La Unión Dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón
Tras la muerte de Enrique IV en 1474, se desencadenó una guerra sucesoria en Castilla entre Isabel, su hermana, casada con Fernando, hijo del rey de Aragón, y Juana, hija de Enrique. La victoria de los Reyes Católicos tras la batalla de Toro en 1476, convirtió a Isabel en reina de Castilla. Fernando sucedió a su padre, Juan II, como rey de Aragón en 1479. De este modo quedaron unidas las dos grandes Coronas peninsulares.
Aunque Fernando e Isabel decidieron gobernar conjuntamente en todos sus territorios, según lo establecido en la “Concordia de Segovia” (1475), la unión de Castilla y Aragón fue meramente dinástica, ya que cada reino conservó sus propias leyes e instituciones. La unión fue fruto de la aportación al matrimonio de ambos cónyuges, sin que ninguno pretendiera la integración política de sus territorios.
Las diferencias entre la Corona de Aragón y la de Castilla eran notables. Castilla superaba a Aragón en extensión, riqueza económica y población. Además, Castilla tenía unas Cortes, una moneda e instituciones comunes, y no tenía aduanas interiores, mientras que Aragón estaba formado por tres reinos con instituciones propias. A la muerte de Isabel (1504), Castilla quedó bajo el gobierno de su hija Juana, y Fernando pasó a ser exclusivamente rey de Aragón. Sin embargo, la muerte de Felipe de Austria, marido de Juana, y la incapacidad de ésta, convirtió a Fernando en regente de Castilla. Finalmente, ambas coronas recayeron en un mismo heredero: Carlos, nieto de los Reyes Católicos e hijo mayor de Juana.
La Conquista del Reino Nazarí y la Incorporación del Reino de Navarra
El reino musulmán de Granada era una fuente continua de conflictos, a pesar de que sus emires se declarasen vasallos de Castilla. Conseguida la unión de los dos grandes reinos peninsulares y finalizada la guerra de sucesión en Castilla, los Reyes Católicos orientaron sus esfuerzos a la conquista de Granada, con la intención de completar la unidad peninsular. La guerra, dirigida por el rey Fernando, contó con la participación de la nobleza y la Santa Hermandad, que aportó hombres y dinero. La guerra comenzó en 1481, aprovechando el incidente de la toma de Zahara por parte de Granada. A la victoria castellana contribuyeron la crisis económica, la presión demográfica y las luchas internas por el poder entre el emir Muley Hacén, su hermano Muhamma el Zagal y su hijo Boabdil.
Fue una guerra de asedios más que de batallas campales. Se firmaban capitulaciones con las ciudades que no oponían resistencia. La última campaña fue el asedio de la ciudad de Granada, que duró casi un año. El 2 de enero de 1492, los Reyes Católicos tomaron posesión de la Alhambra y culminaron el proceso de Reconquista. Boabdil negoció en secreto la rendición y unas generosas capitulaciones que sólo se respetaron al principio. Los musulmanes que optaron por no emigrar fueron finalmente obligados a convertirse al cristianismo, por los decretos de 1502 y 1503, transformándose así en moriscos.
La incorporación de Navarra no se produjo hasta después de la muerte de la reina Isabel. El pretexto fue una supuesta conspiración de Navarra y Francia contra Castilla, que sirvió de justificación a Fernando para ocupar Pamplona militarmente en 1512. En 1515, en las Cortes de Burgos, Fernando anexionó el reino de Navarra a la corona de Castilla, aunque conservando sus fueros e instituciones propias.
La Integración de las Canarias y la Aproximación a Portugal
Antes del acceso al trono de los Reyes Católicos, se habían incorporado a Castilla, aunque como señoríos particulares: Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro. Con los nuevos monarcas se conquistaron las tres islas restantes: Gran Canaria, La Palma y Tenerife. La conquista se efectuó por el sistema de capitulaciones. Se establecía un contrato con capitanes y eclesiásticos para que llevaran a cabo la conquista y evangelización de los territorios en nombre de la monarquía, cuyo papel se reducía a autorizar y controlar la empresa. Estos territorios no pasaban a ser señoríos, sino que permanecieron como tierras de realengo, es decir, bajo dominio directo de la corona. Las islas empezaron a adquirir importancia por el cultivo de la caña de azúcar y por su lugar estratégico como etapa en la ruta hacia América. La población nativa, muy mermada por las guerras, asimiló rápidamente la cultura de los conquistadores, con los que se mezcló sin conflictos.
La rivalidad con Portugal por la conquista de las Canarias se empezó a resolver desde el final de la guerra de sucesión en Castilla. Por el Tratado de Alcaçovas (1479), Portugal reconoció a Isabel como reina de Castilla y los derechos castellanos sobre las islas Canarias. Los Reyes Católicos renunciaban, por su parte, a cualquier otro derecho sobre la costa africana, Madeira, Cabo Verde o las Azores. Más tarde, el Papa Alejandro VI, con su bula Inter Caetera (1493), establecía una línea divisoria imaginaria a 100 leguas al oeste de las Azores. España tendría derecho sobre la zona al oeste de la línea y Portugal al este. Portugal consideró que esa Bula vulneraba el Tratado de Alcaçovas y, en 1494, por el Tratado de Tordesillas, la línea se desplazó a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, lo que incluía para Portugal la ruta que bordeaba África y le permitiría la futura ocupación de Brasil.
