La España del Siglo XIX: De la Restauración a la Pérdida del Imperio

La Restauración borbónica

El 1 de diciembre de 1874, el príncipe Alfonso publicó desde Gran Bretaña el “Manifiesto de Sandhurst”, redactado por Cánovas del Castillo. El 29 de diciembre, el general Martínez Campos dio un golpe de Estado en Sagunto y proclamó rey a Alfonso XII, quien nombró presidente a Cánovas. Éste tenía como objetivo restablecer la monarquía constitucional.

La Constitución de 1876

La Constitución de 1876 plasmó las características del sistema: el reconocimiento de derechos individuales, como la propiedad y la libertad de expresión, confesionalidad del Estado, soberanía compartida, bicameralismo y por último el centralismo.

El turnismo

Cánovas del Castillo, desarrolló un sistema de turno de partidos llamado turnismo para que dos grandes partidos se alternasen en el Gobierno. Estos dos grandes partidos fueron: el Partido Conservador liderado por Cánovas y el Partido Liberal dirigido por Sagasta.

La oposición al turnismo

Este sistema contó con una gran oposición al excluir a carlistas, nacionalistas, obreros y republicanos. Por un lado, encontramos a los carlistas que habían evolucionado hacia el parlamentarismo tras el fin de la tercera guerra carlista (1872-1876). Por otro lado, el nacionalismo catalán y vasco defendieron que se les reconocieses la autonomía política.

El movimiento obrero

En otra vía se encontraba el movimiento obrero que vivió un gran cambio cuando pasaron de ser represaliados a su expansión tras la “Ley de Asociaciones” de Sagasta (1887). El Socialismo estaba organizado en torno al PSOE, que fue fundado en 1879 por Pablo Iglesias, y el sindicato de UGT (Unión General de Trabajadores, 1888). El Anarquismo se dividió en dos corrientes: el anarcosindicalismo, que defendía la acción sindical y fundaron la FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española, en 1881) y los grupos de acción directa, que protagonizaron acciones violentas en el que se destaca el asesinato de Cánovas.

La evolución demográfica

La evolución demográfica española a lo largo del siglo XIX se caracterizó por: El débil aumento demográfico: los países desarrollados de Europa duplicaban la población a lo largo del siglo XIX, mientras que España solo pasó de 10.5 a 18.5 millones de habitantes. Esto se debió a que el régimen demográfico antiguo implicaba un crecimiento natural de la población, muy escaso debido a la elevada mortalidad (29‰), que neutralizaba las altas tasa de natalidad (34%). La esperanza de vida no llegaba a los 35 años. La intensa emigración exterior influyó ya que hasta 1853 había estado prohibido emigrar al extranjero. Entre 1814-1876, 200.000 españoles se exiliaron por conflictos y persecuciones políticas. La Redistribución territorial de la población: la migración interior, debido al éxodo rural, trajo consecuencias como el aumento de la población urbana pero también hubo desequilibrio territorial. La Arcaica estructura laboral de la población: la distribución de la población por actividad económica mantuvo el predominio en el sector primario (en 1900, el 68% de la población activa), en el secundario (14%) y en menor medida el terciario (18%). Esta situación se debía a la abundancia de mano de obra barata (jornaleros), la insuficiente mecanización de las labores agrarias y la lenta industrialización del país.

La evolución de las ciudades

La evolución de la población estuvo vinculada a la evolución de las ciudades. La solución al aumento de la población urbana fue derribar las murallas. Alrededor del centro histórico se construyeron los ensanches (barrios burgueses de urbanismo planificado) destacando el de Barcelona (diseñado por Ildefonso Cerdá) y el de Madrid (Carlos María de Castro). Menos comunes fueron los proyectos de ciudades lineales, como el realizado por Arturo Soria, en las afueras de Madrid. Asimismo, a principios del siglo XX surgieron zonas de servicios y negocios (ej. Gran Vía de Madrid) en las principales ciudades. Además, la implantación de sistemas de transporte colectivo como el tranvía, favoreció la expansión territorial de la ciudad.

La sociedad estamental

La sociedad estamental sufrió una trasformación durante el reinado de Isabel II con los principales cambios: igualdad ante la ley; económicos, exención de tributos directos; y, políticos, donde la nobleza y el clero ya no tendrían el monopolio de los cargos públicos. Aparecieron nuevas categorías sociales (clase alta, media y baja) según su capacidad económica, frente a los estamentos feudales (nobleza, clero, pueblo llano) determinados por el nacimiento.

