El Siglo XIX: Industrialización y Movimiento Obrero
El siglo XIX en España fue un período turbulento, marcado por la lucha para establecer un Estado liberal y las consecuencias de su tumultuosa historia. Esto obstaculizó su modernización, rezagándola respecto a otras naciones europeas. Sin embargo, regiones como Cataluña y el País Vasco lograron cierta industrialización, aprovechando sus ventajas en sectores como la textil y la siderurgia. Este proceso coincidió con la participación obrera en movimientos internacionales, especialmente tras la Constitución de 1869, que garantizaba la libertad de asociación.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en 1879 e influenciado por el marxismo, marcó un hito en la organización obrera, sobre todo en Madrid, el País Vasco y Asturias. En contraste, en Cataluña y Andalucía prevalecieron las corrientes anarquistas, especialmente entre los jornaleros. La expulsión de los bakuninistas de la Internacional en 1872 fortaleció el anarquismo, aunque a finales de siglo, las críticas a sus tácticas violentas llevaron a un enfoque más centrado en la huelga.
El cuadro de Ramón Casas (1902), que representa la represión de una huelga en Barcelona, ejemplifica la conflictividad social. Los enfrentamientos entre obreros y fuerzas del orden se intensificaron a principios del siglo XX, exacerbados por la crisis económica y política. Eventos como la Semana Trágica de Barcelona (1909) reflejan esta tensión.
En el ámbito político, el PSOE tuvo dificultades para obtener representación en el Congreso hasta 1910, dentro del sistema corrupto de la Restauración. A pesar de sus diferencias, socialistas y anarquistas denunciaron la opresión burguesa, ya sea mediante la participación electoral o la movilización social.
El Congreso de Múnich (1962) y el Franquismo
El Congreso de Múnich de 1962 surgió como respuesta a la devastación de la Segunda Guerra Mundial, buscando la cooperación europea para evitar futuras tragedias. Reavivó los ideales europeístas, culminando en la fundación del Movimiento Europeo (1948), que promovía la integración. En su IV Congreso (Múnich), la representación española se dividió entre partidarios del europeísmo y las fuerzas democráticas en el exilio.
La resolución del congreso sobre los requisitos para la integración europea es una fuente primaria sin autoridad jurídica. Redactada por los españoles, apunta indirectamente al franquismo, delineando las condiciones para unirse al proyecto europeo: principios democráticos, instituciones representativas, respeto a los derechos fundamentales y reconocimiento de las comunidades regionales.
Aunque el Congreso no produjo cambios inmediatos en el régimen, revela el dilema del franquismo: la necesidad de integración económica versus la resistencia a perder soberanía. Evidencia el resurgimiento de la oposición, tanto dentro como fuera de España, buscando apoyo europeo para la transición democrática. El régimen se opuso a las aspiraciones europeas, evidenciado por la humillación tras la carta del ministro Castiella (1961), solicitando conversaciones con la CEE, que fue rechazada. Destaca el renacer de la oposición, con exiliados y demócratas del interior unidos por la integración europea y la democracia.
Propaganda en la Guerra Civil
Durante la Guerra Civil, la propaganda fue crucial. Aunque se recuerdan las transmisiones de Queipo de Llano, la cartelería fue el principal medio. La Biblioteca Nacional conserva más de 2000 carteles.
Dos ejemplos, uno de cada bando, ilustran las estrategias. El cartel sublevado promueve la guerra como cruzada contra el comunismo y el ateísmo, presentando a España como líder espiritual. El cartel de las Brigadas Internacionales muestra milicianos defendiendo la República, con símbolos comunistas, reflejando el apoyo extranjero.
Ambos carteles reflejan la dimensión internacional del conflicto. La intervención extranjera fue significativa: Italia y Alemania apoyaron a Franco, mientras que la URSS respaldó a la República. Esta participación, junto con la división interna republicana, contribuyó a la victoria de Franco. La Guerra Civil se convirtió en un escenario de ideologías antagónicas, con repercusiones globales.
Paz, Piedad y Perdón: El Discurso de Azaña
El levantamiento de 1936 sumió a España en una guerra civil. Los rebeldes tenían ventajas: disciplina militar, control del armamento y apoyo de Alemania e Italia. La estrategia de desgaste de Franco lo convirtió en líder supremo en 1938.
En este contexto, Azaña, presidente de la República, desde Barcelona, abogó por la paz. Su discurso, fuente primaria y circunstancial, buscaba la reconciliación y el apoyo internacional. Azaña defendía la paz para la reconstrucción de España, el perdón y la convivencia. Su llamado no fue bien recibido ni por el bando contrario ni por todos sus correligionarios. El gobierno de Negrín prefería resistir, esperando un cambio en Europa.
La guerra continuó con la derrota republicana en el Ebro y la entrada franquista en Cataluña. Miles de republicanos se exiliaron, incluido el gobierno. Azaña falleció en Francia, mientras Negrín resistía en Alicante sin éxito. Franco anunció la victoria el 1 de abril, iniciando una brutal represión.
Represión Franquista: La Ley de Responsabilidades Políticas
Dos meses antes del fin de la guerra, se aprobó la Ley de Responsabilidades Políticas para eliminar la culpabilidad de los subversivos. Franco rechazó la reconciliación de Azaña. La posguerra fue de severa represión, con la Ley de Seguridad del Estado, que castigaba con la pena de muerte la traición.
Historiadores como Paul Preston señalan que la represión tras 1939 fue una continuación de la guerra, en tribunales, cárceles, campos y contra exiliados. Se persiguió a exiliados como Lluis Companys, entregado a Franco tras ser capturado por la Gestapo.
Las mujeres republicanas sufrieron humillaciones como el rapado de cabello, para despojarlas de su feminidad y acusarlas de traición. Fueron relegadas al hogar en un régimen machista. Aunque la represión disminuyó tras 1945, estas imágenes reaparecieron en las huelgas mineras asturianas en los sesenta. El franquismo nunca abandonó la represión.