Al-Ándalus y los Reinos Cristianos: La Península Ibérica en la Edad Media

Al-Ándalus: Evolución política

La llegada de los musulmanes a la península ibérica en 711, durante el conflicto por la herencia del reino visigodo, marcó el inicio de Al-Ándalus. Derrotando a Don Rodrigo en Guadalete (711), los musulmanes extendieron su dominio por toda la región. Durante la rápida conquista, pactaron con los nobles visigodos, garantizando su autoridad a cambio de mantener el estatus económico-social y respetar el cristianismo mediante el pago de impuestos.

Las derrotas en Covadonga y Poitiers frenaron la expansión musulmana, dando origen al Emirato Dependiente del Califato Omeya, que luego se desvinculó políticamente del Califato Abasí, formando el Emirato Independiente. Tras la caída de los Omeyas, Abderraman I pudo escapar a Al-Ándalus, estableciendo un ejército mercenario para controlar revueltas y crear así el Califato de Córdoba.

Bajo Abderraman III, Al-Ándalus, respaldado por los eslavos, resistió los avances cristianos y consolidó un estado fuerte. Sin embargo, las disputas internas tras su reinado provocaron guerras civiles entre árabes y bereberes, debilitando el califato en el S. XI.

La fragmentación resultante dio origen a los Reinos de Taifa, facciones que compitieron militarmente entre sí y con los reinos cristianos. La conquista de Toledo por los cristianos en 1085 marcó un hito, aunque los Taifas recibieron ayuda de los Almorávides y Almohades del Magreb, dando lugar a las segundas taifas para frenar el avance cristiano y reunificar Al-Ándalus.

En la tercera taifa, tras la derrota en Las Navas de Tolosa en 1212, el Reino Nazarí de Granada surgió como el último bastión musulmán. Consolidado como vasallo de Castilla, se mantuvo hasta 1492, cuando la presión castellana y luchas internas provocaron su caída, poniendo fin a ocho siglos de influencia musulmana en la península ibérica.

Al-Ándalus: economía, sociedad y cultura. El legado judío en la Península Ibérica.

Al-Ándalus fue una sociedad urbana con una economía mercantil centrada en ciudades que destacaban en artesanía y comercio. Sin embargo, la agricultura era predominante, que prosperó fundamentalmente gracias a innovaciones como la ingeniería hidráulica y nuevos cultivos como el algodón, cultivados en grandes latifundios con sistemas de aparcería. Por otro lado, en la artesanía, el sector textil fue el más importante. El comercio se desarrolló tanto interna como externamente, con intercambios de productos de lujo en los zocos y comercio de seda y especias por oro africano.

La sociedad andalusí era diversa, dividida entre musulmanes, muladíes (hispanovisigodos conversos) y bereberes, con una minoría árabe privilegiada que convivían también con las “gentes del libro”, mozárabes y dimmies (cristianos y judíos) que pagaban impuestos para mantener su religión. Los esclavos africanos y eslavos ocupaban el estrato más bajo.

A pesar de las restricciones religiosas iniciales, durante el periodo califal se permitió una mayor libertad cultural. Surgieron avances en matemáticas, filosofía, literatura e historia, destacando figuras como Averroes y la creación de jarchas. En el arte, la arquitectura, representada por la Alhambra de Granada, destacó debido a la prohibición de representar figuras.

Los judíos, llegados a la península con los fenicios, vivieron en comunidades separadas y prosperaron económicamente durante el periodo califal, llegando a ocupar cargos importantes como el visirado de Nagrela. Sin embargo, con la llegada de los almorávides y almohades, la libertad religiosa se vio limitada, forzando a los judíos a emigrar y poniendo fin a su influencia en la península.

Aun así, dejaron un legado cultural, como la poesía de inspiración árabe y el conocimiento astronómico.

Los reinos cristianos: evolución de la conquista de la Península y organización política

Tras la invasión musulmana, se gestaron los primeros focos de resistencia cristiana en la franja cantábrica y los Pirineos, evolucionando entre los siglos VIII y XI en reinos que lideraron la reconquista (siglos VIII-XV): Castilla y León, Aragón (incluyendo Cataluña) y Navarra.

La Corona de Castilla se caracterizaba por su monarquía feudal, donde el poder del rey estaba limitado por la nobleza y el clero. La administración territorial se realizaba a través de los merinos y regidores, con una oligarquía urbana predominante. En contraste, la Corona de Aragón se basaba en un modelo pactista, donde el rey debía respetar las decisiones de las Cortes y los privilegios de la nobleza. En Navarra, el pactismo prevaleció, con instituciones inspiradas en los modelos castellano y aragonés, y las Cortes tenían un poder significativo.

