El Imperio Español: Reyes Católicos y Austrias (Siglos XV-XVII)

“LA EDAD MODERNA: LOS REYES CATÓLICOS Y LOS AUSTRIAS (Ss. XV-XVII)”

Los años del reinado de los Reyes Católicos (1479-1516) se consideran como el origen del Estado moderno en España: sentaron las bases del poder de la Corona y se inició una expansión territorial de gran trascendencia futura.

En los inicios del siglo XVI, el nieto de Fernando e Isabel, Carlos de Habsburgo (Austria), reunió en su persona una enorme herencia territorial y el título de emperador del Sacro Imperio romano-germánico. Con Carlos I y Felipe II, su hijo y sucesor, se consolidó el Imperio español en Europa y América.

Pero en el siglo XVII, durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, el Imperio fue acumulando graves problemas que condujeron a una profunda crisis y a la pérdida de la hegemonía española en Europa, consumada al morir el último monarca de la casa de Austria, Carlos II, en 1700.

1.- LA CREACIÓN DEL ESTADO MODERNO. LOS REYES CATÓLICOS.

Los Reyes Católicos fueron el primer ejemplo de monarquía autoritaria en los reinos hispánicos.

1.1. La unión dinástica.

El matrimonio (1469) de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, herederos de las dos Coronas con mayor peso e importancia de la Península, dio origen, al acce¬der ambos al trono, a una nueva entidad política: la monarquía hispánica. Ésta debe entenderse como una unión dinástica, de dos coronas, en la que cada reino siguió rigiéndose por sus leyes e instituciones, por lo que se conformó un Estado plural y no unitario, integrado por unos territorios (Castilla, Aragón, Cataluña y Valencia) que sólo tenían en común una misma monarquía; de tal manera que los Reyes Católicos no utilizaron la de¬nominación de Reyes de España sino de los diferentes reinos que la formaban.

Las leyes, la moneda y las instituciones per¬manecieron diferenciadas. Ahora bien, a pesar de este aparente equilibrio, el mayor peso territorial, demográfico y económico de Castilla origi¬nó una creciente castellanización de la propia monarquía y un descenso del peso político de la Corona de Aragón.

1.2. La expansión territorial

Los Reyes Católicos coinci¬dían en la necesidad de completar la unificación te¬rritorial de los reinos hispánicos para consolidar un Estado fuerte. Así, Castilla, con la ayuda aragonesa, abrió de nuevo las hostilidades contra el último reducto musulmán de la Península, el Reino de Granada, que fue definitivamente anexionado a la Corona en 1492. Asimismo, Fernando de Aragón, siendo ya re¬gente de Castilla tras la muerte de la reina Isabel, in¬corporó Navarra a Castilla en 1515, aunque dicho te¬rritorio conservó su autonomía y sus instituciones.

Como todos los monarcas autoritarios, los Reyes Católicos dedicaron amplios esfuerzos a la política exterior. Los intereses de Castilla se volcaron en el Atlántico, y los de Aragón, en el Mediterráneo. En primer lugar, realizaron una intensa política matri¬monial, mediante la formalización de alianzas con diversos reinos europeos (Imperio alemán, Inglaterra y Portugal) Además, se recuperó el Rosellón y la Cerdaña y se consolidó el dominio de la Corona de Aragón sobre Nápoles (campañas de El Gran capitán). Por último, y para frenar el avance musulmán en el Medi¬terráneo, llevaron a cabo una serie de conquistas, que les aseguró el dominio de la costa de África (Melilla, Orán…). Igualmente, el apoyo de comer¬ciantes andaluces permitió la ocupación definitiva de las islas Canarias (1496).

1.3. El reforzamiento del poder real. Las instituciones

Un territorio unido no era suficiente. Los monarcas coincidían también en la necesidad de imponer su autoridad a la nobleza y a parte del clero, que duran¬te la Baja Edad Media se habían levantado repetidamente contra el poder real. Primero vencieron por las armas a la nobleza y a los grandes señores eclesiásticos (Toro, 1476) e impusieron su autoridad. Después, recuperaron parte del patrimo¬nio real en manos de los señores, aunque aceptaron garantizar a la aristocracia y a la Iglesia su poder e influencia a cambio de su sumisión política. Así consolidaron sus privilegios y generalizaron la insti¬tución del mayorazgo, que vinculaba las tierras a los grandes títulos nobiliarios.

Dominados la nobleza y el clero, los monarcas organizaron una serie de ins¬tituciones eficaces para afirmar la autoridad real: crearon un ejército perma¬nente y un cuerpo permanente que atendía los asuntos diplomáticos. Otra figura importante en este progresivo aumento del poder real en Castilla fue la de los corregidores, delegados del poder real en villas y ciudades que presidían los ayunta¬mientos y tenían funciones judiciales y de or¬den público. También se creó la Santa Her¬mandad, con atribuciones policiales, judiciales y de recaudación de impuestos.

Asimismo, los Reyes Católicos reorganizaron el Consejo Real, apartando a la gran nobleza e introduciendo letrados y secretarios proceden¬tes de la baja nobleza y de la burguesía. Tanto este Consejo como otros que se fueron creando cobraron cada vez más importancia. Mientras, las Cortes, sobre todo en Castilla, perdían pro¬tagonismo. En la Corona de Aragón se mantuvieron las instituciones tradicio¬nales, así como el mayor peso político de las Cortes. Ahora bien, se instituyó el cargo de virrey, un re¬presentante de los monarcas que ejercía plenamente la autoridad real.

