Transformaciones Políticas y Sociales en la España del XIX

Las causas de la Guerra de Independencia

En 1807, Godoy firmó con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, en virtud del cual se permitía a las tropas francesas su paso por España para conquistar Portugal, país aliado de Inglaterra. La disposición de las tropas francesas hizo sospechar a Godoy, quien pretendió trasladar a la familia real a Andalucía. Pero en marzo de 1808 estalló el Motín de Aranjuez, lugar donde se encontraba en ese momento la corte real. El origen del motín debe buscarse en el partido que se había formado en torno al príncipe heredero, el futuro Fernando VII, radicalmente opuesto al excesivo poder y protagonismo de Godoy. Carlos IV se vio obligado a destituir a Godoy y a abdicar a favor de su hijo Fernando. Posteriormente, comunicó a Napoleón lo ocurrido y reclamó su ayuda para recuperar el trono.

La Guerra de la Independencia, nombre con el que se designa la resistencia armada del pueblo español ante la ocupación efectiva de España por Napoleón, tuvo su desencadenante inmediato en los llamados Hechos de Bayona: las rencillas internas de la familia real española son aprovechadas por Napoleón, quien consigue atraerlos hasta Bayona; el 2 de mayo de 1808, cuando el resto de la familia real se disponía a abandonar el Palacio de Oriente en Madrid camino de Francia, el pueblo madrileño se amotinó (levantamiento popular) y fue reprimido por las tropas francesas; en las Abdicaciones de Bayona, Napoleón consiguió que Fernando VII le devolviese el poder a su padre, Carlos IV, y este, a su vez, a Napoleón, que finalmente nombró rey a su hermano (José Bonaparte); según se fueron conociendo los Hechos de Bayona, las provincias españolas fueron alzándose contra el poder francés.

La composición de los bandos

La guerra fue una acción contra el invasor francés, pero también una guerra civil, ya que un importante sector de la población española aceptó la legitimidad de José I Bonaparte. Como en toda guerra, el territorio quedó dividido en dos bandos:

  • La España de José I Bonaparte

    Era la parte española ocupada por el ejército francés. Contaba con el apoyo de los afrancesados, españoles seguidores de la política francesa (entre ellos algunos viejos ilustrados).

  • La España de la insurrección popular y la resistencia

    Afirmaban luchar en nombre de Fernando VII, pero estaban muy divididos entre:

    • Los liberales, cuyo rechazo a los franceses no les impedía compartir sus ideas y defendían el establecimiento de un nuevo tipo de monarquía.
    • Los absolutistas, partidarios del retorno de Fernando VII, como monarca absoluto, dentro de la tradición del Antiguo Régimen.

El desarrollo de la guerra

La guerra tuvo en sus comienzos un carácter de levantamiento popular contra la presencia francesa. En los territorios donde triunfaron los rebeldes antifranceses, se destituyó a las autoridades y se crearon juntas locales, nuevos órganos de poder. A su vez, las juntas locales se agruparon en juntas supremas provinciales. Estas finalmente quedaron integradas en una Junta Suprema Central, que dirigió la guerra contra los franceses y asumió el gobierno del país en las zonas no ocupadas. En 1810, la Junta Suprema traspasó sus poderes a un Consejo de Regencia, que actuaba en nombre de Fernando VII y se estableció en Cádiz, la zona más segura de la península.

En el desarrollo del conflicto distinguimos tres fases:

  • Primera fase (mayo – noviembre de 1808)

    El ejército francés intenta ocupar las principales vías de comunicación desde la frontera gala hasta Lisboa, Sevilla y Cádiz. El hecho más destacable fue la batalla de Bailén (Jaén), en la que las tropas del general Castaños vencieron a las del general Dupont. José I huye de Madrid.

  • Segunda fase (finales de 1808 – 1812)

    Napoleón suspende temporalmente su campaña hacia Rusia y acude a España con un ejército de 250.000 veteranos, integrantes de la Grande Armée, bien entrenados y muy capacitados. Conquista Burgos, toma Zaragoza y tras la victoria de Somosierra entra en Madrid, desde donde avanza en todas direcciones y conquista casi toda la península. Solo Cádiz y Lisboa quedaron libres de la ocupación. En esta fase, la resistencia se organizó en guerrillas, que contaron con el apoyo de la población civil, y entre los guerrilleros destacaron Espoz y Mina, Juan Martín el Empecinado y el cura Merino.

