Crisis Monárquica y Guerra de Independencia en España (1808-1814)

La crisis de la monarquía de Carlos IV

En los primeros años del siglo XIX, la monarquía de Carlos IV se encontraba muy desprestigiada. Las razones residían en una crisis del sistema de gobierno, cuyas figuras más destacadas eran el rey, su esposa María Luisa de Parma y, sobre todo, el favorito Manuel Godoy.

La desamortización ordenada por Godoy en 1798 para hacer frente a la crisis financiera, generada por las guerras con Francia y el Reino Unido, había enemistado a la Iglesia con el valido. El déficit de la Hacienda Real se agravó por las guerras y un sistema fiscal poco eficaz.

La subordinación de la política exterior española a las necesidades de la Francia de Napoleón tuvo consecuencias graves, como la derrota en la batalla de Trafalgar (1805), donde fue destruida gran parte de la armada española. El Tratado de Fontainebleau (1807) permitió la entrada de tropas francesas para ocupar el reino de Portugal y dividirlo en tres provincias, una de las cuales sería para Godoy.

Esta política errática levantó la oposición de un llamado “partido antigodoyista” o fernandino, integrado por nobles y clérigos favorables al príncipe Fernando, hijo de Carlos IV. Este partido preparó una conspiración contra el rey, en la que estaba implicado su hijo.

Entre el 17 y el 19 de marzo de 1808, estalló el motín de Aranjuez, un levantamiento popular organizado por la facción de Fernando. El motín provocó la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. La caída de Godoy y de Carlos IV agravó la crisis de la monarquía española.

Las tropas napoleónicas, ya en España gracias al Tratado de Fontainebleau, eran mal vistas por el pueblo español. Napoleón intervino en los asuntos de la familia real española y la convocó a la ciudad francesa de Bayona.

El levantamiento contra los franceses

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se alzó contra las tropas francesas presentes en la ciudad, ante las noticias de que Napoleón pretendía llevarse a la fuerza al resto de la familia real hacia Bayona. El ejército francés, bajo el mando del mariscal Murat, reprimió duramente el levantamiento.

Mientras tanto, en Bayona, Napoleón había obligado a Carlos IV y a Fernando VII a renunciar al trono y cedérselo a él, para posteriormente entregárselo a su hermano José Bonaparte, quien reinaría como José I de España. Las abdicaciones de Bayona (mayo de 1808) evidenciaron las verdaderas intenciones del emperador respecto a España.

La insurrección se extendió por muchas localidades de España. En el origen popular de estos movimientos, una parte notable de cargos del Antiguo Régimen integraron juntas locales y provinciales para organizar la resistencia y la defensa frente al ejército invasor.

El Estatuto de Bayona y el gobierno francés

Los franceses intentaron instaurar en España un sistema de gobierno basado en los principios del liberalismo político, aunque con un marcado carácter autoritario. Este sistema quedó plasmado en el Estatuto de Bayona, un texto redactado por ilustrados españoles reunidos en Bayona, siguiendo las directrices de Napoleón.

Se trataba de una carta otorgada que concentraba todos los poderes en el rey, aunque establecía Cortes y reconocía algunos derechos individuales. El gran avance respecto del absolutismo y el Antiguo Régimen era que incluía una limitada declaración de derechos (libertad de imprenta, libertad de comercio, habeas corpus) y algunas reformas de carácter liberal, como la igualdad ante la ley, los impuestos y el acceso a cargos públicos.

Sin embargo, todas las iniciativas del rey José I estaban sometidas a las necesidades militares y estratégicas de Napoleón, por lo que, en la práctica, el rey carecía de autonomía en el gobierno.

El desarrollo de la guerra

La ocupación de España no fue tan rápida como creía Napoleón. La resistencia inesperada de ciudades como Zaragoza o Gerona y, sobre todo, la victoria española en la batalla de Bailén (19 de julio de 1808), obligaron al rey José I a abandonar Madrid y las tropas francesas se retiraron al norte de la Península.