1.4. La imposición de la uniformidad religiosa

La monarquía de los Reyes Católicos presentaba un gran pluralis¬mo religioso en el que cristianos, judíos y musulmanes convivían con dificultad. Los monarcas encon¬traron en la imposición de la fe católica, el mecanismo para integrar y unificar a la totalidad de los habitantes de sus reinos (de este afán deriva la denomi¬nación de Reyes Católicos).

El instrumento central de la ortodoxia católica fue el Tribunal de la Santa Inquisición, para reprimir la herejía y la brujería. Los Reyes Católicos la reforzaron y la convirtieron en un instrumen¬to de control ideológico y de unidad religiosa, al encargarle la perse¬cución de los sospechosos de herejía y muy especialmente de los ju¬díos y musulmanes convertidos al catolicismo (conversos).

Una de las primeras decisiones reales en defensa de la unidad reli¬giosa fue la expulsión de los judíos (1492) que no aceptaron conver¬tirse al catolicismo. Fue el episodio final de una persecución, iniciada ya en la Edad Media. Afectó a unas 150000 personas en Castilla y a unas 30000 en Aragón, cuyas propiedades fueron confiscadas; mientras, 50000 personas, aproximadamente, aceptaron ser bautizadas.

Los Reyes Católicos también plantearon la conquista de Grana¬da como una guerra contra los infieles. Por ello, aunque inicialmen¬te se garantizó a los musulmanes (mudéjares) el mantenimiento de sus costumbres, propiedades, leyes y religión, en 1499, Cisneros im¬pulsó los bautismos obligatorios.

1.5. Sociedad y economía

La característica básica de la sociedad de la época era el reconoci¬miento legal de la desigualdad de las personas. Las leyes y la tradi¬ción proclamaban a la nobleza y al clero como los dos estamentos pri-vilegiados frente al pueblo llano. La actividad económica básica era la agricultura, especialmente de cereales y viñedos, a la que estaba vinculada el 90 % de la población aproximadamente.

La nobleza y la Iglesia eran propietarias de cerca de las tres cuar¬tas partes de las tierras de cultivo, estaban exentas del pago de im¬puestos, desempeñaban en exclusividad los cargos importantes de la administración y recibían menores penas por la comisión de delitos. También formaban parte del grupo de gran¬des ganaderos castellanos, organizados en el Honrado Concejo de la Mesta. La importancia económica de la lana en Castilla llevó a defender los privilegios de las tierras de pasto frente a las dedicadas al cultivo, con lo que quedó frenada la expansión agraria y el crecimiento de la población.

El pueblo llano constituía la mayor parte de la población, en torno a cinco millones de habitantes, y esta¬ban sometidos a todo tipo de derechos señoriales y sus condiciones de vida eran muy precarias. En años de malas cosechas se desenca¬denaban las crisis de subsistencia, en las que la carestía de los ali-mentos provocaba la subalimentación de la población y elevaba enor¬memente la mortalidad.

El incremento del número de señoríos y la facilidad para crear mayorazgos (tierras vinculadas al patrimonio nobiliario familiar, transmitidas al primogénito y que no podían venderse) aumentaron el control de la nobleza sobre las tierras y empeoraron las condiciones de vida de los campesinos. Cataluña fue la única zona en donde este poder de la nobleza fue en parte contenido gracias a la Sentencia Arbi¬tral de Guadalupe (1486).

Frente a esa mayoría campesina, la población urbana era escasa. Las actividades artesanales y comerciales resultaban limitadas. De todas maneras, algunas ciudades ligadas al comercio, como Valencia, Barcelona, Valladolid, Toledo y Sevilla, llega¬ron a superar los 30000 habitantes en el siglo XVI, y las actividades artesanales alcanzaron en ellas una notable importancia. Los gre¬mios continuaban controlando, mediante una rígida reglamentación, la producción y distribución de productos.

2.- CONQUISTA, COLONIZACIÓN Y EXPLOTACIÓN DE AMÉRICA

Durante el reinado de los Reyes Católicos, los viajes de Cristóbal Co¬lón, en búsqueda de una ruta para alcanzar las Indias, sentaron las ba¬ses del Imperio hispánico en América. A lo largo del siglo XVI se avanzara en la exploración, explotación y organización de las nuevas tierras.

2.1. Colón y el dominio del Caribe

Desde la conquista de las islas Canarias, los castellanos habían abierto rutas en el Atlántico, pero sin duda eran los portugueses, pioneros en viajes y descubrimientos, los que dominaban las rutas marítimas. Cristóbal Colón presentó, primero en la corte portuguesa y después a los Reyes Católicos, una propuesta basada en la esferici¬dad de la Tierra, que consistía en abrir una nueva ruta al oeste para alcanzar tierras asiáticas, en busca de oro y especias, en lugar de bordear África. Al principio, dicha ruta fue rechazada tanto por Por¬tugal como por los Reyes Católicos, pero finalmente Isabel de Castilla aceptó y puso a disposición del navegante los medios para el viaje. El contrato entre Colón y los reyes (Capitulaciones de Santa Fe, 1492) establecía los cargos y beneficios que le reportaría la em¬presa del descubrimiento de la nueva ruta.