  • Tercera fase (primavera de 1812 en adelante)

    Aprovechando la retirada de tropas francesas para la invasión de Rusia, Inglaterra desembarca en Lisboa un potente ejército al mando de Wellington que, junto a los ejércitos españoles y portugueses, iniciaron una gran ofensiva, entrando en España por Badajoz y Salamanca. Como resultado, se obtuvo la victoria de Arapiles (Salamanca), tras la que José I abandona definitivamente Madrid. Finalmente, Napoleón no tuvo más remedio que firmar el Tratado de Valençay (11 de diciembre de 1813), por el que se reconocía la libertad de España y se liberaba a Fernando VII.

La restauración del absolutismo (1814-1820)

Fernando VII es liberado en marzo de 1814 y repuesto en sus derechos al trono español por el Tratado de Valençay. Las Cortes han decidido no reconocerle hasta que no jure la Constitución, mientras que los absolutistas ven en el regreso del monarca la mejor oportunidad para volver al Antiguo Régimen. Se organizaron rápidamente para mostrarle su apoyo y le entregan un escrito denominado el “Manifiesto de los Persas”, donde expresaron su respaldo a la doctrina absolutista, al tiempo que solicitan la derogación de la obra de las Cortes de Cádiz.

Fernando, animado por estos apoyos y la indiferencia del pueblo, protagonizó un golpe de Estado al declarar, mediante Decreto del 4 de mayo de 1814, nulos y de ningún valor ni efecto los artículos de la Constitución y los decretos de Cádiz. Establecidos en Madrid, el rey y sus colaboradores proceden a restaurar el orden anterior a 1808:

  • Se disuelven la Regencia y las Cortes.
  • Se detiene y procesa a los más destacados liberales y se practica una represión sin contemplaciones.
  • Se suprimen Diputaciones, jefes políticos y ayuntamientos constitucionales.
  • Se restablecen la Inquisición y los gremios.
  • Se restaura la división estamental y el régimen señorial.

La situación internacional era además favorable, pues, tras la derrota de Napoleón, las potencias absolutistas vencedoras habían conseguido en el Congreso de Viena restaurar el viejo orden en toda Europa y crean la Santa Alianza (Austria, Prusia y Rusia) para garantizar la defensa del absolutismo y el derecho de intervenir en cualquier país para frenar el avance del liberalismo.

La oposición sufrió una dura represión: muchos huyeron y otros fueron desterrados y optaron por el exilio a Francia. Los que se quedaron no tardaron en conspirar contra Fernando VII. Refugiados en la clandestinidad, en las sociedades secretas y la masonería, vieron en el apoyo militar la única salida para derrocar al régimen. Los pronunciamientos fracasados se sucedieron (Espoz y Mina en Navarra, Porlier en Galicia, Lacy en Cataluña…), y fue precisamente en el seno del ejército destinado a sofocar el independentismo de las colonias americanas donde se fraguó el golpe de Estado definitivo.

El Trienio Liberal (1820-1823)

En un ambiente de malestar generalizado por el retraso en la salida hacia América del Ejército, el pronunciamiento definitivo contra el absolutismo se inicia en enero de 1820 en Cabezas de San Juan (Sevilla). Su protagonista fue el teniente coronel Rafael del Riego, al frente del ejército que tenía como misión embarcar para Buenos Aires y combatir a los independentistas americanos. La sublevación se extendió por bastantes ciudades españolas, apareciendo Juntas Municipales y una Junta Provisional General. Fernando VII finalmente tuvo que jurar la Constitución de 1812. El nuevo gobierno proclamó una amnistía y convocó elecciones. Las Cortes, compuestas por mayoría de diputados liberales, restauraron gran parte de las reformas de las Cortes de Cádiz y pretendieron lograr varios objetivos:

  • Liquidar el feudalismo en el campo, convirtiendo la tierra en una mercancía más, susceptible de ser comprada y vendida, e introducir relaciones de tipo capitalista entre propietarios de la tierra y campesinos arrendatarios.
  • Deseaban, también, liberalizar la industria y el comercio, y modernizar política y administrativamente el país.
  • Reinstauraron la Milicia Nacional, ya creada en las Cortes de Cádiz, cuerpo armado de voluntarios formado por las clases medias con el fin de garantizar el orden y defender las reformas constitucionales.
  • Se difundieron las llamadas “Sociedades Patrióticas”, clubes para la discusión y la agitación política que tuvieron como foros los cafés (de los que habla Benito Pérez Galdós en los Episodios Nacionales).

