Antiguo Régimen: Economía, Sociedad y Absolutismo en Europa

Economía y Sociedad en el Antiguo Régimen

Durante el Antiguo Régimen, se identificaron dos sistemas principales de explotación agrícola: los campos abiertos y los cercamientos.

  • Los campos abiertos (openfield) predominaban en casi toda Europa, especialmente en el sur y en el este.
  • Los cercamientos (enclosures) eran parcelas individuales delimitadas por vallas o setos, en las que se daban cultivos más diversificados. Este sistema era típico de la Europa atlántica, sobre todo en las Islas Británicas y el norte de Francia.

En toda Europa existían tierras de propiedad comunal, de las que se beneficiaban todos los habitantes de las aldeas o villas, generalmente zonas de bosques y pastos para el ganado.

El limitado desarrollo de la ganadería no permitía la producción suficiente de carne y leche para alimentar a la población, cuya dieta se basaba principalmente en trigo y otros cereales.

El Régimen Señorial

Gran parte de la tierra era propiedad de los señores feudales, laicos o eclesiásticos, y sus posesiones se conocían como señoríos. Estos podían ser de dos tipos: señorío territorial y señorío jurisdiccional.

  • Hablamos de señorío territorial cuando el señor poseía la propiedad de la tierra. En este caso, los campesinos debían pagar rentas al señor por la explotación de sus parcelas.
  • Hablamos de señorío jurisdiccional cuando el señor ejercía la justicia, nombraba cargos o percibía impuestos por el uso de monopolios señoriales (horno, molino, bodega, pasos, etc.). Este derecho permitía al señor juzgar a los habitantes de sus tierras, tener inmunidad respecto al poder del rey y dictar órdenes y normas en ese territorio.

Estas formas de dominio feudal se daban con frecuencia de manera simultánea.

Las Cargas Impositivas sobre los Campesinos

Los campesinos europeos pagaban muchos impuestos durante el Antiguo Régimen, dirigidos a tres destinatarios:

  • Al rey: debían abonarse impuestos directos sobre las rentas e impuestos indirectos sobre productos, especialmente los de primera necesidad. En algunos países, los campesinos debían trabajar gratuitamente en las tierras del rey.
  • A los señores: debían pagar por el derecho de explotación de la tierra y por otros derechos señoriales, como el uso de molinos, puentes, almacenes de grano, etc.
  • Al clero: tenían que entregar el diezmo eclesiástico, es decir, el 10% de la cosecha.

Los campesinos no siempre debían pagar los tres tipos de impuestos. Por ejemplo, muchas tierras de señorío estaban exentas de la tributación real, mientras que en las tierras de la corona no existían cargas señoriales.

Durante la Edad Moderna, los impuestos crecieron continuamente debido a las crecientes necesidades financieras de las monarquías, causadas por las guerras y el aumento de las administraciones y la burocracia.

A los impuestos se sumaban la baja productividad agrícola y los desastres naturales, que provocaban hambrunas y subidas de precios. Estos factores a menudo originaban protestas campesinas. La época de mayor conflictividad se dio entre 1632 y 1653, con estallidos de violencia contra nobles y funcionarios del Estado, que casi siempre terminaban con una dura represión.

Una Industria Artesanal

La Persistencia del Sistema Gremial

La actividad manufacturera en las ciudades estaba controlada por los gremios, agrupaciones de artesanos que controlaban en régimen de monopolio toda la producción artesanal de cada oficio. Establecían la cantidad de materias primas, el número de artesanos y talleres, las zonas de venta y el precio final del producto. Para poder trabajar en un oficio, los artesanos (caldereros, carpinteros, sastres, albañiles, tintoreros, etc.) debían estar integrados en su gremio. Los gremios eran importantes en la mayor parte de los países europeos a comienzos de la Edad Moderna.

La artesanía presentó pocos avances y escasa innovación tecnológica hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Los artesanos trabajaban en pequeños talleres con pocos operarios y realizaban toda la labor de producción, desde la recepción de la materia prima hasta la elaboración del producto final. Solo en algunos sectores, como el textil, había cierta especialización en cada uno de los pasos del proceso de fabricación (hilado, tejido, teñido, etc.), realizados por diferentes talleres.

