Reinado de Isabel II: Etapas y Transformaciones en la España del Siglo XIX

1. La Minoría de Edad de Isabel II (1833-1843)

Se divide en dos períodos: la regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840) y la regencia del general Espartero (1840-1843).

A) Regencia de María Cristina de Borbón

En este período, la revolución liberal adquiere un carácter forzado frente a la acometida del gran desafío carlista. La guerra civil precipitó a la naciente España liberal en un proceso contradictorio y caótico. De una parte, el país vivió en un absoluto desorden administrativo; de otra, la guerra selló el compromiso entre el Ejército y el liberalismo e hizo del intervencionismo militar factor esencial de toda la política española. En la Regencia de María Cristina, pueden distinguirse tres subperíodos, muy condicionados por los acontecimientos de la primera y gran guerra carlista. Son los siguientes:

a) Entre enero de 1834 y agosto de 1835: Transición del Absolutismo al Liberalismo

El sensato gobierno Cea Bermúdez, desde posiciones de absolutismo moderado, fue sustituido en enero de 1834 por el liberal moderado presidido por Martínez de la Rosa. Se promulga el Estatuto Real (1834), que estableció un régimen de Carta Otorgada o monarquía semiparlamentaria. Se trató de un cambio insuficiente y excesivamente conservador. El gobierno Martínez de la Rosa fue, además, un gobierno débil y sin autoridad, y ambas cosas contribuyeron a radicalizar el proceso político conducente a la implantación del liberalismo, produciéndose un conjunto de insurrecciones sin control en las que reapareció el anticlericalismo en una serie de motines violentos en los veranos de 1834 y 1835 contra los conventos en los que se entrecruzan causas diversas: el apoyo de gran parte del clero al carlismo, el deseo de la burguesía de apropiarse de las tierras e inmuebles urbanos de los conventos, el urgente afán por parte de los liberales más exaltados, desde ahora llamados progresistas, de anular la jurisdicción eclesiástica sometiendo la Iglesia al Estado para crear un Estado unitario conforme a los principios liberales; el odio de determinados segmentos populares contra los frailes, achacándoles su carácter improductivo y sus excesivas riquezas y, finalmente, los efectos de la epidemia del cólera que excitaba estas pasiones populares. Este ambiente de insurrección daba vida y argumentos al carlismo.

La crisis política era evidente. En tanto, fueron formándose las dos alas del liberalismo: moderada y progresista. Las derrotas frente a los carlistas y los disturbios urbanos obligaron a la Regente a dar el gobierno en septiembre de 1835, contra su voluntad, a los progresistas en la persona de Juan Álvarez Mendizábal.

b) Entre septiembre de 1835 y 1837: Inicio de la Revolución Liberal

En un momento de equilibrio en la guerra carlista, se inició propiamente la revolución liberal, cuyo eje fue Mendizábal. Su programa incluía reformas políticas y otras económicas en el sentido de plena implantación del estado liberal. Pero la oportunidad de 1835 de asentar la revolución liberal se perdió. Mendizábal actuó con precipitación y escaso tacto político, incurrió en contradicciones notorias y sus proyectos (especialmente su principal medida, la ley de desamortización eclesiástica de febrero de 1836) suscitaron una fuerte oposición. Con su forma de conducirse, Mendizábal resucitaba la figura tan denostada del Despotismo gubernamental propia de un Godoy. Fue, pues, Mendizábal una gran decepción. Sólo resultó ser un líder de partido, no el líder nacional, el estadista que todos esperaban. No obstante, su cese unilateral por la Regente en 1836 agravó aún más la crisis política.

El 13 de agosto de 1836, se produjo, como respuesta frente a la deposición del gobierno de los progresistas, el llamado motín o pronunciamiento de los sargentos de la Granja, que obligó a la Regente a restablecer la Constitución de 1812 y a llamar de nuevo a los progresistas a formar gobierno en la persona de José María Calatrava, otro hombre de la revolución de 1820. Este nuevo gobierno progresista prosiguió su programa de impulso del liberalismo con tres objetivos básicos: la prosecución de la desamortización y de las reformas fiscales para sanear la Hacienda pública, el fortalecimiento del ejército para doblegar a los carlistas y la creación de una nueva constitución, la de 1837, que intenta un acercamiento entre las posturas de las dos alas del liberalismo, la de moderados y progresistas.

c) Entre 1838 y 1840: Los Generales como Hombres Fuertes del Estado

Al tiempo que se reduce la amenaza carlista, va quedando en evidencia que los generales de prestigio, al frente de los partidos, son los hombres fuertes del Estado. La parte más liberal del ejército, al mando del general progresista Espartero, comenzó a tomar la iniciativa clara en la guerra. Entonces, los sectores moderados del carlismo buscaron ya una solución negociada a aquélla. Estas negociaciones culminaron en el Compromiso de Vergara (31 de agosto de 1839): Espartero se comprometió a recomendar al gobierno el mantenimiento de los fueros vascos y a que se reconociesen los empleos y grados de los oficiales del ejército carlista que optasen por reconocer el trono de Isabel II. La rendición del general carlista Cabrera en 1840 en Morella, en el Maestrazgo, pondría definitivamente fin a la primera guerra carlista.

