Revoluciones Liberales, Unificación Italiana y Movimiento Obrero: Siglos XIX

Siglo XIX: Revoluciones Liberales, Unificación Italiana y Movimiento Obrero

Revoluciones Liberales de 1820 y 1830

1820 y 1830

Durante la década de 1820, la represión ejercida por las autoridades absolutistas obligó a los partidarios del liberalismo y el nacionalismo a organizarse en sociedades secretas, como los carbonarios, en Italia, y los decembristas, en Rusia.

Estas entidades promovían la insurrección armada contra el absolutismo y esperaban que el pueblo se uniese a sus levantamientos. Una primera oleada revolucionaria se produjo entre 1820 y 1824. Triunfó en España, Portugal, Nápoles y el Piamonte, y abrió un corto periodo de gobiernos liberales, que fueron suprimidos rápidamente por las fuerzas absolutistas de la Santa Alianza. La represión resultó muy dura.

Solo en Grecia, una insurrección nacional contra el dominio turco consiguió, tras una guerra, la independencia y la constitución de un gobierno liberal (1829). Una segunda oleada revolucionaria se originó en la década de 1830.

El movimiento se inició en 1830 en Francia, donde se derrocó al último monarca borbón (Carlos X) y se implantó una monarquía de carácter liberal, que proclamó rey a Luis Felipe de Orleans.

El ejemplo francés se extendió a los Estados italianos y alemanes, a España, Polonia y Bélgica (que consiguió la independencia). También en el Reino Unido, donde sin producirse una revolución, la presión de la población logró que ampliaran los derechos políticos y el sufragio.

Como resultado de estas revueltas liberales, en la mayoría de países de Europa occidental desaparecieron los regímenes absolutistas y se impusieron gobiernos liberales moderados, con sufragio censitario, libertades limitadas y predominio social de la alta burguesía.


La Unificación Italiana

El proceso de unificación de Italia ya fue planteado en las distintas revoluciones que tuvieron lugar de 1820 a 1848. A partir de entonces, el proceso se desarrolló en tres fases:

1.ª Fase (1849-1860)

Desde 1848, Víctor Manuel II de Saboya, rey del Piamonte-Cerdeña, dirigió el proceso unificador. Para ello contó con la ayuda de Cavour, primer ministro desde 1852. Se alió con Francia para luchar contra Austria, país que dominaba buena parte del norte de Italia. Austria fue derrotada en las batallas de Magenta y Solferino (1859). Pero el temor de Francia a Prusia, aliada de Austria, redujo el alcance de los acuerdos: el Piamonte solo recibió algunos territorios de Lombardía.

En 1860 se produjo la anexión de Parma, Módena y Romaña al Piamonte, tras un referéndum en estos territorios. Se creó un Parlamento común para las zonas de Italia que dominaba Víctor Manuel II y que se declaró Parlamento italiano.

2.ª Fase (1860-1865)

Se centró en la campaña de incorporación de Sicilia, para lo que Cavour contó con el apoyo de Garibaldi, nacionalista y republicano. En 1860, los campesinos sicilianos se sublevaron contra el rey de Nápoles. Cavour aprovechó el descontento campesino y envió a Sicilia los mil «camisas rojas» al mando de Garibaldi. Sicilia, en el sur, y Las Marcas y Umbría, en el centro de Italia, fueron incorporadas al reino de Piamonte. El nuevo Parlamento reconoció a Víctor Manuel II como rey de Italia.

3.ª Fase (1865-1870)

Solo faltaba incorporar los Estados Pontificios y el Véneto al nuevo Estado italiano. La guerra de Prusia e Italia contra Austria (1866) finalizó con la derrota austriaca, que cedió Venecia a Italia. Roma quedó unida a Italia y proclamada capital del nuevo Estado tras la derrota de Francia en Sedán (1870). Pero el papa no reconoció la anexión, lo que planteó la «cuestión romana», que no se resolvió hasta los Tratados de Letrán (1929), que crearon el Estado de la Santa Sede en el corazón de Roma.


Los Primeros Conflictos Laborales: El Ludismo

La nueva organización del trabajo y la introducción de máquinas no solo deterioró las condiciones laborales, sino que provocó una pérdida de puestos de trabajo: de este modo, de las 800.000 personas que en el año 1800 trabajaban en los telares manuales de Gran Bretaña, en 1834 solo quedaban 200.000. Ante esta situación, durante las primeras décadas del siglo XIX se produjeron numerosas protestas contra el nuevo sistema fabril. Pero la imposibilidad de organizarse de forma legal conducía a los asalariados a participar en revueltas espontáneas y violentas. A menudo, sus acciones se dirigían contra las máquinas y las destruían, por considerarlas responsables del paro y de la bajada de los salarios. Esta primera forma de organización y resistencia de los obreros recibe el nombre de ludismo, en referencia al nombre de un personaje inglés mítico, el capitán Ned Ludd. Las revueltas ludistas nacieron en Inglaterra entre 1811 y 1816, y se extendieron por todo el continente europeo. En España, las revueltas ludistas más importantes se produjeron en 1821, en Alcoy, y en 1835, en Barcelona. El ludismo consistía en la destrucción de máquinas como protesta. De este modo, la destrucción de máquinas se convirtió en una defensa del puesto de trabajo y también en una manera de presionar e intimidar a los empresarios en momentos de conflicto laboral.


