Los Fueros Vascos: Origen y Características
Los Fueros fueron el conjunto de leyes que rigieron la política, la economía y la sociedad de los territorios vascos (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava) y Navarra desde finales de la Edad Media hasta su abolición definitiva en 1876. Su origen se encuentra en los usos, costumbres y normas no escritas (derecho consuetudinario).
Estas leyes abarcaban tanto cuestiones públicas, que afectaban a los individuos y al conjunto de la sociedad (organización política y militar, comercio, impuestos, etc.), como cuestiones privadas que afectaban a las personas en su vida particular (matrimonio, herencia, etc.). A partir del siglo XV, funcionaron como un pacto político entre los Reyes de Castilla y la población vasca. Como resultado de este pacto, la organización política de los territorios vascos fue diferente a la del resto de la Monarquía Hispánica.
Organización Política Foral
- En cada territorio existía una asamblea compuesta por representantes de la comunidad, llamada Juntas Generales. Era la institución de gobierno más importante y se encargaba de:
- Elaborar leyes.
- Exigir al Rey el juramento de fidelidad a esas leyes (pase foral).
- Rechazar o vetar leyes procedentes del rey si eran contrarias a lo establecido en los fueros.
- Elegir a los oficiales del gobierno: jueces, policías, etc.
- Repartir y cobrar impuestos.
- Administrar los bienes comunales.
- En el siglo XVI, la mayor parte de los poderes de las Juntas Generales fueron delegados en una institución permanente: la Diputación.
Aspectos Sociales y Económicos Regulados por los Fueros
Además de la organización política, los fueros regulaban importantes aspectos sociales y económicos:
- Hidalguía Universal: Convertía a todos los habitantes de Vizcaya y Guipúzcoa en nobles (hidalgos), lo que les permitía acceder a cargos públicos y oficios (secretario, político o judicial) reservados a la nobleza en otras partes del reino.
- Mayorazgo y Troncalidad: Normas para la herencia y transmisión de propiedades que garantizaban la supervivencia del patrimonio familiar (caserío, tierras, ganado). Este no pertenecía a una persona, sino a la familia, por lo que no podía venderse, dividirse ni repartirse fácilmente. Generalmente, heredaba el hijo mayor bajo ciertas condiciones (casarse, tener descendencia). Los hijos segundones (no herederos) a menudo emigraban o se dedicaban a la navegación, el ejército, la Iglesia o la administración. Excepcionalmente, el fuero permitía heredar a las mujeres.
- Exención de impuestos: Solo se pagaban los impuestos establecidos por las Juntas Generales, no los impuestos generales establecidos por el rey para Castilla.
- Libertad de comercio y ausencia de aduanas en la costa: Favorecía la llegada de productos extranjeros, desarrollaba el comercio y la navegación, y no encarecía las importaciones (muchas de primera necesidad como trigo o telas) con aranceles. Las aduanas y el cobro de impuestos para el rey se situaban en los límites interiores con Castilla (Ebro). Estas normas contribuyeron a un mejor nivel de vida de los campesinos vascos en comparación con los de otras regiones.
- Exención del servicio militar: No existía el servicio militar obligatorio general. Solo debían tomar las armas, sin sueldo, cuando la guerra se desarrollaba dentro de sus provincias para defender el territorio.
- Derecho a explotar los minerales: El fuero concedía a los vizcaínos el derecho a extraer mineral de hierro de los montes sin pagar derechos específicos. También prohibía la exportación del mineral sin transformar (sin trabajar en las ferrerías).
La Crisis del Antiguo Régimen y la Cuestión Foral
La crisis política y económica del Antiguo Régimen y el ascenso del liberalismo provocaron una división de opiniones en el País Vasco respecto a los fueros:
Foralistas
Defensores de mantener los fueros tradicionales sin cambios. Este grupo estaba formado principalmente por:
- Junteros (nobles) rurales: Propietarios de tierras y caseríos con rentas insuficientes para invertir en minas, ferrerías o comercio. Partidarios del statu quo para mantener su poder político local.
- Bajo clero rural: Rechazaban el liberalismo (especialmente su anticlericalismo) y temían la pérdida del diezmo y de las tierras de la Iglesia (desamortización).
- Campesinado: Rechazaban el anticlericalismo liberal y temían los cambios que proponía el liberalismo, como el pago de impuestos en metálico, la liberalización de los arrendamientos de tierras y la pérdida de los bienes comunales.
Constitucionalistas (o Moderados Forales)
Se oponían a los fueros antiguos en su forma tradicional, pero deseaban mantener un régimen foral adaptado a los nuevos tiempos liberales y a la Constitución. Formado por:
- Junteros urbanos: Propietarios de tierras con rentas suficientes que les permitían acumular capital para invertir en nuevos negocios. Necesitaban libertad económica.
- Burguesía: Afectados por las restricciones forales (prohibición de exportar materias primas) y por las aduanas interiores que dificultaban el comercio con el resto del reino. Descontentos por su escaso poder en las instituciones forales tradicionales.
