La Transformación de la España del Siglo XIX: Economía, Sociedad y Demografía

Las Desamortizaciones

Para eliminar las instituciones del Antiguo Régimen, fueron necesarias reformas políticas y económicas (eliminación del mayorazgo, servidumbre, gremios, etc.), al mismo tiempo que se reconocían los derechos a la propiedad y a la libertad de la actividad profesional. La principal medida modernizadora, impulsada por los progresistas, fueron las desamortizaciones: la expropiación, nacionalización y venta por el Estado a particulares de las tierras en propiedad de las “manos muertas” (la Iglesia y los municipios). El proceso afectó al 40% de la tierra cultivable aproximadamente. Sus objetivos fueron:

  • Aumentar las rentas del estado mediante la generación de ingresos y la disminución de la deuda pública.
  • Asegurar el apoyo social al régimen liberal ya que los nuevos propietarios quedaban vinculados con el sistema isabelino, ya que la vuelta al absolutismo hubiera provocado la devolución de las tierras a los antiguos dueños.
  • Por último, el mayor fin que se esperaba conseguir era modernizar la agricultura, se pensó que los nuevos propietarios incrementarían la productividad mediante inversiones en las tierras adquiridas, el esperado aumento de las tierras elevaría los beneficios y abarataría los beneficios.

Tipos de Desamortizaciones

Las desamortizaciones se conocen por el nombre de los ministros que las impulsaron. La primera (en este periodo), se conoce como la desamortización eclesiástica de Mendizábal (1836), como su nombre indica, afectó exclusivamente a los bienes del clero regular, aprobada durante la primera guerra carlista, los ingresos reforzaron al Ejército cristino. Se declararon extinguidos los conventos que no tenían un número mínimo de monjes y se nacionalizaron sus propiedades. Los bienes desamortizados se vendieron en grandes lotes en subasta pública, aceptándose el pago en metálico o con títulos de deuda pública. Espartero completó esta desamortización con una segunda que afectó a los bienes del clero secular (1841). Ambas deterioraron la relación de los liberales con la Iglesia.

Por otro lado, la desamortización civil de Pascual Madoz (1855) concluyó la venta de bienes eclesiásticos (paralizada durante la década moderada) y aprobó una desamortización civil que ponía a la venta dos tipos de tierras de los Ayuntamientos: los bienes comunales, que aprovechaban todos los vecinos; y de propios, arrendados a particulares). Los ingresos, invertidos sobre todo en la red ferroviaria, superaron los obtenidos con la desamortización de Mendizábal.

Consecuencias de las Desamortizaciones

Las consecuencias del proceso desamortizador no fueron las esperadas, económicamente se disminuyó la deuda estatal, pero los ingresos no fueron los esperados al autorizarse los pagos con títulos de deuda pública, ya que su valor estaba muy devaluado. En lo agrario, la productividad tampoco creció por la insuficiente inversión en mejoras, impidiendo que el campo cumpliese la prevista función de favorecer el crecimiento industrial. Socialmente la venta de la tierra en grandes lotes, aumentó su precio, por lo que dificultó su adquisición al campesinado y consolidó la gran propiedad (latifundios), el número de jornaleros aumentó debido al fin de los bienes comunales. En cuanto a consecuencias políticas, se provocó un rechazo del campesinado al liberalismo. Además, las desamortizaciones provocaron la hostilidad de la Iglesia hacia el régimen isabelino hasta el Concordato de 1851.

La Economía Española en el Siglo XIX

Agricultura

El campo español se caracterizó por ser el sector económico predominante a lo largo del siglo XIX, suponía alrededor del 65% en lo aportado a la riqueza y población ocupada. A pesar de ello, su productividad fue limitada, debido a la escasez de inversiones dirigidas a la modernización de las explotaciones. Por ello, España tuvo que importar cereales para cubrir las necesidades alimenticias de la población en crecimiento. Por otro lado, había una escasez de propietarios, por un lado, la prohibición de enajenar las tierras en manos muertas y después, la venta en grandes lotes de las desamortizaciones impidió que pequeños y medianos campesinos se convirtiesen en propietarios, forzándose a actuar como arrendatarios (lo que no favorecía las inversiones) o simples jornaleros. También se produjo el éxodo rural, el desempleo, los bajos salarios y las expectativas laborales, muchas veces infundadas, que ofrecían las ciudades favorecía la emigración hacia las capitales de provincia y las regiones urbanas de la costa.

