Las Grandes Culturas Prerromanas
Los habitantes de la península ibérica de mediados del primer milenio a.C. marcan el inicio de la Protohistoria, una etapa intermedia entre la Prehistoria y la Historia propiamente dicha. La Península Ibérica estaba habitada por un conjunto de pueblos con grandes diferencias en su organización, como los pueblos indoeuropeos, el reino de Tartesos y la civilización ibérica. Con la llegada de pueblos colonizadores del Mediterráneo oriental, como fenicios, griegos y cartagineses, en busca de tierras y metales para comerciar, aumentó la diversidad cultural.
Los Pueblos Indoeuropeos
Los celtas llegaron a la península atravesando los Pirineos desde el centro de Europa. Se establecieron en territorios de la actual Cataluña, en el valle del Ebro, la Meseta, y el norte y noroeste peninsular. Conocían y utilizaban el hierro, eran pueblos guerreros que fabricaban numerosas armas. Su economía se basaba en la ganadería y la agricultura. Practicaban ritos funerarios, como la incineración de cadáveres con las cenizas en urnas de cerámica. Los pueblos indoeuropeos o celtas más importantes fueron: los astures, los galaicos, los cántabros y los lusitanos.
El Reino de Tartesos
Cultura predominante en Andalucía occidental, alcanzó su máximo esplendor entre los siglos VII y VI a.C. Descubrimientos arqueológicos y testimonios clásicos grecolatinos hablan de un reino floreciente con una sociedad dividida en clases y una legislación escrita. El reino de Tartesos adoptó una forma de organización política y social con influencia orientalizante por el contacto con los fenicios. Su economía se basaba en la agricultura, la ganadería y la minería, alcanzando un amplio desarrollo. Hallazgos arqueológicos como El Carambolo, Cortijo de Ébora y Carmona parecen confirmarlo. Las referencias geográficas son difusas, lo que impide saber si fue una ciudad o un estado. Sin embargo, existió una cultura con rasgos uniformes dentro de Andalucía. Su centro se encontraba en la zona costera de Huelva, donde explotaron las minas de plata de Río Tinto, y en el valle del Guadalquivir. Tras la desaparición del Estado de Tartesos, su territorio se fragmentó y surgieron pueblos como los turdetanos.
La Civilización y la Cultura Ibérica
Fuentes históricas romanas afirman la presencia de otros pueblos indígenas: los íberos. Agrupados en diferentes tribus, se extendían por el Rosellón y Andalucía, con gran influencia fenicia y griega. Los íberos nunca constituyeron estados, existiendo grandes diferencias entre los pueblos, tanto en poblados como en forma de vida. Los únicos elementos comunes eran las manifestaciones culturales y espirituales. Pueblos destacados fueron los turdetanos, oretanos, bastetanos y edetanos.
Religiosidad y Arte Ibéricos
Los íberos eran pueblos con profundas creencias religiosas, como lo demuestran los abundantes santuarios (Collado de los Jardines, Cerro de los Santos, etc.) y exvotos de figuras humanas y de animales en piedra o bronce. Rindieron culto a divinidades guerreras, destacando una divinidad femenina. La religión incluía rituales funerarios complejos, incinerando a los muertos e introduciendo sus cenizas en urnas de cerámica.
El arte ibérico, el aspecto mejor conocido de su cultura, alcanzó su máxima expresión en la cerámica y la escultura, siendo la arquitectura más pobre.
La cerámica, hecha a mano y pintada, era abundante. Reproducía figuras humanas o animales, así como motivos decorativos. Según la época, manifiesta mayor influencia fenicia, griega o romana.
La escultura utilizaba la piedra para las grandes realizaciones, y el bronce y la arcilla para las pequeñas. Generalmente de carácter funerario o exvotos, sus obras más conocidas son las “damas” y animales fantásticos.
Ciudades, Economía y Sociedad
Las ciudades íberas eran poblados amurallados en lugares elevados para facilitar su defensa, con un territorio agrícola dependiente. Algunas se agrupaban en torno a otras más importantes. Las casas eran rectangulares, con paredes de adobe y de dimensiones reducidas, alineadas formando calles estrechas.
La economía íbera era de base primaria, basada en el cultivo de cereales (trigo y cebada), vid y olivo, complementada con importantes actividades artesanales: metalurgia (falcatas, fíbulas, pateras), textiles y cerámica, todas de gran perfección técnica y orientadas al comercio.
La estructura social era jerárquica, con un consejo de ancianos en la cúpula.
Las Colonizaciones de Pueblos Orientales
Durante la primera mitad del primer milenio a.C., coincidiendo con el asentamiento de los indoeuropeos, llegaron a la Península Ibérica fenicios, griegos y cartagineses. Estos pueblos del Mediterráneo oriental establecieron en las costas de Levante y del sur pequeños enclaves costeros para comerciar, llamados colonias.
Causas y Consecuencias de las Colonizaciones
La principal causa de la llegada de los colonizadores fue económica, debido al mayor desarrollo de los pueblos del Mediterráneo oriental. Esta situación los obligó a buscar materias primas en el occidente, destacando metales como el oro, la plata, el cobre y el estaño.
Los colonizadores buscaban establecerse en regiones mineras o lugares donde controlar el comercio de metales, como la costa sur de la Península, por donde pasaban las rutas (marítima y terrestre) desde las Islas Británicas y el noroeste peninsular. Posteriormente, sus actividades se extendieron a otros sectores como la pesca, los salazones, las salinas y las tinturas. A cambio, los peninsulares recibían cerámica, perfumes, tejidos y objetos de adorno.
Para los indígenas, las consecuencias más significativas del intercambio fueron técnicas y culturales. Entre ellas, destacan la extensión de la metalurgia del hierro, la introducción del torno alfarero, la moneda y la escritura, el desarrollo de la orfebrería y las artes aplicadas, y la asimilación de nuevos modos de vida y formas de organización social.