La reconquista se desarrolló en varias etapas, coincidiendo con las principales cuencas hidrográficas de la península. En el siglo VIII al X, los cristianos avanzaron lentamente ocupando territorios despoblados como la cuenca del Duero, Galicia y el Alto Ebro. En el siglo XI y la primera mitad del XII, la fragmentación del califato en reinos de Taifas permitió a los cristianos avanzar hacia el valle medio del Ebro y el Valle del Tajo. En la segunda mitad del siglo XII hasta el XIII, los avances se limitaron a los cursos altos del Turia, Júcar y Guadiana debido a disputas entre los reinos cristianos. Finalmente, entre el siglo XIII y 1492, tras la derrota de Alarcos, la unión de los reinos cristianos condujo a la reconquista del valle del Guadalquivir y la toma de Granada, culminando con la conquista del reino nazarí en 1492.

Modelos de repoblación. Organización estamental

Durante la Reconquista, se llevó a cabo un proceso de repoblación que buscaba organizar la población en los territorios recuperados. En el siglo VIII, se comenzó a repoblar las zonas limítrofes del Duero y el Alto Ebro mediante el sistema de aprisio, donde los campesinos ocupaban pequeñas parcelas de tierra para su explotación. Posteriormente, en el siglo XI, se extendió la repoblación al Valle del Tajo y el Bajo Ebro, donde los concejos municipales, abiertos a la población, se encargaron de organizar los municipios y se les concedieron fueros para preservar sus privilegios y establecer relaciones feudales incipientes.

En el siglo XII, la repoblación avanzó hacia el Guadiana y el Turia, siendo ahora los concejos controlados por la oligarquía urbana quienes distribuían la tierra según la clase social. En las zonas fronterizas se fundaron encomiendas ocupadas por las Órdenes Militares para fortalecer la protección territorial. Hacia el siglo XIII, el territorio estaba mayormente dominado, a excepción del Reino Nazarí de Granada. El Tratado de Almizra dividió las tierras entre castellanos y aragoneses, asignando grandes latifundios (donadios) a la nobleza y órdenes, y minifundios (heredamientos) a la baja nobleza y milicias.

Este reparto de tierras fortaleció a la nobleza y debilitó la autoridad real. La sociedad resultante era estamental y profundamente desigual, influenciada por la religión. La nobleza y el clero conformaban los estamentos privilegiados, mientras que campesinos, artesanos y burgueses conformaban el Tercer Estado, sin privilegios y obligados a pagar impuestos. La pertenencia a estos estamentos estaba determinada por el nacimiento y era inmutable.

La Baja Edad Media en las Coronas de Castilla, de Aragón y en el Reino de Navarra

En la Baja Edad Media, las Coronas de Castilla, Aragón y el Reino de Navarra compartían similitudes en su estructura política, pero con diferencias significativas. En Castilla, la monarquía se fortaleció con las Partidas de Alfonso X y los Ordenamientos de Alcalá, que consolidaron el poder real y provocaron tensiones con la nobleza. Sin embargo, se logró mantener un equilibrio mediante concesiones y el establecimiento de instituciones como la Corte y el Consejo Real, que garantizaban un control efectivo en distintos niveles territoriales y administrativos.

En contraste, en Aragón, se implementó un sistema pactista donde el rey buscaba el respaldo financiero de la nobleza para financiar la reconquista. A cambio, concedía privilegios y autonomía. Las Cortes, con un poder significativo, limitaban la influencia monárquica. Además, Aragón contaba con instituciones propias como la Generalitat y la Diputación de Aragón, encargadas de gestionar el gobierno y las finanzas, reflejando una descentralización del poder.

Por otro lado, en el Reino de Navarra, el carácter pactista confería un gran poder político a las Cortes, respaldadas por instituciones como la Diputación y los Comptos, encargadas de asuntos económicos. Tras una guerra civil, Juan II de Aragón se desvinculó de la influencia francesa, pero la anexión a la Corona de Castilla en 1512, bajo Fernando el Católico, marcó el fin de la independencia de Navarra. Este proceso reflejó las dinámicas políticas y territoriales de la época, donde las alianzas, los conflictos y las anexiones redefinieron constantemente los mapas políticos de la península ibérica.