Nuevas Formas de Producción

Desde el siglo XVII se desarrolló el sistema de trabajo a domicilio (domestic system) para escapar a la regulación de los gremios. Un inversor capitalista compraba las materias primas y las repartía entre los hogares campesinos en los meses de descanso agrícola. Allí se realizaba el producto y luego el inversor lo recogía y lo comercializaba a precio libre. Esto permitió aumentar la producción, reducir los precios y satisfacer la demanda creciente de mercancías. Este sistema alcanzó su punto culminante en el siglo XVIII por la expansión de la demanda y del comercio.

Otros sistemas industriales en la Europa del siglo XVIII fueron las grandes fábricas patrocinadas por el Estado, que en España recibieron el nombre de manufacturas reales o reales fábricas. En ellas, no hubo innovación tecnológica ni se aplicaron máquinas. Su éxito fue escaso, salvo en ciertos productos de lujo, como tapices, en los que alcanzaron una gran maestría.

El Comercio

El comercio fue quizá el sector económico que más desarrollo alcanzó a lo largo de la Edad Moderna, especialmente el gran comercio internacional.

El Gran Comercio Internacional

El comercio internacional vivió una gran transformación en la Edad Moderna debido a la expansión colonial y el aumento de la demanda.

Muchos Estados europeos conquistaron territorios fuera de Europa y crearon grandes imperios, como España, Portugal, Francia e Inglaterra.

La Sociedad Estamental

La sociedad del Antiguo Régimen era una sociedad estamental, dividida en tres estamentos o estados: nobleza, clero y pueblo llano (o tercer estado). La característica principal de esta sociedad era la desigualdad ante la ley. La nobleza y el clero eran los estamentos privilegiados, mientras que el pueblo llano carecía de privilegios.

La Nobleza

La nobleza era el estamento privilegiado laico. Se accedía a ella por nacimiento o por nombramiento real. Gozaba de privilegios económicos (exención de impuestos), jurídicos (leyes y tribunales propios) y sociales (cargos públicos reservados).

En la cúspide de la nobleza estaba la aristocracia, integrada por las grandes familias, las más ricas y poderosas, a las que se reservaban los altos cargos de la administración y del ejército. En Francia, la aristocracia poseía la mitad del suelo cultivable y grandes mansiones, mientras que en Rusia había señores que poseían cientos de miles de siervos.

Los aristócratas despreciaban a los grupos inferiores y el trabajo productivo. Poseían un alto sentido de grupo social excluyente, se casaban entre ellos, tenían elevados ingresos derivados de la posesión de la tierra, del comercio y de las rentas señoriales, y monopolizaban el gobierno.

Durante el siglo XVIII, el poder de la aristocracia creció, mientras que la situación del resto de la nobleza se debilitó. Esto acercó las posiciones de la alta burguesía y de la nobleza.

El Clero

El clero era también un estamento privilegiado. Lo integraban dos grupos: el clero regular y el clero secular. El clero regular eran los monjes y monjas, los abades y abadesas, y otros miembros de las órdenes monásticas y religiosas. El clero secular comprendía al resto de los miembros de la Iglesia (curas de todo tipo, canónigos seglares, etc.).

Los religiosos formaban un nutrido grupo social en algunos países de Europa (España, Estados italianos, Francia, Polonia, Rusia, etc.). Al igual que los nobles, tampoco pagaban impuestos, tenían leyes y tribunales propios, y otra serie de privilegios. Además de las rentas que les proporcionaban las muchas tierras que eran propiedad de la Iglesia, recibían el diezmo o décima parte de la cosecha de todos los campesinos.

Dentro del clero también había gran diversidad. Mientras que el alto clero (cardenales, arzobispos, obispos, etc.) tenía un gran poder económico y político y controlaba grandes riquezas, la mayoría de los curas, frailes y monjas vivían de forma modesta, incluso en la pobreza.

Su consideración social derivaba de su función de interlocutor entre las personas y Dios. La carrera eclesiástica era la vía para poder acceder desde el estado llano a un estamento privilegiado.

El Pueblo Llano o Tercer Estado

El pueblo llano comprendía a la inmensa mayoría de la población y lo componían grupos de muy diferente condición que solo compartían una característica: carecían de privilegios jurídicos y económicos. Tenían, por tanto, que pagar impuestos y su trabajo sustentaba al conjunto de la sociedad.

