Los Austrias y la Formación del Imperio Español: Siglo XVI

El Imperio Español en el Siglo XVI: Auge y Consolidación de los Austrias

El siglo XVI fue testigo del auge y esplendor del Imperio Español bajo el reinado de los Austrias, sucesores de los Reyes Católicos. Castilla, por su población y riqueza, se convirtió en el reino hegemónico de la nueva monarquía. Una serie de herencias y las riquezas provenientes de América consolidaron a la monarquía hispánica como la principal potencia europea. Sin embargo, el siglo XVII marcaría el inicio de una lenta decadencia política.

1. El Imperio de Carlos I y los Conflictos Internos

1.1. El Imperio de Carlos I

Tras la muerte de Isabel, su hija Juana debía reinar en Castilla. Sin embargo, diversas circunstancias llevaron a una serie de regencias: Fernando el Católico (en dos ocasiones), Felipe el Hermoso y el cardenal Cisneros (en otras dos). Finalmente, Carlos I, primogénito de Felipe y Juana, nacido en Gante (Bélgica) en 1500, fue proclamado rey en Bruselas en 1516 y llegó a España en septiembre de 1517. Su herencia era inmensa:

  • De sus abuelos maternos recibió Castilla y Aragón con sus posesiones: plazas norteafricanas, tierras del Nuevo Mundo, Nápoles, Cerdeña y Sicilia.
  • De sus abuelos paternos recibió Austria, los derechos al Imperio alemán, Países Bajos, Luxemburgo, Borgoña y el Franco Condado.

Carlos llegó a España rodeado de una corte de amigos, consejeros y eclesiásticos de Flandes, entre los que destacaba el obispo Adriano de Utrecht (futuro papa Adriano VI). Estos, que desconocían el país y no hablaban castellano, ocuparon los principales cargos, generando recelos entre los notables de Castilla y Aragón. No obstante, Carlos intentó ganarse su apoyo convocando las Cortes de Castilla (Valladolid), Aragón (Zaragoza) y Cataluña (Barcelona), donde fue reconocido como rey. A cambio, prometió medidas para satisfacer a los descontentos y asegurar el apoyo financiero para sus proyectos imperiales.

En 1519, en Barcelona, Carlos recibió la noticia de la muerte de su abuelo Maximiliano, convirtiéndose en jefe de la Casa de Habsburgo y candidato a la Corona del Imperio alemán, título al que también aspiraba Francisco I, rey de Francia. Al ser un título electivo, Carlos recurrió a préstamos de banqueros alemanes para asegurar su elección en la Dieta de Frankfurt como Carlos V de Alemania. Esta elección marcaría los principales conflictos exteriores de su reinado: las guerras con Francia, la defensa de la cristiandad frente al peligro turco y el problema protestante.

Para financiar su viaje y coronación, Carlos convocó las Cortes castellanas en Santiago de Compostela. Los procuradores, indignados por el incumplimiento de las promesas hechas en Valladolid y temerosos de que los asuntos imperiales le impidieran ocuparse de Castilla, protestaron. La reunión se trasladó a La Coruña, donde los partidarios de Carlos lograron la aprobación de los subsidios en un clima tenso que pronto desembocaría en conflictos armados.

1.2. Los Conflictos Internos

1.2.1. Las Comunidades de Castilla

Las Comunidades surgieron en Castilla, una región que había experimentado importantes trastornos sociales y políticos durante las regencias. Carlos I llegó rodeado de consejeros flamencos, permitió la salida de importantes sumas de dinero hacia Flandes y recompensó a los extranjeros con cargos y dignidades. Las Cortes le reclamaron más atención a los asuntos del reino, pero el monarca solo las convocó para pedir dinero para su coronación como emperador. En 1520, Carlos partió hacia Alemania, dejando como regente a Adriano de Utrecht.

El descontento se generalizó, especialmente en las ciudades que habían expresado sus quejas al rey, pidiendo, entre otras cosas, que los extranjeros fueran apartados de los cargos de gobierno, que el infante Don Fernando permaneciera en España, que se protegiera la industria textil castellana, que se reconociera a Doña Juana como reina y que el rey fijara su residencia en España. En 1520, se alzaron las Comunidades de Toledo y Segovia, a las que se sumaron Zamora, Toro, Salamanca, Ávila, Madrid y otras poblaciones del norte de Castilla. El movimiento, inicialmente una protesta contra los actos de un rey que ignoraba las peticiones, se transformó en un movimiento antiabsolutista y de protesta urbana frente a los poderes señoriales.

