Los Primeros Pobladores y Colonizadores de la Península Ibérica
Durante el primer milenio a.C., la Península Ibérica vio el surgimiento de diversas culturas, incluyendo a los íberos y los celtas. Además, potencias colonizadoras del Mediterráneo oriental se establecieron en la región:
Los Fenicios
Originarios del actual Líbano, los fenicios se asentaron en la costa sur mediterránea a finales del siglo IX a.C., fundando ciudades como Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga) y Abdera (Almuñécar). Su principal actividad era el comercio de metales, y su legado incluyó la introducción del vidrio, el perfume y el alfabeto.
Los Griegos
Los griegos llegaron en el siglo VIII a.C., estableciéndose en la costa norte mediterránea. Fundaron colonias como Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas), dedicándose al comercio de metales, esparto, aceite de oliva y sal.
El Reino de Tartessos
Situado en el sur peninsular, entre Huelva y Cartagena, el reino de Tartessos se destacó por su avanzado desarrollo en leyes y economía, según fuentes griegas. Su economía se basaba en la agricultura, la ganadería y el comercio de metales como oro, plata y cobre. Desaparecieron a mediados del primer milenio a.C. El poblado de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) es un testimonio del desarrollo de esta cultura.
La Romanización de la Península Ibérica
La romanización fue el proceso de control y asimilación cultural impuesto por Roma en la Península Ibérica. Roma, en conflicto con Cartago, buscaba derrotar a las tropas de Aníbal en la península. Tras el fracaso de la primera expedición romana, Cornelio Escipión fue enviado para derrotar a los cartagineses, sofocar la rebelión de los íberos y vencer a Aníbal en la batalla de Zama.
Con Cartago derrotada, Roma se enfocó en la conquista de los lusitanos y celtíberos:
- La conquista de los lusitanos se originó por los saqueos de estos en el valle del Guadalquivir.
- La conquista de los celtíberos enfrentó a Roma con ciudades fortificadas como Numancia. Tras un largo asedio liderado por Emiliano Escipión, Numancia finalmente se rindió.
Con la sumisión de las tribus del norte, culminó la conquista peninsular.
La romanización trajo consigo la adopción del latín, la vestimenta romana, los nombres romanos, la moneda y la metrología romana, el derecho romano en detrimento de las costumbres tribales, el nombramiento de hispanos como emperadores romanos (Trajano, Adriano, Teodosio) y la construcción de obras públicas.
La Monarquía Visigoda: Leovigildo y Recaredo
Los visigodos, un pueblo germánico establecido en la Galia, se asentaron en la Península Ibérica a principios del siglo VI tras ser derrotados por los francos, estableciendo el reino visigodo de Toledo en el año 554 d.C.
Leovigildo (569-586 d.C.), el primer rey en usar una corona, buscó consolidar el estado visigodo. Basó el estado en el derecho romano, promovió los matrimonios mixtos entre visigodos e hispano-romanos, e intentó unificar la religión entre visigodos (arrianos) e hispano-romanos (católicos), aunque sin éxito.
La unidad religiosa y política se logró durante el reinado de su hijo, Recaredo, quien se convirtió al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589 d.C.), junto con la mayoría de los nobles. Tras la unidad religiosa, se procedió a la unificación jurídica: Alarico II compiló leyes romanas, y posteriormente Chindasvinto y Recesvinto seleccionaron la legislación que se convertiría en el principal legado visigodo a los futuros reinos peninsulares.
Modelos de Repoblación y su Influencia en la Propiedad
Tras la reconquista de territorios a los musulmanes, los reinos cristianos iniciaron la repoblación, un proceso para asentar población en las tierras recuperadas y evitar su pérdida. Este proceso varió a lo largo de los siglos, adoptando diferentes modelos:
Siglos VIII-X: Presura
Se otorgaba la propiedad de la tierra (alodio) a los campesinos que la ocupaban y cultivaban. Este sistema se extendió por el norte peninsular (reino astur-leonés).
Siglo XI: Repoblación Concejil
Las conquistas permitieron la repoblación de los valles del Duero, Tajo y Sistema Ibérico. El territorio se dividía en alfoces donde se asentaban pobladores y representantes del poder real. Estas ciudades se gobernaban a través del concejo. Para atraer población, los reyes otorgaban fueros y cartas puebla.
Siglo XIII: Repartimiento
La repoblación se extendió por los valles del Guadiana, Guadalquivir y el Levante. Los reyes entregaron grandes lotes de tierra a la nobleza y órdenes militares, lo que favoreció la aparición de latifundios en el sur peninsular. En 1273, el Honrado Concejo de la Mesta recibió privilegios que perjudicaron a los campesinos.
La Corona de Castilla en el Siglo XIII: Organización Política y Expansión Territorial
En las monarquías hispánicas medievales, el rey ostentaba el poder supremo. A partir del siglo XIII, surgieron instituciones como los Parlamentos o Cortes, que se reunían de forma extraordinaria para debatir y votar peticiones económicas. Las primeras Cortes se celebraron en el reino de León en 1188.
En 1230, bajo el reinado de Fernando III “El Santo”, se unieron los reinos de Castilla y León. Este hecho, junto con el apoyo de las órdenes militares y la debilidad almohade tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), permitió la expansión del reino por Extremadura, el valle bajo del Guadalquivir (Córdoba, Sevilla) y Murcia, frenando la expansión aragonesa hacia el sur.
Como resultado de estas conquistas, desde finales del siglo XIII hasta finales del XV, el único territorio musulmán que perduró en la zona de expansión castellana fue el reino nazarí de Granada.
El Califato de Córdoba: Abderramán III y Almanzor
En el año 929, Abderramán III se proclamó califa, consolidando la independencia del califato omeya de Al-Ándalus del califato abasí de Bagdad. Su política expansiva frenó el avance de los reinos cristianos del norte, a los que convirtió en tributarios. Esta etapa se caracterizó por su brillantez política, militar, económica y cultural. Con la paz interior y las fronteras seguras, el califato experimentó tolerancia religiosa y grandes construcciones.
Con su hijo y sucesor, Al-Hakam II, la civilización árabe alcanzó su cénit político y cultural. Córdoba y la ciudad palacio de Medina Azahara se convirtieron en centros de la cultura occidental. Tras su muerte, se inició la decadencia del poder califal.
Almanzor, un hajib (valido o primer ministro), asumió el poder político y militar, llevando a cabo una política de expansión contra los cristianos, como la destrucción de Santiago de Compostela (1002). Tras su muerte, Al-Ándalus se sumió en el desorden y la crisis, fragmentándose en los reinos de taifas.