Consecuencias de la Guerra de Sucesión Española: El Tratado de Utrecht y el Nuevo Orden Europeo

La Guerra de Sucesión Española y el Sistema de Utrecht

El testamento de Carlos II, último rey de la casa de Austria en España, estuvo determinado por el afán de salvaguardar la integridad territorial de la Monarquía Católica. Esta es la razón que subyace en su decisión de convertir en su heredero a Felipe de Borbón, duque de Anjou y nieto de Luis XIV de Francia. En principio, Europa (con la excepción de la rama austriaca de los Habsburgo) aceptó la sucesión. En realidad, la guerra fue provocada por el recelo de las potencias aliadas ante la posible unión de Francia y España bajo una misma corona y el control por parte de Versalles del gran mercado americano (algo que Luis XIV no hizo sino agravar).

En 1702, la Gran Alianza de la Haya, encabezada por Inglaterra, Austria y Holanda, declaraba la guerra al eje borbónico Versalles-Madrid. Frente a Felipe V, presentaba su candidatura al trono español el hijo del emperador José I, el archiduque Carlos de Austria. La guerra tendría un doble perfil, peninsular y continental que, paradójicamente, concluiría con resultado inverso: mientras en Europa, la Alianza acabó imponiéndose al bloque borbónico, en la península, las tropas al servicio de Felipe V se impusieron a los austracistas, asegurándole el trono.

Desarrollo del Conflicto en la Península Ibérica

Ciñéndonos a la península, los hechos bélicos de la Guerra de Sucesión no tuvieron gran trascendencia hasta 1704. Este año, una escuadra aliada recorrió la costa mediterránea esperando provocar un levantamiento a favor del archiduque, sorprendiendo a la plaza de Gibraltar (2 de agosto). Lo que parecía no ser más que un mero lance de la guerra se convertiría en uno de los hechos más decisivos de la historia moderna de España: desde entonces, aquel enclave se encuentra bajo soberanía británica.

En 1705, el país comenzó a sufrir realmente los efectos de la contienda. El dominio marítimo de los aliados empezó a dar sus frutos. Valencia y Cataluña tomaron, mayoritariamente, el partido austracista. La casi totalidad del reino de Aragón siguió este camino. Al año siguiente, Felipe V parecía tener perdida la guerra. Los angloportugueses avanzaron por Extremadura y Carlos III (como ya había sido proclamado el archiduque) entró en Madrid.

En este crítico momento, el apoyo castellano salvó la causa borbónica. La victoria decisiva tuvo lugar en Almansa (abril de 1707), fruto de la cual fue la liberación del centro y del Levante. Felipe V se consideró lo suficientemente seguro para decretar (29 de junio de 1707) la abolición de los fueros de los reinos de Valencia y Aragón, medida que intensificaría la resistencia catalana.

Cuando la guerra parecía prácticamente decidida, sobrevino la gravísima crisis de 1709, el “gran invierno” que asoló Francia y el interior de España. Luis XIV se vio obligado a retirar el apoyo militar a su nieto (ante el ataque aliado al propio territorio francés). Felipe V quedó aislado, lo que se tradujo en los reveses militares de 1710. Aragón fue reconquistado por los aliados y Felipe se retiró a Valladolid: el archiduque entró por segunda vez en Madrid.

En el momento en que la causa borbónica parecía más desesperada, dos hechos restablecieron la situación a su favor:

  • Por un lado, el nuevo esfuerzo castellano que se tradujo a fines de 1710 en la doble victoria de Brihuega y Villaviciosa (diciembre), que abrían el camino de Aragón.
  • Por otro lado, la muerte de José I (abril de 1711), con lo que el archiduque Carlos pasaba a convertirse en Carlos VI de Austria y, en caso de triunfar en España, podría rehacer el Imperio de Carlos V en el siglo XVI, lo que naturalmente ya no interesaba a sus aliados Holanda e Inglaterra.

En estas circunstancias, la resistencia proaustriaca quedó reducida a Cataluña, donde se había asentado el archiduque. Tanto Inglaterra como Austria trataron de buscar una paz negociada para Cataluña, pero Felipe V se mostró inflexible. Por fin, la resistencia catalana se redujo a la ciudad de Barcelona, que aguantó hasta el 11 de septiembre de 1714.

El Tratado de Utrecht y sus Repercusiones

Mientras en España concluía la guerra, se desarrollaron en la ciudad holandesa de Utrecht las negociaciones de paz. El resultado final, la llamada “paz o sistema de Utrecht”, es un conjunto de once tratados que regularon no ya sólo la sucesión española (motivo que había desencadenado el conflicto) sino también otras muchas cuestiones de la política europea.

Francia, aunque militarmente vencida, consiguió ver su objetivo satisfecho: la permanencia de Felipe V como rey de España. Austria recibió por ello dos importantes compensaciones (aunque, no obstante, no reconocería a Felipe como rey): los Países Bajos, el ducado de Milán y la isla de Cerdeña (que luego trocó por Sicilia).

La potencia más beneficiada fue Inglaterra, auténtico árbitro de las negociaciones y alma de su orientación final. Su supremacía naval quedó consagrada en Utrecht. Controlaba Terranova, Gibraltar y Menorca y se aseguraba el monopolio del Asiento de negros en la América española, es decir, el contrato para enviar esclavos africanos (para lo cual obtuvo también a costa de España otro importante privilegio, el llamado Navío de permiso, en virtud del cual podría enviar una nave anual de quinientas toneladas para comerciar en los puertos americanos). Tanto el Asiento como el Navío servirían como base legal para un amplísimo contrabando que burlaría el monopolio comercial español con sus Indias.