La Crisis de la Restauración en España (1902-1917)

Los grandes problemas políticos

El 17 de mayo de 1902, Alfonso XIII se convierte en rey con 16 años, previo juramento de la Constitución de 1876. En ese momento, el sistema de la Restauración dependía para su continuidad de que se diese solución a estos urgentes problemas:

  • Necesidad de dar autenticidad al sistema político, revitalizando los partidos de turno y logrando la participación política de la masa neutra (las clases medias de la ciudad y del campo), ayudándola a emanciparse de las viejas oligarquías dominantes, lo cual resulta poco menos que imposible porque el mismo rey contaba con el apoyo de las oligarquías.
  • Atención simultánea a las reivindicaciones prácticas de las clases populares. En este caso, deben encuadrarse una serie de disposiciones que pretendían ofrecer una perspectiva nueva con respecto a la cuestión social: la orden que creaba el Instituto de Reformas Sociales (1903), el Reglamento de Inspección de Trabajo (1906) para regular la cuestión de los accidentes de trabajo, la Ley de Migración (1907), la ley que creaba el Instituto Nacional de Previsión (1908) y la Ley de Huelga (1909).
  • Lograr la integración en el sistema de la Restauración de nuevas fuerzas políticas en ascenso: el PSOE, que obtuvo en 1910 su primer diputado (Pablo Iglesias); fuerzas regionalistas, especialmente el catalanismo, que en 1901 y en 1906 obtuvieron éxitos electorales y que tenía un líder en la persona de Francesc Cambó; y, por último, el republicanismo, que también crecía en importancia política con la fundación del Partido Republicano Radical (1908) de Alejandro Lerroux y del Partido Republicano Reformista (1912) de Melquíades Álvarez.

El Partido Conservador

En la etapa conservadora, que va de 1902 a 1905, hubo 5 presidentes de gobierno, y en la liberal, de 1905 a 1907, otros 5. En estos años volvieron a salir a escena los problemas no resueltos, como especialmente la cuestión social, los regionalismos y el desarrollo del anticlericalismo.

En el Partido Conservador, a la muerte de Cánovas del Castillo, su sucesor, Silvela, crítico del canovismo desde 1892, intentó en 1899 un gobierno de concentración con el fin de integrar las corrientes regionalistas que había suscitado el desastre. Sin embargo, lo único que logró fue poner de manifiesto la dificultad de acuerdo entre sus componentes. Las primeras contradicciones internas del partido se polarizaron en torno a dos figuras:

  • El propio Silvela.
  • Fernández Villaverde, ministro de Hacienda en este gobierno de 1899.

Para el primero, la expresión regeneracionismo significaba renovar la vida política en todos los órdenes y dotarla de la vitalidad social de Grecia. Para el segundo, la única preocupación básica era superar el déficit económico creado por la guerra y la liquidación de las colonias. Con todo, el político más representativo del partido fue Antonio Maura, un antiguo liberal que se convirtió en el jefe conservador de la mano de Silvela. Católico practicante, estaba convencido de que la conciencia entre la moral pública y la privada era enemigo del caciquismo y estaba comprometido con la revolución desde arriba para lograr la pureza efectiva en las votaciones. Ocupó la presidencia del Gobierno entre 1903 y 1904, y de nuevo en el bienio 1907 y 1909.

El Partido Liberal

El Partido Liberal padeció también por esos años el problema crónico de la jefatura, producido con la muerte de Sagasta en 1903. Y aunque este problema pudo ser salvado en el primer momento gracias a Montero Ríos, persona vinculada a la Institución Libre de Enseñanza, enseguida reapareció para disputarle el liderazgo, como en el caso anterior, un tercer personaje: José Canalejas, que se convirtió en el verdadero jefe de los liberales. De él señalaba el historiador Pavón que durante su tiempo de presidente de gobierno (entre febrero de 1910 y noviembre de 1912) salieron a relucir todos los problemas de la España de entonces, a todos los cuales dio soluciones: el llamado religioso, el de Marruecos, el catalán, el social con las rebeldías obreras, el político con la sublevación republicana o el de la división de los partidos. El gobierno conservador de Maura (1907-1909) y el liberal de Canalejas (1910-1912) constituyen la etapa más optimista de la monarquía alfonsina y, a la vez, los años que han sido llamados de renovación interna.

