España entre 1808 y 1874: La Revolución Burguesa
La transición del Antiguo Régimen absolutista al Nuevo Régimen burgués y liberal fue un proceso largo que en España tuvo su etapa crucial entre 1808 y 1840 y que constituyó una revolución incompleta. Fue, asimismo, un proceso que conllevó dos largas guerras, la de Independencia y la primera y gran guerra carlista, con una consecuencia importante: en España fue el ejército y no la sociedad civil el verdadero instrumento de la revolución liberal, lo que condicionó grandemente la significación política de la revolución y el propio curso de la historia de España. Esta larga transición del Antiguo Régimen absolutista al nuevo régimen liberal se desarrolló, además, en un ambiente de permanente crisis política y de profunda división nacional sobre la forma de Estado.
Pese a todos estos inconvenientes, la revolución liberal supuso también cambios indiscutibles.
La Guerra de la Independencia (1808-1814)
1. Antecedentes de la Guerra de la Independencia
En los años siguientes al desastre naval de Trafalgar en 1805, en los años finales del reinado de Carlos IV, batalla en la que la flota inglesa inflige una severa derrota a la armada española, cortándose, de hecho, las comunicaciones normales de España con Indias, asistimos a una fuerte crisis dinástica en medio del derrumbamiento de las directrices internas e internacionales del Estado español del S. XVIII. El desprestigio de Godoy empieza a ser pleno. Además, se está produciendo el alejamiento entre éste y Napoleón y se está formando un fuerte núcleo de oposición al despotismo ministerial de Godoy y su política, en torno al heredero al trono, el príncipe Fernando. A fines de 1807, la situación del país era caótica, convergiendo la crisis económica y la política. La crítica iba dirigida, sobre todo, contra el valido, pero también contra el mismo Rey.
En tanto se hunde la monarquía borbónica en España, se va fraguando la invasión napoleónica de la Península. Portugal era lugar de penetración de los productos británicos, por lo que Napoleón debía de conquistarla, asegurándose (Tratado de Fontainebleau, 1807) el permiso de España para que un ejército francés cruzase la Península en dirección a Portugal. Napoleón no consideraba a España un aliado seguro. Por ello, consideró la posibilidad de incorporarse sobre la marcha toda la Península e integrarla en su Gran Imperio para así cerrar la puerta de entrada de los productos ingleses en el sur de Europa.
La sospechosa estancia de tropas francesas en España, ocupando puntos militares estratégicos fue el desencadenante de la sublevación española. El 17, 18 y 19 de marzo de 1808 se produjo el motín de Aranjuez. Godoy fue depuesto y Carlos IV se vio obligado a abdicar cediendo la Corona a su hijo Fernando. El motín de Aranjuez tuvo un éxito inmediato, pero momentáneo, pues cuando Fernando VII llegó a Madrid para su coronación, se encontró allí las tropas de Murat, mariscal de Napoleón. Éste logró atraer a padre e hijo a Bayona. Allí conseguiría la doble renuncia al trono de los Borbones españoles en beneficio de la Casa Bonaparte. Para entonces, la guerra era inevitable.
2. La Guerra de la Independencia (1808-1814)
Supone la Guerra de la Independencia la quiebra decisiva del Antiguo Régimen en España. Significa el comienzo de la revolución liberal, pues durante la guerra el pueblo español tomó exaltada conciencia de su entidad nacional y empezó a tomarla, de manera muy selectiva y minoritaria, de su soberanía, viviendo su primera experiencia constitucional. Son, pues, de destacar dos procesos paralelos y contradictorios: el de la guerra, y el de la revolución liberal. Ésta es ensayada por una pequeña minoría culta que aprovecha la quiebra temporal del Estado del Antiguo Régimen para alumbrar el liberalismo español.
Piénsese, además, que la revolución española no nació de las ideas o del conflicto entre el poder y la sociedad como fuera el caso de Francia, sino de una situación de guerra. Se trató de una guerra desordenada y caótica, librada en múltiples frentes. Un apurado resumen de su arranque puede ser el siguiente:
El dos de mayo en Madrid tuvo lugar un levantamiento contra la ocupación francesa; el 5 de mayo tuvieron lugar las abdicaciones de Bayona; El 7 de junio impuso Napoleón como rey de España a su propio hermano José Bonaparte. En tanto, se había producido el levantamiento popular madrileño del dos de mayo de 1808 en Madrid. Si bien terminó con el fracaso inicial seguido del fusilamiento de una gran cantidad de patriotas insurrectos, aquel levantamiento del pueblo de Madrid no había sido en vano. A finales de mayo, la insurrección popular se había extendido por amplios territorios de España.
Ocupación francesa, levantamiento popular y guerra desplomaron el viejo orden político y social del país, favoreciendo de rebote el comienzo de la revolución española. Guerra internacional y guerra patriótica frente a una invasión extranjera, sublevación a favor y en contra del absolutismo según quien fuese el sublevado, la guerra de la Independencia fue también una guerra civil entre españoles, patriotas o afrancesados.
