El Turno de Partidos y el Caciquismo en la España de la Restauración
Falseamiento Electoral y Caciquismo
El sistema del turno pacífico pudo mantenerse durante más de veinte años gracias a la corrupción electoral y al caciquismo, un fenómeno extendido por toda España.
La adulteración del voto fue una práctica habitual que se logró mediante el restablecimiento del sufragio censitario. El triunfo del partido que convocaba las elecciones, tras ser requerido para formar gobierno, era convenido y se conseguía gracias al falseamiento de los resultados. De este modo, el triunfo electoral permitía la creación de una amplia mayoría parlamentaria al partido gobernante.
Los caciques eran personas notables, ricos propietarios que daban trabajo a jornaleros y que tenían una gran influencia en la vida local. Sus funciones incluían:
- Controlar los ayuntamientos
- Hacer informes
- Dirigir el sorteo de las quintas
- Resolver o complicar los trámites burocráticos
- Orientar la dirección del voto
Los caciques manipulaban las elecciones continuamente de acuerdo con las autoridades, especialmente los gobernadores civiles. A través de trampas electorales, conseguían la adulteración de los resultados electorales, un proceso conocido como pucherazo. Para lograr la elección del candidato gubernamental, se falsificaba el censo, se manipulaban las actas electorales y se amenazaba al electorado, incluso con violencia, para atemorizar a los contrarios.
El Desarrollo del Turno de Partidos
A lo largo del período, los conservadores gobernaron seis veces y los liberales cuatro.
El Partido Conservador se mantuvo durante cuatro años ininterrumpidos hasta la llegada de Sagasta, quien formó un primer gobierno liberal que introdujo el sufragio universal masculino para los comicios municipales. Cánovas volvió al poder posteriormente, pero el temor a una desestabilización del sistema tras la muerte de Alfonso XII impulsó un acuerdo entre conservadores y liberales, conocido como el Pacto del Pardo. Su finalidad era dar apoyo a la regencia de María Cristina (segunda esposa de Alfonso) y garantizar la continuidad de la monarquía.
Bajo la regencia, el Partido Liberal gobernó más tiempo que el Conservador. Durante el llamado “gobierno largo” de Sagasta, los liberales impulsaron una obra reformista. Se aprobó la Ley de Asociaciones que:
- Eliminó la distinción entre partidos legales e ilegales
- Permitió la entrada en el juego político a las fuerzas opositoras
- Se abolió la esclavitud
- Se introdujo la celebración de juicios por jurados
- Se introdujo un nuevo Código Civil
La reforma más importante fue la implantación del sufragio universal masculino, que otorgó el derecho a voto a todos los varones mayores de 25 años. Sin embargo, la universalización del sufragio quedó desvirtuada por la continuidad de los fraudes y la corrupción electoral.
En la última década del siglo, los conservadores volvieron al poder, luego regresaron los liberales, y Cánovas asumió la presidencia del gobierno hasta su asesinato. El personalismo del sistema deterioró a los partidos, provocando disidencias internas y la descomposición de ambos. En el Partido Liberal surgieron figuras como Antonio Maura, mientras que en los conservadores destacó la disidencia de los reformistas de Francisco Silvela.
Las Fuerzas Políticas Marginadas del Sistema
La Evolución del Republicanismo
Tras el fracaso del Sexenio Democrático, el republicanismo tuvo que hacer frente al desencanto de parte de sus seguidores y a la represión de los gobiernos monárquicos. Además, se hallaban fuertemente divididos.
Destaca la formación de nuevos partidos, entre ellos:
- Partido Republicano Posibilista: Liderado por Emilio Castelar, quien se adaptó a las nuevas condiciones, convencido de la pérdida de fuerza de sus ideales y de que la Restauración garantizaría el orden social.
- Partido Republicano Progresista: Liderado por Ruiz Zorrilla, quien no descartaba la acción violenta contra la monarquía y protagonizó un fallido intento de alzamiento.
- Partido Republicano Centralista: Fundado por Salmerón tras su ruptura con el partido de Zorrilla debido a las prácticas insurreccionales.
- Partido Republicano Federal: Liderado por Pi y Margall, fue el republicanismo con más adeptos y más fiel a su ideario, contando con el apoyo de las clases populares.