Sin embargo, el rey inició una labor de obstrucción de todo lo hecho por las Cortes:

  • Paralizó todas las leyes que pudo recurriendo al derecho de veto que le otorgaba la Constitución, lo que provocó la escisión de los liberales.
  • Conspiró de forma secreta contra el gobierno, buscando la alianza con las potencias absolutistas de la Santa Alianza para que invadiesen el país y restaurasen el absolutismo.
  • Fortaleció a los partidarios de la contrarrevolución (). El gobierno liberal acabó con tales partidas y disolvió la Regencia, pero la intervención de la Santa Alianza y en concreto de los Cien Mil Hijos de San Luis, repuso a Fernando VII como monarca absoluto.

La reacción absolutista: La Ominosa Década (1823-1833)

La llamada “Ominosa Década” (1823-1833) se caracterizó por la vuelta a las instituciones de la monarquía absoluta (salvo la Inquisición) y por la abolición de la legislación liberal. El primer gobierno absolutista inició una feroz represión política contra los liberales. A través de las Juntas de Depuración se depuró la administración y el ejército, y un verdadero terror se extendió por el país entre todo posible partidario de las ideas liberales. Riego fue ejecutado a modo de castigo ejemplar, y las conspiraciones liberales terminaron fracasando con la huida de Espoz y Mina y el fusilamiento de Torrijos. Pero la presión de las potencias de la Restauración y la situación de crisis económica y fiscal que atravesaba el país forzaron al monarca a moderar su gobierno y a aceptar una política de reformas:

  • Adoptó posiciones más abiertas a la colaboración con el sector moderado de la burguesía financiera e industrial y concedió un arancel proteccionista para las manufacturas catalanas.
  • Se propuso pagar las deudas del país y elaboró, por primera vez en la historia de España, unos presupuestos generales del Estado.
  • Se impulsaron las actividades económicas con la creación de un nuevo Código de Comercio, la Bolsa de Madrid y el Banco de San Fernando.
  • En cuanto a las reformas administrativas, las más destacadas fueron la creación del Consejo de Ministros, el de Fomento y la Superintendencia de Policía.

En 1830, Fernando VII no había tenido hijos, por lo que el heredero era su hermano Carlos, opuesto a toda moderación del absolutismo. Cuando la reina se queda embarazada surge un problema, y ante la posibilidad del nacimiento de una hija, se promulgó la Pragmática Sanción, que anulaba la Ley Sálica, lo que truncaba las esperanzas de sucesión de Carlos María Isidro. La recién nacida fue una niña, Isabel. A la muerte del rey Fernando VII en 1833, el trono pasaba a ella, de solo tres años, apoyada por sus partidarios (los liberales), denominados por apoyar la regencia de la reina María Cristina, madre de Isabel. Por otro lado, Carlos inició un levantamiento absolutista en el norte de España, dando origen a la Primera Guerra Carlista.

La Independencia de las Colonias Americanas

Causas

América proporcionaba a principios del XIX una cuarta parte de los ingresos ordinarios de la Corona, y el comercio colonial constituía la parte más importante del sistema de intercambios exteriores de España. Por eso, las luchas independentistas, con el bloqueo de los intercambios económicos transatlánticos que causaron y los enormes gastos militares que originaron, fueron un factor de primer orden en el desenlace de la crisis del Antiguo Régimen español. Y a la inversa, esa crisis creó las circunstancias idóneas para el éxito del movimiento independentista.

Tras la pérdida de los últimos territorios europeos en el Tratado de Utrecht (1713), España había puesto toda su atención en reforzar la integración económica y administrativa de los territorios americanos. Esta política coincidió con un gran aumento de la población criolla (blancos americanos descendientes de españoles dedicados al comercio y a la explotación de plantaciones y haciendas ganaderas), que llegará a constituir la quinta parte de los cerca de 15 millones de habitantes americanos censados en 1797. Será este grupo social el que lidere el movimiento independentista, que se produjo por las siguientes causas:

  • Económicas

    Los fuertes impuestos y el monopolio del comercio americano ejercido por la península desde la llegada de los Borbones, que habían convertido a las colonias en fuente de aprovisionamiento de materias primas y alimentos para la metrópoli, así como en un mercado consumidor de las manufacturas producidas en España. Estas medidas estaban bloqueando su desarrollo industrial y comercial, y perjudicaban los intereses de los criollos.