Los comuneros se organizaron en la Santa Junta de Ávila, presidida por Pedro Lasso de la Vega, con Padilla, Bravo y Maldonado como jefes militares. Tras algunos éxitos iniciales, como la toma de Tordesillas, donde ofrecieron la Corona a Doña Juana, quien la rechazó, fueron derrotados por el ejército real en Villalar (1521). Sus líderes principales, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ejecutados (el 23 de abril se conmemora como el día de la Comunidad de Castilla y León). La batalla de Villalar marcó el fin de la lucha comunera, aunque la viuda de Padilla prolongó la resistencia unos meses en Toledo.

Varias causas contribuyeron a la derrota comunera: la limitada extensión geográfica y social del movimiento, las divisiones internas y el apoyo de un amplio sector de la nobleza al monarca, que, si bien deseaba una lección al rey, no estaba dispuesto a una revolución social que amenazara su posición privilegiada. Además, los comuneros carecieron de una jefatura eficaz y la negativa de Doña Juana a aceptar la Corona fue un duro golpe. Por otro lado, Carlos supo atraerse a la alta nobleza castellana y enmendó errores iniciales confiando en personajes castellanos.

El movimiento comunero ha sido objeto de diferentes interpretaciones. En el siglo XIX, los liberales vieron a los comuneros como precursores en la defensa de las libertades frente al poder absoluto. Otros argumentaron que los comuneros solo defendían sus privilegios frente a un monarca reformador que encarnaba las corrientes modernas hacia la formación de grandes estados. Otra interpretación sostiene que el movimiento fue la expresión del descontento de la clase media urbana castellana (hidalgos, eclesiásticos, letrados, mercaderes, artesanos) que aspiraban a una monarquía fuerte que contara con ellos.

1.2.2. Las Germanías

La revuelta de las Germanías en Valencia y Mallorca tuvo un componente menos político y más social que la de las Comunidades, con la que no tuvo conexión, aunque coincidieron en el tiempo. Las Germanías eran hermandades armadas creadas, con autorización real, en las ciudades de la costa valenciana para defenderse de los piratas berberiscos. En 1519, un vacío de poder en Valencia (el virrey y la nobleza habían huido de la peste) fue aprovechado por los sectores descontentos para iniciar la rebelión. Las ciudades no aceptaron al representante del monarca y solo reconocieron la autoridad de las Germanías.

Los rebeldes, entre los que había artesanos, campesinos, comerciantes y miembros del bajo clero, protestaban contra los abusos señoriales y la presencia de mudéjares o moriscos, y formaron su propio ejército. La rebelión fue sofocada por las tropas reales y nobiliarias unidas. Algunas ciudades, como Valencia y Játiva, fueron duramente castigadas.

Independientemente de la interpretación, es evidente que el desenlace de ambas revueltas tuvo consecuencias importantes. La monarquía salió reforzada frente a las ciudades y a las Cortes, que en Castilla se convirtieron en una institución sumisa. También se impuso a los nobles, quienes, temerosos ante las rebeliones, optaron por apoyarse en el poder de la Corona, convirtiéndose en aliados fieles del rey. Una vez pacificada la Península, Carlos I (y después Felipe II) emprendieron una ambiciosa y costosa política exterior, para la que obtuvieron recursos humanos y económicos de Castilla sin apenas oposición.

2. La Monarquía Hispánica de Felipe II: La Unidad Ibérica

Felipe II, sucesor de Carlos I, gobernó un vasto imperio territorial. Aunque no heredó Austria ni el título de Emperador de Alemania, durante su reinado los dominios españoles en América alcanzaron su máxima expansión y Portugal, con todas sus posesiones, pasó a depender de la Corona española. La España de Felipe II seguía siendo la primera potencia europea y, como tal, asumía los mismos objetivos que en el reinado anterior: el mantenimiento de la hegemonía en Europa, la defensa de sus territorios y la defensa de la religión católica frente a enemigos externos e internos. A la luz de estos objetivos se entienden los conflictos del reinado: las luchas con Francia y los turcos, el enfrentamiento con Inglaterra, el conflicto de los Países Bajos, la rebelión morisca de las Alpujarras y el protagonismo de la Inquisición.

