La Monarquía Hispánica
Felipe II, hijo del emperador Carlos V e Isabel de Portugal, fue preparado desde joven para reinar. Tras la abdicación de Carlos I en 1556, gobernó un vasto imperio que incluía los reinos y territorios de Castilla, Aragón, Navarra, Franco Condado, Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Túnez, toda América descubierta y Filipinas. En 1580, se unió Portugal con su imperio afroasiático. Con Felipe II, la hegemonía española alcanzó su apogeo. Carlos I cedió a su hermano Fernando el Imperio Alemán y las posesiones de los Habsburgo en Austria, estableciendo dos ramas de la misma dinastía en Madrid y Viena.
La monarquía de Felipe II tuvo un carácter hispánico, estableciendo su corte en Madrid y gobernando con dedicación su enorme imperio. El núcleo de su poder se encontraba en la península Ibérica, especialmente en Castilla. Felipe II fue un burócrata preocupado por los asuntos administrativos, de carácter taciturno y autoritario, líder y defensor de la Contrarreforma católica frente al protestantismo. También fue un gran mecenas de las artes y las letras, siendo el impulsor de la construcción del Escorial, en conmemoración de la victoria de San Quintín.
Alteraciones Internas
Los principales problemas internos del reinado de Felipe II se centraron en tres aspectos:
1. Problemas Sucesorios y la Leyenda Negra
La muerte en 1568 del príncipe heredero Carlos, hijo de su matrimonio con Doña María Manuela de Portugal, marcó un punto de inflexión. Desde su infancia, el príncipe mostró anomalías físicas y psíquicas. Ante la negativa del rey a nombrarlo gobernador de los Países Bajos, el príncipe conspiró y fue arrestado. Su secretario, Antonio Pérez, fue destituido y acusado de corrupción. Pérez huyó del país y se convirtió en un activo propagandista contra Felipe II. La muerte del príncipe seis meses después, tras negarse a recibir cuidados, dio origen a la famosa Leyenda Negra que acompañó al monarca el resto de su vida.
2. El Conflicto con los Moriscos
El conflicto con los moriscos en Andalucía se remonta a la conquista del reino de Granada. Tras 40 años de plazo para su conversión, Felipe II se negó a conceder una nueva prórroga en un contexto de avance turco por el Mediterráneo. El descontento, la intolerancia religiosa, las presiones de la Inquisición y el cierre de las sederías llevaron a la revuelta. Los rebeldes se refugiaron en las Alpujarras y solicitaron ayuda a los turcos y piratas berberiscos. En 1567, Felipe II impuso medidas para su integración, prohibiendo el uso de su lengua, vestimentas y costumbres. Tras una larga guerra, el rey envió a D. Juan de Austria y a D. Luis de Requesens para sofocar la rebelión en 1570. Muchos moriscos fueron deportados al norte de África y otros a Castilla, despoblando las Alpujarras. Su expulsión definitiva se produjo durante el reinado de Felipe III en 1609.
3. Problemas en Aragón
Los problemas en Aragón se iniciaron en 1591 debido a la crisis económica, el bandolerismo y el descontento de la nobleza ante el intervencionismo real. Las protestas se agravaron con el nombramiento de un virrey extranjero, contrario a sus fueros. El conflicto escaló cuando Antonio Pérez, refugiado en Zaragoza, se amparó en los fueros de Aragón. El justicia mayor se negó a entregarlo a la justicia real, lo que llevó a la ocupación militar de Zaragoza y la ejecución del justicia mayor. La autoridad real se impuso restringiendo los fueros, lo que fue considerado un contrafuero. Pérez huyó a Francia, desde donde desprestigió al rey y contribuyó a la Leyenda Negra.
La Unión con Portugal
En 1581, la muerte sin sucesión del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, llevó a Felipe II a reclamar derechos sucesorios. Tuvo que enfrentarse al prior de Ocrato, sobrino de Enrique, quien se proclamó rey con apoyo popular. Un ejército español, bajo el mando del duque de Alba, invadió Portugal, tomó Lisboa y derrotó al prior en la batalla de Alcántara. Felipe II se trasladó a Lisboa y fue reconocido rey de Portugal en las cortes de Thomar en 1581. Juró respetar las instituciones y la autonomía portuguesas, logrando la unidad peninsular. Sin embargo, entre las corrientes populares se mantuvo el sebastianismo, la esperanza del regreso al trono portugués. Los levantamientos afectaron a Almería, Granada y Málaga.