  • Político-sociales

    El profundo descontento generado entre los criollos ante su exclusión de los principales cargos políticos y administrativos americanos, que se reservaban para los españoles peninsulares, junto con la crisis de 1808, que abrió el debate sobre las relaciones con la metrópoli.

  • Ideológicas

    La difusión de los ideales ilustrados y las teorías liberales junto con el ejemplo revolucionario de las colonias norteamericanas (1775-83) y de la Revolución Francesa (1789).

  • Internacionales

    Los conflictos contra Inglaterra habían llevado al aislamiento de las colonias españolas tras Trafalgar (1805), lo que será aprovechado por Inglaterra y EE.UU para ayudar a los independentistas.

Las Guerras Carlistas

Causas

Fernando VII murió en septiembre de 1833. Dos días después, su hermano Carlos María Isidro, a través del Manifiesto de Abrantes, reclamaba el trono desde Portugal. En distintos puntos de España hubo levantamientos a favor de don Carlos, pero, poco a poco, la guerra que se desataba no era solo una guerra dinástica, sino un enfrentamiento entre los partidarios del Antiguo Régimen y los que querían convertir a España en un Estado liberal. La regente María Cristina buscó el apoyo de los liberales, única fuerza capaz de defender los derechos al trono de Isabel II.

  • Los Carlistas

    Eran partidarios del absolutismo monárquico, la defensa de la religión y de los fueros que se identificaban con el Antiguo Régimen; esta defensa foral arrastrará a las provincias vascas y a Navarra a la causa carlista. Contaban con el apoyo de miembros del ejército, la mayor parte del clero regular y del bajo clero secular, parte de la nobleza y del campesinado. Las zonas de mayor implantación carlista fueron Álava, Guipúzcoa, Vizcaya, Navarra, el Maestrazgo y el Pirineo catalán.

  • Los Isabelinos o Cristinos

    Contaron con el apoyo de parte de la alta nobleza, del funcionariado y parte de las altas jerarquías de la Iglesia, altos mandos del ejército, burguesía, profesiones liberales (abogados, médicos…) y clases populares urbanas.

Primera Guerra Carlista (1833-1840)

El pretendiente don Carlos se estableció en Navarra con un gobierno alternativo al de la regente. La buena suerte de los carlistas se trunca en 1835 cuando el coronel carlista Zumalacárregui muere en el cerco de Bilbao. A partir de 1835 se producen las grandes expediciones. En 1836 tiene lugar la primera de ellas, la del general Miguel Gómez. Partió del País Vasco y consiguió llegar a Galicia, después se dirigió a Valencia y de aquí hacia Andalucía. La expedición no logró consolidar el carlismo en ningún punto y terminó regresando hacia el norte. En 1837, tuvo lugar la “expedición real”, que partió de Navarra, bajo la dirección del propio pretendiente y a la que se unió Ramón Cabrera, llegando a las afueras de Madrid. La acción del general Espartero obligó al pretendiente a regresar al País Vasco. Los fracasos militares empezaban a dividir a los dirigentes carlistas, conscientes de la imposibilidad de una victoria militar. Finalmente, el general carlista Maroto firmó el convenio de Vergara (1839) con Espartero por el que se ponía fin a la guerra.

Segunda Guerra Carlista (1846-1849)

No tuvo el impacto ni la violencia de la primera. El pretendiente al trono era Carlos VI (hijo de Carlos María Isidro). Buscaba un matrimonio con Isabel II, pero al no producirse se desencadenó nuevamente la guerra, cuyo principal escenario estuvo en el campo catalán.