Inicialmente, la relación de fuerzas era muy desfavorable a los sublevados, sin embargo, la resistencia de varias ciudades fue durísima. Las tropas españolas denotaron una gran moral y estuvieron dirigidas por un mando militar que demostró capacidad táctica. La aparición de una nueva forma de guerra espontánea, la guerrilla, dotaría a los sublevados de una voluntad de resistencia en los momentos más duros, por último, la intervención inglesa, que obraba desde una base de operaciones, relativamente segura, Portugal, hizo posible la victoria final, muy costosa. Además, el nivel de eficacia del ejército napoleónico no fue tan alto como en otras guerras. Se pueden distinguir tres grandes fases en el proceso bélico:
Primera fase. Abarca los meses iniciales de la guerra, de mayo a noviembre de 1808. Las tropas de Napoleón no pueden dominar instantáneamente España, pues sufren numerosos tropiezos y contratiempos inesperados, teniendo que replegarse hacia el País Vasco. Fue especialmente notoria la derrota francesa en Bailén en julio de 1808, junto al paso de Despeñaperros, llave de la toma de Andalucía. Napoleón decide intervenir directamente.
Segunda fase. Abarca desde noviembre de 1808 hasta julio de 1812. Tiene esta gran etapa de la guerra un resultado contradictorio: las tropas napoleónicas mantienen una ventaja zonal, dominando en apariencia el territorio, pero la iniciativa, la posición y, en suma, el tempo del conflicto va gradualmente pasando de los franceses a sus adversarios.
En un comienzo, Napoleón, llegado a España el 8 de noviembre de 1808 al frente de sus mejores tropas, restablece el control de la situación, dando un giro completo al curso de la guerra, pero debe marcharse precipitadamente en enero de 1809 sin culminar la conquista. Ésta queda en manos de sus mariscales, que continúan infligiendo severas derrotas a las tropas españolas, entre ellas la de Ocaña en 1809, reduciendo la resistencia de todas las ciudades, excepto Cádiz, muy bien fortificada y con la base naval inglesa de Gibraltar muy cercana, lo que permite su abastecimiento por mar.
La guerrilla, surgida espontáneamente ante la desarticulación del ejército español por efecto de sus repetidas derrotas, se convierte durante estos años de inferioridad en la forma típica de resistencia civil. La guerrilla no puede invertir por sí sola el curso de la guerra, pero sí puede hostigar las retaguardias enemigas, interceptar su línea de abastecimiento hacer estéril el dominio del territorio del ejército de Napoleón, minar la moral de victoria del enemigo y, además, en un momento dado, sus miembros pueden reforzar al ejército.
El momento culminante de este tránsito en la iniciativa de la guerra de uno al otro bando tiene lugar en mayo de 1811 cuando los franceses claudican definitivamente en su empeño por controlar Portugal. A partir de este momento, la táctica va quedando clara, pues los ingleses comprenden que, siendo ya Portugal una posición segura, su ejército expedicionario puede hacer incursiones hacia el interior de España y cuando se produzca el contraataque francés, habría dos opciones: replegarse hacia Portugal o huir hacia el mar, donde la flota inglesa apoya las operaciones militares. En tanto la guerrilla, combinando sus operaciones con unidades del ejército español, se encarga del duro jaque de la resistencia.
Tercera fase. Entre julio de 1812 y marzo de 1814 tiene lugar la inversión de la iniciativa militar, que corresponde ya, en general, a ingleses y españoles, si bien hay contraataques del ejército napoleónico que recuperan la iniciativa militar por breves instantes.
Tiene, por tanto, lugar en esta tercera y última etapa el retroceso, si bien intermitente, y el final de la presencia francesa en España. En julio de 1812, avanzando desde Portugal, el ejército de Wellington, general en jefe inglés de las operaciones militares en España, derrotaba en Arapiles, cerca de Salamanca, al ejército napoleónico. Todo el dispositivo francés pareció derrumbarse. José Bonaparte abandonó Madrid dirigiéndose hacia Valencia. El 13 de agosto, Wellington entraba en la capital española y los ejércitos franceses evacuaron Andalucía. La victoria no fue, no obstante, definitiva. Una nueva contraofensiva francesa obligó a Wellington a retirarse a Portugal y permitió a los franceses restablecer el equilibrio. El 2 de noviembre, José Bonaparte volvía a entrar en Madrid.
En la primavera de 1813, Wellington disponía una nueva ofensiva. El choque decisivo tuvo lugar en Vitoria en junio de 1813. Las fuerzas de Wellington vencieron a las de José Bonaparte y las tropas francesas perdieron toda moral de lucha. San Sebastián fue incendiada y tomada al asalto, al tiempo que Wellington obtenía en Irún, otra gran victoria, la de San Marcial. Pamplona se rindió el 31 de octubre de 1813. Napoleón precipitó el final de la guerra liberando el 11 de diciembre a Fernando VII que, restablecido en el trono, volvió a España a comienzos de la primavera de 1814.