El reinado de Felipe II, aunque en parte continuó el de Carlos I, tuvo aspectos nuevos y diferentes:

  • Felipe II fijó definitivamente la residencia de la Corte en Madrid, una ciudad que experimentó un notable crecimiento a partir de entonces.
  • Se produjo una hispanización de la política, dirigida por un monarca español por nacimiento y formación, asistido por consejeros españoles y al margen de intereses austríacos o alemanes.
  • Hubo un apoyo total al impulso y defensa de la Contrarreforma, la doctrina católica fijada en el Concilio de Trento frente a las corrientes protestantes.
  • Se reactivaron rebeliones internas, como la de los moriscos y la de Aragón, relacionada con la detención de Antonio Pérez. Este fenómeno se relaciona con el aumento del autoritarismo político y religioso del monarca.

La anexión de Portugal fue un acontecimiento de gran trascendencia. Representó la reconstrucción de la unidad peninsular y completó el imperio ultramarino español con las posesiones portuguesas. En 1580, el trono de Portugal quedó vacante al morir sin descendencia el rey Sebastián. Felipe II, hijo de Isabel de Portugal, hizo valer sus derechos a la Corona. El Duque de Alba derrotó a las fuerzas portuguesas que preferían a Antonio, prior de Crato. Felipe II se ganó a las clases dirigentes portuguesas prometiendo respetar la autonomía del reino y proteger su comercio. Las Cortes de Tomar (1581) lo reconocieron como rey de Portugal.

3. El Modelo Político de los Austrias: Las Instituciones

La monarquía de los Austrias siguió el modelo heredado de los Reyes Católicos. Los diferentes reinos conservaron sus instituciones propias, aunque Castilla tuvo primacía. La monarquía evolucionó hacia un mayor absolutismo, más efectivo en Castilla que en Aragón. Una administración compleja y profesionalizada encarnaba la omnipresencia del rey y entraba, a veces, en conflicto con las instituciones de cada reino, sin llegar a suplantarlas. El monarca se apoyaba en varias instituciones para gobernar:

  • Los Consejos: Se consolidaron como instituciones básicas. Había consejos territoriales, como el de Aragón o el de Indias, y otros dedicados a asuntos específicos, como el de Hacienda, Órdenes Militares o Inquisición. Destacaban el Consejo de Castilla, del que dependía el Tribunal Supremo de Justicia, y el Consejo de Estado, encargado de la política exterior.
  • Los Secretarios: Informaban al monarca de las deliberaciones y decisiones de los Consejos. El rey, a veces, despachaba directamente con ellos. El más importante era el Secretario de Estado.
  • Las Cortes: Siguieron existiendo en los diferentes reinos peninsulares, manteniendo su carácter estamental, pero perdiendo importancia. Los reyes solo las convocaban para pedir dinero. En Castilla, quedaron reducidas a los representantes de 18 ciudades.
  • Fuera de Castilla, buena parte de los territorios del imperio se organizaron en virreinatos. Al frente de cada uno había un virrey, máxima autoridad civil, militar y judicial, como representante directo del monarca. Hubo virreyes en Aragón, Cataluña, Navarra, Nápoles, Nueva España, Perú, etc. En territorios menores, las funciones del virrey las desempeñaba un gobernador militar.
  • Los gobiernos locales estaban a cargo de los Concejos o Cabildos, controlados por las oligarquías locales. En los municipios más importantes, el monarca estaba representado por el Corregidor.
  • El poder real se apoyaba en un poderoso ejército compuesto por mercenarios de diversa procedencia y por levas para reclutar soldados. Los Tercios españoles demostraron su eficacia en los campos de batalla.
  • La Iglesia española contribuyó a mantener la autoridad de la monarquía. La Inquisición, un tribunal religioso, asumió competencias políticas y podía actuar en casi todos los territorios de la Corona.

4. Economía, Sociedad y Cultura en el Siglo XVI

4.1. Economía

La actividad agrícola experimentó un alza constante, debido al aumento de la población, que obligó a cultivar más tierras. Sin embargo, no se introdujeron nuevas técnicas y la estructura agraria medieval se mantuvo, con la mayor parte de la tierra en manos de la nobleza latifundista. La industria artesanal tuvo una tímida expansión a principios de siglo, sobre todo en el sector textil, pero no hubo continuidad porque la política monárquica favoreció a los exportadores de lana en detrimento de los productores de tejidos. Además, la legislación gremial medieval ahogaba la libre iniciativa, y los productores se vieron superados por competidores extranjeros. El comercio fue el sector que experimentó un mayor desarrollo, gracias a la explotación del Nuevo Mundo. Sin embargo, esta reactivación comercial, centrada en las ciudades castellanas y los puertos del Atlántico, no significó una mejora general de la estructura económica del reino. La demanda de productos y la cantidad de metal circulante provocaron una fuerte subida de los precios, perjudicando a las economías más modestas. Los enormes recursos que llegaron a la Corona se consumieron en el mantenimiento del Imperio.

