El ocaso del imperio colonial español: Cuba, Filipinas y el desastre del 98

El imperio colonial español en la segunda mitad del siglo XIX

Tras la independencia de Bolivia (1825), el imperio español se reduce a las islas de Cuba y Puerto Rico, en el Caribe, y a los archipiélagos de Filipinas, Carolinas, Marianas y Palaos en el Pacífico. Colón descubre Cuba en su primer viaje (1492), conquistada por Diego Velázquez (1511), y Puerto Rico en su segundo viaje (1493), colonizada por Juan Ponce de León (1508) y objeto de pugna con Reino Unido. No participan en los movimientos emancipadores de principios del XIX por la fortaleza militar de España en la zona y por el temor de los criollos a movimientos de rebelión social como el de Haití en 1804. Magallanes descubre Filipinas en 1521. López de Legazpi, enviado por el Virrey de Nueva España en 1565, construye el primer asentamiento español. Guam pertenece al archipiélago de Las Marianas, también descubierto por Magallanes (1521). Por ella pasó la expedición de Legazpi camino de Filipinas. En 1668 arriban los primeros misioneros jesuitas españoles. Guam fue siempre un lugar remoto de la Monarquía española, sin apenas comunicación con el resto de territorios.

La política colonial

La política colonial española se centra en Cuba y, en menor medida, en Puerto Rico y Filipinas, de las que obtiene rentabilidad económica. Cuba observa un profundo cambio en su economía desde fines del siglo XVIII, especialmente desde la revolución en la colonia francesa de Santo Domingo, que le lleva a complementar la ganadería tradicional con el sistema de plantaciones de azúcar y tabaco. Disfruta de una prosperidad muy superior al resto de las colonias continentales, lo que propicia el entendimiento entre la aristocracia local criolla y los comerciantes peninsulares. Durante la época de la piratería y el contrabando establece relaciones comerciales con EEUU en detrimento de las mantenidas con la metrópoli, oficializadas en 1818. Un grupo de comerciantes norteamericanos se establece en la colonia. Su influencia irá en aumento. Cuando el azúcar cubano se enfrenta a la dura competencia de la remolacha europea, EEUU se convierte en su principal mercado, pasando a un segundo plano el papel de España como metrópoli económica.

Estos cambios marcarán, hacia 1850, distintas tendencias en la isla:

  • Anexionista a EEUU por motivaciones económicas (mercado y mantenimiento del sistema esclavista americano).
  • Movimiento nacionalista, formado por blancos y negros que rechazan el planeamiento anexionista y optan por la independencia.
  • Unionista, minoritaria, partidaria de mantener la relación con la metrópoli en idénticas condiciones como hasta entonces.
  • Autonomista, mayoritaria entre los hacendados. Contraria a la independencia y a la anexión, prefiere replantear la relación con la metrópoli.

La Administración española se muestra insensible a los problemas de la isla, favoreciendo la extensión del independentismo. Tras la I Guerra de la Independencia, durante el sexenio democrático se inicia una reorganización que culmina con la ley de relaciones comerciales (1882), marco jurídicoadministrativo colonial de la presencia final española. Cuando se plantea la abolición de la esclavitud (1887), el hacendado criollo lo considera un ataque a sus intereses económicos. La balanza comercial es favorable a la metrópoli. Las importaciones españoles disfrutan de exenciones arancelarias al contrario que las extranjeras. Se establece así una relación desigual entre los beneficios obtenidos por la metrópoli y las islas, cuyas exportaciones se dirigen a terceros, mientras que han de adquirir productos metropolitanos poco competitivos en el mercado internacional. Los sectores más intransigentes del comercio colonial pretenden preservar esta situación le reporta grandes beneficios, pero que socava a largo plazo las bases del dominio español. Los beneficios gubernamentales en Cuba, la caja de Ultramar, financian otros proyectos coloniales de dudosa rentabilidad (Fernando Po), determinadas empresas políticas o alimentan la corrupción.