Las desamortizaciones

El asentamiento del liberalismo exigía tanto reformas políticas como económicas, para ello suprimieron instituciones propias del Antiguo Régimen. La principal medida modernizadora fueron las desamortizaciones: la expropiación, nacionalización y venta por el Estado a particulares de las tierras en propiedad de las “manos muertas” (Iglesia y municipios). Los objetivos de las desamortizaciones fueron aumentar las rentas del Estado y modernizar la agricultura.

El campo español

Por otro lado, el campo español durante el siglo XIX, se caracterizó por la predominancia de actividades agrarias en cuanto a la aportación de riqueza. Pese a todo, la industrialización en España se inició, aunque de forma tardía, incompleta y solo en ciertas regiones. Además, la industrialización provocó profundos desequilibrios territoriales al concentrarse casi en exclusiva en las áreas costeras (Barcelona, Asturias y Vizcaya)

El comercio exterior

En cuanto al comercio exterior, a pesar de su crecimiento durante el siglo XIX, fue deficitario. España exportaba materias primas (plomo, cobre, mercurio, hierro) e importaba productos industriales.

Las comunicaciones

La modernización económica exigía una mejora del sistema de comunicaciones. Por ello, la red de carreteras pasó de 9.000 km en 1840 a 40.000 km en 1900. La medida más significativa fue la implantación del ferrocarril. Su inicio fue tardío por razones técnicas (accidentada orografía) y económicas (insuficiencia de recursos).

El reinado de Isabel II

Distinguimos 3 etapas en el reinado efectivo de Isabel II: Década Moderada (1844-54): al llegar al trono Isabel II manda formar gobierno a los moderados cuyo presidente fue el general Narváez. Elaboraron leyes como la Constitución de 1845, una unificación jurídica (Códigos Civil y Penal) y fiscal (Ley Mon y Santillán), el reforzamiento del orden público con la fundación de la Guardia Civil (1844) por el Duque de Ahumada, el concordato con la Iglesia (1851), la “cesantía”, situación del funcionario que perdía su trabajo cuando cambiaba el gobierno y el despegue de la industria siderúrgica en el País Vasco y la textil, en Barcelona.

Bienio Progresista (1854-56): el autoritarismo de Bravo Murillo provocó en 1854, la “Vicalvarada”, un pronunciamiento militar protagonizado por O’Donnell y Serrano. Pese a su fracaso, O’Donnell consiguió el apoyo de progresistas y demócratas con la promesa de amplias reformas, recogidas en el “Manifiesto de Manzanares” (redactado por Cánovas del Castillo). Finalmente, Isabel II nombró jefe de Gobierno al progresista Espartero y a O’Donnell como ministro de Guerra, dando comienzo al Bienio Progresista y reformas como la Desamortización civil de Madoz (1855); la ley de Ferrocarriles (1855); la creación del Banco de España y la elaboración de la Constitución non nata de 1856, que no llegó a entrar en vigor. En 1856 Isabel cesó a Espartero y le sustituyó por O’Donnell.


Unión Liberal se alternaron el poder, conocido como “gobierno largo” de O’Donnell (1858-63). Se tomaron medidas como: La Constitución de 1845 fue restituida y la Ley Moyano, que creaba institutos de enseñanza media. En 1863, hubo una fortísima oposición política de progresistas, demócratas y republicanos. Se sucedieron gobiernos inestables. Desde 1866, el gobierno entró en crisis. En 1866, el general progresista Prim, el unionista Serrano y el demócrata Martos, firmaron el Pacto de Ostende para derrocar a los Borbones. Triunfó en 1868, la Revolución Gloriosa, iniciada en Cádiz con el pronunciamiento de Prim y el almirante Topete, que provocó el exilio de Isabel II a Francia.

A lo largo del reinado de Isabel II se crearon los partidos políticos que estuvieron liderados por militares (espadones). Los grupos políticos fueron: el Partido Progresista: defendía la soberanía nacional y amplios derechos. Su líder era el general Espartero. El Partido Moderado: defendía la soberanía compartida y la confesionalidad católica. Su líder fue Narváez. La Unión Liberal: situado entre progresistas y moderados. Sus líderes fueron O’Donnell y Serrano. El Partido Demócrata: defendió el sufragio universal y la limitación del poder de la Corona. Su líder fue Rivero.

La Constitución de 1845: fue la única aprobada durante el reinado efectivo de Isabel II. Recoge la soberanía compartida; derechos individuales; confesionalidad católica del Estado. La Constitución non nata de 1856: redactada durante el Bienio Progresista pero que nunca llegó a entrar en vigor, recogía la soberanía nacional y la recuperación de la Milicia Nacional.