Industria

La industrialización de España fue tardía, incompleta y limitada a escasas regiones debido a la deficiente red de comunicaciones, la inestabilidad política, el proteccionismo industrial, que conllevaba la escasa competitividad en el mercado internacional de los productos españoles por su mayor precio y baja calidad. Además, hubo que importar algodón y carbón, ausentes en España, lo que se agravó con la pérdida de las colonias. A todo esto, se le suma un mercado interior débil, escasez de capital y dependencia exterior.

Esta deficiente industrialización provocó profundos desequilibrios territoriales al concentrarse casi en exclusiva en áreas costeras. Los sectores más importantes fueron la industria textil de Cataluña, la siderurgia en Asturias y Vizcaya, la minería que extraía carbón en Asturias, hierro en Vizcaya y cobre en Riotinto (Huelva). La Ley de Minas (1868) liberalizó el sector, pasando muchas a manos extranjeras. Destacan otros sectores como el aceitero en Andalucía, el vinícola en Castilla y Andalucía y el naval en Vizcaya.

Comercio

En cuanto al comercio, el exterior creció durante el siglo XIX aunque se mantuvo deficitario. España exportaba materias primas como el plomo, cobre, mercurio o hierro e importaba productos industriales. El proteccionismo gravó los productos extranjeros con elevados aranceles, amparando los intereses españoles. Los comerciantes y los consumidores se vieron perjudicados por el encarecimiento de los productos extranjeros.

Comunicaciones

La modernización económica exigía una mejora del sistema de comunicaciones que permitiese articular el país y crear un mercado nacional. Por ello, la red de carreteras pasó de 9.000 km en 1840 a 40.000 en 1900, se ampliaron puertos (Barcelona, Bilbao) y se impulsó la creación de las grandes empresas navieras vascas. No obstante, la medida más significativa fue la implantación del ferrocarril. Su inicio fue tardío por razones técnicas (accidentada orografía) y económicas (insuficiencia de recursos). Las primeras líneas fueron Barcelona-Mataró (1848), Madrid-Aranjuez (1851) y Gijón-Langreo (1852). El sector recibió un gran impulso con la Ley General de Ferrocarriles (1855), cuyo fin era planificar la construcción de la red ferroviaria y encontrar inversores. Para ello autorizó la creación de compañías con participación extranjera, fijándose condiciones muy favorables para la atracción de capital exterior (subvenciones, eliminación de aranceles). El ferrocarril se convirtió así en la inversión público-privada española más importante del siglo XIX. No obstante, aunque la red pasó de 200 a 13.000 km, el ferrocarril no desempeñó el papel de impulsor de la industrialización esperado debido a que la importación del material limitó la creación de una industria metalúrgica nacional potente.

Evolución Demográfica en el Siglo XIX

Débil Crecimiento y Emigración

Las características de la evolución demográfica del siglo XIX en España fueron, por un lado, el débil aumento de la población, mientras que en otros países desarrollados de Europa duplicaban su población, en España se pasó de 10,5 millones a 18,5. Debido a varios factores, el primero, un régimen democrático anticuado: el crecimiento de la población era muy escaso por culpa de la altísima mortalidad, sobre todo la infantil que duplicaba a la europea, que neutralizaba los efectos de una también alta tasa de natalidad. Se explica por las crisis de existencia, las epidemias periódicas y las enfermedades endémicas, que actuaban sobre una población mal alimentada y falta de atención sanitaria e higiene. Por todo ello, la esperanza de vida no llegaba a los 35 años. Otro factor de freno en el crecimiento demográfico fue la intensa emigración exterior, hasta el año 1853 la emigración estaba prohibida, por lo que después, al final del siglo emigró más de un millón de personas. Además, 200.000 españoles debieron exiliarse por motivos políticos.

