Economía y Sociedad en la España de la Restauración: Un Análisis Detallado

Economía y Sociedad en la España de la Restauración

Sociedad y economía en la España de la Restauración.
El sistema económico y social español en la época de la Restauración presentaba una sociedad dual en la que convivían dos mundos muy diferenciados: unas pocas áreas industrializadas y un inmenso interior agrario, con formas de vida y subsistencia muy atrasadas, con una escasa interrelación de una y otra. Las bajísimas rentas de la mayor parte de la población no permitían ni el consumo ni el ahorro, lo que dificultó el desarrollo industrial. Además, la política centrada en dar buena imagen al exterior olvidó atender las necesidades de la población.

Las áreas de la economía española

Se distinguen tres grandes áreas económicas en España:

  • Áreas agrarias del interior: dedicadas a cultivos extensivos de productos de gran consumo, principalmente cereales, con muy bajos rendimientos. Resistían a la competencia extranjera gracias a un duro proteccionismo.
  • Áreas periféricas industriales: Cataluña, País Vasco y zonas del Cantábrico, que producían principalmente para el mercado nacional, ya que sus altos costes y su bajo rendimiento les impedía competir en los mercados internacionales. Necesitaban también unas fuertes medidas de proteccionismo.
  • Áreas periféricas mediterráneas: que consumían del interior, a precios altos, productos protegidos y, en cambio, vendían parte de sus productos al exterior, productos hortofrutícolas, posibilitando así la importación de materias primas y bienes de equipos necesarios para la producción industrial.

El bloque de poder estaba constituido por una oligarquía burguesa que formaba el triángulo de siderúrgicos vascos, textiles catalanes y cerealistas castellanos, que regía la vida política y económica del país.

Proteccionismo y librecambismo

La economía española se encontraba ante el gran dilema del proteccionismo o librecambismo. Durante todo el siglo XIX, la economía había estado fuertemente protegida por altos aranceles aduaneros que encarecían las importaciones y posibilitaban así una reserva del mercado nacional. Tras la revolución, el ministro Figuerola estableció un nuevo arancel, que pretendía abrir la economía española al exterior para desarrollar la economía. Este arancel establecía una cierta desprotección selectiva, manteniendo una fuerte protección a los productos agrarios. De este modo, se intentaba expandir los productos industriales. Este arancel no terminó de implantarse por completo y, con motivo de la crisis mundial del comercio agrario que se desató, el gobierno de Cánovas lo suprimió y estableció un nuevo arancel proteccionista en 1891.

La agricultura

Había una España agraria que se debatía entre una agricultura moderna que satisfacía la demanda tanto interior como exterior de cereales, aceite, vinos, dispuesta a arriesgar con las innovaciones técnicas y una agricultura tradicional al servicio de la primera, a la que prestaba mano de obra abundante y barata. En conjunto, seguía condicionada por la desigual calidad de las tierras y la diversidad climática, por formas de cultivo plurales con medios casi de la época medieval y por una desequilibrada distribución de las propiedades que iba desde la concentración, latifundios, hasta la excesiva atomización y dispersión, minifundios. En el último cuarto de siglo, este sector agrario ofrecía una reducida y muy pudiente oligarquía agraria, compuesta por grandes terratenientes predominante en Castilla occidental, La Mancha, Extremadura; unas clases medias bajas, formadas por propietarios medianos, arrendatarios, aparceros. Diversificadas a lo largo de la península ibérica y un proletariado jornalero sometido a salarios de temporada, al que se unía una multitud de propietarios muy pequeños, semi-proletariados o empobrecidos de todas las regiones que tenían que ponerse a trabajar ya que con sus tierras no les daba para vivir. El resultado era la existencia de una alimentación deficiente y de carencias higiénicas y sanitarias, de miseria y falta de cultura elemental. Los problemas nunca resueltos, la mala distribución de las posesiones y la ilusión de conseguir una justicia simple, la del reparto de las tierras, o la mucha hambre condujeron en determinados momentos a conjuntas reacciones violentas. Estas asustaron a los terratenientes y a las autoridades. Esto, junto con la crisis agrícola y pecuaria que mermaron las rentas agrícolas, trajo el descenso de los jornaleros y el paro. Esto explica la emigración para salir de la pobreza hacia la ciudad.

La minería

En contraste con la España agraria, que creció lentamente, la minería y la industria crecieron con rapidez.
La clave para el aumento estuvo en la Ley de Minas, que concedía minas a perpetuidad a cambio de una modesta tributación pública. Compañías internacionales ya formadas aprovecharon esta ley para extraer minerales y exportarlos en bruto a países industrializados con costes bajos y muy altos beneficios. Hasta principios del siglo XX se exportó hierro, cobre, plomo y zinc en cantidades próximas al 90% de lo que se extraía. La presencia de capital extranjero, particularmente el inglés, en el desarrollo de la minería andaluza fue en aumento a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Mercurio, plomo y cobre experimentaron un sensible incremento de la demanda mundial con el desarrollo de la segunda revolución industrial. El mineral andaluz llegó a constituir a finales del siglo prácticamente la mitad del total de las exportaciones españolas; pero esto no se tradujo en inversiones industriales. Caso diferente fue lo ocurrido en País Vasco. Sin embargo, el carbón, de mala calidad y de cara explotación, quedó casi por completo en manos españolas. Acostumbrados a comprar carbón inglés de todos los tipos dada su excelente calidad, la marina se negó durante décadas a utilizar el carbón asturiano ya que era de peor calidad y el bajo coste de las operaciones retorno cargados de hulla inglesa después de haber ido para descargar minerales. Todo esto iba en contra de la extracción del carbón asturiano ya que no podía competir ni en precio ni en calidad con el inglés. La única salida era poner un arancel al carbón extranjero.

