimiento, en consonancia con la tradición aristotélica. Según esta perspectiva, el conocimiento genuino se refiere a lo universal y necesario. Se destaca que este conocimiento se construye a partir de datos particulares obtenidos por las facultades sensoriales, los cuales son luego procesados por el entendimiento. La ciencia, entendida como conocimiento demostrativo, es considerada el tipo más elevado de conocimiento al que podemos aspirar, ya que es verdaderamente universal y necesario.

Además, se enfatiza que este conocimiento científico nos permite comprender la realidad tal como es. La visión de Santo Tomás sobre el proceso de adquisición del conocimiento, destacando que este comienza con la sensibilidad. Se menciona que la capacidad para el conocimiento sensible se activa cuando los objetos sensibles impactan los sentidos, lo que genera una forma sensible en el alma llamada “especie sensible impresa”. Se señala que estas especies sensibles no constituyen aún objetos de conocimiento y que, después de ser percibidas por los distintos sentidos externos, deben ser sintetizadas y unificadas por el sentido común, procesadas por la imaginación, dando lugar a la formación de imágenes o fantasmas. Estas imágenes son siempre particulares e individuales. Además, se resalta que a partir de estas operaciones mentales, el entendimiento puede formar conceptos universales a partir de las imágenes como materia prima, lo que le permite comprender con claridad conceptos generales como “triángulo” a pesar de que las imágenes individuales sean siempre concretas.


El proceso de formación de imágenes mentales a partir de la percepción sensorial. Primero, las especies sensibles son captadas por los sentidos externos, luego son sintetizadas y unificadas por el sentido común y procesadas por la imaginación, lo que da lugar a la formación de imágenes o fantasmas. Estas imágenes son siempre particulares e individuales, pero a partir de ellas podemos formar conceptos universales a través del entendimiento. Por ejemplo, aunque la imagen que nos formamos de un triángulo siempre será concreta (isósceles, escaleno o equilátero), podemos comprender el concepto universal de triángulo en general.


La distinción que Santo Tomás hace entre el entendimiento agente y el entendimiento paciente, siguiendo la tradición aristotélica. El entendimiento agente causa que las imágenes se vuelvan inteligibles mediante un proceso de abstracción que retira lo particular e individual de la imagen, resultando en una especie inteligible. Luego, el entendimiento paciente recibe esta especie inteligible y se convierte en conocimiento en acto, generando un concepto al abstraer lo universal de lo particular.

Se habla de la postura de Tomás respecto al conocimiento de la realidad. Según él, lo que conocemos es siempre la realidad misma y no meras representaciones. Cuando percibimos algo, la imagen mental que se forma no es el objeto de percepción, sino el medio a través del cual percibimos al objeto mismo. Ocurre igual con los conceptos generales, como el concepto de “gato”, que no es el objeto del pensamiento, sino el medio a través del cual pensamos acerca de los gatos mismos. Se explica que cuando conocemos algo, ya sea a través de la sensación o del entendimiento, la forma misma de la cosa pasa a estar en nuestra mente. No existen dos entidades separadas, una representación subjetiva y un objeto externo, sino que hay una única cosa, la forma, que existe simultáneamente en la cosa conocida y en el entendimiento. En resumen, la forma de la cosa existe tanto en la realidad externa como en nuestra mente de manera unificada.

El entendimiento realiza tres operaciones: comprensión, juicio y razonamiento. La comprensión implica la aprehensión de un universal, que es tanto el comienzo como la culminación del conocimiento teórico. Luego, el juicio implica la composición o separación de los conceptos adquiridos, mientras que el razonamiento implica el encadenamiento de operaciones de juicio que convierte unos en fundamentos de otros. Aunque la abstracción proporciona conceptos al entendimiento, las esencias expresadas por esos conceptos solo son debidamente conocidas cuando se descubren las propiedades, accidentes y disposiciones asociadas a ellas. Este conocimiento se expresa en juicios, cuya verdad solo se conoce científicamente cuando son aceptados como conclusión de una demostración. Los únicos juicios que no necesitan demostración son los primeros principios, ya que son evidentes por sí mismos.


La ciencia no se basa en la deducción a partir de primeros principios autoevidentes, sino que comienza con juicios sobre el mundo sensible para luego analizarlos y reducirlos a sus principios explicativos fundamentales. Solo una vez hecho esto, la ciencia puede presentarse como un cuerpo organizado de conocimientos razonados y sistemáticos sobre un ámbito de la realidad. La perfección del conocimiento radica en la universalidad y necesidad de la ciencia sistemáticamente construida. Según Santo Tomás, la verdad se manifiesta en dos ámbitos. Por un lado, la verdad de las cosas, que se debe a que han sido producidas por un entendimiento: las artificiales por el entendimiento humano y las cosas en general por el entendimiento divino. Por otro lado, está la verdad del entendimiento, que se entiende como la adecuación del entendimiento con las cosas. Un juicio es verdadero cuando el predicado atribuido al sujeto se corresponde con algún atributo inherente a la sustancia concebida mediante el sujeto.