El 3 de agosto de 1492 salieron de Palos (Huelva) tres pequeñas naves que, después de una breve escala en Canarias, alcanzaron tie¬rra el 12 de octubre del mismo año, en una serie de islas del Cari¬be: Guanahaní o San Salvador, Cuba y La Española. Las expectati¬vas de riqueza generadas por el descubrimiento motivaron tres viajes más de Colón.

En 1511 había concluido prácticamente la conquista de las gran¬des islas antillanas, pero las expectativas resultaron menores de lo espera¬do. Sin embargo, eran evidentes las perspectivas de hallar un nuevo continente, con una gran extensión de tierras.

2.2. La conquista de América

La colonización del continente americano abarcó su práctica totalidad con la excepción del actual Brasil, en manos de Portugal como consecuencia del Tratado de Tordesillas y las tierras del norte. La conquista se desarrolló en dos grandes etapas. La primera etapa fue capitaneada por Hernán Cortés. Su expedición, iniciada en 1518, salió de la isla de Cuba, desembarcó en tierras mexicanas, don¬de fundó la ciudad de Veracruz, y se adentró en el territorio habita¬do por la civilización azteca. Consiguió dominar militarmente a los aztecas, con la ayuda de diversas tribus enemigas, apoderarse de sus riquezas y convertir al emperador Moctezuma en su rehén en 1519. Los aztecas se resistieron a someterse al dominio de los españoles, pero Cortés los venció en la batalla de Otumba (1520) y se apoderó de un amplio territorio que recibió el nombre de Nueva España, que se extendería por América central.

La segunda etapa de conquista fue dirigida por Francisco Piza¬rro a partir de 1531. Partió de Panamá y se dirigió hacia las costas de Ecuador, para iniciar la conquista del Imperio inca, que abarca¬ba el actual Perú, Ecuador y parte de Bolivia. Pizarro avanzó hacia el sur y, aprovechando los enfrentamientos entre los incas, consiguió imponerse sobre ellos y ajustició a su principal caudillo, Atahualpa, en 1532, conquistando al año siguiente Cuzco, la capital del Imperio.

En esa misma época, en América del Norte, Cabeza de Vaca explo¬ró Florida, Tejas y California; Orellana recorrió el Amazonas; Almagro y Valdivia conquistaron Chile, y Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires. Finalmente, en Asia, las islas Filipi¬nas fueron conquistadas por Legazpi.

2.3. Organización colonial y explotación de las Indias

Las tierras conquistadas fueron incorporadas a la Corona de Castilla, que financió la empresa y controló su colonización, mediante el establecimiento de un monopolio sobre la inmigración y el comercio. Las Indias copiaron la organización ins¬titucional castellana: se instauraron el municipio y los virreinatos (organización territorial superior), las audiencias (con funciones judiciales y de gobierno). Se fundaron dos virreinatos, el de Nueva España al norte, que comprendía América Central y las islas caribeñas; y el del Perú, que se extendía por América del Sur.

Al mismo tiempo se desarrolló una legislación específica para la organización de los nuevos territorios, conocida como Leyes de In¬dias. La primera recopilación fue la de las Leyes de Burgos (1512), que respondían al deseo real de evitar los abusos de los colonos y de mantener bajo su control el Imperio, prohibiendo la esclavitud, pero obligando a los indígenas a trabajar para los colonizadores.

Los nuevos territorios supusieron una importante fuente de in¬gresos para Castilla y, en general, para la Corona, que controlaba el tráfico comercial y se reservaba la quinta parte (quinto real) de to¬do el metal precioso (oro, plata) y una tasa del 7,5 % sobre todos los productos importados o exportados. El oro y la plata resultaron las mayores riquezas que se extrajeron de América. Las minas más importantes fueron las de plata (Potosí y Zacatecas).

Las tie¬rras fueron repartidas entre los colonizadores, a los que se les entrega¬ba una finca y un grupo de indios. De esta manera surgió el concepto de encomienda, por la que el indígena era “encomendado” al colono y, a cambio de una teórica protección, queda¬ba obligado a pagar tributos y a trabajar forzosamente para el enco¬mendero. Otro sistema de explotación fue la mita, empleado en el trabajo de las minas. Las disposiciones de la Corona para evitar los abusos sobre la población, como las Leyes Nuevas de Indias (1542), fueron incum¬plidas de forma sistemática, a pesar de las denuncias, como las realiza¬das por el padre Bartolomé de las Casas. La corrupción y la explotación de los indígenas fueron desde el principio rasgos destacados de la administración en América.

2.4. El impacto en la economía y la sociedad

A partir del siglo XVI, las Indias fueron una gran fuente de intercambios comerciales. Castilla suministraba trigo, vid, aceite, ganado, vestidos, armas, etc., y de América llegaban, fundamentalmente, oro, plata, pero también productos agrícolas hasta entonces desconocidos como el maíz, la patata, el cacao, el tabaco y el cacahuete. El monopolio del comercio americano se otorgó al puerto de Sevilla, desde el que partían o llegaban todos los barcos de la ruta Americana. En 1503, la Corona creó la Casa de Contratación de Sevilla para controlar el tráfico de personas y mercancías, y asegurarse la recaudación de los tributos reales. Los viajes a América se organizaron mediante un sistema de flotas, buques que navegaban reunidos para controlar de manera efecti¬va el comercio americano y protegerse de los continuos ataques de tos piratas ingleses y holandeses.

La enorme afluencia de metales preciosos provocó un aumento es¬pectacular de los precios (400%) en el territorio castellano, al aumen¬tar el dinero en circulación sin incrementar la producción, y dio lugar a un fenómeno conocido como la revolución de los precios.