Semana Trágica

El chispazo inicial fue la decisión de Maura de enviar a Melilla, desde Barcelona, unidades de refuerzo de Barcelona y Madrid formadas por soldados que habían pasado a la reserva 6 años antes para responder a la sublevación de los marroquíes a los trabajadores españoles empleados en la construcción del ferrocarril de la Compañía de Minas del Rif. Cuando el 18 de junio los primeros reservistas salieron del puerto de Barcelona, la campaña socialista en contra se radicalizó y comenzaron los incidentes. Luego, el agravamiento de la situación de Marruecos, con noticias sobre centenares de muertos, condujo a las fuerzas obreras socialistas y anarquistas a proclamar la huelga general. La represión que a continuación se produjo y los procesos sumarísimos llevados a cabo por los tribunales militares contra los líderes de la sublevación se tradujeron en una oleada de oposición nacional a la gestión de Maura y en que en Cataluña quedara definitivamente borrada la buena impresión que había dejado el rey en su visita de 1904. Concretamente, el fusilamiento en Montjuïc de Francesc Ferrer i Guàrdia polarizó un movimiento que llegaría a convertirse en escándalo internacional. Se denunciaba a Maura como el símbolo de la España negra, opuesta a la libertad y el progreso, que a su vez aparecían simbolizados en la Escuela Moderna, uno de cuyos promotores era Ferrer. La pretensión de los jóvenes intelectuales era que en los años siguientes sacarían adelante dicha escuela.

Canalejas

Tras un breve gobierno de Moret, Canalejas, como jefe del Gobierno, pretende llevar a cabo una reforma social proporcionando el diálogo con el movimiento obrero, la separación real entre la Iglesia y el Estado con la Ley del Candado (1910), que le aportó muchas críticas y la ruptura de las relaciones con el Vaticano, un programa educativo y la modificación del servicio militar, haciéndolo obligatorio para todos en tiempo de guerra, quedando eliminado en tales circunstancias el soldado de cuota. La labor modernizadora de Canalejas quedó truncada trágicamente cuando fue asesinado en noviembre de 1912. En ese instante finalizaron a la vez la etapa del regeneracionismo interno desde los gobiernos y los mejores momentos del reinado de Alfonso XIII. Fue el tiempo del fulanito de los partidos, llamados así por la división interna que propició la aparición de tendencias y de líderes muy diversos, cuya personalidad se limitaba a agrupar adictos.

España y la Primera Guerra Mundial

Los años de la Gran Guerra (1914-1918) fueron decisivos para entender la España del siglo XX. Y eso por dos causas: por su neutralidad ante el conflicto y porque 1917 se convirtió en un año esencial para la descomposición del sistema político de la Restauración. La guerra se declaró el 28 de julio de 1914 y, a los dos días, se publicó el decreto de neutralidad y no intervención.

La polémica sobre la neutralidad

Contra esta postura neutral reaccionó casi de forma inmediata el liberal Romanones, que en un artículo periodístico propuso la participación activa a favor de algún bando, puesto que servir al margen no solo no podría aportar nada, sino que sería negativo para la política internacional de España, tal como había sucedido con la neutralidad adoptada en la guerra franco-prusiana de 1870, cuyos resultados se reflejaron en la guerra del 98 con Estados Unidos.

Pese a la neutralidad, la guerra generó en España un triple trastorno: dividió y enfrentó a los españoles en dos bandos experimentalmente desligados antes, produjo una gran alteración económica que trajo secuelas sociales y una transformación moral. La guerra alertó al país: las izquierdas demócratas se manifestaron aliadófilas y las derechas del régimen fueron germanófilas. Pero eso debe ser matizado, porque el núcleo aliadófilo lo formaron individuos herederos de los representantes del más puro liberalismo del siglo XIX, eran personas idealmente enamoradas de la cultura y del progreso y, de modo más concreto, de la cultura francesa. Al final, como señalaba Salvador de Madariaga, eran solo, sobre todo, antiprusianos. El núcleo germanófilo estaba compuesto por gran parte de los oficiales del ejército (en especial de la Marina, feudo de la aristocracia), del alto clero y de la gran burguesía agrícola y de los negocios, a lo que hay que añadir, en general, las clases medias, defensoras del orden y de la paz.

Consecuencias sociales y económicas

Pero lo cierto es que la sociedad española entró en un estado de inquietud y de desorden moral ante los negocios que influiría decisivamente en la crisis de 1917. Los negocios derivados de la neutralidad enriquecieron desmesuradamente a unos y hundieron en la miseria a la mayoría. Frente a la euforia, continuó la carestía de la vida, que afectó de modo especial a las clases obreras (Doc. 5), de manera que puede decirse que con el transcurso de la guerra fue empeorando la situación y aumentando las diferencias entre los estratos del país, precisamente porque las clases trabajadoras acabaron por aceptar que hubiera un sindicalismo violento a consecuencia de la subida de los precios de productos básicos, de la enriquecedora especulación industrial y comercial y de una exagerada exportación, siempre con precios altos. Con tal panorama, la población comenzó a exigir una participación más activa en la vida social y política, que rompía el esquema de los partidos de turno y provocó una radicalización, tanto en el medio rural como en el urbano.

