La sociedad hispanovisigoda conoció una fuerte islamización religiosa que se acompasó de una arabización cultural. El árabe era la lengua oficial y de prestigio del Islam, usándose tanto en las ceremonias religiosas como en la administración estatal y en la transmisión de saberes, convirtiéndose en el nexo de unión cultural de todos los espacios geográficos por donde se difundía la nueva religión. Muchas palabras de los actuales idiomas peninsulares tienen su raíz en este idioma. La cultura árabe es una mezcla de la helenística y la persa, e incluso podemos encontrar aportaciones de la India y China, siendo muy superior a la hispanogoda. Por ejemplo, la numeración árabe, que sustituyó a la romana y que hoy seguimos utilizando, es de origen indio. Destaca la labor de Al-Andalus como intermediario cultural, recopilando y asimilando el saber grecorromano para luego difundirlo hacia Europa occidental. En su cultura destacan la Teología y la Medicina. Según una frase atribuida a Mahoma, sólo habría dos ciencias: la Teología, para la salvación del alma, y la Medicina, para la salvación del cuerpo; eso hizo que los mayores esfuerzos intelectuales se orientasen hacia estas dos ciencias, siendo frecuente que los principales filósofos fuesen a la vez teólogos y médicos. Córdoba, con su mezquita y su universidad, se convirtió en un activo centro intelectual, como prueba que encontremos algo tan insólito en la Europa medieval como un mercado de libros. Prueba del alto nivel cultural alcanzado en Al-Andalus durante el califato, y que se extenderá a los siglos siguientes, es la aparición de importantes figuras en todas las ramas del saber, como los filósofos Áverroes y Maimónides, el matemático Moslema o el médico Abulcasim. En cuanto a la literatura, conviene recordar que Al-Andalus era bilingüe y que, junto a una poesía culta escrita en árabe clásico, apareció una literatura popular en romance, aunque escrita en muchos casos con caracteres árabes. Así aparecen las jarchas, que es la más antigua manifestación literaria de la península ibérica y quizá de las lenguas derivadas del latín. Un poeta excepcional hispano-musulmán fue Ibn Hazm, autor de “El collar de la paloma”.
La resistencia cristiana en la península ibérica
Desde que el pueblo islámico desmanteló el reino visigodo (711), el territorio entre Asturias y los Pirineos orientales mantuvo su independencia frente a Al-Andalus. En él vivían pueblos con estructuras sociales arcaicas y algunos hispanogodos que se habían refugiado tras la invasión musulmana. Se fueron creando una serie de pequeños núcleos donde se hicieron fuertes, al amparo de su montañoso relieve, grupos de cristianos rebeldes al dominio musulmán y que terminaron constituyéndose en reinos independientes. Entre los siglos VII y XI, estos pequeños reinos y condados fueron consolidándose en un ambiente hostil que ponía continuamente en duda su propia supervivencia frente al califato de Córdoba que vivía su momento de máximo esplendor.
Zona occidental
El primer foco de resistencia fue el reino de Asturias, que se constituyó en torno a la figura de algún noble visigodo que había buscado refugio entre las montañas cántabras y sus moradores. La mítica figura de su primer rey, Don Pelayo, que venció en una reyerta a un pequeño grupo musulmán en las tierras de Covadonga el año 722, da inicio a este primer núcleo de resistencia cristiana. El reino de Asturias se expandió en un principio por toda la cornisa cantábrica hasta Galicia, situando en Oviedo su capital. A mediados del siglo IX, aprovechando un pasajero momento de debilidad en el emirato y buscando una mayor expansión por tierras llanas más ricas en agricultura, llegaron a ocupar el espacio de la Submeseta Norte que se encuentra entre la Cordillera Cantábrica y el río Duero. Para el mejor control de las tierras recién conquistadas, la capital se trasladó a la ciudad de León y empezamos a hablar del reino de León. En la repoblación de estas tierras participaron muy activamente, además de los repobladores procedentes de Asturias y Galicia, mozárabes emigrados desde Al-Andalus. Este reino alcanzó su plenitud a principios del siglo X con Alfonso III “El Magno” y posteriormente inició su decadencia. En el este del reino leonés y desde mediados del siglo X, se independizó el condado de Castilla durante el gobierno del conde Fernán González. Este territorio fue repoblado por cántabros y vascones en una zona llana expuesta a las razzias islámicas, que se cubriría para su defensa de castillos (origen de su nombre). Posteriormente llegaría a convertirse en reino durante el siglo XI tras su pertenencia al reino de Sancho III de Navarra.
Zona oriental
En torno a los Pirineos también surgieron núcleos de resistencia que en un principio, durante el siglo VIII, estuvieron protegidos por el reino franco de Carlomagno, del que se fueron desligando durante el siglo IX hasta constituirse en reinos y condados independientes y hereditarios. El reino de Navarra fue el más importante de este momento y alcanzó con Sancho III el Mayor (1.005-1.035) su mayor expansión, llegando a unificar casi todos los pequeños reinos peninsulares (Castilla, Navarra y los condados aragoneses), que volvieron a dividirse entre sus tres hijos tras su muerte. En el centro de los Pirineos se independizaron del dominio franco a mediados del siglo IX los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, que tras ser anexionados a Navarra por Sancho III alcanzaron su independencia definitiva y la categoría de reino (Aragón) el año 1.035 al morir el rey navarro. Cataluña, formada por varios condados y con el nombre de Marca Hispánica, se mantuvo unida a la monarquía franca hasta el siglo X en que el Condado de Barcelona alcanzó la plena independencia e impuso su primacía sobre el resto de condados catalanes (Pallars, Urgell, Rosellón, Besalú…). El conde Borrel II se independizó completamente de los francos en 988.