Los republicanos consiguieron rehacerse de su descalabro electoral cuando, por primera vez, hubo una importante minoría republicana en las Cortes. El sufragio universal masculino comportó una cierta revitalización del republicanismo y estimuló la formación de alianzas electorales como la Unión Republicana, que agrupaba a las distintas familias republicanas, a excepción de los posibilistas.
El republicanismo perdió parte de sus antiguas bases sociales y tuvo que luchar por los votos populares en competencia con el Partido Socialista Obrero Español, fundado por Pablo Iglesias.
La Reconversión del Carlismo
Tras la derrota carlista, se prohibió la estancia en España del pretendiente don Carlos de Borbón, y el carlismo entró en una grave crisis después de que destacados miembros, como Ramón Cabrera, reconocieran a Alfonso XII. Además, la Constitución de 1876 descartaba de la sucesión al trono a toda la rama carlista de los Borbones.
La dirección del carlismo tardó en readaptar su actividad para convertirse en un nuevo partido político capaz de participar en las contiendas electorales. Carlos VII depositó su confianza en Cándido Nocedal, quien extendió los Círculos Carlistas. Los carlistas mantuvieron su fuerza en Navarra, el País Vasco y Cataluña, pero su influencia era escasa en el resto del territorio español. La renovación del partido corrió a cargo de Juan Vázquez de Mella, quien propuso un programa adaptado a la nueva situación política, conocido como el Acta de Loredan. Este acta mantenía la vigencia de antiguos principios como la unidad católica, el fuerismo, la autoridad del pretendiente carlista y la oposición a la democracia.
El Partido Carlista estaba compuesto por figuras como Cándido Nocedal y Juan Vázquez de Mella.
Una parte del partido acusó a Carlos VII y a los principales dirigentes de no apoyar la política católica impulsada por el papado contra el liberalismo, y culparon a don Carlos de cesarismo. El líder de esa corriente fue Ramón Nocedal, quien protagonizó la fundación del Partido Católico Nacional, que se convirtió en un partido católico integrista.
Aunque sus principales dirigentes optaron por la vía política, el Partido Carlista no olvidó su tradición insurreccional, manteniendo las jerarquías militares y fundando una milicia, el Requeté.
Otras Fuerzas Políticas
De los grandes partidos dinásticos se formaron principalmente tres partidos, lo que dio lugar a la aparición de nuevos políticos:
- Unión Católica: Liderada por Alejandro Pidal, era un partido conservador y católico, diferenciado de los carlistas, pero crítico con los conservadores, a quienes acusaban de excesivas connivencias con el reformismo liberal.
- Partido Democrático-Monárquico: Fundado por los liberales y liderado por Segismundo Moret, surgió como una escisión por la izquierda de los fusionistas de Sagasta, atrayendo a hombres que habían sido adictos a la revolución de 1868, como Montero Ríos y Cristino Martos.
- Izquierda Dinástica: Fundada por el general Serrano.
Sin embargo, nadie pudo desbancar a Sagasta del liderazgo de los liberales, y los nuevos partidos tuvieron escaso apoyo electoral.
El Surgimiento de Nacionalismos y Regionalismos
El Regionalismo Catalán
La región que desarrolló un movimiento regionalista más fuerte fue Cataluña. La industrialización había hecho de Barcelona y su entorno la primera zona industrial de España, propiciando el nacimiento de una influyente burguesía de empresarios industriales. Este nuevo grupo social, poco representado en los diferentes gobiernos, hizo de la defensa del proteccionismo un elemento aglutinador.
El desarrollo socioeconómico coincidió con un notable renacimiento de la cultura catalana y una expansión del uso de su lengua, el catalán. A mediados del siglo XIX, nació un movimiento conocido como la Renaixença, cuyo objetivo era la recuperación de la lengua y de las señas de identidad catalanas. El catalanismo surgió de la conjunción del progreso económico y el renacimiento cultural.
Paralelamente, se desarrolló el catalanismo político. Una de sus vertientes se basaba en el tradicionalismo, con el obispo Torras y Bages como máximo representante. Otra era de carácter progresista, dirigida por Valentí Almirall, quien fundó el Centre Català.
Un paso muy importante en la consolidación del catalanismo político fue la elaboración de las Bases de Manresa, un documento producido por la Unió Catalanista, que proponía la consecución de un poder catalán como resultado de un pacto con la corona y, por tanto, la consideración de Cataluña como una entidad autónoma dentro de España. El regionalismo se convirtió en nacionalismo.