El elevado endeudamiento de la Corona española para financiar primero la expansión y después el mantenimiento del Imperio, hizo que gran parte de este tesoro se gastara con tanta rapidez como ha¬bía sido adquirido. Los banqueros alemanes y genoveses facilitaron el capital para equipar a la armada y al ejército, y recibieron en pa¬go, por los créditos concedidos a elevados intereses, la mayor parte del tesoro americano. Los efectos dinamizadores del oro y la plata en la economía castellana resultaron escasos, ya que la riqueza que no acabó en manos de los banqueros extranjeros fue invertida im¬productivamente en joyas o bienes de lujo importados.

3.- LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVI: CARLOS I Y FELIPE II

La dinastía austriaca de los Habsburgo llegó al trono por el matrimonio de Juana, hija y heredera de los Reyes Católicos, y el príncipe Felipe de Habsburgo, hijo de Maximiliano, archiduque de Austria y emperador del Sacro Imperio Roma¬no-Germánico.

3.1. Carlos I: el proyecto imperial

Al morir Isabel I en 1504, su hija Juana fue proclamada reina de Castilla, mientras en Aragón continuó gobernando Fernando el Católico. Pero en 1506 murió Felipe I el Hermoso, el esposo de la reina, y ésta enfermó mentalmente (de ahí el sobrenombre de Juana la Loca). Dada su incapacidad para gobernar, su padre, Fernando, asumió la regencia de Castilla, hasta su muerte en 1516. Fue entonces cuando Carlos I, primogénito varón de don Felipe y doña Juana, nacido en Gante (Bélgica) en 1500, fue proclamado rey en Bruselas y llegó a España en septiembre de 1517. Su herencia era inmensa: las Coronas de Casti¬lla y Aragón, con sus territorios en Italia y América, el archiducado de Austria y los dominios de los Países Bajos, el Franco Condado y Luxemburgo.

Carlos llegó a España rodeado de una corte de consejeros de Flandes que no conocían el país pero se hicieron con cargos y digni¬dades. Esto levantó de inmediato recelos entre los notables de Castilla y Ara-gón. El monarca convocó las Cortes de Castilla, Aragón y Cataluña, en las que fue reconocido rey. En 1519 falleció su abuelo, el emperador Maximiliano, y Carlos fue elegi¬do por unanimidad emperador con el nombre de Carlos V de Alemania.

Carlos I heredó el título de emperador en unas cir¬cunstancias sumamente difíciles debidas a la rebelión protestante, la rivalidad con Francia y la amenaza turca en el Mediterráneo. El emperador entendió que tenía una gran misión his¬tórica: el mantenimiento de una monarquía cris¬tiana y universal, por la que se vio envuelto en conti¬nuas guerras y llevó una vida itinerante. Por todo ello, prestó más atención a su función como emperador de Occidente que como monarca español.

En 1556, y con graves problemas de salud, el emperador abdicó en su hijo Felipe II, a quien cedió la Corona y todos sus territorios, salvo los dominios del archiducado de Austria y los derechos al título impe¬rial, cedidos a su hermano Fernando. Carlos I se retiró al monas¬terio de Yuste (Cáceres) y allí murió en 1558.

3.2. Las Comunidades y Las Germanías

Los conflictos entre la monarquía y los grupos políticos y sociales de los reinos hispánicos se manifestaron ya en los inicios del siglo XVI con los levantamientos de las Comuni¬dades y de las Germanías, que presentaron el carácter de revueltas políticas, pero también tuvieron un fuerte com¬ponente social y antiseñorial.

Las Comunidades (1520-1522) surgieron en Castilla, donde una serie de ciudades (Toledo, Segovia, Ávila, Burgos) se suble¬varon contra la monarquía, se constituyeron en gobierno del reino y ofrecieron la Corona a la madre de Carlos I, la reina Juana. Este movimiento agrupaba a un sector de los hidalgos y de las clases medias urbanas (artesanos, mercaderes, funcionarios) y reclamaban la protección de la industria nacional, espe¬cialmente la textil, muy perjudicada por la exportación de lana, el respeto a las leyes del reino y una mayor participación política. En pocos meses, el conflicto se extendió y se produjeron también revueltas campesinas de carácter antiseñorial. Los sublevados se encontraron pronto con la oposición de la mo¬narquía, de los grandes exportadores de lana y de la gran nobleza terratenien¬te. Con su ayuda, el regente Adriano de Utrecht, en ausencia del rey Carlos, reunió un ejército que derrotó definitivamente a los comuneros en Villalar (1521), y sus principales dirigentes fueron ajusticiados.

Las Germanías estallaron paralelamente y afectaron a casi todos los terri¬torios de la Corona de Aragón, aunque los hechos más graves sucedieron en Valencia. En el verano de 1519, los agermanados se hicieron con el control de la ciudad de Valencia. Las Germanías fueron una revuelta de artesanos, de la pequeña burguesía y de campesinos contra la oligarquía ciudadana, la nobleza y el alto clero. Pedían la democratización de los cargos municipales, una mejora de los arrendamien¬tos campesinos y la protección del monarca frente a los abusos de los podero¬sos. Pero Carlos I se alió con la nobleza, y los agermanados fueron derrotados en 1521. La revuelta también fracasó en Mallorca y en Cataluña.