Fueros y Liberalismo antes de 1833
La Constitución de 1812 y el Trienio Liberal
La Constitución de Cádiz de 1812 no incluía ningún reconocimiento explícito de los fueros. Sus redactores liberales no tenían una visión clara de cómo encajar un sistema particularista dentro de un nuevo Estado-nación basado en la igualdad jurídica y la uniformidad administrativa. En consecuencia, en el País Vasco, las Juntas Generales adoptaron una postura ambigua, sin manifestarse claramente a favor ni en contra de la Constitución.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), se respetaron formalmente los fueros, pero sus disposiciones chocaban frontalmente con el principio de igualdad ante la ley consagrado en la Constitución, generando tensiones.
La Primera Guerra Carlista y la Cuestión Foral (1833-1839)
Origen
El conflicto estalló tras la muerte del rey Fernando VII debido a una cuestión sucesoria entre su hija Isabel II (apoyada por los liberales) y su hermano Carlos María Isidro (apoyado por los absolutistas), quien reclamaba el trono basándose en la Ley Sálica (que impedía reinar a las mujeres).
Características
- Fue un enfrentamiento dinástico, típico de las monarquías del Antiguo Régimen.
- Fue una guerra civil en España y, de forma muy intensa, en el País Vasco y Navarra. Enfrentó:
- Dos ideologías: absolutismo (carlistas) vs. liberalismo (isabelinos o cristinos).
- Dos modelos sociales: partidarios de la tradición y la religión vs. partidarios del cambio social y económico burgués.
- Dos actitudes ante los fueros vascos: mantenimiento íntegro (carlistas) vs. reforma o supresión (liberales).
- Puso de manifiesto la división ideológica en Europa entre potencias absolutistas y liberales:
- Con los carlistas simpatizaron: Rusia, Austria, Prusia, Nápoles y los grupos absolutistas de Francia y Portugal.
- Con los isabelinos simpatizaron: Francia, Gran Bretaña y Portugal (Triple Alianza).
El Carlismo
El carlismo defendía el tradicionalismo y la monarquía absoluta de origen divino, como expresaba su lema: ‘Dios, Patria, Rey y Fueros’. La defensa de los fueros le granjeó su principal base de apoyo en el País Vasco y Navarra, aunque también tuvo presencia en zonas de Cataluña, Aragón, Valencia y Galicia. Los grupos sociales más favorables al carlismo fueron:
- La nobleza rural.
- La mayor parte del clero, opuesto a las medidas liberales como la eliminación del diezmo y las desamortizaciones.
- Los artesanos rurales y urbanos, amenazados por la incipiente industrialización.
- Los campesinos empobrecidos del País Vasco y Navarra, temerosos de perder los beneficios forales.
- Un sector del ejército y de la alta nobleza.
Los grupos ilustrados y la burguesía, residentes principalmente en las ciudades, fueron contrarios al carlismo. Así, ciudades como Bilbao, San Sebastián y Barcelona nunca fueron carlistas.
Desarrollo de la Guerra y el Convenio de Bergara
La guerra duró siete años (1833-1839). No hubo grandes batallas campales, sino continuos enfrentamientos, tácticas de guerrilla y asedios a ciudades importantes. Destacó el sitio de Bilbao, donde la ciudad resistió durante meses el asedio de las tropas carlistas que dominaban el entorno rural. En este sitio murió en 1835 (corrección: el texto original dice 1836, pero fue en 1835) el general Tomás de Zumalacárregui, brillante organizador y estratega del ejército carlista. Su muerte redujo significativamente las posibilidades de una victoria militar carlista.
Surgieron divisiones internas entre los carlistas (transaccionistas vs. intransigentes), mientras el ejército isabelino, dirigido por el general Baldomero Espartero, lograba imponerse militarmente. Para poner fin al conflicto, se llegó a un acuerdo entre Espartero y el general carlista Rafael Maroto, conocido como el Abrazo o Convenio de Bergara (agosto de 1839).
Este acuerdo establecía:
- La integración de los oficiales carlistas en el ejército isabelino, tras reconocer a Isabel II como reina.
- La promesa del gobierno liberal de proponer a las Cortes la modificación o mantenimiento de los fueros vascos y navarros.
Sin embargo, pocos meses después, se aprobó la Ley del 25 de octubre de 1839, que sí modificó sustancialmente los fueros:
- En Vizcaya, Álava y Guipúzcoa se suprimieron instituciones clave como el pase foral (derecho a vetar leyes reales) y las Juntas Generales fueron reformadas perdiendo poder legislativo. Al mismo tiempo, las aduanas se trasladaron del interior (Ebro) a la costa y la frontera con Francia.
- En Navarra (considerada reino hasta entonces), la Ley Paccionada de 1841 abolió sus instituciones propias (Cortes, Consejo Real, Diputación del Reino) y la convirtió en una provincia más, aunque conservó cierta autonomía fiscal.