Ahora bien, la victoria no significó de inmediato la consolidación del régimen liberal en España. La política estaba gravemente condicionada por los militares. María Cristina, presionada por Espartero, dimitió y optó por exiliarse el 12 de octubre de 1840. Espartero asumía provisionalmente, acto seguido, la regencia del reino. Ello se entendió como un triunfo de la causa progresista que, por fin, podría aplicar sus reformas sin obstáculos institucionales.

B) La Regencia de Espartero (1840-1843)

Procuró implantar definitivamente el liberalismo progresista, extendiendo la desamortización eclesiástica de Mendizábal a los bienes del clero secular y no sólo ya a las órdenes religiosas, pero ello fue un nuevo fracaso. Espartero se rodeó de militares más afectos a su persona que a la causa liberal, lo que propició la contestación de algunos sectores que veían en la actitud del general más un proyecto de dictadura militar que de proceso democratizador. Los pronunciamientos se sucedieron desde octubre de 1841. Desde julio de 1842, Espartero ejerció un poder más autoritario. Ante la oposición de las Cortes, optó por disolverlas. En Barcelona, se produjo una sublevación cívica por la política algodonera, en la que se enfrentaban los librecambistas y los proteccionistas. Los militares, que habían apoyado a los primeros por puro dogmatismo liberal, enfrentándose con los industriales y los obreros de las fábricas, clases nacientes entonces, debieron refugiarse en el Castillo de Montjuich, desde donde se bombardeó la ciudad el 3 de diciembre. Desde entonces, la oposición al gobierno fue a más. En 1843, se formó una auténtica coalición antiesparterista en la que colaboraron moderados y progresistas. Ésta triunfó cuando el ejército, dirigido por el moderado general Narváez, se sumó a los insurrectos y se encontró en Torrejón de Ardoz con el ejército de Espartero. No fue necesario enfrentamiento. Espartero y otros líderes progresistas como Mendizábal se exiliaron en Londres en julio de 1843. Tras la Regencia de Espartero, las Cortes votaron el adelantamiento de la mayoría de edad de Isabel II (noviembre de 1843). Narváez (el héroe del pronunciamiento contra Espartero) se convirtió en el hombre fuerte del momento; con él se inicia una década de gobiernos moderados.

2. La Mayoría de Edad de Isabel II (1843-1868)

Se distinguen cuatro subfases:

A) La Década Moderada (1844-1854)

Los moderados iban a propiciar una rectificación conservadora de la revolución liberal española. Sustituyeron la Constitución de 1837 por otra más conservadora hecha a su medida, la Constitución de 1845, pusieron el acento principal no en las libertades ciudadanas, sino en la defensa de la ley y el orden, reprimiendo con contundencia la oposición progresista. Finalmente, ejercieron el poder durante toda la década de forma arbitraria y excluyente.

Pero si bien liberal-conservadores y cada vez incluso más inclinados a una reacción contra el propio liberalismo, los gobiernos moderados desarrollaron una destacada e importante labor en lo administrativo. Por otra parte, consiguieron restablecer temporalmente las relaciones con Roma Concordato de 1851. Con los Moderados se configuraba, pues, en España un régimen semiliberal y semiburgués, con amplias concesiones y privilegios sociales a la Iglesia. Ahora bien, pese a su política represora y su talante autoritarista, los moderados realizaron una amplia labor de Estado; ellos fueron los creadores de una administración del Estado unitaria, centralista, consistente, eficaz y moderna para su tiempo.

Todo ello no garantizó a los Moderados, sin embargo, su continuidad en el poder. Los conflictos se mantuvieron durante toda la década. Los Moderados evidenciaban, pues, su divorcio de las tendencias ideológicas más plenamente liberales, que avanzaban en un país en constante transformación desde los años de la Guerra de Independencia, y se negaban a la alternancia pacífica en el poder, no dejando otra salida a sus contrincantes progresistas que la revolucionaria.

B) El Bienio Progresista (1854-1856)

Comenzó con la revolución de 1854. Ésta fue un golpe de estado inicialmente fallido, el pronunciamiento de Vicálvaro, que triunfó sólo gracias a un respaldo popular posterior conseguido tras el Manifiesto de Manzanares con una hábil propaganda. El pronunciamiento triunfó por fin y la reina se vio forzada a encargar al progresista Espartero formar gobierno.