3.3. El Imperio hispánico de Felipe II

El sucesor de Carlos I fue su hijo Felipe II (1556-1598) quien, aunque no re¬cibió el título de emperador, fue monarca de un inmenso imperio, al que se añadieron los territorios portugueses (1580), haciendo valer sus derechos como hijo de Isabel de Portugal.

A diferencia de su padre, Felipe II fue un monarca dedicado por entero a las cuestiones de su reino. Sus viajes fueron esca¬sos y fijó Madrid como capital en 1566. No obstante, acabó retirándose al monas¬terio de El Escorial, desde donde ejerció el gobierno hasta su muerte.

En la pugna entre reforma protestante y contrarreforma católica, Felipe II defendió firmemente los principios del Concilio de Trento. De este modo, se promulgaron leyes para vetar la importación de libros y se impidió cursar estudios en el extranjero. Mientras, la Inquisición publicaba un índice de libros prohibidos, registraba bibliotecas y perseguía a cualquier sospechoso de herejía.

Igualmente, la monarquía anuló todos los particularismos étnico-religiosos de los moriscos, especialmente numerosos en Valencia y en el antiguo Reino de Granada (eran aproximadamente 320.000). En 1566 se promulgó un decreto prohibiéndoles el uso de su lengua y sus tradiciones. Los moriscos intentaron negociar con el rey, pero la Corona rechazó la propuesta. En respuesta, los moriscos andaluces, dirigidos por Aben Humeya, protagonizaron una insurrección en 1568 que se extendió por la Alpujarra. La revuelta fue sofocada casi dos años después (1570) por Juan de Austria, hijo natural de Carlos I.

En ocasiones, la represión de la disidencia religiosa se utilizó como castigo a cualquier forma de oposición a la autoridad real. Éste fue el caso del secretario de Felipe II, Antonio Pérez, que implicado en un complot político huyó a Ara¬gón, de donde era originario, y reclamó la protección del Justicia de Aragón Lanuza. Éste se negó a entregarlo y Felipe II acusó de herejía a Antonio Pérez ante la Inquisición, único tribunal común a todos los reinos. Aun así, el Justicia, volvió a negarse. Felipe II, violando los Fueros de Aragón, envió un ejérci¬to que puso fin a la sublevación y ajustició a Lanuza. El incidente puso de manifiesto el conflicto entre la voluntad de los territo¬rios de la Corona de Aragón de mantener sus leyes e instituciones, y los deseos de la monarquía de aumentar su poder.

Otro problema interno se derivó de la muerte (1568) del príncipe Carlos, here¬dero del trono, cuya personalidad trastornada había ido acen¬tuándose con el tiempo. Fue su padre quien ordenó su deten¬ción, al comenzar el año, al conocerse los contactos que había establecido con los nobles flamencos que se habían rebelado. Meses después don Carlos moría en prisión, y Felipe II tuvo que defenderse toda su vida de la acusación de haber sido res¬ponsable de su muerte.

4.- LOS CONFLICTOS EXTERIORES EN El SIGLO XVI

Asegurar su hegemonía europea y defender el ca¬tolicismo, mantuvieron a la Corona en una lucha constante en una serie de conflictos (protestantes, Francia, Inglaterra, I. Turco, Países Bajos) que acabaron extenuando a la monarquía y propiciando su empobrecimiento.

La ruptura de la unidad católica, como consecuencia de la reforma protestante, fue el principal problema de la monarquía de Carlos I. El fraile agustino de origen alemán, Martín Lutero, había pedido la reforma de la Iglesia en sus tesis, donde criticaba algunas de sus prácticas. Para hacer frente al problema se convocó la Dieta de Worms (1521), en la que se pidió a Lutero su retractación, pero éste se negó y se puso bajo la protección de Federico de Sajonia. Al poco tiempo, el protestantismo fue adop¬tado por diversos príncipes en los territorios alemanes y en los dominios de Flan¬des. La Inglaterra de Enrique VIII se separó también de la obediencia de Roma. El emperador Carlos, como defensor de la Iglesia, debía combatir el protes¬tantismo. El enfrentamiento tuvo lugar en dos ámbitos: el políticomilitar y el religioso. El monarca derrotó a la liga de los príncipes protestantes en la batalla de Mühlberg (1547), pero no pudo acabar con el problema. Por su parte, el papa convocó en 1545 el Concilio de Trento (Italia), don¬de los teólogos españoles contribuyeron a la reacción católica frente al protestantismo. Al fin se llegaría a la Paz de Augs-burgo (1555), en la que los protestantes consiguieron que cada príncipe pudie¬ra elegir la religión de sus Estados.

Carlos I y Francisco I de Francia se enfrentaron por el dominio de los rei¬nos y ducados de Italia y por el control de los territorios de Flandes y Borgoña. Las tropas de Carlos I ga¬naron la batalla de Pavía en 1525. Más tarde, la actitud profrancesa del Papa lle¬vó al saqueo de Roma, en 1527, por las tropas del emperador. Durante el reinado de Felipe II, los conflictos con Francia continuaron hasta que se produjo la victoria de los tercios españoles en San Quintín (1557), que dio lugar a un período de tranquilidad. Más tarde, en las guerras de religión que se produjeron en Francia, Felipe II apoyó a los católicos frente a los hugonotes (protestantes seguidores de Calvino).