Redistribución Territorial y Éxodo Rural

Por otro lado, la población sufrió una redistribución territorial, produciéndose así el éxodo rural, que tuvo importantes consecuencias, la primera fue el aumento de la población urbana, especialmente en capitales de provincia y áreas industriales y mineras (principalmente Cataluña y País Vasco). La segunda consecuencia fue el desequilibrio territorial, ya que todas las regiones del interior, excepto Madrid, perdieron población en favor de las zonas costeras (Cataluña, Valencia, Asturias y Vizcaya). Todo ello está relacionado con la tercera consecuencia, que es la arcaica estructura laboral de la población, ya que se mantuvo el predominio del sector primario, que en 1900 todavía empleaba al 68% de la población activa frente al 14% del sector secundario y el 18% del sector terciario. Esta situación se debe a la abundancia de jornaleros, la insuficiente mecanización de las labores agrarias y la lenta industrialización del país.

Crecimiento Urbano

Como ya hemos visto, a lo largo del siglo XIX se produjo un aumento de la población urbana española, aunque sin alcanzar los números de otros países europeos. De hecho, al finalizar el siglo, solo el 35% de la población vivía en municipios de mas de 10.000 habitantes y únicamente Barcelona y Madrid superaban los 500.000. La solución al aumento de vecinos fue la expansión de las ciudades, derribándose para ello las murallas, construyendo los ensanches alrededor del centro histórico, es decir, barrios burgueses de urbanismo planificado (plano ortogonal), destacando los diseños de Barcelona (Ildefonso Cerdá) y Madrid (Carlos María de Castro). Menos comunes fueron los proyectos de ciudades lineales, como el realizado por Arturo Soria en las afueras de Madrid. Así mismo, a principios del siglo XX surgieron zonas de servicios y negocios en las principales ciudades (como la Gran Vía madrileña).     Frente a este crecimiento ordenado, los cascos históricos se degradaron y en la periferia surgieron barrios obreros sin planificación ni servicios, no obstante, las ciudades fueron poco a poco mejorando sus infraestructuras básicas con la pavimentación, la iluminación pública, el abastecimiento de agua potable y el alcantarillado, que ayudaron a reducir la mortalidad. Además, la implantación de sistemas de transporte colectivo como el tranvía favorecieron la expansión territorial de las ciudades.

El crecimiento urbano se concentró en ciudades con cierto desarrollo industrial y puerto de mar, como Bilbao y Santander en el Cantábrico, La Coruña, Vigo y Cádiz en el Atlántico, y Barcelona, Valencia y Málaga en el Mediterráneo. La única ciudad interior que ganó población notablemente fue Madrid, importante centro administrativo al ser la capital.

La Sociedad Española en el Siglo XIX

Transición a la Sociedad de Clases

En cuanto a la sociedad, durante el reinado de Isabel II culminó el tránsito de la sociedad estamental del Antiguo Régimen a la sociedad de clases liberal, cuyas principales características son: la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos frente a los privilegios jurídicos, económicos y políticos de la nobleza y clero en el Antiguo Régimen. Por lo tanto, surgen nuevas categorías sociales según capacidad económica frente a los estamentos feudades determinados por el nacimiento, por lo tanto, en el nuevo sistema social existe la movilidad social, permitiendo pasar de una clase social a otra. Peso a esto, la sociedad seguía jerarquizada, sus grupos eran:

  • Clase alta: pese a ser la minoría, concentró el poder político y económico, formada por la aristocracia que había perdido sus privilegios, pero mantenía su prestigio social y también por la alta burguesía de los negocios.
  • Clase media urbana: aumentó considerablemente, aunque sin alcanzar el numero ni peso social de otras naciones europeas. Estaba formada por profesionales liberales, funcionarios, militares de graduación media y pequeños artesanos y comerciantes. La clase media rural solo fue relevante en regiones con propiedades de mediano tamaño (norte).
  • Clases populares: constituían dos tercios de la población. Su situación empeoró con las desamortizaciones, aumentando el número de jornaleros y provocando el éxodo rural. Se le suma la aparición del proletariado, aunque su número era pequeño y de crecimiento lento. Las condiciones de vida de esta clase eran muy precarias, aunque gracias a los movimientos obreros, los trabajadores industriales consiguieron pequeñas mejoras.

Cambios en las Élites

Este cambio social perjudicó a las élites institucionales, siendo la Iglesia la más afectada a causa de las desamortizaciones. El Concordato de 1851 le permitió mantener su influencia social. Adscribiéndose al liberalismo conservador, en contra partida, surge el anticlericalismo entre la clase media y grupos populares urbanos. El ejército un papel central en la vida política y sus efectivos aumentaron con las numerosas guerras.