Dimensión política e internacional del conflicto. Consecuencias de la guerra: el escenario internacional no mostró interés en parar la guerra. Inglaterra presionó a Francia para que no ayudara a la República, dando lugar a la no intervención. Moscú también se unió a esta opción, decantándose por aproximarse a las nuevas democracias. Reino Unido apoyó más a Franco por su contrarrevolucionariedad que su fascismo. Varios estados firmaron la no intervención, aunque Italia y Alemania no la siguieron. Hitler ayudó a Franco y facilitó su política anticomunista contra Francia. Roma también se beneficiaría. Portugal también ayudó. Llegaron por el mar Mediterráneo artilugios de guerra por parte de los soviéticos, pero no sirvió para frenar la guerra. La dimensión internacional del conflicto aumentaba. En 1936 se renovó el gobierno de Franco y se enviaron refuerzos. Fue más que una mera reacción por la ayuda de los soviéticos. La República se financió con el oro nacional y las divisas. Franco, con ayuda alemana e italiana. La República recibió peor armamento y de peor calidad. A pesar de ello, los republicanos se abastecieron de las reservas del Banco de España. Pero como consecuencia de la «No Intervención» y de la decisión soviética de ayudar a la República, Moscú se ofreció a hacerse cargo, en depósito, de las reservas del Banco de España, a cambio de asegurar el envío de armas. Los navíos con el tesoro zarparon de Cartagena el 25 de octubre rumbo a Odessa. El oro llegaría a Moscú a principios de noviembre. El embajador español, Pascua, lo había hecho el 7 de octubre. Desde febrero de 1937 se iniciaron las primeras ventas de oro para comprar armas. Los precios, tanto del oro como de las armas, se establecieron en dólares. Mucho se ha hablado de lo elevado de los precios, pero no había alternativa; se consensuaban previamente y lo que se podía encontrar en el mercado negro (al que la República hubo de acudir desesperada) era mucho peor y aún más caro. Mientras todo esto ocurría, los círculos financieros occidentales ya habían mostrado su hostilidad hacia la República, bloqueando activos invertidos por esta en sus entidades. Los créditos alemanes para la financiación franquista de la guerra ascendieron a unos 240 millones de dólares aproximadamente; los italianos se situaron entre los 415 y los 450 millones. Una condición impuesta por los prestamistas (especialmente por los alemanes) fue el incremento de las exportaciones de materias primas (sobre todo minerales) hacia Alemania e Italia. Por supuesto, el capital español también colaboró: Juan March aportó 15 millones de libras esterlinas y el rey Alfonso XIII (desde su exilio italiano) alrededor de diez millones de dólares. La ayuda soviética conoció dificultades en el otoño de 1937. En un momento crítico del conflicto, se asistió a una sensible reducción de los suministros rusos. Parece que este giro en la conducta de Moscú se relaciona con la oleada de terror desencadenada por Stalin por entonces. Tampoco debe ser ajeno a él el desencadenamiento del conflicto chino-japonés, que obligó a Stalin a intervenir (dado que precisaba a China como «tapón» ante una potencial agresión japonesa contra la URSS). El ritmo de la ayuda militar soviética a la República no se recuperaría hasta noviembre de 1938. Para entonces, la guerra estaba ya perdida.
Consecuencias de la guerra: Al término del conflicto, las consecuencias de la guerra resultaron pavorosas. Había sido una horrenda guerra de destrucción y exterminio que dejó heridas muy duraderas en la sociedad española, nunca cicatrizadas del todo. En su conjunto, las víctimas mortales debieron situarse cerca de las seiscientas mil (lejos, pues, de aquella idea, mitificada, que elevaba la cifra hasta el millón). Siendo la cifra terrible, acaso lo sea mucho más el volumen de víctimas originadas por la guerra, pero como consecuencia de la espantosa represión ejercida por ambos bandos. Al estudiar esta cuestión, de inmediato se constata lo anteriormente apuntado: las cicatrices perduran. Muchas provincias están pendientes de investigación o tan solo medio estudiadas, precisamente allí donde menos voluntad política ha habido para el esclarecimiento de la verdad histórica. En 1999 apareció un trabajo global sobre el fenómeno de la represión, coordinado por S. Juliá: en él se apuntaba para la represión franquista (estudiadas por completo 24 provincias y 5 parcialmente) unas cifras de 72.527 y 8.568, es decir, un total de 81.095, incluyendo la represión durante la guerra y en la postguerra. Para la represión republicana (sobre un total de 22 provincias) se arrojaba un dato de 37.843. Desde 1999 y al hilo de la dinámica suscitada en torno a la denominada «memoria histórica», nuestros conocimientos sobre el tema han aumentado sensiblemente, si bien, como apunta F. Espinosa, «es mucho lo que nos queda por saber». En su reciente libro «Violencia roja y azul. España 1936-1950» (2010), Espinosa ha recopilado los datos de las últimas investigaciones: para la zona franquista (durante la guerra) aún con algunos datos incompletos, se alcanzan 130.199 personas y para la republicana 49.272. Es decir, las cifras han crecido sensiblemente y es probable que aún se conozcan futuros reajustes al alza, aunque no sean demasiado cuantiosos. A ello hay que añadir la todavía más execrable represión franquista de postguerra. Beevor la sitúa entre 35.000 y 50.000. Con ello, el total de la represión franquista se situaría en el entorno de las 200.000 personas. A los muertos, bien en combate, bien fruto de la atroz represión, hay que añadir la enorme población reclusa al término de la contienda, que se acercaba al medio millón de personas, desperdigados, en condiciones infrahumanas, entre cárceles y campos de concentración. La represión de postguerra, pero también el frío y las enfermedades, diezmarían con dureza a este colectivo. En paralelo a la destrucción humana se sitúa la destrucción material. El punto de convergencia de ambas se encontró, por vez primera de modo sistemático en la historia de la guerra, en los bombardeos de las poblaciones civiles. Según J.M. Solé y J. Villaroya, los bombardeos provocaron unas once mil muertes (de ellas, en torno a 2.500 en Barcelona). La aviación republicana provocaría unas mil hasta la primavera de 1938, en que su capacidad ofensiva desapareció. Si gravísimas fueron las consecuencias de la guerra, no menos lo fueron las de la paz. Con el fin de la contienda no llegó la necesaria reconciliación. El régimen vencedor perseveró en el permanente recuerdo de las dos Españas, vencedora y vencida. Ilustrativo resulta su empeño (sostenido hasta el final) en celebrar el 18 de julio, no el 1 de abril. Muy revelador. Las torpes decisiones adoptadas en materia socioeconómica, unido al afán por perpetuar la fractura entre los españoles, determinaron durante años el mantenimiento de una sociedad fracturada y pauperizada. A los años de la guerra siguieron los años del hambre. España solo recuperaría sus niveles de producción y su renta per cápita de 1936 bien entrada la década de los cincuenta.