La Organización del Estado: Instituciones de Gobierno
Los Reyes Católicos establecieron las bases para la transformación de una monarquía de carácter feudal en una monarquía autoritaria. Para llevar a cabo su proyecto era necesario resolver algunos problemas que alteraban la paz social. Así, crearon la Santa Hermandad para perseguir a delincuentes en áreas rurales, y acabaron con el conflicto de los payeses de remensa en Cataluña. Limitaron el poder de la nobleza apartándola de los cargos políticos, que ahora serían desempeñados por letrados y juristas. A cambio, consolidaron su poder económico a través de los mayorazgos (Cortes de Toro, 1505). Incorporaron a la corona los señoríos de las Órdenes Militares y recuperaron tierras que la nobleza se había apropiado en época de Enrique IV.
Al aumentar su poder y las competencias del estado, la administración se fue haciendo más compleja. En Aragón, existía un virrey o delegado real en cada uno de los reinos con poderes ejecutivos y judiciales. El Consejo de Aragón era un organismo consultivo y, a veces, actuaba como tribunal Supremo. En el gobierno de las ciudades, Fernando introdujo el sistema de sorteo para la elección de cargos municipales, en un intento de limitar el poder oligárquico. En Castilla, el Consejo Real se convirtió en el órgano más importante y acabó denominándose Consejo de Castilla. Sus miembros se reunían primero en diversos comités que fueron convirtiéndose en Consejos especializados: el de la Inquisición, el de las Órdenes Militares, el de la Santa Hermandad, el de Hacienda y el de Indias. En las ciudades castellanas, el representante de la monarquía era el corregidor, que tenía competencias en materias diversas: políticas, administrativas, financieras…
En el ámbito de la justicia se desarrollaron las instituciones creadas por sus predecesores. En Castilla existían dos Chancillerías con función de tribunales superiores: una en Valladolid y otra en Granada. Y dos Audiencias: una en Santiago y otra en Sevilla. En la Corona de Aragón, Fernando creó una Audiencia en cada uno de los reinos. Sin embargo, la administración de justicia se vio dificultada por la existencia de señoríos que quedaban fuera de la jurisdicción real y por la gran diversidad de fueros y normas locales, confusas y a veces contradictorias entre sí. El único órgano común en los dos reinos era el Tribunal de la Inquisición, encargado de velar por la ortodoxia católica, que en ocasiones se convirtió en un instrumento político de la monarquía.
El control político se acentuó con la uniformidad religiosa conseguida a través de los decretos de expulsión de los judíos en 1492 y los decretos de 1502 y 1503, que obligaban a convertirse al cristianismo a los musulmanes. Los Reyes Católicos desplegaron una importante propaganda por medio de cronistas y obras públicas que ensalzaban la monarquía.
La Proyección Exterior: Política Italiana y Norteafricana
Fernando retomó la política tradicional aragonesa de expansión en el Mediterráneo. Alfonso V, tras su muerte en 1458, dejó Nápoles en manos de su hijo bastardo Ferrante I, al que sucede Fernando II. En Italia confluían los intereses de Francia y Aragón. En 1493, por el Tratado de Barcelona, Francia entregó el Rosellón y la Cerdaña a Aragón con el fin de conseguir la neutralidad de Fernando en Italia. Sin embargo, la ocupación de Nápoles por el rey francés Carlos VIII desencadenó una guerra. La campaña fue dirigida por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, entre 1494 y 1496. Los franceses se retiraron de Nápoles, pero en 1499 ocuparon Milán y se reanudó la guerra. En 1503, el Gran Capitán derrotó a las tropas francesas en las batallas de Ceriñola y Garellano, forzando su retirada. Nápoles se incorporó a la monarquía española en 1504, siendo gobernada desde ese momento por un virrey.
La política norteafricana respondía a los intereses de Castilla, que siempre había pretendido la conquista de Marruecos, y también a un intento de acabar con los piratas berberiscos (apoyados por los turcos) asentados en el litoral, que realizaban frecuentes expediciones en las costas peninsulares. Los intereses de Fernando en Italia retrasaron el proyecto y solo se tomó el puerto de Melilla (1497). Tras la muerte de Isabel (1504), el impulsor del proyecto fue el cardenal Cisneros (regente de Castilla hasta la llegada de Juana y Felipe el Hermoso), que prosiguió esta política mandando una expedición en 1509 que permitió la toma de Orán. Los enfrentamientos entre Cisneros y Fernando acabaron con el abandono de la política norteafricana, y la ocupación española quedó limitada a un número reducido de plazas fuertes en la costa (Melilla, Orán, Bugía, Trípoli), cuya eficacia contra la piratería fue prácticamente nula.