Al-Ándalus: Evolución Política, Conquista y Reinos (711-1492)

Introducción: La Expansión Islámica

La conquista árabe convirtió a la Península Ibérica en una zona de contacto entre dos grandes civilizaciones muy distintas: la islámica, urbano-mercantil, cuyo eje fundamental estaba en Oriente Próximo (Basora-Bagdad-Damasco-El Cairo, según las épocas) y la cristiana, agraria y ganadera, que se extendía entre el norte de Italia y Gran Bretaña. Desde el siglo VIII al X se formaron centros de resistencia cristiana en el norte peninsular: el reino astur-leonés en la Cordillera Cantábrica y los núcleos de Pamplona, Aragón y Cataluña en los Pirineos.

Al-Ándalus no fue un simple fenómeno de conquista musulmana a la que la resistencia hispano-cristiana logró expulsar al cabo de casi ocho siglos de lucha (Reconquista). Por el contrario, la mayoría de los hispanovisigodos aceptaron la civilización musulmana (religión, lengua, costumbres…) y formaron con sus conquistadores un verdadero Estado islámico. La conquista fue rápida. Si los romanos habían tardado unos doscientos años en controlar Hispania, los musulmanes lo lograron prácticamente en cinco años (711-716). En el año 711 los caudillos musulmanes que habían ocupado el Magreb fueron llamados por un sector de la nobleza visigoda como tropas aliadas para intervenir en una de sus habituales disputas con la débil monarquía visigoda. Un ejército de 12.000 bereberes al mando de Tariq derrota al rey Rodrigo en la batalla de Guadalete. Un nuevo ejército dirigido por Muza, gobernador de Ifriquiya (Túnez) y su lugarteniente Táriq, recorrió la península sin apenas resistencia; lo lograron, más que por victorias militares sobre los hispanovisigodos, principalmente por medio de capitulaciones (total sumisión a las autoridades islámicas que suponía la entrega de determinados bienes a los musulmanes) y pactos (admitía cierta autonomía política) con los gobernadores locales. Uno de los ejemplos más significativos es el del pacto realizado con el noble Teodomiro con Abdelaziz, quien gobernaba la provincia visigótica de Tudmir (aproximadamente la provincia de Alicante y actual Región de Murcia) con capital en Orihuela.

La conquista se dio por terminada en 718, después de ocupar Toledo, el valle del Ebro y alcanzar las estribaciones de la Cordillera Cantábrica. A partir del 716 sobrepasan los Pirineos, pero son detenidos por el monarca franco Carlos Martel en Poitiers (732). La hostilidad de astures, cántabros y vascos y el carácter inhóspito de aquellas tierras hicieron desistir a los musulmanes de su conquista. El valle del Duero quedó despoblado y se convirtió en una “tierra de nadie” que serviría de frontera entre Al-Ándalus y los pequeños reinos cristianos que se habían creado en el norte peninsular. Resulta sorprendente que un ejército musulmán de unos 40.000 hombres llegase a someter, sin oposición prácticamente, a una población de más de 4.000.000 de hispanovisigodos. Todo esto se explica porque: a) aprovecharon la debilidad de la monarquía visigoda (luchas de los nobles por el poder) b) a la masa de población campesina que vivía en régimen de servidumbre de los grandes señores visigodos, la llegada del conquistador musulmán supuso solamente cambiar de amo. c) la tolerancia inicial musulmana respecto al cristianismo y al judaísmo (religiones del Libro). Por tanto, la escasa oposición a la invasión explica la rapidez de la conquista.

La Evolución Política de Al-Ándalus

La España musulmana (Al-Ándalus, en árabe), atravesó varias etapas políticas:

  1. Emirato dependiente del califato Omeya de Damasco (s. VIII – 711-756).
  2. Emirato independiente del Califato Abbasí de Bagdad (ss. VIII-X- 756-929).
  3. Califato de Córdoba (ss. X-XI- 929-1030).
  4. Reinos de Taifas e invasiones norteafricanas (ss. XI-XIII- 1030-1250 aprox.).
  5. El reino nazarí de Granada (ss. XIII-XV- 1232-1492).