Inglaterra había sido, desde el reinado de los Reyes Católicos, aliada de la Co¬rona española frente a Francia. Pero el reinado de Isabel I rompió esa alianza. Ésta, de reli¬gión anglicana, apoyó a los protestantes de Flandes y, deseosa de competir por el dominio del Atlántico y el control del comercio americano, protegió a los corsarios (Hawkins y Drake) que atacaban los barcos españoles. Felipe II decidió enfrentar¬se a Inglaterra y preparó una gran flota para atacarla (Armada Invencible). La expedición fue un desastre y la Invencible regresó diezmada y vencida (1588).

El Imperio otomano era una gran potencia en el Mediterráneo oriental y aspiraban a expandirse por el centro de Europa y el Mediterrá¬neo occidental. Con Carlos I se combinaron éxitos y fracasos. Durante el reinado de Felipe II, los otomanos amenazaron todo el Mediterráneo al apoderarse de Chipre y Túnez. Ante ello, se coaligaron la monarquía hispánica, Venecia y el Papado (Santa Liga) y armaron una gran escuadra. El enfrentamien¬to se dio en el golfo de Lepanto (1571), y significó una gran victoria de los cris-tianos, que alejó el problema turco del Mediterráneo occidental durante años.

La guerra en los Países Bajos fue el mayor problema de Felipe II. Se ori¬ginó por el descontento de los sectores burgueses ante los fuertes impuestos, por el surgimiento de un sentimiento nacionalista y por el conflicto religioso, al extenderse el calvinismo en la zona norte. La primera rebelión se produjo en la región de Flandes, en 1566, y contó con el apoyo de Francia e Inglaterra. Al frente de los rebeldes estaba Guillermo de Nassau, prín¬cipe de Orange. Para combatirlos, Felipe II envió a los tercios con sus mejores generales, que ejercieron una dura represión. Finalmente, en 1579, el sur de los Países Bajos, católico, aceptó la obediencia a Felipe II, pero el norte, las futuras Provincias Unidas de Holanda, mayorita¬riamente calvinistas, continuó la lucha por la independencia. La rebelión nunca fue controlada y el conflicto se reabrió en el siglo XVII.

5. ECONOMÍA Y SOCIEDAD HISPÁNICAS EN EL SIGLO XVI

5.1. La economía del siglo XVI

Desde el punto de vista demográfico, el siglo XVI español se ca¬racterizó por un incremento continuado de la población en Casti¬lla, especialmente en las regiones del sur, más relacionadas con el comercio americano. Sin embargo, en la Corona de Aragón ape¬nas hubo aumento de población. Como efecto del crecimiento de la población y de la demanda de productos desde América, la agricultura tuvo un alza constante. Pero la expansión económica del siglo XVI ni mejoró ni transfor¬mó la estructura agraria latifundista y atrasada, heredada de la Edad Media.

A principios del siglo XVI, también se produjo una expansión de la industria artesanal, estimulada por la demanda del mercado americano. Sin embargo, la monarquía favoreció a los exportadores de lana frente a los productores de teji¬dos, y otorgó protección a los industriales textiles flamencos. De es¬te modo, poco a poco, el mercado interior y el americano quedaron en manos de los competidores extranjeros.

El comercio fue el sector que conoció un mayor desarrollo a lo lar¬go del siglo XVI, gracias a la explotación del Nuevo Mundo. El creci¬miento comercial se centró en las ciudades castellanas y en los puer-tos del Atlántico.

En Castilla, al no transformarse la estructura agrícola ni artesa¬nal, la producción continuó siendo escasa, y ello unido a la gran cantidad de oro y plata circu¬lante, dio lugar a una espectacular subida de los precios. La monarquía decidió favorecer la importación y dificultar con fuertes impuestos las exportaciones, originaron una reducción de los beneficios y de los incentivos para producir. En resumen, el enorme flujo del comercio americano no sirvió para transformar la estructura económica de Castilla.

5.2. Una sociedad estamental: predominio nobiliario

La sociedad del siglo XVI se caracterizó por la preeminencia de la nobleza y el clero, y la persecución de cualquier disidencia religiosa o ideológica.

La nobleza, aproximadamente un 5 % de la población, abarcaba desde los Títulos de Castilla y Grandes de España, verdadera élite, hasta los caballeros e hidal¬gos con haciendas mucho más precarias. Asimismo, a lo largo de los siglos XVI y XVII fueron habituales la compra de títulos y el acceso a la nobleza por servicios a la monarquía (noble¬za de toga y espada). En cuanto a los miembros de la Iglesia (entre un 5 % y un 10 % de la población) igualmente eran notables las diferencias entre el alto y el bajo clero.

El se¬ñorío (posesión vinculada a una familia o institución eclesiástica) era la forma más extendida y sólida de su preeminencia social.

Entre los no privilegiados, los pecheros, sujetos al pago de tributos y a la justicia ordinaria, eran tanto campesinos, seguramente el 80 % de la población, como población urbana. Entre ellos existían notables diferencias de fortuna. Sin embargo, todos ellos estaban sujetos al dominio nobiliario y car¬gaban con los impuestos, que en Castilla eran muy

numerosos.

Por último, existían grupos diferenciados por su procedencia étnica o religiosa: moriscos y judíos conversos (marra¬nos). Su origen fue siempre causa de marginación o persecución y muchos de ellos intentaban ocultar su origen ante el temor a represa¬lias ya que la limpieza de sangre era indispensable para el prestigio social, la pertenencia a la nobleza y el desempeño de cargos públicos.