La crisis del sistema político de la Restauración acrecentó el interés de la burguesía catalana por tener su propia representación política al margen de los partidos dinásticos. Más adelante se creó la Lliga Regionalista, fundada por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. El nuevo partido aspiraba a participar en la política y a tener representantes en las instituciones que defendiesen el catalanismo. El éxito electoral convertiría a la Lliga en el partido hegemónico de Cataluña.
El Nacionalismo Vasco
El nacionalismo vasco surgió en la década de 1890. Hay que considerar la reacción ante la pérdida de una parte sustancial de los fueros tras la derrota del carlismo y el desarrollo del euskera, que dio lugar a la creación del movimiento de los euskaros.
Su gran propulsor fue Sabino de Arana, quien sentía una gran pasión por la cultura autóctona de Euskalerria. Arana creyó ver un gran peligro para la subsistencia de la cultura vasca en la llegada de inmigrantes, los maketos, procedentes de otras regiones de España a la zona minera e industrial de Bilbao. Pensaba que esta población ponía en peligro el euskera, las tradiciones y la etnia vasca.
Más adelante se creó el Partido Nacionalista Vasco (PNV) en Bilbao. Arana popularizó un nuevo nombre para su patria, Euzkadi, una bandera propia y propuso un lema para el partido: “Dios y ley antigua”. El movimiento estaba impregnado de un gran sentimiento católico y de defensa de la tradición, pretendía impulsar la lengua y las costumbres vascas y defendía la pureza racial del pueblo vasco.
El PNV se declaró de inmediato independentista con respecto a España y fue evolucionando hacia el autonomismo. Aunque a la muerte de Arana aparecieron disensiones dentro del nacionalismo vasco, su progreso electoral fue constante en las primeras décadas del siglo XX. Su principal rival fue el carlismo, que reclamaba la vuelta de los fueros.
El Nacionalismo Gallego
Otro nacionalismo con cierto relieve fue el galleguismo. La lengua gallega se usaba sobre todo en el medio rural, e intelectuales y literatos gallegos emprendieron el camino para convertirla en lengua literaria. Ello dio lugar al nacimiento de la corriente llamada Rexurdimento, cuya figura principal fue Rosalía de Castro.
Unas minorías cultas empezaron a responsabilizar del atraso económico a la subordinación política de Galicia, que forzaba a los gallegos a emigrar. El galleguismo fue adquiriendo un carácter más político, pero este movimiento se mantuvo muy minoritario a pesar del prestigio de algunos de sus componentes. Más tarde fue importante la figura de Vicente Risco, quien se convertiría en el gran líder del nacionalismo gallego.
Valencianismo, Aragonesismo y Andalucismo
Los movimientos de resurgimiento cultural se dieron de manera incipiente en otras regiones como Valencia o Andalucía. Su expansión no se produjo hasta la Segunda República, cuya Constitución preveía la creación de autonomías regionales. El más importante fue el movimiento valencianista, que nació como una corriente cultural de reivindicación de la lengua y la cultura propia, y que tuvo en Teodor Llorente y Constantí Llombart sus máximos representantes. El nacimiento del valencianismo político hay que situarlo con la creación de la organización Valencia Nova, que promovió la Primera Asamblea Regionalista Valenciana.
El aragonesismo surgió en el seno de una incipiente burguesía que impulsó:
- La defensa del Derecho Civil
- La reivindicación de valores culturales particularistas
- La recuperación romántica de los orígenes del reino
A estos factores se añadió el arraigo aragonés de Joaquín Costa, quien reclamó insistentemente sobre los derechos del mundo campesino aragonés. Hasta la Segunda República no aparecieron las primeras formulaciones políticas autonomistas de distintos signos.
El apóstol del andalucismo fue Blas Infante, cuyo ideario político fue heredero de los movimientos republicanos y federalistas del siglo XIX. Fundó el primer Centro Andaluz en Sevilla con la intención de ser un órgano expresivo de la realidad cultural y social de Andalucía. Más adelante participó en la primera asamblea regionalista andaluza celebrada en Ronda, que estableció las bases del particularismo andaluz y propuso la autonomía. Durante la Segunda República, el movimiento andalucista abordó por primera vez la redacción de un proyecto de Estatuto de Autonomía, que fue elaborado por una asamblea de municipios sevillanos. Esta iniciativa logró escaso respaldo popular, y tuvo que esperar hasta el fin del franquismo para encontrar un sentimiento andalucista con arraigo popular.