Santo Tomás sostiene que el verdadero conocimiento de la realidad se produce en el juicio, ya que es al dividir y separar, al afirmar determinadas propiedades de un sujeto o negarlas, cuando tomamos conciencia de cómo son las cosas. Mientras Dios aprehende en un solo acto la esencia de todas las cosas, el entendimiento finito del hombre funciona discursivamente, aprehendiendo las cosas en sucesivos actos temporales de composición y división, expresados mediante juicios que se encadenan y fundamentan a través de razonamientos. En la abstracción, el entendimiento se informa por las mismas formas que se encuentran en los objetos, por lo que no es posible el error. Sin embargo, el entendimiento puede engañarse en el juicio y el razonamiento al establecer relaciones donde no las hay. Dado que nuestra mente finita no puede aprehender la realidad de manera inmediata como lo hace Dios, debe proceder de manera discursiva a través de juicios. Como en el juicio podemos errar, es necesario fundamentar nuestros juicios en principios firmes e incontrovertibles, construyendo demostrativamente la ciencia sobre la base firme que proporcionan los primeros principios.


La ciencia no se basa en la deducción a partir de principios autoevidentes, sino que parte de juicios sobre el mundo sensible para luego analizarlos y reducirlos a principios explicativos. Solo entonces la ciencia puede presentarse como un cuerpo


organizado de conocimientos sobre la realidad. En la universalidad y necesidad de la ciencia sistemáticamente construida reside la perfección del conocimiento. Santo Tomás considera que el verdadero conocimiento de la realidad se logra a través del juicio, donde el entendimiento humano opera discursivamente mediante actos temporales de composición y división. Mientras Dios aprehende la esencia de todas las cosas en un solo acto, el entendimiento humano lo hace sucesivamente. Aunque en la abstracción el entendimiento no puede errar al ser informado por las formas presentes en los objetos, sí puede equivocarse en el juicio y el razonamiento al establecer relaciones falsas entre las cosas. Nuestra mente finita no puede comprender la realidad de manera inmediata como lo hace Dios, sino que debe proceder de manera discursiva a través de juicios. Dado que podemos cometer errores en el juicio, es necesario fundamentar nuestros juicios en principios sólidos e incontrovertibles. Por lo tanto, al construir la ciencia sobre la base firme proporcionada por los primeros principios, estamos asegurando la solidez y la fiabilidad de nuestro conocimiento.

Inmaterialidad e inmortalidad del alma

Según Santo Tomás, las almas de plantas y animales perecen con la destrucción de los cuerpos, ya que sus operaciones dependen completamente de la materia. Sin embargo, el entendimiento y la voluntad del alma humana son considerados inmateriales, lo que otorga mayor dignidad y una especie de inmortalidad natural solo a esta alma. Santo Tomás ve la inmortalidad del alma humana como una verdad racionalmente demostrable, basada en la inmaterialidad del entendimiento humano, y proporciona dos argumentos para sostener esta afirmación.

El texto argumenta a favor de la inmaterialidad del entendimiento y del alma humana. Se presentan dos argumentos principales: el primero destaca que el entendimiento puede tomar la forma de otras cosas sin perder su propia forma esencial, lo que contradice la naturaleza material. El segundo argumento se basa en que los objetos del entendimiento son universales y perfectos, lo


cual no concuerda con la naturaleza particular y no perfecta de las cosas materiales. Se concluye que si el entendimiento es inmaterial, entonces el alma humana es una forma subsistente, capaz de existir independientemente del cuerpo. Esto implicaría que el alma humana es capaz de sobrevivir a la muerte corporal, ya que una forma inmaterial no puede perder su forma, al ser ella misma una forma.

El texto sostiene que el alma humana es una forma subsistente que puede operar de forma independiente a la materia, incluso cuando está unida a ella. Se menciona que el alma humana no puede dejar de existir por su propia naturaleza, y solo la intervención directa divina podría destruirla. Se aclara que esta doctrina no implica que el alma separada del cuerpo sea una sustancia completa, sino más bien una sustancia incompleta, ya que la identidad personal se da por la unión del alma y el cuerpo, no por el alma únicamente. La subsistencia del alma es uno de los prerrequisitos para la vuelta a la vida en el Reino de Dios, junto con la resurrección de los cuerpos, lo cual solo puede ocurrir a través de la gracia divina.

