Auge y Declive del Califato de Córdoba: De la Gloria a la Desintegración

El Califato de Córdoba (929-1031)

El advenimiento al poder del emir Abd-al-Rahman III (912-961) provocó un cambio de rumbo en la dinámica política anterior, que amenazaba con la disgregación de Al-Andalus. El nuevo emir fue capaz de acabar con las rebeliones internas, en especial la tentativa independentista del muladí Umar en el castillo de Bobastro (Málaga). En 20 años consiguió someter todo el territorio andalusí, frenó el avance cristiano por la meseta norte y transformó a reyes y condes en vasallos suyos, que le pagaron tributos.

Su autoridad se hizo absoluta desde el año 929, cuando dio el paso definitivo para la independencia de Al-Andalus al autoproclamarse califa, es decir, independiente no solo en lo político, sino también en lo espiritual o religioso. Reivindicaba así la legitimidad de su dinastía (los Omeyas) frente a la usurpación cometida contra su familia en la rebelión abasí del año 750. La crisis que atravesaba en ese momento el califato de Bagdad incitó a Abd-al-Rahman III a adoptar esta medida. Pero también pretendía hacer una demostración de fuerza frente al avance amenazador de los fatimíes por el norte de África. Abd-al-Rahman III mantuvo relaciones amistosas con el emperador de Bizancio, lo que proporcionó al califato cordobés una notable proyección internacional. El califa residía en el alcázar de Córdoba, que estaba situado junto a la gran mezquita. Unos años después de su autoproclamación, Abd-al-Rahman III ordenó construir, al oeste de la capital, la impresionante ciudad palacio de Madinat al-Zahra, convertida en residencia califal y en el centro del poder político de Al-Ándalus.

El periodo del califato de Córdoba representó el momento culminante del poder político musulmán. Asimismo, fue la época de máximo esplendor cultural y artístico de Al-Andalus, en especial durante el reinado de Al-Hakam II, hijo y sucesor de Abd-al-Rahman III. Sin embargo, en el terreno militar, la figura más destacada fue Almanzor (el victorioso por Dios), quien ejerció el poder efectivo en nombre del califa Hisham II. El califato se convirtió bajo su mando en una dictadura militar, que se mantenía gracias a las victorias de su poderoso ejército. Emprendió numerosas campañas contra los núcleos cristianos del norte, con efectos devastadores sobre las ciudades de especial significación. No fueron campañas de ocupación, sino razias cuyos objetivos eran la destrucción y la rapiña. Muerto Almanzor (1002), las turbulencias políticas y las luchas entre bandos rivales caracterizaron la fase final del califato, que acabó desintegrándose en numerosos reinos de taifas.

El Reino de Castilla

En 1035, a la muerte de Sancho III el Mayor de Pamplona, su hijo Fernando I se proclamó rey de Castilla. Logró también el título de rey de León tras el matrimonio con una princesa leonesa y unió ambos reinos bajo su corona. Ocupó y repobló los territorios despoblados al sur del río Duero, llegando hasta Ávila. Conquistó Coimbra (Portugal) y obligó a diversas taifas musulmanas a pagarle tributos. Castilla y León pasó a convertirse en un Estado fuerte y a dirigir la ofensiva hacia Al-Andalus. El reino se dividió a su muerte en 1065, repartido entre sus hijos Sancho y el futuro Alfonso VI, y su hija Urraca, a la que cedió la ciudad de Zamora. Tras el asesinato de Sancho en extrañas circunstancias, Alfonso VI (1072-1119) logró una nueva reunificación en 1072. Continuó su expansión hacia el sur y ocupó Toledo en 1085. Se proclamó emperador y la rendición de Toledo permitió la conquista de poblaciones situadas entre el Sistema Central y el río Tajo. El avance de los reyes cristianos atemorizó a los reyes musulmanes, que llamaron en su ayuda a los guerreros de un imperio islámico nuevo del norte de África, los almorávides. Entre 1086 y 1109, entraron varias veces en la península y derrotaron a los cristianos, frenando su avance hacia finales del siglo XI.

Ya en el siglo XII, al morir Alfonso VI, dejó heredera de sus reinos de Castilla y León a su hija Urraca (llamada igual que su hermana). A su otra hija, Teresa, como parte de su dote nupcial, le dejó el condado de Portugal, y empezó a autodenominarse reina. En 1128, su hijo Alfonso Enríquez se proclamó rey de Portugal. Castilla siguió dividiéndose en varias ocasiones. En 1140, el dominio almorávide se debilitó y, poco después, llegaron los almohades, que derrotaron al rey de Castilla Alfonso VIII (que murió) en la batalla de Alarcos (Ciudad Real) en 1195, frenando la conquista cristiana. Se organizó una cruzada para acabar con los almohades, ya en el siglo XIII, donde lucharon aliados los reyes de Castilla, Aragón, Portugal y Navarra. La batalla decisiva fue en las Navas de Tolosa en 1212. Se abrió el camino de conquista cristiana hacia el valle del río Guadalquivir. El reino de Portugal completó su expansión al alcanzar las tierras del Algarve, en el extremo sur. Castilla continuó hacia el sur con Fernando III el Santo, que había unificado definitivamente a castellanos y leoneses en la Corona de Castilla en 1230. Conquistó La Mancha, Extremadura y la taifa de Murcia, pasando después a Alfonso X el Sabio. Ocupa buena parte de Andalucía con ciudades como Córdoba, Jaén y Sevilla. La taifa de Granada sobrevivió desde 1238 gracias a su habilidad diplomática, al pago de impuestos a los reyes de Castilla (parias) y a su fuerza económica y cultural.

La Repoblación de las Tierras Conquistadas

La conquista militar de Al-Andalus fue acompañada de la repoblación de las tierras ocupadas, lo cual influyó en la posterior estructura de la propiedad y en el desarrollo social de los reinos peninsulares. Se dieron tres modelos repobladores:

  • Repoblación libre: Correspondiente a los siglos X y XI, afectó a las primeras tierras ocupadas en el valle del Duero y en las zonas al sur de los Pirineos. Al tratarse de áreas escasamente pobladas, los reyes estimularon a nobles y clérigos a ocupar las nuevas tierras y concedieron amplios privilegios a los campesinos. Este tipo de repoblación, llamada presura, dio como resultado la existencia de comunidades de campesinos libres y propietarios de pequeñas parcelas de tierra llamadas alodios. Sin embargo, la necesidad de defender el territorio fortaleció a los nobles y monjes que poseían castillos en los que protegerse, y muchos campesinos fueron convirtiéndose en siervos.
  • Repoblación concejil: Se dio entre los siglos XI y XII, fundamentalmente en los valles del Tajo y del Ebro, donde tuvieron que repoblarse importantes ciudades que habían quedado semidesiertas y que controlaban amplios territorios rurales (alfoz). Para protegerse de los ataques musulmanes, la repoblación se organizó de forma colectiva a través de concejos o municipios que gozaban de libertades y a los que los reyes otorgaban importantes privilegios (fueros y cartas de poblamiento).
  • Repartimientos: Se generalizaron a partir del siglo XIII, tras la conquista de Extremadura y Andalucía, cuando muchos musulmanes huyeron hacia Granada y el norte de África. Entonces, la mayor parte del territorio fue repartido en forma de grandes latifundios a los nobles, los clérigos y las órdenes militares que habían ayudado en las campañas. En las zonas ocupadas por el rey de Aragón (Valencia, Baleares, Murcia) se empleó un sistema similar, pero en el que, a diferencia de Castilla, la mayoría de musulmanes permanecieron en dichos territorios y pudieron conservar su religión y sus leyes (mudéjares).