1. El Emirato Dependiente (711-756)

Desde el momento de la conquista (711) hasta 756, Al-Ándalus se convirtió en una provincia (emirato) del Califato Omeya de Damasco, con capital primero en Sevilla y después en Córdoba, gobernada por un emir (gobernador) que dependía en lo político y en lo religioso del califa omeya de Damasco. Los problemas y disensiones entre los conquistadores musulmanes empezaron pronto y esto será una constante a lo largo de la dilatada historia del Islam español. Hubo muchas luchas entre los diversos grupos invasores: árabes, bereberes, sirios…, motivadas tanto del intento de la aristocracia árabe por controlar el gobierno de Al-Ándalus como de las discriminaciones en el reparto de las tierras conquistadas. Los árabes se establecieron en las tierras más fértiles del Guadalquivir, del Levante y del Ebro, mientras que a los bereberes se les desplazó a las más áridas de la meseta castellana y las zonas montañosas. También se les alejó de los puestos de gobierno. El malestar se convirtió en rebelión abierta de los bereberes del 741. Para sofocarla, los árabes llamaron en su auxilio a un fuerte contingente de unos 10.000 sirios; esta guerra civil terminó con la emigración de los bereberes al norte de África. Se produjeron más enfrentamientos entre las tribus árabes o bereberes que entre musulmanes e hispanovisigodos. Durante el emirato dependiente se producen varios intentos de penetración musulmana hacia el resto de Europa. Todos ellos son detenidos por Carlos Martel, que derrota a los invasores en Poitiers en el año 732 y a orillas del Ródano en el año 738. A partir de este último año, los musulmanes abandonan sus pretensiones expansionistas en Europa y optan por reforzar su asentamiento en el territorio hispano-visigodo conquistado. Como vimos anteriormente, solamente las zonas más escarpadas de Asturias, Cantabria y País Vasco quedaron sin ocupar. Allí se había refugiado una pequeña parte de la nobleza visigoda derrotada que hizo causa común contra los irreductibles habitantes de la región (astures, cántabros y vascos), que durante siglos habían defendido su independencia ante romanos, primero, y visigodos después.

En el 722, un pequeño destacamento musulmán fue sorprendido en la agreste zona de Covadonga (Asturias) por un grupo de astures capitaneados por el noble visigodo Pelayo. En la refriega los musulmanes, o fueron diezmados o decidieron retirarse, y esta primera victoria cristiana sobre “los herejes musulmanes” sería magnificada en los siglos venideros al ser considerada como el inicio de la Reconquista de la Península Ibérica frente al Islam.

El emirato dependiente va a verse afectado por los acontecimientos que ocurren en la capital del califato. La familia de los omeyas, reinante en Damasco, tenía como feroces enemigos y competidores al linaje de los abbasíes. Estos últimos consiguieron asesinar a la mayoría de los miembros del clan omeya haciéndose con el poder en el 750 y trasladando la capital del califato de Damasco a Bagdad.

Un miembro de la familia omeya, el joven Abderramán, logró escapar de Damasco y buscó refugio en la lejana Al-Ándalus. Allí, con ayuda de sus partidarios, se enfrentó al gobernador designado desde Damasco y tomó Córdoba tras la victoria de Al-Musara. Constituye así en la Península Ibérica un Estado omeya independiente del califa de Bagdad, el emirato independiente de Córdoba. El nuevo emir, Abderramán I siguió aceptando en lo religioso la autoridad del califa abbasida, pero se declaró independiente en lo político.

2. El Emirato Independiente (756-929)

Abderramán I (756-788) fundó el Emirato Independiente de Córdoba: políticamente independiente del califato Abasí de Bagdad, aunque acataba la autoridad religiosa del califa de Bagdad.

Fue el fundador del estado islámico español. Para consolidar el nuevo Estado andalusí y afianzar su poder llevó a cabo una serie de reformas en la administración, que después completó su sucesor Abderramán II (822-852). Este último imitó para ello las instituciones creadas en Bagdad por los califas abbasíes. Con Abderramán II Al-Ándalus se arabizó y el emirato alcanzó su momento más brillante. Desde este momento y durante el Califato, va a quedar totalmente establecida la administración del Estado andalusí.

Las grandes reformas llevadas a cabo por estos dos emires son:

1. Concentraron en sus manos los todos los poderes del estado (autocracia): el legislativo, ejecutivo, el judicial, el militar…

2. Se rodearon de personas fieles que ocuparon cargos públicos: nombraron jueces (cadíes); como ayudantes directos creó los cargos de primer ministro (hachib) y de otros ministros (visires).

3. Organizaron un ejército mercenario (bereberes, eslavos…), que serían fieles sólo a quien les pagase. El grueso del ejército estaba en Córdoba, a las órdenes del emir.

4. Todas estas reformas incrementaron los gastos del Estado, por lo que se hizo necesario un incremento de los impuestos, que les granjearon la enemistad y el descontento de buena parte de la población.

Pero el emirato de Córdoba se vio sometido a continuas tensiones:

Los francos, liderados por Carlomagno, hostigaban los territorios situados al norte del Ebro. Este último, tras el fracaso en la toma de Zaragoza, sufre durante su retirada la derrota de Roncesvalles por parte de los vascones.