La Primera Internacional (AIT)

5.1-La Primera Internacional

A partir de 1850, el número de trabajadores, organizaciones obreras y pensadores socialistas era ya muy importante. La conciencia de formar parte de una misma clase, más allá de los Estados y las fronteras, les llevaría a la constitución de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Fue creada en Londres en 1864 por delegados de asociaciones obreras inglesas y francesas y emigrantes polacos, italianos y alemanes. Posteriormente se incorporaron otros grupos (owenistas, cartistas, etc.) y personalidades involucradas en la lucha social.

La AIT o Primera Internacional se organizó en secciones nacionales y tenía un Consejo General dirigido por Marx, que redactó los estatutos y el manifiesto inaugural en el que se establecían los principios básicos de la Internacional: la emancipación de los trabajadores debía ser obra de los mismos trabajadores, que conquistarían el poder político para acabar con la sociedad burguesa e implantar el socialismo. Los primeros congresos de la organización se celebraron en Ginebra (1866), Lausana (1867) y Bruselas (1868). En ellos se adoptaron acuerdos para impulsar las movilizaciones obreras y se definieron una serie de reivindicaciones: reducción de la jornada laboral, supresión del trabajo infantil, socialización de los medios de producción y el recurso a la huelga como el medio más eficaz para conseguir estos objetivos.

A pesar de los acuerdos, existían discrepancias en el seno de la internacional. La más importante fue el enfrentamiento entre Marx y Bakunin, es decir, entre las ideas del socialismo marxista y las del anarquismo. Bakunin acusaba a Marx de controlar la Internacional y de que gran parte de los acuerdos de la AIT reflejaban las posiciones marxistas. Bakunin se oponía a la conquista del Estado y del poder político, propugnaba su abolición y se mostraba hostil a cualquier autoridad política. Las delegaciones de los países más industrializados (Gran Bretaña, Alemania) apoyaban las tesis de Marx, y los países más atrasados (España, Italia), con un sector agrícola todavía muy importante, las de Bakunin. Este enfrentamiento provocó la ruptura de la organización en 1872.


Sindicatos y Partidos Socialistas tras la Primera Internacional

5.3-Sindicatos y partidos socialistas tras la Primera Internacional Desde el último cuarto del siglo XIX, el crecimiento del capitalismo, asociado a la Segunda Revolución Industrial, produjo un extraordinario aumento de los trabajadores asalariados, tanto del proletariado industrial, como del sector terciario (empleados públicos, técnicos, administrativos, etc.). Se había iniciado ya la formación de grandes sindicatos centralizados como la fundación de la Asociación General de Sindicatos Alemanes (1863) y la constitución legal de las Trade Unions (1871) y se creó la Unión General de Trabajadores (UGT) en España (1888). El fortalecimiento de los sindicatos se tradujo en un aumento de la capacidad de presión de los trabajadores ante los empresarios y el gobierno. Las huelgas se convirtieron en instrumentos indispensables para forzar la negociación entre sindicatos y empresarios. Además, el sindicalismo exigió la intervención del Estado para arbitrar los conflictos, frenar los abusos laborales y garantizar que se aprobase una legislación laboral. Paralelamente se dieron los primeros pasos en la creación de partidos políticos obreros socialistas. El primero y más importante fue el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), fundado en 1875 bajo principios marxistas. En sus inicios estuvo prohibido por el gobierno alemán y se consolidó en la clandestinidad. Tras su legalización (1890) creció de forma espectacular: en 1912 obtuvo más de cuatro millones de votos (un 34,8%) y 110 escaños. Era la fuerza mejor organizada y el punto de referencia de los partidos obreros que se expandieron por Europa. Su éxito procedía de un programa y una práctica que combinaban el objetivo final revolucionario del socialismo con la lucha cotidiana para conseguir reformas inmediatas: sufragio universal masculino y femenino, jornada de ocho horas, impuestos progresivos sobre la renta, enseñanza laica, prohibición del trabajo infantil, etc. En Francia, el socialismo estaba más fragmentado y su crecimiento fue más lento. La unificación se realizó en 1905, siendo Jules Guesde y Jean Jaurès los principales dirigentes del nuevo partido. En España, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado por Pablo Iglesias en 1879, vio restringida su influencia por la importante presencia del anarquismo. En Gran Bretaña, el gran peso del sindicalismo retrasó la formación de partidos socialistas y a principios del siglo XX se fundó el Partido Laborista.