El Imperio Español: Auge y Declive de una Potencia Global

Un Año de Transformación para España

1492 fue un año crucial que marcó un punto de inflexión en la historia de España. Diversos acontecimientos de gran relevancia se sucedieron, culminando un proceso de cambio que se venía gestando décadas atrás. Este proceso trajo consigo la unidad política y religiosa de la monarquía hispánica, el fortalecimiento de la lengua castellana y la proyección de España hacia el mundo a través del descubrimiento y posterior colonización de América. Todo ello en el contexto del Renacimiento europeo, un período de florecimiento artístico y humanístico.

Hechos Clave de 1492:

  1. La Conquista de Granada: Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, culminaron la Reconquista con la toma del Reino Nazarí de Granada, último reducto musulmán en la Península Ibérica. Este hito puso fin a siglos de lucha y consolidó la unidad territorial de España bajo el cristianismo.
  2. La Expulsión de los Judíos: En un esfuerzo por afianzar la unidad religiosa, los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos que no se convirtieran al cristianismo. Esta medida, aunque motivada por convicciones religiosas, tuvo un impacto negativo en la economía española al privar al país de una comunidad próspera y emprendedora.
  3. El Descubrimiento de América: Cristóbal Colón, financiado por la Corona Española, llegó a América en busca de una nueva ruta hacia las Indias Orientales. Este acontecimiento, aunque Colón murió sin saberlo, cambió el curso de la historia al conectar Europa con un nuevo continente lleno de riquezas y posibilidades.
  4. Publicación de la Primera Gramática Castellana: Antonio de Nebrija publicó la primera gramática de la lengua castellana, un evento crucial para la estandarización del idioma y su posterior expansión por América.

El Imperio Territorial de Carlos I

Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, heredó un vasto imperio que abarcaba territorios en Europa y América. Su reinado (1516-1556) marcó el apogeo del poderío español.

Herencia y Expansión:

Carlos I recibió un legado impresionante: la Corona de Castilla, con sus posesiones en América, la Corona de Aragón, con sus territorios en el Mediterráneo, y los dominios de la Casa de Habsburgo en Austria, los Países Bajos y el Franco Condado. A esta herencia, Carlos I sumó el Milanesado y nuevos territorios en América.

Desafíos y Conflictos:

El reinado de Carlos I estuvo marcado por constantes desafíos: la rivalidad con Francia, la amenaza del Imperio Otomano en el Mediterráneo y la expansión del protestantismo en Alemania. La idea de Carlos I de un imperio universal cristiano se vio frustrada por estos conflictos.

Abdicación y División del Imperio:

Agotado por las guerras y la lucha contra el protestantismo, Carlos I abdicó en 1556, dividiendo sus dominios entre su hermano Fernando, quien recibió el Sacro Imperio Romano Germánico, y su hijo Felipe, quien heredó la Corona Española y sus posesiones en América y los Países Bajos.

El Imperio Territorial de Felipe II

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Carlos V repartió entre sus hijos sus propiedades y a Felipe II (1556-1598) le dejó los reinos de la Península Ibérica y los territorios de la casa de Borgoña. Como nieto del rey portugués recibió la Corona de Portugal y sus posesiones en América, África y Extremo Oriente. Esta unión con Portugal supuso la llamada “Unión Ibérica”.
Los grandes objetivos de su política fueron la defensa del catolicismo frente al protestantismo (hasta caer en la intransigencia religiosa) y el mantenimiento de la hegemonía de su dinastía en Europa y ultramar.
Concedió una gran importancia a los reinos hispánicos y gobernó desde Castilla. En política exterior, tuvo que hacer frente al resto de potencias de la época:
– La rivalidad con Francia quedó cerrada con la victoria en la batalla de San Quintín (1557) y la firma de la Paz de Cateu-Cambresis (1559).
– El Imperio Otomano se expandía por el Mediterráneo y sus aliados los piratas berberiscos hostigaban los barcos y los puertos españoles. Se firmó una alianza contra los turcos entre el Papado, Venecia y la Monarquía hispánica, la Liga Santa. Esta obtuvo un importante triunfo, en la batalla de Lepanto (1571), que supuso el fin del peligro turco en el Mediterráneo occidental durante años.