Las marcas pretendían, cuando tenían oportunidad, independizarse de Córdoba (fueron continuas las revueltas de Zaragoza, Toledo y Mérida). En efecto, el emir temía más la amenaza de sus gobernadores de las provincias que la de los mismos cristianos. También

Hubo rebeliones de la población indígena, muladí o mozárabes por el aumento de la presión fiscal y de la intransigencia religiosa.

La crisis del emirato comenzó tras la muerte de Abderramán II (852). Coincidió con una crisis económica y una mayor actividad de los cristianos del norte, produjo una crisis política en la que se mezclaron diversos tipos de descontentos:

Los mozárabes (cristianos que vivían en Al-Ándalus) (La creciente intransigencia religiosa e influencia de la cultura árabe sobre éstos empujó a algunos jefes mozárabes a insultar a Mahoma y el Islam, buscando el castigo y el martirio y remover así la conciencia de sus fieles. Este movimiento de mártires voluntarios acabó con la ejecución de mozárabes. Muchos huyeron a los reinos cristianos del norte.

Los muladíes (cristianos convertidos al Islam) seguían descontentos con la superioridad social de árabes y bereberes. El descontento fue intenso en las zonas fronterizas con los reinos cristianos, donde los jefes muladíes de Mérida y Zaragoza fueron independientes durante años. El movimiento más peligroso se produjo en las sierras andaluzas y lo encabezó Omar-ben-Hafsun, quien, desde su fortaleza de Bobastro (Málaga), mantuvo en jaque a los ejércitos del emir durante 40 años.

Los motines más importantes se produjeron durante el reinado de Al-Hakam I (797-822):

La “jornada del foso” de Toledo (797): fue intento de disidencia protagonizado por la población mozárabe y muladí de esta ciudad, que se saldó con la ejecución de los nobles toledanos y en Córdoba.

El motín del arrabal” (818), de carácter más social, originado por la subida de impuestos, acabó con numerosas ejecuciones y el destierro de miles de personas, la mayoría muladíes y mozárabes, dedicados a la artesanía y al pequeño comercio.

Todo ello trajo la debilidad política de los emires y, hacia el 900, Al-Ándalus fue un conjunto de numerosos señoríos independientes de hecho. El poder del emir se limitaba a Córdoba mientras que el avance de los cristianos por el norte peninsular constituía una fuerte amenaza.

3. El Esplendor del Califato de Córdoba (929-1031)

Durante el largo reinado de Abderramán III (912-961) Al-Ándalus alcanzó la época de mayor esplendor desde de todos los puntos de vista: político, militar, económico y cultural. El panorama que se encontró al subir al trono era desolador: las arcas del estado vacías, sublevaciones constantes de árabes, bereberes y muladíes, así como una crisis económica generalizada. Tardó 25 años en recuperar el control de los territorios de Al-Ándalus, pero logró someter todo el territorio andalusí: les obligó a rendirle vasallaje, a pagarle tributos y a ayudarle militarmente aportando tropas para las campañas contra los cristianos del norte.

Logró frenar el avance cristiano por el norte e hizo que reinos y condados cristianos se convirtiesen en sus vasallos y le pagasen tributos para evitar sus ataques, aunque conoció tanto éxitos militares (batalla de Valdejunquera, 920), como importantes derrotas (batalla de Simancas, 939). En el año 929 Abderramán III se proclamó Califa con lo cual, también se desvinculaba de los abbasidas de Bagdad en lo religioso. A partir de entonces, asumía no sólo el poder político, jurídico y militar, sino también el religioso, su poder era absoluto: dirigía el ejército, la administración del Estado, la política exterior, administraba los recursos estatales, presidía la oración de los viernes en la mezquita y era el juez supremo. Fortaleció el Estado cordobés logrando el control de los impuestos, reformó profundamente el ejército con tropas mercenarias (principalmente eslavos) y creó una aristocracia palatina muy vinculada a su persona, en detrimento de la aristocracia de sangre que en períodos anteriores se había revelado contra la autoridad del emir. Intervino en el norte de África para proteger los intereses comerciales de Al-Ándalus, ocupando Melilla (927) y Ceuta (929), puntos estratégicos para el control del Estrecho de Gibraltar y final de las rutas caravaneras que llevaban el oro desde el centro de África y Sudán al Mediterráneo. Por último, llegó a intercambiar embajadas con el Sacro Imperio Romano Germánico de Otón I y con el Imperio Bizantino. Durante el califato de Abderramán III y de su sucesor Al-Hakam II (961-976), Al-Ándalus se convirtió en la nación más rica y poderosa de Occidente y Córdoba rivalizaba en lujo y grandeza con Bizancio y Bagdad. Con Al-Hakam II se llegó al esplendor cultural y artístico que hizo de Al-Ándalus la sociedad más avanzada de su época. Al-Hakam II llegó a reunir una impresionante biblioteca más de 400.000 volúmenes. Le sucederá Hisham II, débil califa que dejó las riendas en manos de Muhammad Ibn Abi Amir, conocido como Al-Mansur (“el victorioso”, 977-1002), al que los cristianos bautizaron como Almanzor. Éste relegó al califa a un segundo plano y logró imponer una dictadura militar. Reforzó el ejército con tropas bereberes mercenarias, fieles a su persona, que hicieron frente a las intrigas de la nobleza árabe.

