España Siglo XIX y Principios del XX: Liberalismo, Conflictos y Modernización

Liberalismo en España (Siglo XIX)

El liberalismo en España durante el siglo XIX se caracterizó por la defensa de principios como:

  • Soberanía nacional
  • División de poderes
  • Monarquía constitucional
  • Sufragio restringido (censitario)

Los liberales se dividieron en dos corrientes principales:

  • Moderados: Defendían una soberanía compartida entre el rey y las Cortes, un Estado confesional católico y un sufragio muy restringido.
  • Progresistas: Abogaban por la soberanía nacional plena, reformas más radicales, la limitación del poder de la Corona y un sufragio más amplio, aunque aún censitario.

Durante el reinado de Isabel II, estos partidos se alternaron en el poder, aunque los moderados tuvieron una influencia más prolongada.

El liberalismo también impulsó reformas económicas como la desamortización de tierras eclesiásticas y municipales, aunque estas medidas no lograron una distribución equitativa de la propiedad y beneficiaron principalmente a la burguesía y la nobleza.

La Huelga General de 1917

La Huelga General de 1917 fue un evento crucial en la historia de España, marcado por una profunda crisis social, política y económica. La huelga fue convocada por la Unión General de Trabajadores (UGT) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en respuesta al deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, la inflación y la carestía de los productos básicos.

Además, la huelga coincidió con:

  • El malestar en el ejército, que se manifestó a través de las Juntas Militares de Defensa.
  • La protesta política de los partidos de oposición, que convocaron la Asamblea de Parlamentarios en Barcelona para exigir reformas constitucionales y la autonomía de Cataluña.

La huelga tuvo un fuerte seguimiento en las zonas industriales y urbanas, especialmente en Madrid, Barcelona, Asturias y Vizcaya, pero fue reprimida duramente por el gobierno, que declaró la ley marcial y utilizó al ejército para sofocar las protestas. Aunque la huelga no logró sus objetivos inmediatos, marcó un punto de inflexión en la lucha obrera y evidenció la fragilidad del sistema político de la Restauración.

Industrialización en España

El proceso de industrialización en España fue lento y desigual en comparación con otros países europeos. Aunque Cataluña experimentó un desarrollo industrial temprano, especialmente en el sector textil, el resto del país se mantuvo predominantemente agrícola.

La industria textil catalana, basada en la producción de algodón, fue el motor de la industrialización regional, pero dependía en gran medida de la protección arancelaria para competir con las importaciones extranjeras. En el norte, la siderurgia vasca comenzó a desarrollarse a finales del siglo XIX, gracias a la explotación de mineral de hierro y la importación de carbón galés.

Sin embargo, la industria española en general sufrió de:

  • Falta de capital
  • Falta de tecnología
  • Un mercado nacional poco integrado

Estas limitaciones dificultaron su crecimiento y competitividad.

La Restauración Borbónica (1874-1923)

La Restauración borbónica, iniciada en 1874 con el regreso de Alfonso XII al trono, fue un período caracterizado por la estabilidad política basada en el sistema canovista. Este sistema se apoyaba en la alternancia pacífica en el poder (el “turno pacífico”) de dos partidos principales:

  • El Partido Conservador, liderado por Antonio Cánovas del Castillo.
  • El Partido Liberal, liderado por Práxedes Mateo Sagasta.

La Constitución de 1876, de carácter moderado, estableció una monarquía constitucional con soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Sin embargo, el sistema político se basaba en el caciquismo y el fraude electoral, lo que limitaba la representatividad real de las instituciones.

Aunque la Restauración logró cierta estabilidad y consolidó el poder civil frente al militar, el sistema comenzó a mostrar signos de agotamiento a principios del siglo XX, especialmente tras la crisis de 1898 y la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas). La inestabilidad política, el crecimiento de los movimientos obreros y nacionalistas, y la creciente intervención del rey Alfonso XIII en los asuntos de gobierno contribuyeron a la crisis final del sistema, que culminó con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en 1923.

Las Guerras Carlistas

Las Guerras Carlistas fueron una serie de conflictos civiles en España durante el siglo XIX que enfrentaron a los partidarios del absolutismo monárquico y los fueros tradicionales (carlistas) contra los defensores de la monarquía constitucional y el centralismo liberal (isabelinos o liberales).

Primera Guerra Carlista (1833-1840)

Estalló tras la muerte de Fernando VII, cuando su hermano Carlos María Isidro (autoproclamado Carlos V) rechazó la Pragmática Sanción que permitía reinar a la hija de Fernando, Isabel II (menor de edad en ese momento). Los carlistas, con fuerte apoyo entre campesinos, el bajo clero y parte de la nobleza rural, principalmente en el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña y el Maestrazgo, defendían el lema “Dios, Patria, Fueros y Rey”. Los isabelinos (liberales), respaldados por la alta burguesía, gran parte del ejército y las ciudades, impulsaban reformas liberales y un estado centralizado. La guerra, muy cruenta, terminó oficialmente con el Convenio de Vergara (1839), simbolizado por el “abrazo de Vergara” entre los generales Espartero (liberal) y Maroto (carlista), que prometía el respeto a los fueros (aunque luego fueron modificados) y la integración de los oficiales carlistas en el ejército real.

Segunda Guerra Carlista (1846-1849)

También conocida como la Guerra dels Matiners (Guerra de los Madrugadores), fue un levantamiento fundamentalmente catalán. Fue desencadenado, en parte, por el fracaso del intento de casar a Isabel II con el pretendiente carlista, Carlos Luis de Borbón (conde de Montemolín, autoproclamado Carlos VI). Aunque tuvo cierta intensidad en las zonas rurales de Cataluña, fue sofocada militarmente.

Tercera Guerra Carlista (1872-1876)

Este conflicto se desarrolló durante el convulso período del Sexenio Democrático (tras la caída de Isabel II) y los inicios de la Restauración borbónica. El pretendiente Carlos VII (nieto de Carlos María Isidro) aprovechó la inestabilidad política (reinado de Amadeo I, Primera República) para lanzar una nueva insurrección. Los carlistas llegaron a controlar amplias zonas rurales del País Vasco, Navarra y Cataluña, estableciendo incluso un embrión de Estado propio en Estella (Navarra). Sin embargo, tras la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII, el ejército liberal reorganizado lanzó una ofensiva final que derrotó militarmente a los carlistas en 1876. Como consecuencia principal, se produjo la abolición definitiva de los fueros vascos y navarros (aunque se establecieron los Conciertos Económicos). El carlismo sufrió un duro golpe militar y político, aunque pervivió como movimiento ideológico tradicionalista y católico.

Estas guerras no solo fueron disputas dinásticas, sino que reflejaron el profundo conflicto ideológico, social y territorial entre el Antiguo Régimen y el nuevo Estado liberal en España. Tuvieron consecuencias duraderas, como el fortalecimiento del Estado centralizado, el enorme coste humano y económico, y el persistente protagonismo del ejército en la vida política española.