La sociedad colonial

Los indígenas caribeños desaparecen en los primeros años de la Conquista y muy pronto se recurre al tráfico de esclavos africanos para atender las necesidades de mano de obra, que se incrementan con el sistema de plantaciones. A fines del XIX, un tercio de la población cubana es de raza negra. Aparecerá un importante contingente de población mulata, que ocupará las posiciones más marginadas de la estructura social. El resto de la población será de raza blanca, mayoritariamente criolla, descendientes europeos nacidos en la isla, aunque se potencia la inmigración para contrarrestar la creciente presencia étnica de la población negra. Las élites estarán constituidas por los dueños de las plantaciones y comerciantes.

I Guerra de Independencia Cubana (1868-1878)

En el marco de la grave crisis económica mundial, que también afectó a la isla, en 1868, Carlos Manuel de Céspedes pronuncia el Grito de Yara en su finca La Demajagua y comienza la I Guerra de Independencia Cubana (Guerra de los diez años o Guerra Grande). Céspedes, abogado y hacendado, reúne a 147 independentistas listos a sublevarse, mal armados, y libera a sus esclavos invitándolos a unirse a su lucha. Pronuncia el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba. Pronto se le sumarán más hacendados. España dispone de 7.000 soldados regulares, más los rayadillos (voluntarios). Se inicia una larga guerra de desgaste en la que los rebeldes practican la táctica de la guerrilla, con apoyo de campesinos y de EEUU. Aprovechan las dificultades de España, inmersa en la III Guerra Carlista (1872-1876) y en plena crisis del Sexenio Democrático. Pese a ello, las tensiones entre los dirigentes del movimiento evitan su éxito. Para el nuevo gobierno de la Restauración, liquidados el carlismo y cantonalismo, el fin de la guerra es prioritario, acuciado además por la presión norteamericana, que en 1876 le exige el rápido fin de la guerra y un programa de reformas administrativas y políticas, la emancipación de los esclavos o la presencia de Cuba y Puerto Rico en las Cortes. Sin embargo, el principal esfuerzo sigue siendo militar. El general Martínez Campos arriba a la isla en 1876 con refuerzos que mantienen la presión sobre el ejército mambí, muy desgastado ya por la larga guerra. Al tiempo, promueve el acercamiento a los rebeldes, profundiza en las diferencias entre sus líderes y se atrae a algunos de ellos. En febrero de 1878 los jefes de la rebelión deponen las armas y firman la paz de Zajón, que:

  • Equipara administrativa y jurídicamente a Cuba con Puerto Rico.
  • Amnistía para los delitos políticos cometidos después de 1868 por cubanos y para los desertores españoles.
  • Libertad definitiva de los colonos asiáticos y esclavos negros combatientes en el ejército rebelde.

Más que un tratado de paz, Zajón se ha considerado como un alto el fuego. Es ambiguo y se presta a consideraciones contradictorias:

  • Es mal acogido por los maximalistas españolistas de la colonia y deja insatisfechos a los independentistas.
  • Los cubanos reivindican sus aspectos positivos pues, aunque revela el agotamiento momentáneo de su capacidad de combate, logran mantener a raya al poderío español durante un largo periodo y difundir la tesis de la república en armas, base de la futura guerra.
  • Para la metrópoli, parece en principio favorable: pacifica la isla a bajo coste político, asegura su soberanía y mantiene la esencia del sistema colonial, con la única contrapartida de unas promesas de reformas limitadas que no se llegan a aplicar nunca, prueba de que la isla jamás lograría alcanzar una igualdad de trato con el resto de las provincias españolas dentro del estatuto colonial.