Declaró la “guerra santa” contra los cristianos del norte, realizando más de cincuenta expediciones de castigo (razias), en las que, además de recursos económicos, buscaba castigar a los fieles y afianzar su propio prestigio. La destrucción de Barcelona y de Santiago de Compostela fueron sus campañas más devastadoras. También saqueó las ciudades de Zamora, León, Coimbra y numerosos pueblos y monasterios. Las continuas guerras acabaron por agotar las arcas del Estado al tener que pagar con ellas el numeroso ejército mercenario. Fue necesario aumentar los impuestos y el malestar creció entre los contribuyentes. La crisis política que se desató tras su muerte en el 1002 fue tal que entre 1009-1031 hubo diez califas. Árabes, bereberes y eslavos pugnaban por escapar del poder central. Ante tanta confusión, en 1031 una junta de notables expulsó de Córdoba a Hisham III el último califa omeya, el califato tocó su fin. Cada gobernador se consideró soberano de su territorio: era el nacimiento de 25 nuevos reinos independientes, los llamados reinos de taifas.

4. Los Reinos de Taifas y las Invasiones Norteafricanas (1031-1250)

La compleja historia de esta etapa podría resumirse en algunos rasgos esenciales:

Durante los primeros reinos de taifas (1031-1090):

  • Fueron muy frecuentes las disputas entre ellos. Por lo que su elevado número inicial se fue reduciendo sobre todo por la incorporación de los más pequeños por los más poderosos, destacaron las taifas de Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza, Murcia.
  • Frente a la superioridad militar de los reinos cristianos, la supervivencia de los reinos de taifas dependía con frecuencia del pago de parias.
  • Su debilidad política no se tradujo, sin embargo, ni en crisis económica, seguían siendo territorios ricos, ni en decadencia cultural; las cortes de algunos de estos reinos fueron famosas por la labor de mecenazgo y el prestigio de sus intelectuales y artistas.

Los 25 reinos de taifas que se formaron se pueden clasificar según su composición étnica y cultural en:

  • Taifas árabes: Córdoba, Sevilla, Badajoz, Toledo y Zaragoza.
  • Taifas bereberes: Málaga y Granada.
  • Taifas eslavas: Murcia, Valencia, Játiva, Denia, Tortosa y Baleares.

Las parias reforzaron el poder militar cristiano, quienes, a partir del siglo XI, emprendieron la Reconquista. Esto obligó a los reinos de taifas a solicitar en dos ocasiones la ayuda de los imperios musulmanes africanos, que propiciaron breves periodos de reunificación de la España musulmana: los almorávides (1086), tras la conquista de Toledo por Alfonso VI; y los almohades (1146), que fueron derrotados en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), dando lugar a los terceros reinos de taifas, que en menos de 50 años fueron conquistados por los cristianos a excepción de Granada.

5. Conclusión: El Reino Nazarí de Granada (1237-1492)

Tras el avance de la reconquista en los siglos XI-XIII, el único reino musulmán que permaneció en la Península fue Granada. El reino de Granada, gobernado por la dinastía nazarí (fundado en el s. XIII), comprendía un extenso territorio entre las montañas del Sistema Penibético y la costa mediterránea. Este reino se mantuvo fundamentalmente por:

  • Su condición de vasallo del rey castellano y el interés económico que tenía para Castilla.
  • La conveniencia de este reino como refugio de población musulmana.
  • El carácter montañoso del reino (completado con una red de fortalezas fronterizas).
  • El apoyo norteafricano.
  • La crisis castellana bajomedieval (siglos XIV y XV).
  • La indiferencia de Aragón, más ocupada en su expansión mediterránea.
  • La homogeneidad cultural y religiosa del reino nazarí, sin población mozárabe, le proporcionó una fuerte cohesión.

La corte granadina fue un centro de cultura de primer orden (palacio de la Alhambra). Su momento de esplendor fue la segunda mitad del siglo XIV, y su desaparición, además de por sus innumerables luchas dinásticas, se ensarta en el contexto de la construcción del Estado moderno llevado a cabo por los Reyes Católicos a través de la unificación territorial y el reforzamiento de la soberanía de la Corona. En 1492 el reino de Granada fue conquistado por los Reyes Católicos. Así terminó el dominio musulmán en la Península Ibérica, ocho siglos después de las primeras expediciones de Tariq y Muza.