Trayectoria Poética de Miguel Hernández
En marzo de 1934 viaja por segunda vez a Madrid, comienza una nueva etapa en la que se introducirá en la intelectualidad de la capital y se alejará del ambiente oriolano, que provocará una crisis personal y poética de la que saldrá su voz genuina. Tomará contacto con Alberti, Neruda, etc. En 1935 escribe El Rayo que no cesa y será un año muy fructífero: conoce a Aleixandre, cuyo poemario La destrucción o el amor será su libro de cabecera; colabora con Neruda, con lo que se decantará definitivamente por la poesía impura y dejará atrás la influencia clasicista, conservadora y católica de Ricardo Sije. Además se incorpora a las Misiones pedagógicas, dando lugar al inicio del compromiso social de Miguel Hernández.
La Guerra Civil (1936-1939)
El estallido de la Guerra Civil en 1936 obliga a Miguel Hernández a dar el paso hacia el compromiso político. Se incorpora como voluntario y trabaja como propagandista en diferentes periódicos y revistas. En este tiempo compone Viento del Pueblo, publicado en 1937. Es una poesía comprometida, de guerra y denuncia y de solidaridad con el pueblo oprimido. Esta concepción de la “poesía como arma” implica un paso de lo lírico a lo épico. La solidaridad es su lema poético. Fruto de la necesidad de comprometerse será Viento del Pueblo: amor a la patria y lucha por la libertad y la justicia. El tono del libro es de exaltación y en ocasiones de himno. Exalta y exhorta a los jornaleros, aceituneros, campesinos o a otras figuras emblemáticas de la lucha. El poeta se convierte en “intérprete” de las desdichas del pueblo, con el que se siente identificado y comprometido. Miguel Hernández sufre con los explotados, con los que se solidariza. En el libro no solo se siente el “ruiseñor” de las desdichas de los oprimidos, sino que lleva su compromiso a las trincheras tal y como proclama en la estrofa final de “Viento del pueblo”. Entiende la guerra como una defensa inevitable que acabará pronto y le permitirá despojarse de la “piel de soldado”. En los poemas dominados por el tono de la lamentación también mitifica o glorifica a los sujetos líricos. Con todo, la lamentación también cobra otros matices: en los poemas más sociales el tono de lamento sirve para expresar la identificación íntima, solidaria, con los protagonistas, víctimas de la explotación. Frente a la exaltación del heroísmo de los que luchan por la libertad y la lamentación por las víctimas, el tono de imprecación implicará denigrar e insultar a los cobardes que tiranizan al pueblo.
Hacia el Intimismo y la Tragedia
En 1937 el poeta se siente cansado y, pese a la alegría del nacimiento de su primer hijo, su voz cambia hacia un progresivo intimismo pesimista marcado por el desaliento ante una realidad que se mide ya en miles de muertos, cárceles, heridos y odio, y que hace tambalear su fe en el hombre: comienza a escribir su segundo libro de guerra, El hombre acecha, escrito entre 1937 y octubre de 1938, momento en el que muere su hijo. En este poemario, ante la realidad brutal del curso de la guerra, la voz del poeta pasa de cantar a susurrar amargamente, el lenguaje se hace más sobrio y el tono más íntimo. En Viento del Pueblo el poeta tenía metáforas feroces para el enemigo; ahora, con amargura, esas metáforas pertenecen al Hombre en general. El propio título nos ofrece la clave: del “pueblo”, mundo colectivo y solidario de su primera obra de guerra, se pasa al “Hombre”, referencia a la condición humana, que en lugar de ser solidaria, está en actitud amenazante, al acecho.
Últimos Años y Cancionero y romancero de ausencias
Según avanza 1938, el poeta asiste al desmoronamiento del bando republicano y al espanto de las guerras; además, se hunde en el dolor de la muerte de su hijo. El nacimiento de su segundo hijo a comienzos de 1939 será una alegría aislada ante la tragedia que se aproxima: pérdida de la guerra, el poeta encarcelado y puesto en libertad inexplicablemente. Vuelto a detener, es condenado a muerte, pero se le conmuta la pena por 30 años de prisión. Después de pasar por varias cárceles, es trasladado a Alicante, donde muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942. En septiembre de 1939, al salir de la cárcel, Miguel Hernández le dio a su mujer un cuaderno con poemas titulado Cancionero y romancero de ausencias. Los comenzó a escribir en octubre de 1938, al recibir la triste noticia de la muerte de su hijo. Pese a que se trata de un corpus unitario, era un libro inconcluso que se fue nutriendo con poemas desde la cárcel y que los editores recogieron posteriormente. Con este último libro, Miguel Hernández alcanza la madurez poética con una poesía desnuda, íntima y desgarrada, de un tono y contenido trágicos, con el que aborda los temas más importantes de mundo lírico: el amor, la muerte y la vida, sus tres “heridas”. El poeta es una víctima más, un vencido más, un hombre herido que expresa su dolor: dolor por las ausencias que lo definen, la de la muerte (su primer hijo) y la de la cárcel (ausencia de la esposa y del hijo que mama “cebolla y sangre”). La palabra libertad está ahora unida al amor, a la esposa ausente. Ya no hay canto combativo, ni exaltación de los héroes o del pueblo, ni imprecación a los verdugos. Solo hay un lamento por el destino de cárcel y muerte que le aguarda (versos de radical pacifismo en “Tristes guerras”).