La crisis de 1917

La llamada crisis del verano de 1917 puso sobre el tapete todas las grandes cuestiones que ya se habían manifestado a lo largo de unos años. Los esfuerzos por conseguir la aproximación entre la España “oficial” y la “verdadera” fueron, en realidad, las tres revoluciones que coincidieron de forma consecutiva entre los meses de junio y agosto, aunque no conectaron entre sí. Comenzó todo con una revolución de los militares, a la que siguió otra de la burguesía y acabó con la del proletariado. Tras la crisis de 1917, analizaremos cómo la monarquía quedó en el tapete, quebrantada, pero no hundida, y cómo la opinión pública y el proletariado agudizaron su conciencia de clase, y su fracaso táctico en ese año se convertiría en el preludio de una unión de izquierdas que culminó en 1931.

Juntas de Defensa

La oficialidad se estaba organizando para reforzar su presencia en el Estado y mejorar sus ingresos. Por eso, en el origen de las llamadas Juntas de Defensa existió una mentalidad sindicalista que influyó directamente en su organización. Aparte de la cuestión de los sueldos, lo que influyó en su formación fue la reintroducción en 1910 de los ascensos por méritos de guerra, que habían sido suprimidos tras la guerra de Filipinas y Cuba por los principales abusos a los que habían dado lugar. Ahora, cansados de las escasas posibilidades de ascenso en una Marruecos en la que no se preparaba una marcha sobre el Rif, los oficiales estaban enfrentándose al rey, que daba el pie para favorecer a sus amigos y, por otra parte, beneficiaba sobre todo a los jóvenes oficiales solteros y sin problemas de familia, porque, además de cobrar allí sueldos espectaculares, a la vuelta se veían rápidamente ascendidos en el escalafón.

En enero de 1917, cuando la monarquía y los gobiernos se oponían a la subida de sueldos que las Juntas de Defensa exigían desde junio de 1916, como responsables de la clasificación de los ascensos por méritos de guerra, la Junta de Infantería intentó oponerse al Gobierno, porque lo necesitaba. El resultado fue que, quienes dominaban el ejército, con la evidente y arraigada pretensión de ejercer un poder fuera del control parlamentario, lograron su objetivo: la subida de sueldos. Lograda la misión de la Junta de Infantería, la de Caballería era solicitar del Gobierno una fórmula para sostener las diferencias de los sueldos, cuya mayor clasificación era la de Marruecos. En vista de tantos frentes, el Gobierno acabó por ceder a las medidas que el ejército necesitaba.

Asamblea de Parlamentarios

El segundo acto de la crisis de 1917 fue la revolución de la burguesía, que quiso utilizar un arma que se le fue de las manos. Desde febrero de 1917, las Cortes estaban cerradas, no por incompetencia, sino por miedo a los problemas que plantearan. Y había tantas cuestiones que solucionar que la burguesía política catalana decidió intervenir. El Gobierno no atendió a la petición de que se abrieran las Cortes, y el 15 de julio se reunieron en Barcelona 59 diputados y senadores catalanes para señalar que la situación no podía continuar así. Cambó proponía que, a la vista del desorden, era voluntad de Cataluña la obtención de un régimen de amplia autonomía, y que era de gran conveniencia para España transformar la organización del Estado, sustentándola en un régimen de autonomías, más de acuerdo con la realidad de la vida española, de forma que la cohesión general trajera una mayor aportación de las energías que, en ese momento, estaban ocultas. Era, en definitiva, la rebelión de las clases y los grupos progresistas contra la oligarquía que ejercía el poder, buscando un gobierno de amplio consenso representativo de todas las regiones del país. Pese a todas las dificultades, la Asamblea de Parlamentarios, en acción abierta contra el Gobierno, se celebró en Barcelona el 19 de julio. De nuevo, el contraataque del Gobierno, que disolvió la Asamblea, que, como en el caso de las Juntas Militares, había sido muy bien aceptada fuera de Cataluña, no fue separatista. En los meses siguientes, la influencia de la Asamblea se fue diluyendo; sin duda, influyó mucho la revolución social intentada con la huelga general de agosto.