II Guerra de independencia Cubana (1895-1898)

En 1893, el ministro de Ultramar Antonio Maura presenta su proyecto de reforma del estatuto colonial para la Gran Antilla, que prevé la autonomía municipal y un consejo de administración que asesore al gobernador. El proyecto va contra la doctrina conservadora de la asimilación, nunca realizada, que promete equiparar las provincias metropolitanas con las ultramarinas y que de facto solo las subordina. Los independentistas del Partido Revolucionario Cubano de José Martí también se oponen y el propio partido liberal de Maura muestra poco entusiasmo. Tras dos años de discusión parlamentaria, Maura fracasa. La imposibilidad de obtener mejoras alienta las aspiraciones independentistas, que ganan adeptos entre los antiguos autonomistas. El 24 de febrero de 1895 comienza la insurrección con el Grito de Baire, cuyos objetivos se plantean en el Manifiesto de Montecristi. Los rebeldes proclaman la República de Cuba. España infravalora los acontecimientos, desprestigia a los insurrectos, pero refuerza las unidades militares en la isla. Sin embargo, la movilización de quintas y la insubordinación de oficiales destinados a Cuba provocan una crisis política interior que acaba con el gobierno de Sagasta y da paso a un gabinete conservador minoritario presidido por Cánovas, que dirigirá la práctica totalidad de la guerra, hasta otoño de 1897. Cánovas confía la capitanía general a Martínez Campos, el pacificador de los 70, que recibe carta blanca en el marco de una política que niega cualquier posibilidad de autonomía, lo que en realidad veta la negociación política. José Martí ha preparado minuciosamente la rebelión, granjeándose el apoyo popular, independiente de los los hacendados criollos. El movimiento no se limita a las provincias orientales y ataca los resortes económicos coloniales, impidiendo la zafra y destruyendo los cañaverales. Los hermanos Maceo, Flor Crombe o Calixto García vuelven clandestinamente del exilio. En mayo de 1895 asumen el control de las operaciones. En septiembre adoptan la Constitución y se declaran independientes bajo un gobierno provisional. El nuevo carácter de la lucha, que traslada la acción a los sectores más humildes, priva de interlocución a Martínez Campos, al que ya no le vale con negociar con hacendados insatisfechos. Pese a disponer de 110.000 solados y la muerte de Martí, es incapaz de impedir el avance de Maceo, que domina las provincias orientales. Sin embargo, en la metrópoli se impone el belicismo entre los principales partidos alentado por la prensa y con la minoritaria oposición del movimiento obrero y algunos intelectuales. Consciente de su fracaso, Martínez Campos sugiere a Cánovas tácticas más represivas al tiempo que considera que debe ser otro comandante quien las acometa. Valeriano Weyler, que arriba a la isla en febrero de 1896, aplicará la política de «puño de hierro», encaminada a cortar la comunicación entre las columnas insurrectas y reconcentrar la población campesina en los poblados a fin de evitar su apoyo a la insurgencia. Weyler obtiene algunos resultados inmediatos, como la muerte de Maceo, pero la situación militar sigue degradándose y la presión de EEUU es cada vez más notoria. En abril de 1895, el secretario de estado Olney envía una nota al gobierno español en la que se ofrece para mediar. Cánovas, animado por los primeros éxitos de Weyler, y presionado por los partidos antimonárquicos, evita aparecer débil ante EEUU. Su postura se concreta en que España podría, algún día, conceder reformas a Cuba y Puerto Rico solo encaminadas a dotarlas de mayor entidad administrativa y local a cambio de la pacificación. Cierra así cualquier posibilidad de negociación y condena a España al enfrentamiento con EEUU. Y pese a que intenta recabar apoyos en Europa, termina sola frente al gigante. La guerra continúa por la vía militar y represiva. En enero 1897, Cánovas presenta un plan de reforma del estatuto antillano a aplicar solo en las provincias pacificadas. Los informes militares alientan un excesivo optimismo, aunque la actividad productiva no logra remontar. A lo largo del año, las tensiones políticas en la península van en alza, aunque el asesinato de Cánovas, en agosto, las cristaliza. El nuevo gobierno liberal de Sagasta se propone acabar rápidamente con el conflicto: destituye a Weyler, concede una amplia amnistía, el sufragio universal y elabora un auténtico estatuto de autonomía insular, promulgado en noviembre, que otorga a los cubanos todo lo que hasta entonces se les había negado. Medidas que llegan tarde.