6. EL SIGLO XVII: EL DECLIVE DEL IMPERIO
El siglo XVII registró la pérdida progresiva de la hegemonía política de la mo¬narquía hispánica en el ámbito europeo. Este declive coincidió con la decadencia económica de Castilla, núcleo esencial de la monarquía, y con una grave crisis social y política en el conjunto del territorio peninsular.


6.1. Felipe III, Felipe IV y Carlos II: la época de los validos
Tras la muerte de Felipe II en 1598, se sucedieron tres reinados cuyos mo¬narcas renunciaron expresamente a ejercer personalmente las tareas de gobier¬no, que pasaron a manos de ministros omnipotentes, los validos o privados. Muchos de ellos utilizaron el poder en su propio beneficio, y aumentaron el ni¬vel de corrupción e ineficacia de la administración de la Corona. Felipe III (1598-1621) tuvo un breve, y, en general, pacífico reinado, aunque bajo su man¬dato se produjo la expulsión definitiva de los moriscos. Las tareas de gobierno quedaron en manos de su valido, el duque de Lerma.
La parte central del siglo XVII estuvo ocupada por Felipe IV (1621-1665), en cuya época se sucedieron las mayores dificultades para el mantenimiento del Imperio. El monarca dejó el poder en manos del más conocido y poderoso de los validos, Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, cuyo gobierno se caracterizó por el autoritarismo y la centralización. Pretendió integrar a to¬dos los reinos en un solo Estado común, con las mismas leyes e instituciones, siguiendo el modelo castellano que permitía un mayor poder real. Su intento fracasó, y originó enfrentamientos y graves revueltas internas.
La dinastía concluyó con el reinado de Carlos II (1665-1700), un monarca enfermizo e incapaz, que murió sin descendencia. En su largo y complicado reinado se sucedieron los validos.



6.2. La Guerra de los Treinta Años
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue un conflicto de signo religio¬so, al enfrentar a protestantes y católicos, pero también significó una pugna política contra el dominio en Europa de los Habsburgo austriacos y españoles. Se inició con la rebelión protestante de Bohemia, en el Imperio de los Habsbur¬go austriacos. España acudió en auxilio del Imperio, y los protestantes fueron apoyados por las Provincias Unidas del norte, Dinamarca, Suecia y Francia. A pesar de algunas victorias iniciales (Breda, 1626), muy pronto se sucedieron las derrotas de los tercios españoles (Rocroi, 1643).
Los contendientes, agotados por la larga guerra, pactaron la Paz de Westfa¬lia (1648), donde se aceptó el principio de que los intereses de los Estados y su propia religión prevalecerían sobre el Imperio romano-germánico. En 1650, Es¬paña reconoció la independencia del territorio norte de los Países Bajos, que pasó a llamarse Provincias Unidas de Holanda, gobernadas por la casa de Orange. La guerra con Francia continuó y no acabaría hasta la Paz de los Pi¬rineos (1659), en la que la monarquía española cedió territorios que tenía al norte de los Pirineos (Rosellón y la Cerdaña), haciéndose patente la hegemonía francesa en Europa y el declive de la monarquía hispánica.


6.3. Las revueltas de 1640
La guerra consumió enormes recursos y depauperó a Castilla. El conde-duque de Olivares pretendió una mayor centralización y fortalecimiento de la monar¬quía y una contribución equitativa al esfuerzo exterior de la Corona, tanto en hombres de armas como en impuestos (Unión de Armas). Pero sus exigencias acabaron provocando el levantamiento de Cataluña y Portugal en 1640. En Portugal se proclamó rey al duque de Braganza y la rebelión, que duró hasta 1652, significó la definitiva independencia de Portugal de la Corona española.
La revuelta en Cataluña se originó cuando Olivares, en plena guerra de los Treinta Años, abrió un frente militar contra los franceses en los Pirineos, obli¬gando a los catalanes a alojar las tropas y a contribuir al gasto militar, a lo que reiteradamente se habían negado. Los soldados reales cometieron desmanes en Cataluña, lo que provocó la rebelión que culminó con la entrada de los segado¬res armados en Barcelona durante el Corpus de Sangre (1640). La revuelta se generalizó en Cataluña, que tuvo el apoyo de Francia, y el con¬flicto duró más de diez años. Finalizó en 1652 con la rendición de Barcelona al ejército real.