– La guerra en los Países Bajos se originó por el descontento ante los fuertes impuestos, el surgimiento de un sentimiento nacionalista y el conflicto religioso, al extenderse el calvinismo en la zona norte. La primera rebelión se produjo en la región de Flandes (1566) y fue apoyada por Francia e Inglaterra. España ejerció una dura represión. En 1579 (Unión de Arrás) el sur de los Países Bajos, mayoritariamente católico, aceptó la obediencia a Felipe II; las provincias del norte, en las que predominaban los protestantes, se convirtieron, de hecho, en un estado independiente (Unión de Utrecht).
– La reina Isabel I de Inglaterra, anglicana, apoyó a los protestantes de Flandes y protegió a los corsarios que atacaban los barcos españoles en el Atlántico. Felipe II decidió enfrentarse a Inglaterra ya que pensaba que derrotandola vencía a los flamencos y mandó construir una gran flota, la “Armada Invencible”; que fue derrotada en 1588 y que dio lugar a una larga guerra anglo-española. Su gobierno interior siguió las pautas de sus antecesores. Se trató de una monarquía descentralizada, no absoluta, donde las leyes e instituciones privativas de cada ente político debían ser respetadas (Cortes, diputaciones generales, fueros). La práctica política, sin embargo, condujo en ocasiones a todo lo contrario, motivando descontentos múltiples, acrecentados por el absentismo acusado que practicó, derivado de su elección de Castilla como centro de su monarquía. Cada territorio disponía de un consejo junto al monarca, quien hubo de añadir a los existentes –de Castilla, de Aragón y de Navarra, los Consejos de Italia (1555), cuyos asuntos se veían anteriormente en el de Aragón, de Portugal (1582) y de Flandes (1588).


La rebelión aragonesa de 1591, episodio que en los siglos XIX y XX se ha venido conociendo como «alteraciones de Aragón», comenzó con la huida de Castilla de Antonio Pérez (1540-1611), antiguo secretario del rey, preso desde 1579 tras haber caído en desgracia al ser descubiertas sus intrigas y manejos en la corte.
En su intento de librarse de la justicia regia y dada su condición de aragonés, en abril de 1590 Pérez buscó refugio en Aragón con el apoyo de la red de contactos que había tejido en este reino durante su etapa cortesana, nobles y prohombres que se habían enfrentado a la Corona en varias disputas jurisdiccionales surgidas en las décadas precedentes porque a menudo las políticas del monarca chocaban con los privilegios forales.
La nobleza en Aragón se oponía al intervencionismo del rey y acudía al Justicia. Como en otros conflictos anteriores, en la rebelión de 1591 tuvo un papel fundamental el proceso foral de manifestación, que administraba la Corte del Justicia de Aragón y que fue el recurso legal empleado por Pérez para defender su causa. La Monarquía, ante la imposibilidad de resolver a su favor el litigio en los tribunales, decidió recurrir a la Inquisición, que instruyó contra el reo un proceso por herejía con el fin de sustraerlo de la jurisdicción del Justicia.

La radicalización del conflicto a partir de este momento llevó a Felipe II a ordenar una intervención militar para restablecer el orden, decisión que fue contestada por las autoridades aragonesas con una declaración de resistencia y con el intento de reunir tropas para detener la invasión. Finalmente no hubo batalla, pero el desafío a la autoridad regia era manifiesto, y desde la corte se promovió una dura represión que incluyó la ocupación del reino y la aplicación de varias decenas de castigos ejemplares, entre ellos el
encarcelamiento e inmediata ejecución del justicia de Aragón don Juan de Lanuza (h. 1564-1591).
En las Cortes de Tarazona de 1592 se puso fin al conflicto y se confirmó la pervivencia del ordenamiento foral aragonés, si bien se introdujeron medidas que limitaron la capacidad de actuación de las principales instituciones aragonesas: Cortes, Diputación y Justicia.


La guerra de los Treinta Años comenzó por motivos religiosos y por disputas dinásticas entre los príncipes alemanes pero acabó envolviendo a toda Europa en una intensa lucha por la hegemonía política. En España coincide con la muerte de Felipe III a quien sucedió Felipe IV.
Dos motivos llevaron a la Monarquía Hispánica a implicarse, desde 1618, en la guerra que libraba la rama austriaca de los Habsburgo contra los Estados protestantes que cuestionaban su autoridad, especialmente en Bohemia:
-la defensa de la religión católica frente al avance protestante y la necesidad de articular de manera más firme, desde un punto de vista geoestratégico, los distintos territorios de un vasto imperio europeo muy disperso. Holanda, Dinamarca, Inglaterra, Suecia y, más tarde, Francia, serán los rivales de España y el Imperio alemán.
La contienda concluyó en 1648 con la firma de la Paz de Westfalia que supuso el final de la hegemonía de los Habsburgo en Europa: se confirmó la división religiosa del imperio sobre el que el emperador sólo tendría autoridad nominal; en Alemania se aceptó el principio de libertad religiosa por el cual cada príncipe elegía la religión de sus territorio;

Suecia y Francia ampliaron sus territorios; la Confederación Helvética se independizó del Sacro Imperio Germánico; Inglaterra y Holanda pasaron a disputarse el comercio internacional. Comenzó a asentarse el principio del equilibrio europeo internacional y del Estado secularizado. España reconoció la independencia de las Provincias Unidas (Tratado de Münster).
El conflicto con Francia continuó hasta el Tratado de los Pirineos (1659), que acordó la entrega a Francia de varias plazas en Flandes y Luxemburgo y del Rosellón y la Alta Cerdaña, que formaban parte de Cataluña, y algunas concesiones comerciales en América. Este tratado fue refrendado con el matrimonio del rey francés Luis XIV y María Teresa de
Austria, hija de Felipe IV, que abrió las puertas del trono español a los Borbones. Con ello se confirmaba el paso de la hegemonía continental a Francia.