ÉTICA Y SOCIEDAD

La ley natural

Cuando se habla sobre la razón práctica y su papel en la determinación de la acción a través de principios generales o preceptos, se destaca el concepto de ley en el pensamiento práctico, explicando que una ley es un dictamen de la razón práctica sobre las acciones, promulgada por una autoridad inteligente, con el fin del bien común. También se menciona la “ley eterna de Dios”, que rige toda la creación y corresponde al plan de gobierno de Dios para el mundo, basado en el orden que los arquetipos o ideas guardan en la mente divina. En la ley eterna a los seres humanos se mencionan dos vías principales. La primera es a través de la ley divina, transmitida principalmente a través de la Biblia, que consiste en los mandatos dictados directamente por Dios a la humanidad. La segunda vía es la ley natural, que permite a los seres racionales participar en la ley eterna a través del conocimiento connatural del bien y el mal. Se destaca que la ley natural es la luz del intelecto colocada por Dios en nosotros, mediante la cual comprendemos lo que debe hacerse y evitarse. La ley moral surge de la reflexión racional sobre el bien, y que nuestro conocimiento racional de la ley natural se desarrolla a través del razonamiento y de unos primeros principios evidentes por sí mismos, captados


mediante una facultad intelectual llamada sindéresis.

Santo Tomás explica que el principio formal absolutamente primero de la razón práctica es la deseabilidad natural del bien y la indeseabilidad inherente al mal. Afirma que cuando actuamos, perseguimos lo que consideramos bueno y evitamos lo que consideramos malo, incluso si alguien realiza una acción moralmente reprobable, lo hace porque considera que esa acción constituye un bien superior para él. Aunque podemos errar en el juicio, si usamos nuestra razón, nos daremos cuenta de qué es objetivamente bueno para el ser humano y actuaremos en consecuencia. Este primer principio formal implica de manera inmediata varios primeros principios sustantivos autoevidentes. Los seres humanos tienen inclinaciones connaturales que apuntan hacia bienes humanos básicos que deben ser perseguidos. Santo Tomás identifica estos bienes básicos de la siguiente manera:

  1. Como sustancias, tendemos a conservar nuestra existencia, por lo que la vida es un bien que debe promoverse y protegerse.
  2. Como animales, tendemos naturalmente a propagar la especie, lo que explica en parte la promoción del matrimonio.
  3. Como seres racionales, tenemos inclinaciones exclusivas dentro del reino animal, como el conocimiento, la vida en comunidad con los demás, el cultivo de la racionalidad práctica y la felicidad concebida como el conocimiento y la relación adecuada con Dios. Estas inclinaciones representan bienes básicos que deben ser perseguidos debido a su importancia para la naturaleza humana.

Santo Tomás distingue entre los primeros principios del derecho natural o derecho natural y los principios morales, considerando a estos últimos como conclusiones “derivadas” de los primeros. La razón humana, cuando funciona correctamente, reconoce que los bienes primarios son buenos para cualquier persona y que es importante participar en formas de amistad que requieren dejar de lado las preferencias emocionales por uno mismo.

Para Santo Tomás, la racionalidad práctica es la encargada de discernir, inferir y elaborar los principios morales que deben conformar nuestra conciencia moral. Aunque los juicios de nuestra conciencia moral pueden ser erróneos, debemos actuar de acuerdo con ellos. Uno de los principios morales fundamentales es amar al prójimo como a uno mismo, lo cual se deriva del imperativo del amor al prójimo como el


principio moral supremo. Este principio se resume en la conocida Regla de Oro: tratar a los demás como desearíamos ser tratados.

La ley humana

Para Santo Tomás, la ley humana está compuesta por las disposiciones convencionales que los seres humanos promulgan en sus sociedades concretas, lo que hoy llamaríamos leyes positivas. Estas leyes positivas deben estar fundamentadas en la ley natural, la cual dicta lo que se debe hacer o evitar.

Santo Tomás considera que las leyes positivas deben derivarse de la ley natural, partiendo de sus preceptos generales e indemostrables para llegar a establecer disposiciones más específicas. Estas disposiciones particulares, descubiertas por la razón humana, son las leyes humanas. Para ser considerada como verdadera ley, la ley humana no puede ser inconsistente con la ley natural. Aunque las leyes humanas son contingentes y pueden cambiar según las circunstancias sociohistóricas, no pueden contradecir la ley natural. Según Santo Tomás, una ley injusta no es realmente una ley, sino una perversión de la misma.

La relación entre la ley y la moral desde la perspectiva de Santo Tomás plantea que si una ley obliga a realizar acciones que van en contra de la moral, no debe ser cumplida correctamente, e incluso se considera que la obligación moral es desobedecerla. Además, se menciona que si los legisladores actúan motivados por intereses privados, fuera de su autoridad o distribuyen injustamente las cargas necesarias, sus leyes son consideradas injustas y no tienen autoridad moral sobre los súbditos.

Se establece que aquellos que gobiernan en interés propio en lugar del bien común son considerados tiranos, y las leyes de estos tiranos son vistas como una perversión de la ley. Frente a este escenario, se plantea que los súbditos tienen derecho a la resistencia armada e incluso a derrocar al tirano si es necesario para la liberación del pueblo y la patria.