La guerra Hispano-norteamericana (1898)

A fines de 1897, la elección del presidente McKinley precipita los acontecimientos. Su nuevo embajador entrega al gobierno de Madrid otra nota en la que EEUU pide de nuevo intermediar. El 6 de diciembre, exige la definitiva e inmediata pacificación de la isla o que se le conceda plena libertad para intervenir, aunque mantiene un estrecho margen para una solución diplomática. Pero en enero un incidente entre militares y periodistas norteamericanos motiva que el cónsul declare amenazada la seguridad de sus conciudadanos. Como consecuencia, el acorazado Maine arriba el 25 de enero al puerto de La Habana. Se considera una visita de cortesía. La escalada de tensión culmina con la explosión del Maine en la bahía de La Habana, de la que EEUU culpa a España, aunque finalmente parece que fue accidental. La opinión pública americana clama por una intervención armada. Mientras tanto, ambos gobiernos celebran conversaciones secretas en Madrid sobre una oferta de adquisición de la isla sin resultados. El fracaso diplomático desata la escalada belicista norteamericana, que oculta sus aspiraciones imperialistas bajo el pretexto del apoyo humanitario a los independentistas, alentada por la agresiva campaña antiespañola que desarrollan los tabloides de Pulitzer y Hearst. En abril, McKinley obtiene permiso del Congreso para intervenir. El 1 de mayo, la flota norteamericana derrota a la española en Cavite (Filipinas) y en Julio destroza la del Almirante Cervera en Santiago de Cuba. Marines desembarcan en la isla y en agosto rebrota la insurrección filipina apoyada por tropas norteamericanas. Consciente de su inferioridad militar, el gobierno español explora la vía diplomática e inicia conversaciones de paz con Washington que expone sus condiciones en un documento firmado por el embajador Francés en la capital americana, debidamente autorizado por el ejecutivo español. El acuerdo definitivo de paz se empieza a discutir el 1 de octubre en París. Las Antillas están perdidas, aunque se duda si accederán a la independencia o se incorporarán a EEUU. En cuanto a Filipinas, EEUU no muestra interés, pero el gobierno británico, preocupado por la creciente influencia de Alemania en la zona, le presiona para que se las anexione. Por el Tratado de París, EEUU se anexiona Puerto Rico (actualmente estado asociado), Filipinas (independizada en 1946) y la isla de Guam (que aún le pertenece). Se confirmaba la soberanía española en todos los territorios no mencionados en él, los tres archipiélagos del océano Pacífico: islas Marianas, salvo Guam, Carolinas, que España vende a Alemania al año siguiente, y Palaos, Sibutú y Cagayan, aunque se perderían a los dos años. A su ratificación no se invita ni a cubanos, portorriqueños o filipinos.

El resto de los conflictos coloniales

La crisis de las Carolinas

Los archipiélagos de las Carolinas, Marianas y Palaos quedan al margen de una verdadera colonización. En 1881-1882, parte de sus habitantes piden la presencia de alguna autoridad sin éxito. Reiteran la petición en 1885, obteniendo la instalación de una pequeña administración política, militar y religiosa en la isla de Yap que asume las funciones de soberanía. Al mismo tiempo, marineros alemanes desembarcan y toman posesión de estos territorios al considerarlos libres de soberanía efectiva. España lo considera una violación de sus derechos y se producen multitudinarias manifestaciones de protesta. Ambas potencias acuden a la mediación del Papa, que reconoce los derechos españolas y concede a Alemania la libertad de comercio y algunas ventajas más en el archipiélago. Sin embargo, pese a que la crisis parece resolverse a favor de los intereses españoles, evidencia su debilidad como potencia en el nuevo escenario derivado de la Conferencia de Berlín (1885), cuya acta final, suscrita por España, ya reconoce estos territorios como libres de soberanía, sustentando las tesis alemanas, y presagiando así el final que en pocos años tendrán las posesiones españolas en la región del pacífico.