La industria Vizcaína

La hegemonía de Vizcaya y Euskadi, Santander y Asturias; se explica por la concentración de la riqueza de los yacimientos mineros orientados a la exportación, lo que les permitió una importante capitalización. Esto es lo que constituye la base del capitalismo vasco. Con la recesión de la demanda extranjera debido a la crisis europea, las empresas españolas tuvieron acceso a la extracción de minerales. La producción de mineral vizcaíno había aumentado con rapidez en los años sesenta, aunque luego quedó paralizada por la guerra carlista. La ley librecambista de Figuerola favoreció la explotación de la cuenca de forma regular y creciente. Entonces, tras la implantación de la Restauración, se inició una época en la que se expandió la producción de mineral para la exportación. Hasta el 90% del mineral extraído era exportado.

La industria en Cataluña

La industria textil catalana, hacia 1860, dominaba el mercado nacional. Sus textiles de algodón representaban cerca del 90% de la oferta española que abastecía la demanda interior. Por esta época, Cataluña reunía casi la cuarta parte de toda la industria española, lo cual representaba un nivel de industrialización casi dos veces y media al resto del territorio. Sin embargo, carecía de las materias primas: algodón y carbón. Las razones del éxito catalán, además de la burguesía innovadora y emprendedora, fue la ayuda del gobierno español, ya que disponía de una sólida barrera arancelaria y que le hacía dueña del territorio nacional ante los mercados de Cuba y Puerto Rico. Al absorber Cataluña la inmensa mayoría de la producción textil, el desequilibrio económico con respecto a las demás regiones fue considerable en ese periodo. El beneficio obtenido de su monopolio textil no se tradujo en la creación de un capital financiero nacional, como los vascos, sino la reinversión en otras actividades industriales catalanas. Así pudo abordar con gran antelación, con respecto a otras regiones, el plan de fuentes de energía eléctrica y aprovechamientos hidráulicos en las cuencas de su territorio. Esto convirtió a Barcelona y sus proximidades en la zona más próspera y desarrollada de todo el país.

El desarrollo financiero

A lo largo del siglo XIX, la presencia de inversores extranjeros fue determinante para la creación de un sistema bancario español. Hay que destacar dos aspectos: la creación de una nueva moneda nacional, la peseta, en 1868. Esta tuvo una situación peculiar, ya que mientras las demás monedas europeas cotizaban en relación al patrón oro, la peseta se fundaba en las reservas y en el patrón plata. Su devaluación desde el primer momento la llevó a ser una moneda fiduciaria, cuyo valor intrínseco estaba por debajo de su valor nominal. Por otro lado, fue creado en 1872 el banco hipotecario, al que siguieron otros de menor importancia. Con la restauración surgió el desarrollo de un nuevo sistema bancario de tipo mixto.

En cuanto a la hacienda pública, España contaba con un sistema fiscal aquejado por dos problemas: era absolutamente insuficiente, ya que no recaudaba para cubrir los gastos del estado, por lo que el déficit era crónico; por otra parte, un sistema tributario injusto, ya que la mayoría de los impuestos eran indirectos, es decir, gravados del consumo y no de rentas de capital y de trabajo. España tenía un sistema fiscal aquejado por el fraude, el ocultamiento y la exención de las grandes fortunas y propiedades.

La demografía. El crecimiento urbano

La población española creció en el último tercio del siglo XIX de dieciséis millones a dieciocho millones de habitantes, un crecimiento lento caracterizado por las altas tasas de natalidad y mortalidad. La esperanza de vida seguía siendo muy baja, de 35 años. En el último tercio del siglo XIX, el proceso de urbanización en España se aceleró de manera notable, aunque desigual. Crecieron espectacularmente ciudades como Bilbao, Barcelona o Madrid. La estructura de la ciudad se quedaba pequeña y se hacía necesario un ensanche destinado al alojamiento a los nuevos pobladores llegados del campo. Los ensanches de Barcelona y de Madrid supusieron grandes desafíos urbanísticos para los arquitectos de la época. Concretamente, el ensanche de Barcelona se convirtió en un modelo urbano para Europa, ya que por un lado se encontraba el ensanche precipitado por la llegada masiva de inmigrantes y por otra parte encontrábamos unos barrios promocionados por la burguesía industrial, trazado en manzanas cuadrangulares.