Contribuyeron a la derrota napoleónica en España tres factores esenciales: primero su incapacidad para tomar Portugal, que se convirtió, durante el curso de la guerra en una base de operaciones inglesas estable en la Península; a continuación, la merma de la moral de las tropas francesas y su debilitamiento ante el continuo acoso de la guerrilla y, por último, la retirada de sus mejores unidades para la campaña de Rusia desde 1812, lo que posibilitó el avance, si bien intermitente, de los ejércitos español e inglés.
La Guerra de Independencia supuso la convergencia de tres importantes tragedias para España: económica, internacional y social y política. En el orden económico, la guerra dejó tras de sí una serie de catástrofes humanas y materiales de difícil recuperación. Se estima en no menos de 300.000 personas las pérdidas humanas. Al menos igual de grave fue el brutal frenazo que aquélla impuso al proceso de modernización de España, emprendido en el siglo XVIII. En el orden internacional, el panorama no es más positivo. Perdido el grueso de los territorios de Ultramar entre 1810 y 1825, España quedaba relegada a potencia de muy segundo orden. La tragedia económica e internacional se completaba con la fractura social y la constante agitación política interna. Esta inestabilidad permanente fue otro factor del decaimiento español entre 1808 y 1840.
3. Inicios del liberalismo en España: las Cortes de Cádiz y la constitución de 1812
El grueso de los españoles, tras el levantamiento del dos de mayo de 1808, formó sus propios órganos de gobierno. Surgieron así, Juntas Locales y Juntas Provinciales. El 25 de septiembre de 1808 se organizó en Aranjuez una Junta Suprema Central que asumió el gobierno de la nación. Las derrotas militares desacreditaron a la Junta Central que, refugiada en Cádiz, dio paso en enero de 1810 a una Regencia colectiva. Lo que determinó finalmente a la Regencia a convocar Cortes Constituyentes compuestas por diputados elegidos por votación, fue la noticia del establecimiento de poderes locales en distintas ciudades de Indias; ello ponía en grave peligro el mantenimiento del Imperio español en América.
En la sitiada Cádiz se constituyeron las Cortes el 24 de septiembre de 1810. De aquellas Cortes, salió el primer ensayo liberal español: la Constitución de 1812, la primera constitución española y una importante legislación ordinaria como complemento de la constitución. Predominaban en las Cortes de Cádiz las clases medias con formación intelectual. A instancias de la minoría liberal, las Cortes se autoconstituyeron en asamblea constituyente.
Los principales aspectos de la constitución de 1812 son:
a) La proclamación de la soberanía esencialmente nacional y de la división de poderes. La representación nacional residió en las Cortes, que fueron unicamerales y elegidas por sufragio universal masculino indirecto.
b) Se recoge específicamente en su articulado el reconocimiento de las propiedades de los grandes propietarios, la confesionalidad del Estado y la exclusividad de la religión católica.
c) Se establece un ejército permanente y, junto a él, la Milicia Nacional, con un doble objetivo: Reforzar el ejército en caso de guerra y proteger el Estado liberal.
En cuanto a los decretos que complementaron la Constitución de 1812, estos ordenaron impulsar la desamortización agraria. Asimismo, se suprimieron los gremios en favor del principio de libre contratación y empresa. Además, se suprimió el señorío jurisdiccional. Se pretendía con todo ello la plena desenvoltura del principio de propiedad individual y el principio del estado unitario. Se abolió la Inquisición y se reforzó la política regalista emprendida por el reformismo ilustrado buscando subordinar la Iglesia nacional al Estado en el plano político. Además, estos decretos establecían asimismo, una mayor libertad de imprenta. Para los diputados liberales, la libertad de expresión constituía pieza clave del nuevo sistema que, años después, se iba a llamar liberal. En conclusión, las Cortes de Cádiz daban un gran paso adelante en el diseño de un estado unitario, reforzaban asimismo la unidad nacional de España y sus posesiones ultramarinas y quedaban proclamados los fundamentos más esenciales del liberalismo.
Eran textos, tanto la Constitución como los decretos que la complementaban, moral y políticamente admirables, pero en conjunto toda esta labor de las Cortes de Cádiz tuvo mucho de espejismo revolucionario. Nacía esta Constitución con un triple problema: de legitimidad, de representación y de autoridad. De legitimidad, porque su convocación fue un verdadero golpe de mano de los liberales; una pequeña minoría dentro de la sociedad española en su conjunto. De representación, porque la composición de sus diputados no reflejaba en absoluto ni la realidad estamental ni el conjunto de individuos o territorios de la nación. De autoridad, porque el poder territorial de las Cortes debió ser limitadísimo. Presentaba esta constitución, además, una alta dosis de utopismo, teniendo un marcado sello ideológico, al modo de los manifiestos y proclamas, en vez de ser un documento frío y meditado, pensado para la eficaz gobernación del Estado.
Por todo ello, sin duda, la constitución de 1812, santo y seña de todo el liberalismo español del siglo XIX, tuvo muy cortos períodos de vigencia. Pero, aun con todos sus defectos y limitaciones, su influencia en el constitucionalismo español del S. XIX, e incluso europeo e hispanoamericano, fue muy grande. La revolución gaditana fijó las ideas, el lenguaje y los principios éticos y políticos del liberalismo español.