Las Alianzas de Finales del Siglo XIX: La Formación de los Bloques
El pueblo alemán, afianzado en la convicción de la superioridad del “Genio Germánico” (manifestado a través de la cultura, la lengua alemana y la religión protestante), aspiraba a extender su área de influencia a costa del romanismo y el eslavismo. Bismarck supo capitalizar estas aspiraciones para crear un bloque de alianzas en torno a Alemania.
Las tensiones entre las potencias europeas propiciaron el establecimiento de tratados y alianzas para equilibrar las fuerzas. El Canciller alemán Bismarck, actuando como árbitro en los conflictos internacionales, impulsó la firma de estos tratados, dando lugar a lo que se conoció como sistemas bismarckianos.
Buscando aislar a Francia y Gran Bretaña, Bismarck unió al Imperio Alemán con Austria-Hungría e Italia mediante la Triple Alianza, un pacto de defensa mutua en caso de ataque por parte de Francia o Rusia. Esta serie de tratados bilaterales culminó con la formación de la Triple Entente, donde Gran Bretaña se unió a Francia y Rusia para contrarrestar el poderío de la Triple Alianza.
Las ambiciones imperialistas impulsaron la modernización de los ejércitos, creando un clima de tensión latente donde cualquier disputa podía desencadenar un conflicto. Este periodo se conoce como “paz armada”.
Bismarck, mediante una entente, mantuvo unidos a los imperios Otomano, Ruso y Austro-Húngaro, dirigiendo sus intereses expansionistas hacia los Balcanes, entonces bajo dominio turco. Rusia, por su parte, logró acceder al Mediterráneo.
La Segunda Crisis Marroquí
Aprovechando la debilidad del Imperio Otomano, Italia reclamó su participación en el reparto de territorios y lanzó una ofensiva para conquistar Libia. Incapaces de enviar tropas por tierra, los turcos fueron derrotados por la potencia italiana.
Para obtener el reconocimiento alemán de su protectorado en Marruecos, Francia se vio obligada a ceder parte de su territorio congoleño a Alemania.
Los Totalitarismos: El Fascismo y la URSS de Stalin
Los totalitarismos fueron movimientos políticos antiliberales que propugnaban la subordinación del individuo al Estado. El Estado lo controlaba todo, suprimiendo la separación de poderes y los partidos políticos. Basados en la desigualdad, solo una élite “escogida” era considerada apta para gobernar, liderada por un jefe carismático. La oposición era eliminada y se recurría a la violencia para imponer la nueva ideología.
Estos regímenes buscaban una “regeneración” del hombre, imponiendo una jerarquía étnica que colocaba a arios, latinos y eslavos por encima de los judíos. La propaganda, a través de la radio, el cine y otros medios, se utilizaba para difundir la ideología y promover la idea de recuperar la grandeza de los antiguos imperios mediante políticas expansionistas. Se abolían derechos como el de huelga y se prohibían los sindicatos.
Los totalitarismos de derechas, o fascismos, surgieron en el convulso periodo de entreguerras con el apoyo de terratenientes y capitalistas atemorizados por la expansión del comunismo. La clase media empobrecida, especialmente los jóvenes nacionalistas, también les brindó su apoyo. Tras la crisis de 1929, la clase obrera, desencantada con el socialismo, vio en el fascismo una promesa de prosperidad económica y pleno empleo.
El Fascismo Italiano de Mussolini
A pesar de su victoria en la Primera Guerra Mundial, Italia sufrió una grave crisis económica y un profundo descontento social (la llamada “victoria mutilada”).
En este contexto, Benito Mussolini fundó el periódico Il Popolo d’Italia para difundir su ideología fascista. En 1921 creó el Partido Nacional Fascista, declarándose abiertamente antiparlamentario, antidemócrata, antiliberal y antisocialista. Su símbolo era un hacha rodeada por un haz de juncos (el fasces).
Durante 1922, los gobiernos conservadores del rey Víctor Manuel III se mostraron incapaces de frenar el desorden social y toleraron las acciones violentas de los fascistas contra socialistas y comunistas. El ejército llegó a proporcionar armas a los fascistas para reprimir una huelga general. El éxito de esta represión animó a Mussolini a emular a los generales romanos y organizar la “marcha sobre Roma” con sus camisas negras.
La inacción del ejército y la poca inclinación del rey hacia el parlamentarismo facilitaron el éxito de la marcha. Víctor Manuel III nombró a Mussolini jefe de gobierno con plenos poderes, dando comienzo a un régimen totalitario fascista que duraría hasta 1943.
Mussolini se propuso crear una sociedad italiana numerosa basada en la colaboración de clases, con la que llevar a cabo una política expansionista en el Mediterráneo y el Canal de Suez.
Se prohibieron todos los partidos políticos excepto el fascista. En 1925, se implementó una política económica cerrada, nacionalista y planificada. El Estado impulsó la producción agrícola, invirtiendo los excedentes en infraestructuras y obras públicas. Se relanzó la industria militar, se redujo el desempleo e incluso se llegó a regular el tiempo libre de los italianos. El culto a la personalidad de Mussolini se mantuvo gracias al control de los medios de comunicación y a las grandes concentraciones de masas.
Uno de los mayores logros de Mussolini fue la reconciliación con la Iglesia Católica, con la que Italia había roto relaciones. En 1929 firmó el Tratado de Letrán con el Papa Pío XI, que había condenado previamente al fascismo. El tratado otorgaba al Papado la soberanía sobre la Ciudad del Vaticano y las basílicas mayores de Roma.