4.2. Sociedad

La sociedad conservaba los rasgos estamentales medievales, con una profunda división entre privilegiados y no privilegiados. Dentro de cada estamento había diferencias:

  • La nobleza (5% de la población) abarcaba desde las grandes familias nobiliarias, la élite social, hasta los caballeros e hidalgos con escasos recursos. Los altos cargos de la administración y del ejército recaían en la nobleza.
  • El clero (5%) también presentaba diferencias internas. El alto clero (arzobispos, cardenales, abades) se equiparaba a la alta nobleza, mientras que el bajo clero (párrocos, capellanes, monjes) llevaba una vida similar a la de artesanos y campesinos.
  • Los no privilegiados, los pecheros, sujetos al pago de tributos y a la justicia ordinaria, eran tanto campesinos (la mayoría) como población urbana. Había campesinos propietarios, grandes mercaderes y maestros de gremios con una vida acomodada, pero también una masa de pequeños propietarios, jornaleros y artesanos que sobrevivían en condiciones difíciles.

Había minorías marcadas por su origen étnico o religioso, como moriscos y judíos conversos, que sufrían marginación y persecución. Una muestra de discriminación era la limpieza de sangre, una práctica para demostrar que se era cristiano viejo sin antecesores judíos o musulmanes.

4.3. Cultura

En España, la difusión del Renacimiento se vio favorecida por las relaciones con Italia, cuna del movimiento, y con los Países Bajos. Sin embargo, estas corrientes entraban en conflicto con los principios de la Contrarreforma, arraigados en la sociedad y defendidos por la monarquía, sobre todo bajo Felipe II. La cultura española del siglo XVI se movió entre el espíritu humanista del Renacimiento y la ortodoxia de la Contrarreforma.

Pensamiento

. En este ámbito destacó el erasmismo, movimiento humanista y religioso que propugnaba la reforma de la Iglesia, la traducción de los evangelios a las lenguas vernáculas y un cristianismo asentado en sólidos principios éticos. Las ideas de Erasmo se difundieron por algunas universidades, especialmente por la de Alcalá, e influyeron en pensadores como Luis Vives, máximo representante del humanismo español. Sin embargo en universidades tradicionales, como Salamanca, se dio un fuerte impulso a los estudios sobre teología medieval (neoescolástica). En esta universidad se impulsaron, también, los trabajos sobre derecho internacional, tema suscitado a raíz del descubrimiento de América y en el que destacaron  el dominico P. Vitoria y el jesuita P. Suárez. Literatura. La actividad literaria del XVI, favorecida por la difusión de la imprenta, representa los inicios de la literatura del Siglo de Oro. En teatro, Lope de Rueda y Juan del Encina, inician una transición que culminará en el siglo siguiente con Calderón. Como poetas líricos destacan Garcilaso y Boscán que, influenciados por la lírica italiana, se centran en el tema del amor humano. Pero aparecen otros poetas que eligen como tema el amor divino y la vida espiritual, son los místicos entre los que no podemos olvidar a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de la Cruz. Ennovela destaca El Lazarillo de Tormes. De autor desconocido, se considera la primera novela moderna española, que creará escuela en el género picaresco, ya en el barroco. Debemos destacar la difusión, por toda la Península, del Castellano escrito, gracias a la labor del filólogo Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática Castellana (1492). Arte. En este campo siguió viva la tradición medieval del gótico y el mudéjar, a la vez que se iban aceptando las nuevas influencias que llegaban de Italia y de Flandes. En arquitectura hay que citar en primer lugar el plateresco, estilo entre gótico y renacentista, en el que destaca la famosa fachada de la Universidad de Salamanca; luego el estilo purista, fiel a los cánones del clasicismo italiano, que deja como muestra más representativa el Palacio de Carlos V en Granada, obra del arquitecto Pedro Machuca; por último, está el estilo herreriano, caracterizado por la ausencia de decoración, la pureza de líneas y el afán de grandiosidad. El monasterio de San Lorenzo del Escorial es la obra cumbre de este estilo. La escultura y la pintura plasmaron fundamentalmente temas religiosos debido a que la Iglesia era el primer cliente y mecenas de la producción artística y al espíritu de la Contrarreforma que se había ido imponiendo en la sociedad. Como escultores destacan  Alonso Berruguete y Juan de Juni, y como pintor se sitúa por encima de todos El Greco que, tras su paso por El Escorial sin convencer a Felipe II, se asentó en Toledo, donde realizó la mayor parte de su obra pictórica.