La Burguesía

La mejor posición dentro del tercer estado correspondía a la burguesía, un grupo muy amplio que incluía a comerciantes, propietarios de los talleres y otros negocios, rentistas, funcionarios, profesionales, médicos, artistas, hombres de letras y científicos.

Este grupo representaba el espíritu de iniciativa económica y, en cierta medida, también cultural de las sociedades europeas de los siglos XVII y XVIII. A pesar de ser un sector social básico del desarrollo económico, su papel social era reducido por el monopolio del poder que ejercían la aristocracia y la jerarquía eclesiástica. Excepto en Inglaterra, Suiza y Provincias Unidas, donde la burguesía ejercía un papel predominante, en el resto de Europa su influencia política se reducía a ocupar algunos cargos municipales y estaba apartada de la alta política.

El Absolutismo y su Práctica de Gobierno

La monarquía era la forma de gobierno que dominó en Europa desde el siglo XVI hasta fines del XVIII. A lo largo de la Edad Moderna, los reyes fueron incrementando su poder. Desde mediados del siglo XVII, siguiendo el ejemplo de Luis XIV en Francia, se fue imponiendo la monarquía absoluta, en la que el rey tenía en teoría todos los poderes del Estado sin ninguna limitación.

La Monarquía Absoluta y sus Límites

Durante mucho tiempo, los historiadores defendieron que las monarquías absolutas eran muy poderosas: según esta visión, los reyes absolutos dirigían personalmente la política y la acción de gobierno sin necesitar el consentimiento de asambleas representativas; contaban con gobiernos e instituciones centralizadas ajenas a los poderes locales (municipios, provincias); tenían un ejército permanente y una burocracia capaces de imponer las decisiones del monarca en todos los rincones de su reino y de someter la desobediencia a su poder.

Esto era lo que los monarcas deseaban. Pero si estudiamos lo que sucedía en la realidad, observamos que este poder del rey se hallaba limitado por diversos aspectos sustanciales:

La primera limitación era la resistencia de los diversos poderes locales a las demandas del gobierno central. La población obedecía a las autoridades locales, más cercanas que el rey, un soberano lejano al que nunca veían. En el campo, los campesinos obedecían a los señores, y en las ciudades, los ayuntamientos eran muy poderosos y tomaban muchas decisiones que hoy corresponderían al gobierno.

Otra limitación era la falta de un control eficaz de los reyes sobre la administración de gobierno, sobre todo en los grandes Estados. Los reyes promulgaban muchas leyes, pero eran incapaces de imponerlas, pues no contaban con una administración suficiente ni con funcionarios cualificados.

Las actitudes de la aristocracia y de otros cuerpos sociales también limitaban la autoridad de los reyes. La promulgación de leyes o el establecimiento de nuevos impuestos debían contar con la aprobación de las asambleas representativas. Estas asambleas recibían diferentes nombres según los países (Cortes, Parlamentos, Estados Generales). No eran organismos democráticos, sino que sus miembros representaban a los poderosos: la nobleza, el clero y la alta burguesía de las ciudades más importantes. Por tanto, estos tres grupos podían limitar la acción del rey con sus votos.

Por ello, el término absolutismo solo resultaría apropiado para los Estados de reducida dimensión, donde la acción directa de gobierno del monarca era posible: Dinamarca, Portugal o Saboya-Piamonte. En la Europa, las grandes monarquías disponían de un poder restringido, basado en la cooperación o el consentimiento con los poderes locales y los grandes señores.

La Práctica del Gobierno Absoluto

Para gobernar eficazmente, los reyes hicieron dos cosas: por un lado, intentaron ampliar el control sobre sus territorios, y, por otro, cooperaron con quienes poseían el poder.

Los reyes absolutos crearon nuevos funcionarios con el objetivo de asentar su poder a nivel local. Es el caso de los intendentes en Francia, los alcaldes y regidores en las ciudades y pueblos, o los corregidores de provincia en España.

Pero estas medidas fueron insuficientes. Por eso, los reyes trataron de buscar la alianza de los poderosos, sobre todo de la nobleza, para conseguir que quienes tenían realmente el poder tomaran decisiones que estuvieran en sintonía con los intereses del monarca. A cambio de esa cooperación, los reyes se vieron obligados a mantener el poder y la autonomía de los señores feudales, las autoridades locales, los gremios, la Iglesia y los funcionarios poderosos que habían comprado sus cargos y los transmitían de generación en generación.

