Origen y Evolución de la Fábula
La fábula, como género literario, tiene sus raíces en la literatura griega y posteriormente se traslada a la literatura latina. En sus inicios, se diferenciaba de la epopeya y compartía similitudes con el epigrama y la sátira. La característica principal de la fábula es la ficción, que transporta al lector a un mundo donde plantas y animales hablan, convirtiéndose en personajes que representan la realidad. Este género servía como medio de expresión para los estratos más humildes y marginados de la sociedad. Esopo y Fedro, reconocidos como esclavos, son los máximos representantes del género en Grecia y Roma, respectivamente. En manos del pueblo, la fábula se convertía en una herramienta reivindicativa y un medio para expresar lo que no se podía decir de forma directa.
Primeras Manifestaciones de la Fábula
En la antigua Grecia, los relatos de animales aparecen muy tempranamente. El ejemplo más antiguo que se conserva es la fábula del azor y el ruiseñor en Los trabajos y los días de Hesíodo. También se encuentran ejemplos similares en las obras de Arquíloco y Simónides. Estas fábulas se remontan a un patrimonio de fábulas populares acumulado desde tiempos antiguos, con una posible influencia oriental.
En el siglo VI a.C., surge la vida novelada de Esopo, en la que el fundador de la fábula se presenta como un esclavo frigio. Su vida, llena de aventuras, termina en Delfos, y su muerte es vengada por Apolo. Las fábulas esópicas, protagonizadas por animales, quedan relegadas a Esopo. La colección más antigua de fábulas es la de Demetrio Falereo, aunque las que han llegado hasta nosotros son más recientes.
Higinio: Un Polígrafo de la Época de Augusto
Cronológicamente, el primer autor es Higinio. Lo que conocemos de su vida proviene de Suetonio. Perteneciente a la época de Augusto, es el primer autor hispano del que conservamos una obra completa. Fue amigo íntimo del poeta Ovidio y se le considera un personaje importante en el panorama cultural de la Roma de finales del siglo I a.C., protegido por el propio Augusto, aunque cayó en desgracia por razones desconocidas.
Higinio fue un polígrafo y un anticuario, autor de varias obras eruditas. Se conserva íntegro su tratado De astronomia, una obra de carácter mítico-científico. Su obra Fabulae ha sufrido modificaciones que se han puesto de manifiesto desde la traducción al griego atribuida a Dosíteo. Se trata de una obra manipulada, compendiada, llena de lagunas, errores y contradicciones.
La Importancia de las Fabulae de Higinio
Solo una parte de esta obra reúne una serie de fábulas de carácter mitológico. Es una obra muy rica en contenido por la información que proporciona sobre los más diversos mitos. Puede considerarse, junto con la Biblioteca de Apolodoro y las Metamorfosis de Ovidio, una de las principales fuentes para el estudio de la mitología clásica. El interés fundamental de la obra radica en el gran número de originalidades, versiones que divergen de las consideradas canónicas o más conocidas, y mitos que solo nos han llegado a través de este autor.
Higinio muestra una gran dependencia del teatro griego y latino. Muchas de sus fábulas parecen resúmenes de obras perdidas en su mayoría. Más de cien de sus fábulas tienen el mismo título que alguna tragedia griega, un porcentaje muy elevado. De ellas, treinta y ocho se corresponden con obras de Eurípides.
El Estilo Literario de Higinio
Sin embargo, no es una obra de gran valor desde el punto de vista literario. El estilo es seco, repetitivo y prosaico, sin ninguna concesión a un latín elegante. A veces, utiliza el mismo verbo varias veces seguidas. Algunos piensan que trabajaba con gran precipitación. Su léxico es muy limitado y utiliza un reducido número de palabras, repitiéndolas incluso dentro de una misma fábula varias veces, ofreciendo así un estilo pesado y algo tedioso. No obstante, incluye a lo largo de su obra un gran número de hápax, palabras nuevas e insólitas de origen latino. Enriquece la lengua latina introduciendo numerosos helenismos.
Su obra alcanzó una gran popularidad gracias a una traducción que fue atribuida a Dosíteo en el siglo III d.C.
Fedro y la Consolidación de la Fábula en la Literatura Latina
En la literatura latina, la fábula se consolida como género gracias a Fedro, escritor del siglo I d.C., aunque se encuentran muestras esporádicas muy anteriores, como el apólogo del labrador y la alondra en las Saturae de Ennio. Lo que se sabe de su vida procede de su obra, en particular de los prólogos y epílogos de los cinco libros de sus Saturae Aesopiae.
Sabemos que nació en Macedonia hacia el año 15 a.C. y que muy joven llegó a Roma como esclavo de Augusto, quien más tarde le concedió la libertad. Los dos primeros libros de sus fábulas aparecieron durante el principado de Tiberio; el tercero, en el de Calígula; y siguieron otros dos, el cuarto y el quinto, antes de su muerte, que pudo tener lugar en tiempos de Claudio o quizás de Nerón.