Consecuencias

Además de elevados costes humanos, tuvo importantes repercusiones políticas y económicas:

  • La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo: el agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos convirtió a los liberales en el más seguro y consistente apoyo del trono de Isabel II.
  • El protagonismo político de los militares. Ante la amenaza carlista, los militares se convirtieron en una pieza clave para la defensa del régimen liberal. Los generales se colocaron al frente de los recién creados partidos y se convirtieron en árbitros de la vida política. El recurso abusivo a la práctica del pronunciamiento se convirtió en una fórmula habitual de promover cambios de gobierno o reorientar la política durante todo el reinado.
  • Los enormes gastos de guerra. La nueva monarquía liberal, para hacer frente a la guerra, pasó por serios apuros fiscales, que en gran medida condicionaron la orientación dada a ciertas reformas (como la desamortización de Mendizábal).

Partidos Políticos y Protagonismo Militar durante el Reinado de Isabel II

A comienzos del reinado de Isabel II, durante la regencia de María Cristina, surgieron los dos primeros partidos políticos, como embrionarias organizaciones que canalizaban las dos grandes corrientes ideológicas iniciales: el Partido Moderado y el Partido Progresista. Posteriormente, a mediados del siglo, ya en el reinado efectivo de Isabel II, aparecieron dos nuevos partidos a partir de escisiones de los anteriores: el Partido Demócrata y la Unión Liberal. Fuera de la corriente ideológica y del sistema político, pervivía el Carlismo, más como movimiento que como partido en sentido estricto.

También existió un gran protagonismo político de los militares: influyeron en la política a través de pronunciamientos, hasta el punto de que los cambios de gobierno no se efectuaban por decisiones electorales, sino por pronunciamientos y golpes de Estado (Espartero, Narváez, O´Donnell). Estos militares darán lugar a las distintas fases políticas que se desarrollarán durante el reinado de Isabel II, influyendo con su personalidad y tendencia política.

El Partido Moderado

Defendían la soberanía compartida entre las Cortes y el rey, unas Cortes bicamerales con un Senado de nombramiento regio, una organización administrativa uniforme y centralizada para toda España, dividida en provincias, nombramiento de los alcaldes por el gobierno, un sufragio censitario, restringido a las clases propietarias y a las capacidades (individuos a los que por su profesión o cargo se les reconoce el derecho a votar), lo que impedía el acceso de las clases populares a la política. Contaba con el apoyo de la antigua nobleza, que logró salvar sus propiedades agrarias, y la nueva burguesía liberal (grandes comerciantes, industriales y financieros), que también se hará terrateniente. Su principal líder y representante era el general Narváez.

El Partido Progresista

Eran partidarios de un liberalismo más amplio, defendían la soberanía nacional representada en las Cortes, el establecimiento de limitaciones al poder de la corona, la Milicia Nacional, ayuntamientos electivos, un sufragio más amplio pero sin universalizarlo. El partido progresista se apoyaba en las clases medias y artesanos en las ciudades, parte de la oficialidad del ejército y de los profesionales liberales. Su figura más destacada fue el general Espartero.

El Partido Demócrata

Surge en 1848 (año de revoluciones europeas) como una escisión del partido progresista. Minoría en un principio, pero que junto con los republicanos irán tomando fuerza hasta ser decisivos en la Revolución de 1868. El programa demócrata es una radicalización del progresista:

  • Soberanía nacional y sufragio universal.
  • Monarquía muy limitada.
  • Amplios derechos y libertades fundamentales (de reunión, asociación, de conciencia, etc.).
  • Modelo de Estado aconfesional.
  • Descentralización administrativa.

Sus bases sociales son mucho más amplias (pequeña burguesía y proletariado).

La Unión Liberal

Se constituyó en los años 50 como partido de centro: se nutría principalmente del ala derecha del Partido Progresista y, sobre todo, del ala izquierda del Partido Moderado. Como partido con vocación centrista, aspiraba a ser una alternativa política tan distante del progresismo radical como del moderantismo reaccionario. Su principal líder fue el general O´Donnell.

Las Desamortizaciones

La Desamortización de Mendizábal

En plena guerra carlista, Mendizábal decretó la disolución de las órdenes religiosas, excepto las dedicadas a la enseñanza y a la asistencia hospitalaria, y la incautación por parte del Estado del patrimonio de las comunidades afectadas, es decir, dejaban de ser manos muertas para convertirse en bienes nacionales (incluía tierras, casas, monasterios y conventos con todos sus enseres). Con estos bienes se constituyeron lotes de propiedades que fueron reprivatizados mediante subasta pública, a la que podían acceder los particulares interesados en su compra. Se podían comprar con dinero en metálico o con título de la Deuda pública.

