El Sistema Canovista y las Guerras de Cuba: Un Análisis Histórico

El Sistema Canovista: La Constitución de 1876 y El

En 1874, el general Pavía protagonizó un golpe de Estado contra el gobierno de la I República, instaurando una dictadura militar liderada por el general Serrano, la cual suspendió las garantías constitucionales. Paralelamente, Cánovas obtuvo respaldo de élites, clases medias y el ejército para su propuesta de Restauración Monárquica, llevando a Alfonso XII a firmar el Manifiesto de Sandhurst el 1 de diciembre de 1874. Este documento garantizaba una monarquía liberal constitucional, reconocimiento de derechos y una administración centralizada y democrática, con la condición de que Alfonso fuera proclamado rey de España.

Sin embargo, el 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos dio un golpe de Estado en Valencia, derrocando al gobierno dictatorial de Serrano y proclamando rey a Alfonso de Borbón en nombre del ejército. Así comenzó la Restauración, marcada por el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la regencia de María Cristina (1885-1902), caracterizada por la estabilidad política tras la desaparición del carlismo y la promulgación de la Constitución de 1876.

Durante este período, Cánovas, como presidente del gobierno, suprimió libertades de expresión y cátedra, propuso el sufragio universal y aplicó el concordato para asegurar el respaldo de la Iglesia Católica, todo con el objetivo de restaurar el orden. Se elaboró la Constitución de 1876, la más duradera de la historia española, que otorgaba amplios derechos individuales y establecía una soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Cánovas promovió la pacificación del país, alejando a los militares de la vida política y enviándolos en misiones como poner fin a la Tercera Guerra Carlista, suprimir los fueros vascos y navarros, y sofocar la insurgencia cubana. Además, ideó el turnismo de partidos entre el Partido Conservador y el Partido Liberal para asegurar una alternancia pacífica en el poder, ilegalizando a los partidos obreros y republicanos en el proceso.


El turnismo político en España, instaurado a partir de 1878, implicaba la alternancia en el poder entre el Partido Conservador y el Partido Liberal, pero para mantener esta apariencia democrática se recurría a prácticas fraudulentas como el caciquismo, donde los caciques controlaban los votos mediante métodos como el encasillado y el fraude electoral. Este sistema, liderado por figuras como Cánovas y Sagasta, estableció un régimen oligárquico bajo la fachada de una democracia política, manteniendo la estabilidad necesaria para el desarrollo económico.

Tras la muerte de Alfonso XII, se estableció el Pacto de Pardo en 1885 para evitar una crisis política, donde se reconoció a María Cristina de Habsburgo como regente. Durante su regencia (1885-1902), se consolidó el sistema canovista. Los gobiernos de Sagasta llevaron a cabo reformas importantes, como la libertad de cátedra y prensa, el sufragio universal masculino y la abolición definitiva de la esclavitud.

Sin embargo, el gobierno de Sagasta enfrentó desafíos como la guerra de independencia de Cuba y la crisis de 1898 tras la pérdida de Cuba y Filipinas. En cuanto a la economía, se implementaron políticas proteccionistas que favorecieron a algunos sectores pero perjudicaron a otros, como la economía cubana.

El bipartidismo marginalizó a diversos grupos políticos y sociales, como los carlistas, los republicanos y el movimiento obrero, este último dividido en marxistas y anarquistas. A pesar de las reformas realizadas, el sistema político español enfrentó numerosos desafíos y tensiones durante este período.

En España, el siglo XIX ve surgir movimientos como el regionalismo y nacionalismo en respuesta al centralismo político y la castellanización, especialmente en Cataluña y el País Vasco, que buscan autonomía e independencia respectivamente. Estos movimientos son respaldados por clases medias burguesas y populares. En Galicia, el regionalismo nace como reacción al atraso y marginación, buscando más descentralización y preservación cultural. También se forman asociaciones obreras clandestinas en Barcelona en 1840, y más tarde un movimiento campesino en Andalucía, Aragón, Cataluña y Valencia, con grupos violentos y pacíficos como la Federación de Trabajadores y la CNT, esta última siendo el sindicato más poderoso de España, especialmente en Barcelona.