6.4. La crisis del siglo XVII
El siglo XVII se caracterizó en toda Europa por una fuerte crisis social y eco¬nómica: pestes, malas cosechas, guerras, parálisis del comercio y de la industria. En los territorios hispánicos esta crisis fue todavía más profunda. En primer lugar, la población dismi¬nuyó, (de 8 a 7 millones) debido al flujo migratorio a América, a las bajas ocasionadas por las continuas guerras, a la expulsión de los moriscos y a las epidemias que asolaron el país.
En el terreno económico, la agricultura empeoró su ya precaria situación. El hambre, la guerra y las epidemias comportaron la despoblación de las tie¬rras, mientras aumentaban los impuestos. También la Mesta vio cómo se redu¬cía el número de cabezas de ganado. Asimismo, la in¬dustria y el comercio padecieron una profunda depresión. La tradicional com¬petencia de los productos extranjeros se agravó ahora con la pérdida de territo¬rios en Europa, y por tanto de mercados, el incremento de los impuestos y la pérdida de poder adquisitivo de una población cada vez más arruinada.
La situación de las finanzas públicas no permitía mejorar el panorama. Los gastos aumentaban, tanto por una corte que despilfarraba cada vez más, como por las necesidades de las constantes guerras. Ni el aumento de los impuestos, ni las devaluaciones de la moneda, ni la constante emisión de deuda pública pudieron salvar al Estado de la práctica bancarrota. Además, el recurso a la plata y el oro americanos fue cada vez más difícil, al agotarse parte de las mi¬nas y descender drásticamente la llegada de metales preciosos.
Fue en ese momento cuando se evidenció que el mantenimiento de una mentalidad aristocrática había imposibilitado rentabilizar la riqueza prove¬niente de América. En vez de estimular las actividades productivas, esos bienes fueron dedicados a pagar las empresas imperiales de la monarquía y a consoli¬dar un modelo social nobiliario en el que los capitales se dedicaban a la compra de tierras, casas o gastos suntuarios. Sólo los territorios periféricos, especial¬mente los de la Corona de Aragón, marginados de la aventura americana y de las cargas imperiales, sufrieron la crisis con menor intensidad.


7.- EXTREMADURA DURANTE LOS AUSTRIAS.
Desde el siglo XVI se produjo un crecimiento de población bastante sostenido, pasando de los 200.000 a principios del siglo XVI a  más de 400.000 a finales del mismo, principalmente en las ciudades.Sin embargo, en el siglo XVII, como consecuencia de va¬rios procesos, como las pestes, las crisis de subsistencia y la larga guerra con Portugal, la población volvió a acercarse más a los valores de principios del XVI.  
Un apartado singular será la aportación extremeña a la conquista y colonización de América y colonización de América. Tras las expediciones de Colón, numerosos extremeños tuvieron un papel muy activo en la colonización del nuevo continente. En general se trataban de jóvenes personajes urbanos, tanto descendientes de la baja nobleza como de otros sectores aún más desfavorecidos. Vieron en este tipo de viajes una oportunidad de mejorar sus condiciones de vida ante la ex¬tendida idea de que la participación en la conquista era un medio de hacer fortuna. Sin embargo, en el caso de Nicolás de Ovando, no se trató de un voluntario en busca de fortuna, sino que en 1501 recibió el encargo de los Reyes Católicos para realizar un viaje a la isla de La Española y conseguir la cristianización de los indígenas allí residentes y explorar los recursos productivos. En esta primera expedición ya participaron Hernán Cortés y Francisco Pizarro, quienes adquirirían posteriormente gran protagonismo.
Tan importante como este proceso de grandes nombres fue la formación de corrientes migratorias. En determina¬dos casos, las riquezas acumuladas hicieron regresar a Espa¬ña a algunos de aquellos conquistadores o a sus descendientes, quienes se asentaron como grandes nobles en los centros urbanos haciendo ostentación de su fortuna.
Otro aspecto diferenciador será las guerras contra el vecino Portugal  durante el siglo XVII. Extremadura se convirtió en una tierra de guerra y frontera, infringiendo un grave daño al territorio extre-meño y a las comarcas portuguesas hoy limítrofes. 
En cuanto a la economía, una vez reducidos la artesanía y el comercio al escaso desarrollo urbano (con algunos mercados ganaderos importantes como Zafra), la agricultura y la ganadería fueron las principales fuentes de riqueza del territorio extremeño. Se consolidó una agricultura de subsistencia basada en el ce¬real de secano y complementada por las huertas familiares. La relativa pobreza de los suelos de las dehesas otorgaba un papel preponderante a la actividad ganadera. Por un lado, los grandes rebaños trashumantes ocupaban durante todo el invierno las extensas dehesas; pero, por otro lado, tan importante como su destino era su recorrido a tra¬vés de las cañadas y cordeles en los que la Mesta garantizaba la prioridad de sus abastecimientos en perjuicio de los ganados y huertos locales.
Desde el punto de vista social, el marcado carácter estamental que se fue consolidando a lo largo de la Edad Media siguió siendo válido en la época moderna. Las oligarquías agroganaderas, de origen nobi-liario o eclesiástico, eran una minoría, así como las familias dedicadas a otras actividades. En la Edad Moderna, dos ter¬ceras partes de los extremeños se dedicaban al trabajo como mano de obra asalariada en las grandes propiedades  y complementaban su subsistencia recurriendo a pequeños huertos familiares o a los recursos que propor¬cionaban los bienes comunales. Mención aparte merecen las minorías de carácter religioso. Los judeoconversos (más abundantes en Badajoz, Alburquerque o Cáceres) soportaron el control ejercido a través del Tribunal de la Inquisición. Por su parte, los moriscos tuvieron gran presencia en núcleos como Alcántara, Llerena, Zafra y Hornachos.
Por último, en el ámbito cultural, el poder eclesiástico se hizo notar  en la actividad cons¬tructiva. Las sedes diocesanas constru¬yeron dos grandes catedrales: Plasencia y Coria, en las que trabajaron los más notables artistas de la época. El Rena¬cimiento y el Barroco son etapas de gran auge de la arqui¬tectura religiosa y civil (como consecuencia de las fortunas ultramarinas) en el territorio extremeño. En la pintura, des¬tacan las figuras de Luís de Morales y de Zurbarán. El humanismo renacentista tuvo en Extremadura a dos de sus más grandes figuras: Benito Arias Montano y Fran¬cisco Sánchez de Brazas, “El Brocense”.