Las Ideas de Fedro sobre la Fábula
En el prólogo del libro III, Fedro habla de las dificultades que sus fábulas anteriores le habían ocasionado, concretadas en la enemistad y las persecuciones de Sejano (prefecto de Tiberio). Este libro está dedicado a Éutico, auriga del equipo de los “verdes” y favorito de Calígula. Los siguientes están dedicados a personas no demasiado conocidas. En estos prólogos y epílogos, se reflejan claramente las ideas de Fedro acerca de sus fábulas y de su propia actividad literaria. Con frecuencia, nombra a Esopo y se remite a él, buscando el prestigio del fundador del género para su obra. Sin embargo, sus fábulas son “esópicas” solo en pequeña medida, ya que no todas proceden directamente de Esopo.
Fedro, esclavo como Esopo y luego liberto, insiste en el valor reivindicativo de la fábula en manos de los humildes. A la ficción sobre plantas y animales, con finalidad hilarante y moralizadora, añade la versificación y las aspiraciones literarias. Pretende atacar los vicios, pero no a las personas. Relaciona su vocación literaria, que le lleva a afirmarse como el primer representante de la fábula en la literatura romana, con su cuna próxima al monte Pierio y a la patria de Orfeo. No aspira al aplauso de los ignorantes y antepone la utilidad práctica a la altura literaria. Entre las cualidades de su estilo, se enorgullece sobre todo de su concisión. Sus quejas sobre la envidia contienen resonancias tanto de su actitud moralizante como de las circunstancias de su vida literaria.
Estructura y Contenido de las Fábulas de Fedro
La obra literaria de Fedro la conocemos directamente: 103 fábulas integran los cinco libros que han llegado hasta nosotros por transmisión directa. A ellas hay que añadir las 22 que proceden de la Appendix Perotina. Las fábulas de transmisión directa constan de dos elementos: un relato ejemplar, generalmente de animales, y una moraleja que puede preceder o seguir a aquel. No todos los relatos son fábulas de animales; a medida que se avanza en la lectura, se hacen cada vez más frecuentes las anécdotas relativas a personas. La moraleja fluye a veces de la narración de un modo natural y adecuado; otras veces, en cambio, peca de generalización. A través de la colección de fábulas, van desfilando los animales conocidos, simbolizando virtudes o vicios de los hombres. Las fábulas de la Appendix Perotina carecen de moraleja.
Tras la designación de fábula, se oculta en Fedro todo un arsenal extraído de la literatura de entretenimiento y adoctrinamiento. Junto a la fábula con animales, hallamos anécdotas, leyendas, cuentos, narraciones, parábolas, etc. Esta masa de elementos literarios tan heterogénea, según su materia temática, está enmarcada y entretejida con pasajes de carácter personal y teórico-poético, con alusiones autobiográficas e invectivas contra enemigos literarios y políticos. El tono agresivo y apologético, el pathos didáctico, el claro compromiso crítico frente a la época, con un ligero tinte filosófico, apuntan hacia los presupuestos histórico-literarios que sustentan la tarea de Fedro.
El Estilo de Fedro
En el estilo de Fedro, destacan su corrección y la concisión de la que él mismo se mostraba orgulloso. Tal brevedad produce en ocasiones la impresión de sencillez y elegancia, pero otras veces se confunde con el esquematismo y la sequedad, que tiene su reflejo en la falta de matización y de profundización en las conductas humanas. El verso que emplea en sus composiciones es siempre el senario yámbico, semejante en sus características al empleado por Plauto y Terencio, con enorme libertad de resoluciones y menos solemne que el trímetro yámbico que aparecía en la tragedia griega o en Séneca.
Las fábulas de Fedro pudieron tener éxito entre las gentes humildes, que se encontraban más próximas a este tipo de expresión. En cambio, los escritores más famosos de su época o de su siglo apenas dan señales de conocerlo. A pesar de que se mantiene en los límites propios de la modestia del género, y a pesar de sus propios defectos, tuvo Fedro el mérito de introducir la fábula esópica como género en la literatura latina. Al hacerlo, consiguió, a través de sus imitadores, aunque lejanos y tardíos, la inmortalidad a la que aspiraba.
Aviano y la Continuidad de la Fábula
El primero en imitar a Fedro fue Aviano, a finales del siglo IV. No se conoce nada de su vida; se especula con su supuesta pertenencia al orden senatorial romano. Compuso una colección de 42 fábulas en dísticos elegíacos, añadiendo a los argumentos tomados de Fedro otros de Babrio, poeta griego del siglo II d.C. Frente a la simplicidad de Fedro, Aviano resulta prolijo y cargado de pretensiones estilísticas. Abundan en ellas los populares hexámetros leoninos. Dotado de cierta habilidad estilística, su sintaxis en ocasiones no es completamente correcta. Se advierte en su obra la influencia de Virgilio y de Ovidio.
Las Fábulas de Rómulo
Otra colección de fábulas es la titulada Rómulo o Fábulas de Rómulo, procedentes de los años 350-500, que están redactadas en prosa y proceden de distintas fuentes. Las dos últimas obras constituyeron posteriormente, a lo largo de toda la Edad Media, la base de numerosas colecciones.