La Crisis de 1898 y sus Consecuencias
La crisis de 1898 tuvo su origen en las guerras de Cuba, que comenzaron con el Grito de Yara en 1868 y la Guerra Larga (1868-1878), que concluyó con la Paz de Zanjón. Sin embargo, las promesas de autonomía no se cumplieron, lo que provocó una nueva insurrección en 1895 con el Grito de Baire, liderada por Maceo y Martí, y respaldada por tácticas guerrilleras y el apoyo de EE. UU. La intervención estadounidense se intensificó tras la explosión del acorazado Maine en 1898, lo que, unido a la presión mediática, llevó a la guerra contra España. El conflicto resultó en desastres navales en Cavite y Santiago de Cuba, y la derrota culminó con la Paz de París (diciembre de 1898), donde España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. El Desastre del 98 supuso el fin del imperio colonial español, agravado con el Tratado Hispanoalemán de 1899, que desmanteló las últimas posesiones.
La derrota tuvo profundas consecuencias. Económicamente, España perdió mercados coloniales, aunque la repatriación de capitales impulsó la banca. Demográficamente, murieron más de 50.000 españoles, en su mayoría de clases humildes. Políticamente, el desprestigio de los partidos tradicionales generó un relevo generacional y fuertes críticas al sistema político. En el ámbito ideológico, surgieron los regeneracionistas, liderados por Joaquín Costa, que proponían modernizar el país mediante reformas políticas, educativas y económicas para superar el atraso y la corrupción, y la Generación del 98, con intelectuales como Unamuno y Antonio Machado, que denunciaron la miseria, la corrupción y la decadencia de España. La crisis del 98 evidenció las debilidades del sistema político y sembró las bases de futuras divisiones que conducirían a la Guerra Civil española.
Transformaciones Sociales en la España del Siglo XIX
En el siglo XIX, la población española experimentó un crecimiento demográfico limitado en comparación con otros países europeos debido a las altas tasas de natalidad y mortalidad, agravadas por condiciones sanitarias precarias y epidemias como el cólera y la tuberculosis. El crecimiento fue mayor en la periferia que en el interior, salvo en Madrid, y el éxodo rural hacia las ciudades fue moderado por la escasa industrialización. Aun así, ciudades como Madrid y Barcelona superaron los 500.000 habitantes hacia 1900, impulsadas por movimientos migratorios internos y la emigración exterior hacia Latinoamérica, especialmente desde Galicia, Asturias y Canarias. El desarrollo urbano llevó a la demolición de murallas medievales, la creación de ensanches con mejoras en infraestructura y el crecimiento de suburbios donde se hacinaba la población obrera en condiciones insalubres. La sociedad evolucionó de un modelo estamental a una sociedad de clases, basada en la igualdad ante la ley, pero marcada por grandes desigualdades. La clase dirigente, formada por la aristocracia, altos mandos del clero, el Ejército y la alta burguesía, acaparaba el poder político y económico, disfrutando de un alto nivel de vida. Las clases medias, compuestas por pequeños propietarios, profesionales liberales y funcionarios, vivían con ingresos limitados, mostrando una ideología conservadora por temor a la proletarización. Las clases populares, mayoritariamente campesinos y obreros industriales, sufrían condiciones extremas: los campesinos permanecían al margen de la política, mientras que los obreros enfrentaban largas jornadas laborales, bajos salarios y trabajo infantil, con una esperanza de vida de apenas 19 años, viviendo en barrios periféricos insalubres y vulnerables a enfermedades infecciosas.
Economía y Desarrollo en la España del Siglo XIX
En el siglo XIX, las desamortizaciones de Mendizábal (1836) y Madoz (1855) buscaron sanear la Hacienda y modernizar la agricultura mediante la incautación y venta de bienes eclesiásticos y comunales. Aunque desmantelaron propiedades de la Iglesia y municipios, no resolvieron la deuda ni mejoraron la producción agraria, perjudicando a los campesinos y generando tensiones con la Iglesia. La España rural seguía dominada por una masa de campesinos sin tierras y jornaleros explotados por grandes latifundistas, con una agricultura atrasada y de subsistencia. La industrialización fue tardía y limitada, impulsada principalmente en la periferia. El sector textil catalán lideró gracias a la mecanización y políticas proteccionistas, mientras que la industria siderúrgica se consolidó en el País Vasco tras 1876, beneficiándose del comercio con Cardiff. El comercio exterior se basó en exportaciones de productos agrarios y minerales, mientras que las importaciones incluyeron carbón y algodón. La expansión del ferrocarril, clave para la integración del mercado interior, se retrasó hasta la segunda mitad del siglo debido a la falta de inversiones y condiciones orográficas. La Ley General de Ferrocarriles de 1855 impulsó su construcción con inversión extranjera, pero la crisis de 1866 paralizó el proceso hasta su reactivación en 1876. Aunque el ferrocarril facilitó el transporte, la importación sin aranceles de materiales ferroviarios limitó el desarrollo de la siderurgia nacional.