Asimismo, se mantuvo el sistema fiscal, por lo que la nobleza y el clero siguieron sin pagar impuestos. Este sistema era injusto, pues todo el peso de la hacienda real caía sobre el pueblo llano, y era también ineficaz, pues limitaba enormemente los ingresos del Estado.

Ni tan siquiera la justicia era impartida exclusivamente por el rey.

El gobierno estaba obligado a proteger a la población y sus propiedades, administrar justicia e imponer orden. Cuando un monarca juraba el cargo, prometía hacerlo así. Para reprimir el crimen se utilizaban los métodos más brutales: ejecuciones y castigos corporales que sirvieran de escarmiento a los demás, pues los ajusticiados se exponían en la vía pública. Pero dentro de los señoríos jurisdiccionales era el señor el que impartía justicia.

El Despotismo Ilustrado

Durante el siglo XVIII, en la mayoría de los países europeos persistieron las monarquías absolutas. Los reyes de este siglo deseaban mantener e incluso ampliar su poder, pero, a la vez, eran conscientes de que sus países sufrían graves problemas económicos y sociales que había que solucionar. Para conseguirlo, plantearon una política de reformas basadas en las ideas de una corriente filosófica nueva, la Ilustración. Por eso se habla de despotismo ilustrado cuando nos referimos a las monarquías absolutas del siglo XVIII.

Ilustración y Crítica al Antiguo Régimen

La etapa final del Antiguo Régimen, el siglo XVIII, se caracterizó por la aparición y desarrollo de una nueva forma de pensar y ver la realidad social. Su idea básica residía en el uso de la razón y la libertad como instrumentos de emancipación personal e intelectual del ser humano.

Las Bases del Pensamiento Ilustrado

La Ilustración fue un fenómeno con múltiples facetas. Sus postulados afectaron a casi todos los aspectos de la vida de las personas, desde la ideología y las creencias religiosas hasta la forma de organización social y política de los países. Las características esenciales del pensamiento ilustrado fueron siete:

  • El predominio de la razón como criterio de verdad frente a la tradición, lo sobrenatural y la superstición.
  • La crítica como instrumento de censura de aquellos rasgos de la sociedad, la cultura o la religión que se oponían a la razón.
  • La defensa de la autonomía del poder civil, que incluso debía controlar al poder eclesiástico.
  • La tolerancia religiosa como expresión de la pluralidad de creencias y de ideas.
  • Un elevado interés por la economía y el progreso material como medio para alcanzar la felicidad terrenal.
  • La educación como instrumento para difundir la razón, por lo que era conveniente que fuese dirigida por el Estado.
  • El interés por las ciencias experimentales o «útiles» y el sentido práctico de sus avances.

El filósofo alemán Immanuel Kant creía en la Ilustración como medio de emancipación del ser humano para que saliera de su «minoría de edad». Su lema, sapere aude, ¡atrévete a saber!, resumía esa idea. Fue, pues, una actitud global que postulaba una concepción de la vida cuyo centro era el ser humano, que debía liberarse de las limitaciones que le imponían la tradición social, el ejercicio de la política y el peso de la religión. Ahora ese nuevo «hombre ilustrado», guiado por las «luces» del saber y la razón, se veía capaz de dominar la naturaleza, estudiarla y comprenderla a través de la ciencia experimental y el análisis racional, lo que lo haría «feliz». La felicidad aparecía como el gran objetivo alcanzable por cada ser humano como individuo y como ser social, en perfecta armonía.

La mayoría de los ilustrados fueron creyentes y permanecieron fieles a sus creencias religiosas, aunque con ciertas dudas y críticas a la religiosidad popular, la superstición y las tradiciones. Unos pocos, sin embargo, hicieron abierta crítica de la religión, pues consideraban que negaba la razón y que era instrumento del fanatismo y la intolerancia.

Las bases sociales de la Ilustración se hallaban en las «clases educadas»: aristócratas, sacerdotes y otros sectores del clero, médicos, funcionarios, militares, abogados y comerciantes. En esta corriente participaron las mujeres, aunque de forma minoritaria. El grupo que protagonizó este cambio ideológico lo formaban los «filósofos»: así se llamó en Francia al grupo que llevó a cabo la gran obra de la Enciclopedia, y a otros ilustrados destacados.