¿Qué se pretendía con esta desamortización?

  • Obtener dinero para sufragar los gastos de la guerra carlista, condición indispensable para consolidar el régimen liberal.
  • Liquidar la deuda pública. Así el Estado saneaba la Hacienda y aparecía más solvente para futuras peticiones de préstamos.
  • Desacreditar el poder económico de la Iglesia.
  • Crear una base social de pequeños y medianos campesinos propietarios, compradores que se implicarían en el triunfo del liberalismo y apoyarían el nuevo régimen.
  • Asentar en el trono a Isabel II, muy cuestionada por los liberales.

Al Estado le quedaría, a cambio, la obligación económica de compensar al clero secular de su pérdida, mediante el pago de un sueldo que se convendría con el Papa en el Concordato de 1851, durante el gobierno moderado de Bravo Murillo.

La Desamortización de Madoz

Realizada en 1855, se denomina “general” porque ponía en venta la totalidad de los bienes pertenecientes al Estado, de la Iglesia, de las órdenes militares, de las cofradías, de las instituciones benéficas y sobre todo de los ayuntamientos (bienes de propios y comunes). Por ella se obligaba a los ayuntamientos a poner en venta los bienes de propios, es decir, aquellos que proporcionaban una renta al concejo por estar arrendados, pero los comunales, que eran aprovechados gratuitamente por los vecinos del municipio, no podían ser vendidos. Sin embargo, en la práctica, tal distinción no era fácil y muchos ayuntamientos aprovecharon para hacer una liquidación general de las propiedades comunales de los pueblos.

El volumen de lo puesto a la venta fue mucho mayor que en 1837 y se pretendía igualmente conseguir recursos para la Hacienda, con el fin de amortizar parte de la Deuda pública, pero también una gran parte fue destinada a financiar la industrialización del país y la construcción del ferrocarril.

La Estructura Social

Aristocracia

Desposeída de sus privilegios jurídicos, conserva sus propiedades y se adapta bien al nuevo régimen liberal de signo conservador. Incluso se enriquece con la desvinculación y la compra de bienes desamortizados, invirtiendo en otros negocios, acercándose a la alta burguesía, junto a la que se convierte en el grupo social dominante, protagonista de los períodos moderados. En el Senado siempre hubo un 40-50 % de aristócratas, a lo que habría que añadir altas jerarquías eclesiásticas, militares de alto rango y grandes contribuyentes emparentados con la nobleza, lo que hizo de esta cámara permanentemente un freno conservador.

Burguesía

Grupo reducido, protagonista del cambio político, con notables diferencias en su seno. La alta burguesía (grandes hombres de negocios, banqueros, altos funcionarios, terratenientes, etc.) milita en el moderantismo y aspira a emparentar con la aristocracia. Desea preservar su estatus dominante y teme la subversión popular, por lo que apoyará un poder ejecutivo fuerte en un Estado centralizado. La baja burguesía (pequeños empresarios, intelectuales, profesionales liberales, funcionarios, etc.) o clases medias, excluida del poder político a través del sufragio censitario y del poder moderador de la Corona, militará en opciones liberales progresistas o radicales (demócratas y republicanos).

Campesinado

Aproximadamente dos tercios de la población, apegados a la tradición y sumidos en un prolongado silencio. En general, salió perjudicado de la adaptación del régimen de propiedad agraria hacia una economía de mercado. Los bienes desamortizados vendidos en pública subasta agravaron el problema del latifundismo en la mitad sur del país, extendiéndose la proletarización en el campo (jornaleros analfabetos y con prolongado paro estacional), caldo de cultivo para el anarquismo de fines del XIX. Los pequeños labradores del norte se empobrecerán y militarán en las filas del carlismo.

Proletariado Industrial

Solo aparece en este momento en Cataluña, única región industrializada. El movimiento obrero en España se difunde muy lentamente a través de folletos e ideales asociativos. Hasta 1868, los obreros se sienten atraídos hacia los partidos demócratas y republicanos. Desde 1868, entran en contacto con las organizaciones europeas de la Primera Asociación Internacional de Trabajadores (1864-76), afianzando su conciencia específica de clase y alejándose de la burguesía radical demócrata y republicana.