El Sexenio Revolucionario (1868-1874)
El Sexenio Revolucionario (1868-1874) comenzó con la Revolución de Septiembre de 1868, conocida como La Gloriosa, un pronunciamiento liderado por el almirante Topete en Cádiz al grito de “¡Viva España con honra!”, que culminó con el exilio de Isabel II a Francia y la formación de Juntas Revolucionarias. A partir de ahí, se instauró un Gobierno Provisional (1868-1871), presidido por Serrano, que convocó elecciones a Cortes Constituyentes. Estas aprobaron la Constitución de 1869, la primera de carácter democrático en la historia de España, que establecía la soberanía nacional, el sufragio universal masculino, una monarquía constitucional, una exhaustiva declaración de derechos y la división de poderes con Cortes bicamerales. Ante la falta de un rey, Serrano asumió la regencia mientras el general Prim, jefe de gobierno, impulsaba reformas como la creación de la peseta como moneda única y buscaba un monarca adecuado. Sin embargo, surgieron graves problemas, como la insurrección en Cuba con el Grito de Yara y el inicio de la tercera guerra carlista.
El Reinado de Amadeo I (1871-1873)
En 1871, Amadeo de Saboya fue proclamado rey tras ser elegido por las Cortes, pero su reinado (1871-1873) estuvo marcado por la inestabilidad política, la falta de apoyos (especialmente tras el asesinato de Prim, su principal valedor), la oposición de amplios sectores sociales y políticos, la tercera guerra carlista (1872-1876) y la creciente agitación social vinculada al desarrollo del movimiento obrero. Incapaz de sostener su reinado, Amadeo abdicó en febrero de 1873.
La Primera República (1873-1874)
Tras su abdicación, las Cortes proclamaron la Primera República en 1873. El primer presidente, Figueras, convocó elecciones a Cortes Constituyentes, que dieron la victoria a los republicanos federales. Sin embargo, las profundas divisiones internas debilitaron la República. Pi y Margall, sucesor de Figueras, intentó instaurar una República Federal, basada en un proyecto constitucional que preveía la creación de 17 estados autónomos con amplias libertades y derechos. Sin embargo, el federalismo derivó en el movimiento cantonalista, donde municipios como Cartagena se proclamaron cantones independientes, generando un clima de anarquía y caos. Pi y Margall dimitió y fue sustituido por Salmerón, quien, al no querer firmar condenas a muerte, también renunció. El siguiente presidente, Castelar, declaró ilegal el federalismo y disolvió las Cortes, pero en enero de 1874 perdió una moción de confianza. En ese momento, el general Pavía dio un golpe de Estado, disolviendo las Cortes y estableciendo un gobierno de emergencia bajo el liderazgo de Serrano.
El régimen de Serrano en 1874, aunque mantuvo formalmente el nombre de República, fue un gobierno autoritario con tintes dictatoriales que preparó el terreno para la Restauración borbónica. A finales de 1874, el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto proclamó a Alfonso XII como rey, poniendo fin al Sexenio Revolucionario e iniciando la etapa de la Restauración.
La Restauración Borbónica y el Sistema Canovista
Tras el golpe de Pavía y la República Presidencialista de Serrano, el pronunciamiento militar de Martínez Campos en 1875 restauró la monarquía en la figura de Alfonso XII, dando inicio al sistema canovista diseñado por Antonio Cánovas del Castillo. Este sistema se basaba en el bipartidismo, donde el Partido Conservador (liderado por Cánovas) y el Partido Liberal (dirigido por Sagasta) se alternaban pacíficamente en el poder a través del turno de partidos, asegurado mediante prácticas fraudulentas como el encasillado y el caciquismo, especialmente en las zonas rurales. La Constitución de 1876 estableció la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, una declaración de derechos limitada, Cortes bicamerales y la confesionalidad católica del Estado, sin especificar el tipo de sufragio.
El Reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la Regencia de María Cristina (1885-1902)
Durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885), el Partido Conservador de Cánovas impulsó la Constitución, abolió los fueros vascos, prohibió los sindicatos y puso fin a la tercera guerra carlista. Posteriormente, el Partido Liberal de Sagasta permitió las asociaciones obreras y desarrolló políticas más aperturistas. Tras la muerte de Alfonso XII en 1885, la regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902) se sostuvo gracias al Pacto del Pardo, firmado por Cánovas y Sagasta, quienes se comprometieron a mantener la estabilidad política mediante la alternancia pacífica en el poder y respetar la legislación del gobierno anterior.
Oposición al Sistema Canovista: Nacionalismos y Movimiento Obrero
A pesar de su estabilidad aparente, el sistema canovista enfrentó una fuerte oposición desde los movimientos nacionalistas y regionalistas y el movimiento obrero y campesino. En la periferia surgieron los nacionalismos:
- En Cataluña, la Renaixença revitalizó la lengua y cultura catalana, y Prat de la Riba impulsó la Unió Catalanista con las Bases de Manresa.
- En el País Vasco, Sabino Arana fundó el PNV, defendiendo la recuperación de fueros y la independencia.
- En Galicia, Manuel Murguía abogó por la modernización económica y Alfredo Brañas defendió posturas más tradicionalistas.
- En Andalucía, Blas Infante se convirtió en la figura clave del regionalismo.
Por otro lado, el movimiento obrero y campesino se fortaleció con la libertad de asociación reconocida en 1869. El anarquismo, arraigado en regiones como Andalucía y Cataluña, creció a través de la FTRE y promovió huelgas y la propaganda por el hecho. El socialismo, impulsado por Pablo Iglesias, se consolidó en Madrid, Asturias y Vizcaya con la fundación del PSOE en 1879, defendiendo la conquista del poder político por la clase trabajadora, el sufragio universal, la jornada laboral de 8 horas y los derechos de asociación y reunión. Estos movimientos, junto con las tensiones nacionalistas, evidenciaron las grietas del sistema político de la Restauración.