Para los defensores del foralismo tradicional, estas leyes supusieron una abolición de facto de los fueros, ya que sometían la legislación vasca a las decisiones del Parlamento y el gobierno central en Madrid.
La Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
Conocida también como la Guerra dels Matiners en Cataluña, se desencadenó por el fracaso del proyecto de matrimonio entre Isabel II y el pretendiente carlista Carlos VI (hijo de Carlos María Isidro). Tuvo como escenario principal Cataluña y Levante, con mucha menos intensidad y alcance que la primera guerra. El carlismo fue nuevamente derrotado.
La Tercera Guerra Carlista (1872-1876) y la Abolición Definitiva de los Fueros
La inició Carlos VII (nieto de Carlos María Isidro). Tras la Revolución de 1868 (La Gloriosa) que destronó a Isabel II, y durante el Sexenio Democrático, los carlistas intentaron presentarse como una alternativa conservadora y católica frente al liberalismo democrático y el republicanismo. Formaron un partido político, la Comunión Católico-Monárquica.
La elección de un rey extranjero, Amadeo I de Saboya, y la posterior proclamación de la Primera República, les lanzaron de nuevo a la guerra. El conflicto tuvo como escenarios principales el País Vasco, Navarra y Cataluña.
Don Carlos logró victorias en zonas rurales y estableció una especie de Estado carlista en los territorios que controlaba, con capital en Estella (Navarra). Este proto-Estado tuvo un gobierno con secretarías (Guerra, Estado, Gracia y Justicia, Hacienda), emitió moneda, cobró impuestos, reclutó soldados, tuvo un código penal propio, Tribunal Supremo de Justicia e incluso estableció una universidad en Oñati (1874).
Sin embargo, no consiguió ocupar las principales ciudades, como Bilbao, defendida por liberales (burgueses, comerciantes, artesanos urbanos). La ciudad sufrió un nuevo y duro asedio, levantado por el general liberal Manuel Gutiérrez de la Concha el 2 de mayo de 1874.
La derrota carlista se produjo tras la Restauración de la monarquía borbónica en Alfonso XII (hijo de Isabel II). El nuevo rey dirigió personalmente las fases finales de la campaña en el norte. La conquista de Estella, la capital carlista, en febrero de 1876, supuso la huida definitiva del pretendiente Carlos VII a Francia y el fin de las guerras carlistas. El general Arsenio Martínez Campos fue clave en la victoria final alfonsina.
La Ley Abolitoria de 1876 y el Concierto Económico
La derrota carlista tuvo como consecuencia directa la suspensión y abolición definitiva de los fueros vascos. La ley abolitoria fue aprobada por las Cortes el 21 de julio de 1876. Esta ley obligaba a las Provincias Vascongadas (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava) a contribuir con hombres (servicio militar obligatorio) y dinero (impuestos) al Estado en igualdad de condiciones con el resto de las provincias españolas.
Se suprimieron definitivamente las Juntas Generales y las Diputaciones Forales en su forma tradicional, así como muchas atribuciones de los ayuntamientos forales. Se establecieron Diputaciones Provinciales ordinarias, similares a las del resto de España.
Como resultado de las protestas en el País Vasco y de las negociaciones entre los representantes vascos y el gobierno conservador de Antonio Cánovas del Castillo, en 1878 se concedió a las provincias vascas un régimen fiscal especial: el Concierto Económico. Mediante este sistema:
- Las nuevas Diputaciones Provinciales vascas tendrían autonomía para recaudar la mayoría de los impuestos dentro de su provincia.
- Gestionarían los gastos en su territorio.
- Negociarían y entregarían periódicamente al Estado una cantidad global de dinero, llamada Cupo, como contribución a las cargas generales del Estado que este no asumía directamente en el País Vasco.
El primer Concierto Económico se aprobó para el periodo 1878-1886 y fue renovado posteriormente en varias ocasiones (1887, 1894, 1906, etc.), sentando las bases del sistema de financiación autonómica actual del País Vasco (y similar en Navarra).
El Carlismo Tras la Derrota
Tras 1876, el carlismo se mantuvo como una ideología minoritaria, de carácter ultraconservador y ultracatólico, durante toda la Restauración (1875-1931). Consiguió representación parlamentaria (diputados en Cortes) principalmente en Navarra y algunas zonas del País Vasco en sucesivas elecciones.
Con la proclamación de la Segunda República en 1931, el movimiento se reorganizó bajo el nombre de Comunión Tradicionalista, manteniendo su ideología conservadora, católica y antiliberal. Apoyó a los partidos antirrepublicanos y formó una milicia armada, el Requeté, que tuvo un papel muy activo apoyando el golpe de Estado militar de julio de 1936.
Durante la Guerra Civil (1936-1939), el Requeté luchó en el bando sublevado (franquista). En 1937, por decreto de Franco, la Comunión Tradicionalista fue unificada forzosamente con Falange Española de las JONS y otros grupos de derechas para formar el partido único del régimen: FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), que constituyó la base del llamado Movimiento Nacional durante la dictadura de Franco.