La Iglesia

El liberalismo atacó el poder institucional y patrimonial de la Iglesia. A la actitud reticente del Papa para reconocer a Isabel II y al nuevo Estado liberal español, se sumó la exclaustración de religiosos y la desamortización de los bienes eclesiásticos, reduciendo el poder e influencia de la Iglesia, a menudo usada a favor de la causa carlista. No obstante, la Iglesia, desde el Concordato de 1851, comenzó a recuperar su influencia, integrada en los sectores del conservadurismo español. Pero la Iglesia, replegada sobre sí misma, impregnada de un espíritu conservador no exento de victimismo contra las transformaciones del mundo moderno, quedó aislada de las nuevas corrientes socioculturales, de intelectuales y de las nuevas clases proletarias.

Por otra parte, en una España mayoritariamente agraria y con tasas de analfabetismo del 80% en 1850, no existía una opinión pública como tal. Las clases bajas españolas estaban preocupadas por la difícil subsistencia.

El Sexenio Democrático (1868-1874)

La Constitución de 1869

Las Cortes surgidas de las primeras elecciones posteriores a la Revolución de 1868 se pronunciaron a favor de una monarquía democrática y rápidamente, en menos de 4 meses, elaboraron la Constitución de 1869, de ideología liberal-democrática, que proclama:

  • La soberanía nacional, que radica en las Cortes bicamerales (Congreso y Senado), ambas con carácter electivo y elegidas mediante sufragio universal masculino para mayores de 25 años.
  • La monarquía democrática como forma de gobierno, en la que “el rey reina, pero no gobierna”.
  • La división de poderes (el ejecutivo ejercido por el rey a través de sus ministros responsables ante las Cortes, limitándose el monarca a sancionar y promulgar las leyes; el legislativo por las Cortes; y el judicial por los jueces, creando un sistema de oposiciones que acababa con el nombramiento de estos por el gobierno y restableciendo el juicio por jurado).
  • Una amplísima declaración de derechos y libertades, no reconocidos hasta el momento, como el de libertad de expresión y prensa, reunión y asociación (para impedir que pudieran ser recortados por leyes posteriores), de residencia, de enseñanza, de culto, la inviolabilidad del correo, etc.
  • Un Estado aconfesional, aunque la Nación debe mantener el culto y los sacerdotes católicos.

Etapas del Sexenio Democrático

El llamado Sexenio Democrático es un período que constituye el primer ensayo democrático de nuestra historia. Abarca desde 1868 (destronamiento de Isabel II) hasta 1874 (proclamación de Alfonso XII como rey de España). Podemos dividir este período en tres etapas fundamentales:

  • La Revolución de 1868 y la caída de la monarquía isabelina.
  • La monarquía de Amadeo I de Saboya (1871-1873).
  • La Primera República (1873-1874).

Conflictos durante el Sexenio Democrático

Esta experiencia democrática fracasó por la constante inestabilidad política, social y económica, en gran parte provocada por la concurrencia de tres graves conflictos:

  • La Guerra de los Diez Años de Cuba (1868-1878)

    Liderada por Céspedes (), y finalizada ya en la etapa de la Restauración con la Paz de Zanjón. En Cuba existía un movimiento liberal que aspiraba a la autonomía y defendía sus intereses. Detrás del conflicto también estaba la abolición de la esclavitud, pero el sistema productivo cubano, según los grandes hacendados españoles, no podía prescindir de la mano de obra esclava. El conflicto no se cerró definitivamente y tuvo importantes costes económicos y políticos.

  • La Tercera Guerra Carlista (1872-1876)

    Aprovechará la debilidad del Sexenio para intentar crear un Estado alternativo en las provincias vascas y navarras. Fue un importante factor de desestabilización de la monarquía democrática de Amadeo I de Saboya y de la Primera República. Sus consecuencias serán que con la llegada de la centralizadora Restauración se pondrá fin al sistema foral vasco, transformándose el fuerismo en un nacionalismo de base étnica, católica y xenófoba.

  • La Insurrección Cantonalista (1873)

    Comenzó en Cartagena durante la república federalista de Pi i Margall y se difundirá por toda la península. Será Salmerón el que restablezca el orden en la mayoría de los cantones. La intención de los cantones sublevados era impulsar una auténtica revolución social. Constituyó uno de los principales factores del fracaso de la Primera República, y de aquí en adelante se asociará lo federal con el desorden y con el anarquismo.