Oligarquía y Caciquismo en Andalucía
El sistema caciquil en Andalucía
Durante la mayor parte de la Edad Contemporánea en Andalucía, la preeminencia económica y el protagonismo político estuvieron en manos de un grupo social reducido. El caciquismo mostró su cara más cruda. Las organizaciones políticas que controlaron Andalucía desde 1875 no fueron exclusivas de la geografía andaluza, ya que fueron un fiel reflejo del sistema y del tipo de partidos presentes en esa época. Para definir quiénes formaban la clase política andaluza durante la Restauración, hay que conocer la procedencia de los sustentos económicos. Se trataba de la “nueva/vieja” élite rural, formada en las desamortizaciones, que demostró una tendencia a intervenir en asuntos públicos y al protagonismo político-administrativo.
Otros sectores económicos se incorporaron también al sistema político, utilizando ayuntamientos y diputaciones para defender sus intereses. Como el caso del sector minero onubense, del puerto fluvial de Sevilla, del sector mercantil de Málaga o del pesquero gaditano. Pero no solo el control de un patrimonio importante caracterizó a las élites andaluzas. Se dieron comportamientos característicos: la endogamia, que dibujó un panorama marcado por las relaciones familiares mezcladas con vinculaciones económicas, que formaron una red de intereses y dependencias de carácter clientelar. La conexión entre estas redes y el sistema político trazado desde el poder central, con la vinculación a uno de los partidos oficiales, dotó al sistema caciquil de gran fortaleza.
Caciquismo y procesos electorales
Este mecanismo cohesionaba a los partidos dinásticos de la Restauración, y el sistema caciquil funcionó bastante bien durante medio siglo. En el control de los procesos electorales, conservadores y liberales se repartieron el mapa político-electoral andaluz. Cacicazgos locales se interesaron por otros superiores, y estos reconocieron la dirección de un notable rango provincial, que servía de contacto con los grandes dirigentes políticos de Madrid. La existencia de partidos de oposición fuera del régimen no significó una seria amenaza para el sistema. Con la crisis de la Restauración, el republicanismo y la derecha católica quisieron representar un partido independiente.
Otros Partidos Políticos
La evolución del republicanismo
Tras el fracaso del Sexenio Democrático, el republicanismo tuvo que hacer frente al desencanto de sus seguidores y a la represión de los gobiernos monárquicos. Además, estaban divididos en tendencias, y una continua reorganización de fuerzas les restó apoyo electoral. La adaptación más rápida a las nuevas condiciones la protagonizó Emilio Castelar, que evolucionó hacia posturas más moderadas. Convencido de que la Restauración garantizaría el orden social, consideró posible que la monarquía asumiese algunos principios democráticos y creó el Partido Republicano Posibilista. El caso contrario fue el de Ruiz Zorrilla, quien desembocó en un republicanismo radical con acciones violentas hacia los monarcas. Fundó el Partido Republicano Progresista, que en 1883 protagonizó un fracasado intento de alzamiento. Las prácticas insurreccionales provocaron la ruptura de Salmerón. El republicanismo con más adeptos fue el Partido Republicano Federal, que seguía liderando Pi y Margall. Los republicanos consiguieron reponerse de su descalabro electoral en las elecciones de 1886, cuando hubo una importante minoría republicana en las Cortes. El sufragio universal masculino estimuló la formación de alianzas electorales en 1893 y en 1901, que agrupaban las distintas familias republicanas. El republicanismo perdió parte de sus antiguas bases sociales y tuvo que luchar por los votos populares.
La reconversión del carlismo
Tras la derrota carlista, se prohibió la estancia en España de Carlos de Borbón, y el carlismo entró en una crisis después de que sus más destacados miembros reconocieran a Alfonso XII. Además, la Constitución de 1876 descartaba la sucesión al trono a toda la rama carlista de los Borbones. La dirección del carlismo tardó en readaptar su actividad para convertirse de nuevo en un partido político capaz de tomar parte en las elecciones. Carlos VII confió, como jefe del carlismo, en Cándido Nocedal.
Los carlistas mantuvieron su fuerza en Navarra, el País Vasco y Cataluña, pero su influencia era escasa en el resto de España. De la renovación del partido se encargó Juan Vázquez de Mella, quien propuso un programa adaptado a la nueva situación política: el Acta de Loredan. La propuesta carlista renovada mantenía los antiguos principios como la unidad católica, el fuerismo, la autoridad del pretendiente carlista y la oposición a la democracia, pero ya no estaban a favor del Antiguo Régimen.
En el seno del partido tomó fuerza la disputa religiosa. Una parte acusó a Carlos VII y a los principales dirigentes de no apoyar la política católica contra el liberalismo y culparon a Carlos de dar prioridad a la cuestión dinástica por encima de la religiosa. Ramón Nocedal fundó el Partido Católico Nacional, que se convirtió simplemente en un partido católico integrista. El partido carlista no olvidó su tradición insurreccional y promovió algunos intentos fallidos, aunque sus principales dirigentes optaron por la vía política. Continuaron también manteniendo las jerarquías militares.
Otras fuerzas políticas
De los grandes partidos dinásticos salieron algunos partidos disidentes. La cuestión católica dio lugar a la aparición de algún grupo político. El nuevo espíritu del papa León XIII supuso el fin del apoyo que una parte de la jerarquía católica española había dado al carlismo. Se fundó la Unión Católica, liderada por Alejandro Pidal. Los liberales también fundaron el Partido Democrático-Monárquico. El general Serrano creó un grupo llamado Izquierda Dinástica.