Filipinas

La aversión a la iglesia católica, masonería y a España entre la población indígena provoca en agosto de 1896 una insurrección que reclamará más tropas y recursos y se extiende por campos e islas. España incrementa la presión militar y la represión. El nuevo gabinete de Sagasta inicia negociaciones con los rebeldes tagalos de que surge un acuerdo de sumisión suscrito en diciembre de 1897. Tras el hundimiento del Maine, la escuadra asiática norteamericana recibe órdenes de destruir a la armada española en Filipinas, congregada en la bahía de Manila, en el puerto de Cavite. Equipada con buques y armamento moderno, derrota a la paupérrima flota española sin dificultad el 1 de mayo.

Marruecos

La debilidad del sultanato marroquí facilita una progresiva intervención europea en sus asuntos internos, sobre todo de Francia, Reino Unido y España. Pretextando responder a un ataque sobre Ceuta, España ataca a las fuerzas marroquíes: batalla de Los Castillejos, toma de Tetuán (1860) y firma de los tratados de 1860 (Tratado de Paz y de Amistad entre España y Marruecos o de Wad-Ras) y 1861, que:

  • Amplían los límites de Ceuta y Melilla.
  • Conceden a España un territorio en Santa Cruz de la Mar Pequeña (Sidi Ifni) que permita instalar un establecimiento pesquero.
  • Se obliga al sultán de Marruecos a pagar una indemnización de 100 millones de francos-oro, garantizados por la ocupación de Tetuán.
  • Marruecos se compromete a la firma de un tratado comercial y a facilitar el establecimiento diplomático español en Fez.

Aunque el pago de la indemnización crea enormes dificultades financieras a Marruecos, logró liquidarla, por lo que Tetuán es devuelta en 1862.

Las consecuencias del desastre

La crisis colonial española se contextualiza en los reajustes territoriales posteriores a la Conferencia de Berlín. Mientras que EEUU se presenta como una potencia emergente, omnipresente en América Latina, España queda marginada del reparto colonial y pierde sus últimas posesiones. Cuba, devastada y arruinada, se convierte en protectorado de EEUU, que la ocupa militarmente hasta 1902. Obtendrá la independencia, aunque mediatizada por las injerencias norteamericanas. Filipinas se embarca en una dura guerra de independencia contra EEUU hasta 1913. La logra tras la II Guerra Mundial. Entre las consecuencias, destacan:

  • Pérdidas humanas: unos 60.000 soldados españoles mueren y los retornados son pésimamente atendidos.
  • Pérdidas materiales: ingresos procedentes de las colonias, mercados privilegiados y la pérdida de las ventajas en la compra de azúcar, cacao o café que deberán comprarse en adelante a precios internacionales.

El país, desmoralizado, toma conciencia de su debilidad y de lo inútil del sacrificio. La derrota se vive como un trauma nacional, extendiéndose los sentimientos de inferioridad e impotencia. La crisis política es inevitable. Afecta a ambos partidos, pero sobre todo al Liberal de Sagasta, que firma la derrota. El desprestigio de la primera generación de dirigentes da paso a los nuevos líderes: Silvela y Maura en el Partido Conservador, y Moret, Montero Ríos y Canalejas en el Liberal. Por último, aunque la responsabilidad es más política que militar, la imagen del Ejército quedará muy dañada. Frente al fracaso del nacionalismo español, arraigarán con fuerza los nacionalismos catalán (Liga Regionalista, 1901) y vasco (PNV) y, en menor medida, el gallego, andaluz y valenciano (Valencia Nova). El desastre colonial influye en las amargas y pesimistas reflexiones de los autores de la Generación del 98. También en la aparición del Regeneracionismo, destacando Joaquín Costa, que pronuncia una serie de conferencias publicadas con el título de Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno de España. Reclama la reorganización política, la limpieza del sistema electoral, la dignificación de la vida parlamentaria, la reforma educativa, la acción orientada hacia la ayuda social o las obras públicas. En definitiva, una actuación encaminada al bien común y no en beneficio de los intereses de la oligarquía y la corrupción política. En mayo de 1902 se corona rey Alfonso XIII al cumplir la mayoría de edad. Un año más tarde, ya retirado del gobierno, muere Sagasta. Termina así el primer período del régimen de la Restauración.