Política Exterior de Felipe II
La política exterior de Felipe II siguió en parte los objetivos trazados por su padre, Carlos V. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado: el área de mayor interés se desplazó hacia el sur. La pérdida de los territorios germanos y la paz con Francia en 1559 señalaban al Mediterráneo como nuevo foco de atención exterior. A esto se sumó un giro en la política atlántica debido a la rebelión en los Países Bajos, donde Inglaterra se alzó como nuevo enemigo. El interés por el área atlántica se vio reforzado por la unión de Portugal a España.
El Mediterráneo
La prioridad de Felipe II al principio fue la defensa del Mediterráneo occidental frente a los turcos y a los piratas berberiscos. Se llevó a cabo un plan de construcción de barcos y buscó aliados que le permitieran obtener victorias en el mar, formando la Liga Santa. La batalla de Lepanto (1571) demostró que los turcos no eran invencibles y les cerró el paso al Mediterráneo occidental, aunque no se impidió la piratería berberisca hasta el siglo XVII.
Los Países Bajos
El mayor problema con el que tuvo que enfrentarse Felipe II fue la rebelión de los Países Bajos, que duró 80 años. Las protestas comenzaron por la política represiva que seguía respecto a los calvinistas, a lo que se sumaron voces descontentas por el autoritarismo del rey. En 1566 estallaron una serie de disturbios populares y el rey envió como gobernador al Duque de Alba con la misión de acabar con la oposición. Este llevó a cabo una dura represión. Guillermo de Orange logró escapar y se hizo fuerte en las provincias del norte. Con ello comenzó una larga guerra que no pudo evitar la división del área: Flandes, formado por las provincias católicas del sur, y las Provincias Unidas, que agrupaban a las calvinistas.
Inglaterra y Portugal
El conflicto en los Países Bajos se complicó por el apoyo de Isabel I a los rebeldes por motivos políticos y religiosos. Para poder invadir Inglaterra, Felipe II necesitaba, aparte de la flota, un puerto en el Atlántico. La unión con Portugal se lo proporcionó, además de su gran imperio marítimo. Tras morir el rey de Portugal, Felipe II combinó la guerra y la diplomacia para hacerse con el trono, comprometiéndose a que todos los asuntos portugueses fueran gestionados por naturales de ese reino. La expedición de la Gran Armada (1588) resultó ser un fracaso.
Política Interior de Felipe II
La política interior de Felipe II se apoyó en dos bases: el autoritarismo creciente de la monarquía y la intolerancia religiosa. A partir de estas premisas, los principales problemas de política interior fueron:
Intolerancia Religiosa
La monarquía de Felipe II se situó de forma decidida en la defensa de los principios del Concilio de Trento. La intransigencia religiosa llevó a perseguir todo brote de herejía. El monarca reprimió cualquier desviación del catolicismo mediante el uso de la Inquisición y tomó una serie de medidas represivas, orientadas a evitar cualquier brote de protestantismo en la península:
- Autos de fe de Sevilla y Valladolid.
- Extensión de los estatutos de limpieza de sangre.
- Prohibición de estudiar en universidades extranjeras.
- Leyes para prohibir la importación de libros.
- Índices de libros prohibidos.
- Censura en los libros religiosos.
El Problema Morisco
En la península ibérica habían convivido durante siglos musulmanes y cristianos. Sin embargo, en el siglo XVI esta actitud se modificó debido al aumento del poder del Islam. Desde la primera mitad del siglo XVI, este avance del Islam amenazaba los dominios hispánicos en Italia e incluso las costas del Levante peninsular, por lo que desde tiempos de Carlos V se sucedieron los enfrentamientos bélicos entre el cristianismo y el islam. En este conflicto, los primeros perjudicados fueron los musulmanes de los reinos hispánicos. La nueva actitud comenzó en 1502 con el Decreto de bautismo obligatorio, cuando los musulmanes castellanos tuvieron que enfrentarse a la alternativa de ser cristianos o irse de la Península. Con las conversiones en masa, el islamismo fue nominalmente erradicado de la península, pero de hecho continuó porque los moriscos habían aceptado el bautismo bajo coacción y sin ninguna convicción. Así, continuaron formando una comunidad separada, aferrada a su antigua religión. A medida que la campaña musulmana ganaba en intensidad, los moriscos entraron en contacto con Marruecos, Tetuán y Constantinopla, por lo que las autoridades españolas creyeron que se estaba fraguando una operación en la que Granada sería la cabeza de puente para la invasión musulmana de la península. Ante esta situación, el inquisidor general Diego de Espinosa preparó con Felipe II un edicto que imponía varias prohibiciones a los moriscos y que entraría en vigor en la víspera del aniversario de los Reyes Católicos en Granada en 1492. Por esta disposición, los moriscos de Granada debían aprender el castellano. Se les exigía también que abandonaran sus vestimentas, sus apellidos moros y sus costumbres. Las negociaciones entre los representantes moriscos y la corte de Felipe II se prolongaron un año, y cuando los moriscos comprendieron que eran inútiles, explotó la revuelta en 1568, extendiéndose rápidamente por las montañas de las Alpujarras, donde estuvo realmente el núcleo de la rebelión. Desde allí se difundió a las llanuras, sobre todo con carácter de movimiento rural.