Los progresistas avanzaron en la implantación de un liberalismo burgués que los moderados habían hecho retroceder en la década anterior. Las principales reformas consistieron en una serie de leyes encaminadas a completar la implantación de las bases económicas del liberalismo. Fueron éstas: la Ley General de Desamortización Agraria de Madoz (1855), que completaba el proceso desamortizador iniciado por Mendizábal, la Ley de Ferrocarriles (1855) y la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias (1856).

Una de las claves de su fracaso del Bienio Progresista fue el ambiente de conflictividad social ante el incumplimiento de las promesas hechas al pueblo. El gobierno era incapaz de controlar el orden público. En esta circunstancia, perdió el apoyo de las Cortes e Isabel II aceptó la forzada dimisión de Espartero, llamando al gobierno a O’Donnell.

En otoño de 1854, había surgido un nuevo partido: la Unión Liberal del general O’Donnell, con vocación de renovación del moderantismo. Este nuevo partido sería en adelante quien intentaría imponerse en el gobierno de España. El Bienio progresista, pese a su fracaso, supuso un avance evidente en la construcción del régimen burgués.

C) Gobierno de la Unión Liberal (1858-1863)

En este período se dio un paso notable en el proceso de constitución del capitalismo burgués en España. Entre los logros del gobierno largo se encuentran los siguientes: relanzó la desamortización sin buscar conflictos innecesarios sino convenios con la Iglesia; impulsó las obras públicas y reactivó la política exterior española. Pese a sus éxitos, la Unión Liberal no sobrevivió a su frágil unidad interna ni al desgaste que sufrió durante su gobierno, cayendo en febrero de 1863. La Corona volvió a llamar al poder a los Moderados. Todo indicaba que la Corona optaba como fórmula de gobierno por una combinación de catolicismo de Estado, gobiernos personales y represión. Ello acabaría siendo el suicidio de la Monarquía isabelina. Los progresistas acabarían optando, desde que fueron liderados por el general Prim, por la conspiración antiborbónica y el golpe militar. Finalmente, la Monarquía terminará por enemistarse con la casi totalidad de las fuerzas políticas y militares del país.

D) La Crisis Final del Régimen (1863-1868)

Con este fondo de desprestigio de las instituciones, entre 1863 y 1868, se produce una reacción política de los últimos gobiernos isabelinos, moderados dirigido por Narváez y unionistas de O’Donnell, que hace peligrar incluso los principios del liberalismo moderado; ello en un nuevo contexto de crisis económica, la primera del capitalismo español. Con la reacción antiliberal de los últimos gobiernos del régimen isabelino tuvo lugar un progresivo aislamiento interno del régimen, reducido a las clases oligárquicas. A éste, hay que sumar el aislamiento internacional y el desgaste biológico de los principales pilares del Trono, los envejecidos generales Narváez y O’Donnell. Todo ello fue originando, desde mediados de los años sesenta, un movimiento revolucionario con dos vertientes paralelas, la política y la social. Planteaba la primera un régimen liberal burgués pleno, y la segunda reformas sociales que corrigiesen la enorme distancia entre las clases y las sangrantes desigualdades.

Así, desde mediados de los años sesenta, la oposición al régimen isabelino alcanzó por vez primera amplitud considerable. En agosto de 1866, en pleno auge de la primera grave crisis del capitalismo español, progresistas, demócratas y republicanos en el exilio firmaron el Pacto de Ostende y acordaron la caída de la monarquía isabelina y la convocatoria de cortes constituyentes por sufragio universal. En 1867, muerto O’Donnell, la propia Unión Liberal se unió al pacto. Poco después, moría Narváez. Por fin, en septiembre de 1868 tenía lugar la revolución que liquidaba el régimen de Isabel II y el viejo liberalismo moderado que ella simbolizaba.

La revolución que, preparada por el general Prim (jefe de los progresistas tras el general Espartero), destronó en septiembre de 1868 a Isabel II contó con participación civil y popular, pero de nuevo fue el Ejército, a través del pronunciamiento militar, el instrumento del cambio político. El día 17 de septiembre de 1868 el almirante Topete sublevaba su escuadra en Cádiz al grito de ¡Viva España con honra! El 28 de ese mes, las tropas del general unionista Serrano derrotaban a las gubernamentales en Alcolea. Al día siguiente, la reina atraviesa los Pirineos, rumbo a Francia. Comenzaba así, la revolución de septiembre de 1868, que acabó con el régimen de Isabel II e iba a completar aquella ya larga revolución liberal burguesa.