Ante esta situación, el propio Napoleón, al mando de un gran ejército (la Grande Armée), entró en España y ocupó Madrid el 2 de diciembre de 1808. El rey José I regresó también a la capital.

Un ejército inglés, al mando del general Wellesley (futuro duque de Wellington), desembarcó en la Península para ayudar a los portugueses en agosto de 1808. El ejército español colaboró con Wellington desde Portugal.

La victoria francesa en Ocaña en octubre de 1809 y el avance hacia el sur permitieron a Napoleón ocupar casi toda España, quedando libres principalmente Cádiz y el este peninsular.

En 1812, los efectos adversos de la campaña de Rusia obligaron al emperador a retirar tropas de España para centrarse en otras zonas de Europa. El debilitamiento de las fuerzas francesas fue aprovechado por las tropas aliadas (españolas, británicas y portuguesas) al mando de Wellington.

Tras las victorias aliadas en las batallas de Ciudad Rodrigo y los Arapiles (Salamanca, 1812), las Cortes españolas (reunidas en Cádiz) nombraron a Wellington comandante en jefe de todos los ejércitos que luchaban en España.

La derrota francesa en Vitoria (junio de 1813) precipitó el abandono definitivo de España por parte de José I. En octubre, una nueva batalla triunfal para las tropas de Wellington en San Marcial obligó al ejército josefino a cruzar la frontera hispanofrancesa.

Napoleón, al borde de la derrota en Europa, firmó con Fernando VII el Tratado de Valençay en diciembre de 1813, por el que finalizaban las hostilidades en España y Fernando VII era repuesto en el trono. Con la firma de este tratado se dio por concluida la Guerra de la Independencia.

Patriotas y afrancesados

El proceso revolucionario que vivió el país de forma paralela a la guerra tuvo tres centros de acción principales:

  • La guerrilla: Fue el instrumento que canalizó la lucha del pueblo llano contra el invasor. Este fenómeno de resistencia popular, basado en el conocimiento del terreno y el apoyo de la población civil, surgió de forma espontánea y pronto fue regulado por la Junta Central.
  • Las juntas: Se formaron en muchas localidades ante el vacío de poder producido por la invasión y las abdicaciones de Bayona. Estas juntas locales dieron lugar a las provinciales, y estas, a su vez, promovieron la formación de una Junta Suprema Central en septiembre de 1808, que asumió la soberanía nacional y la dirección de la guerra.
  • La convocatoria de Cortes: La revolución adoptó forma jurídica con la convocatoria de Cortes por la Junta Central (aunque serían finalmente reunidas por la Regencia que la sustituyó). Quienes defendían las reformas optaron por unas Cortes generales, elegidas por sufragio universal masculino indirecto, y en las que la representación fuera la de la nación y no por estamentos, como en el Antiguo Régimen.

Durante la ocupación francesa, el pueblo español adoptó dos actitudes fundamentales ante el nuevo régimen de José I y la invasión:

  • Los patriotas: Eran la inmensa mayoría de la población. Defensores de la monarquía borbónica (personificada en Fernando VII,”El Desead”) y contrarios a la nueva dinastía impuesta por Napoleón. Dentro de este bando existían, a su vez, dos posturas ideológicas: los absolutistas, partidarios de mantener el Antiguo Régimen, y los liberales, que veían en la guerra la oportunidad de iniciar una revolución que acabase con el absolutismo y estableciese un régimen constitucional.
  • El bando afrancesado: También era heterogéneo. Hubo quienes se comprometieron con la nueva dinastía de José I y colaboraron con ella ocupando cargos y recibiendo honores (muchos de ellos eran ilustrados que veían en José I la posibilidad de modernizar España de forma pacífica). Otros adoptaron una actitud ambigua o interesada. La obra más destacada de este proyecto fue el Estatuto de Bayona de 1808. Al finalizar la guerra, muchos afrancesados tuvieron que exiliarse ante la persecución iniciada por Fernando VII.