Evolución política y cultural de al-Andalus

Evolución política: Conquista, Emirato y Califato de Córdoba

En 711, Tarik (apoyando a un sector nobiliario que se opone a Rodrigo) al frente de 7.000 beréberes desembarca en Gibraltar, derrota al rey Rodrigo en Guadalete y entra en Toledo. En 712, Musa con 18.000 árabes y beréberes toma Sevilla, Mérida y Zaragoza, acabando con la resistencia visigoda en el periodo que va de 712 a 725. Al-Ándalus se integrará como una provincia en el Califato de Damasco. La mayoría de la población hispanogoda se iría convirtiendo al islamismo (muladíes) al pagar menos impuestos u obtener la libertad (siervos).

Después de una etapa de inestabilidad política, -luchas civiles, revuelta beréber, malas cosechas, derrota de Poitiers (732)-, el príncipe omeya Abd al-Rahman I se proclama emir de Córdoba (756), independiente de Bagdad. Sus sucesores hacen frente a rebeliones (Ibn Hansún) y la presión franca en Pirineos. Es un periodo de economía próspera, esplendor cultural y centralización administrativa.

La crisis del siglo XI. Reinos de Taifas e Imperios norteafricanos

En 1031, ante la ilegitimidad dinástica de los sucesores de Almanzor, el califato se disgregó en treinta pequeños estados, las Taifas, siendo los más importantes Zaragoza, Valencia, Toledo, Badajoz, Denia, Granada y Sevilla. El componente étnico y tribal caracterizó la separación. Abundaron las de origen árabe y muladí, como los reinos de al-Mutamid de Sevilla y Sulayman de Zaragoza. Las taifas beréberes se situaron en Badajoz y Granada y las eslavas en el levante mediterráneo.

La debilidad militar y el enfrentamiento entre las taifas obligaron al pago de parias a los cristianos para garantizar periodos de paces, treguas o alianzas. Esta debilidad llevó a algunas taifas a solicitar ayuda al imperio norteafricano almorávide, para hacer frente al emergente poder cristiano, especialmente el castellano (Alfonso VI conquista Toledo en 1085).

Los almorávides, liderados por Yusuf ben-Tashufin, derrotan en Sagrajas (1086) a los castellanos de Alfonso VI, sometiendo posteriormente a las Taifas a su poder. La derrota cristiana en Uclés (1108) afianzó el dominio almorávide de al-Andalus. En 1144, ante las dificultades de los almorávides en África, se inicia un nuevo periodo de disgregación del poder (Segundas Taifas).

Los almohades, nuevo poder hegemónico en el norte de África, ocuparán la Península en el siglo XII. La derrota castellana de Alarcos de 1195 marca el cenit del dominio almohade. La derrota musulmana en Las Navas de Tolosa (1212) ante una coalición de reyes cristianos (Castilla, Aragón y Navarra), abrió el camino al desmoronamiento del poder almohade y al inicio de un nuevo periodo de Taifas, preludiando también la ocupación castellana del Guadalquivir en el siglo XIII.

La organización económica y social

La organización social andalusí se articula alrededor de un triple eje: étnico, religioso y jurídico. Así, se reconocía una minoría de origen árabe que acaparaba las mejores tierras de la Península y los principales cargos administrativos. Los beréberes se establecieron principalmente en las cuencas del Duero y del Tajo, manteniendo enfrentamientos con árabes y con muladíes. Por último, la mayor parte de la población la constituían los muladíes, descendientes de los hispano-godos.

Desde el punto de vista religioso, se diferenciaba entre musulmanes (árabes, beréberes y muladíes) y dimníes o protegidos (cristianos –mozárabes- y judíos). Estos últimos se hallaban en una situación de inferioridad social, obligados al pago de impuestos especiales y a portar símbolos de su inferioridad. Esta desigualdad estimuló el proceso de conversiones al Islam, sobre todo a partir del siglo IX.

Por último, en al-Andalus se diferenciaba entre libres y esclavos, siendo estos últimos prisioneros procedentes de las razzias musulmanas o adquiridos en los mercados esclavistas de las grandes ciudades.

Los musulmanes mejoraron las instalaciones de regadío existentes en la Península, alcanzando grandes rendimientos hortofrutícolas. El aceite y los cereales se complementaron con nuevos cultivos: arroz, agrios, algodón y azafrán. La estructura económica se articulaba en torno a las ciudades con artesanía de damasquinados, pieles, papel o tejidos y el comercio (zocos), con importantes puertos (Almería, Málaga y Sevilla) que restablecen el comercio con Oriente. Las actividades se vieron facilitadas por una intensa circulación monetaria de base bimetálica (dirham y dinar) y una densa estructura urbana (Córdoba llegó a casi 100.000 habitantes)

El legado cultural

Los musulmanes introducirán en la Península elementos culturales propios y asimilados de los territorios conquistados (griegos, persas e indios). El esplendor cultural se alcanza en la época califal y es continuado durante el periodo de las Taifas.

Emires, califas y reyes protegen las artes y las ciencias. La poesía se renueva en torno al zéjel y la muwasaha (Ibn Quzman). Se introduce la numeración actual, el álgebra y la trigonometría (al-Mayriti). Se recuperan y traducen obras grecorromanas (p.e. el tratado médico de Discórides). Averroes, la gran figura intelectual de la Córdoba califal, sobresaldrá como comentarista de Aristóteles. Destacan también la Historia (Aybar Maychmua), la Geografía (viajes de Ibn Jaldún) y la ciencia jurídica. Al-Hakam II crea una de las mayores bibliotecas entonces conocidas.

La mezquita y el palacio en el arte musulmán*

Las ciudades musulmanas (medinas) estaban articuladas en torno a tres ejes fundamentales: el palacio o alcazaba, la mezquita aljama y el mercado o zoco. Las distintas ciudades de al-Andalus contarán con una alcazaba que ejercerá funciones militares y residenciales del gobernador musulmán. Caso especial lo constituyen los complejos palaciegos de Córdoba (Medinat al-Zahra) en época califal o la Aljafería de Zaragoza durante el periodo de Taifas.

La mezquita es el centro de la vida religiosa de las ciudades andalusíes. Aunque los distintos barrios cuentan con pequeñas mezquitas, la gran mezquita aljama concentraba la oración de los viernes. Destaca sobre todas la mezquita de Córdoba, erigida sobre la antigua catedral visigoda y que fue progresivamente ampliada a lo largo del periodo omeya. Las mezquitas han permitido a los investigadores estimar la población de las ciudades musulmanas. Las mezquitas andalusíes mantenían el esquema típico de esta construcción musulmana: un patio o sahn donde se encuentra la fuente para las abluciones (sabil), la escuela coránica (madrasa) y el alminar o minarete; el haran o recinto sagrado donde puede distinguirse la qibla –muro orientado a La Meca-, el mihrab –hornacina donde se conserva el Corán-, la Mansura –espacio para las autoridades- y el mimbar o púlpito