Las Guerras de Cuba: El Conflicto Bélico

A finales del siglo XIX, las Guerras de Ultramar resultaron en la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas por parte de España. La opinión pública estaba dividida entre los partidos dinásticos (Conservador y Liberal), que apoyaban las guerras coloniales, y los movimientos obreros (anarquistas, nacionalistas y socialistas), que las rechazaban. Estas guerras fueron impopulares debido a las pérdidas humanas y al enorme gasto militar que implicaban, con escasos beneficios para la mayoría de la población. El sistema de reclutamiento por quintas permitía a los ricos evitar el servicio militar, mientras que las familias humildes tenían que enviar a sus jóvenes a la guerra. Las causas principales de las guerras fueron la falta de apoyo internacional, la intervención de Estados Unidos a favor de los movimientos independentistas y el deseo de la oligarquía colonial de obtener mayor autonomía y ventajas fiscales y comerciales.

La primera Guerra de Cuba (1868-1878) fue causada por la Revolución Gloriosa (1868) y duró 10 años, durante los cuales los independentistas hostigaron al ejército español. Tras la restauración, el gobierno logró solucionar la crisis mediante la fuerza y la diplomacia, llegando a la Paz de Zanjón (1878), que prometía negociar una amplia autonomía y la abolición de la esclavitud. Sin embargo, la presión de las oligarquías coloniales y peninsulares provocó que se desatendieran las peticiones de Zanjón, y los nacionalistas cubanos pasaron de reclamar autonomía a exigir independencia, apoyados por Estados Unidos. Esto desencadenó la Segunda Guerra Cubana en 1879, que llevó a la abolición de la esclavitud en 1880 (la Guerra Chiquita).

La falta de aplicación de un estatuto de autonomía y el incumplimiento de la ley de abolición de la esclavitud provocaron la Tercera Guerra de Cuba (1895-1898), liderada por José Martí y apoyada por negros y mulatos. Esta guerra culminó con el Grito de Baire y fue un factor importante en la pérdida de las colonias españolas en América.


El intento de negociación de paz liderado por el general Martínez Campos fracasó, lo que llevó al gobierno a enviar al general Weyler con una fuerza considerable para reprimir el movimiento independentista cubano, utilizando tácticas draconianas como las reconcentraciones. Tras el asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta sucede a Weyler y ofrece autonomía a Cuba. La intervención de Estados Unidos se justifica por la protección de intereses económicos, desplegando su marina y tropas en el conflicto.

El hundimiento del acorazado “Maine” en el puerto de La Habana sirve como pretexto para que Estados Unidos declare la guerra a España, lo que resulta en la destrucción de la flota española en la batalla de Santiago de Cuba en 1898. Paralelamente, en Filipinas, el movimiento independentista liderado por José Rizal es brutalmente reprimido, pero recibe apoyo de los Estados Unidos durante la guerra contra España, logrando victorias como en la batalla de Cavite.

Las negociaciones de paz, con mediación francesa, resultan en el Tratado de París, que reconoce la independencia de Cuba y establece un protectorado estadounidense en Filipinas, desencadenando una rebelión filipina. Puerto Rico también pasa a ser controlado por los Estados Unidos. España pierde sus últimas colonias y vende otras a Alemania, marcando el fin de su imperio colonial.

Las consecuencias internas incluyen una profunda reflexión entre los intelectuales, con la Generación del 98 promoviendo valores tradicionales y el regeneracionismo abogando por cambios políticos y sociales. Económicamente, España sufre la pérdida de territorios productores y mercados clave, lo que impulsa el proteccionismo económico y genera resentimiento hacia Estados Unidos.

Tras perder sus colonias, España buscó recuperar prestigio con el colonialismo en África. Los líderes sucesores de Cánovas y Sagasta tomaron medidas regeneracionistas para combatir el caciquismo y el fraude electoral, pero la falta de defensa eficaz del país por parte del ejército causó desgaste en su imagen, aumentando la impopularidad de los militares.